En las páginas 4 y 5 del Mundo Obrero de este mes de febrero vemos dos columnas opuestas a ambos lados del mensual. A la izquierda, Constantino Bértolo nos advierte de los peligros de "renunciar a los significantes" y de abandonar el "instrumental semántico" comunista a fin de "no asustar" a los que se sienten descontentos con la situación actual pero son reacios al marxismo. Indica Bértolo que "la seductora tentación de vender el lenguaje de la revolución por un plato de lentejas electorales" puede resultar inconveniente, puesto que si "la actividad política es más que marketing, es preferible seguir llamando a las condiciones objetivas y a la lucha de clases por su nombre".
Si giramos la vista hacia la derecha, en el otro extremo del periódico podemos leer a Julio Anguita, quien explica desde su Atalaya que debemos "desembarazarnos del cadáver de la Transición", señala el momento histórico de movimientos y "mareas" y la posibilidad de ruptura en el bipartidismo según "las previsiones de las encuestas", y vuelve a poner el dedo -una vez más- en las consecuencias del pacto con el PSOE en Andalucía.
Nos encontramos a golpe de vista ante dos posiciones distintas dentro del mensual de nuestro propio partido. Resulta llamativa esta imagen. Si observamos las redes sociales y prestamos atención a las conversaciones con compañeros y simpatizantes de IU, esta diatriba está muy presente en todos ellos.
¿Confluencia sí? ¿No? ¿A qué coste?
En medio de esta zozobra, los militantes nos encontramos, según se nos repite, ante una urgencia histórica. Desorientados, nos llegan a diario novedades desde Izquierda Unida: cede su puesto Lara, abrimos nuestras listas a las opciones de simpatizantes internautas, es elegido el televisivo Garzón sin oposición, la confluencia se admite como ineludible.
En los medios la urgencia apura aún más: los andaluces no dan abasto en flagelarse lo suficiente para poder purgar el error de haber vendido el alma al demonio del "régimen" a cambio de una ley de antidesahucios y una banca pública que todos menos ellos sabían imposibles, los extremeños más flagelados aún por hacer lo contrario, los madrileños haciendo limpieza ante el paso de los tránsfugas.
Y cabe preguntarse, podríamos pensar, que si esta confluencia es inevitable y los que somos contrarios estamos abocados a desintegrarnos como vampiros a la luz del día siguiente a las elecciones, ¿se nos permite al menos una última voluntad antes de fosilizarnos? ¿Sería algún lector confluyente tan amable de contestar unas pocas cuestiones?
1. Si esta necesaria confluencia se realiza por el bien de "los cuidadanos" y se da la circunstancia de que muchos de ellos son trabajadores (y de ellos 6 millones en paro), entonces ¿por qué es tan perjudicial hablarles de clase obrera y de lucha de clases si sólo hay que abrir los ojos y salir a la calle para constatar que esta lucha existe y se muestra más evidente que nunca?
2. ¿Por qué estas confluencias parecen obligadas a realizarse siempre a favor de los nuevos movimientos y siempre en detrimento de los intereses de IU, que tiene la estructura y el programa necesarios, basándose únicamente en las previsiones que las encuestas otorgan a esas plataformas? ¿Por qué se sugiere que es mejor diluirse en ellos y no ir juntos cada uno con su bandera?
3. Si el pacto en Andalucía fue tan despreciable y los que lo hemos defendido aguardamos mortificados nuestro destino en el noveno círculo del infierno donde terminan sus días los traidores, junto a Caín y Judas, ¿por qué sin embargo parece correcto unirse sin condiciones a quienes no tienen reparos en decir abiertamente que no se cierran a pactos con el PSOE e incluso se reúnen en secreto con sus líderes?
4. ¿En qué momento tras las elecciones y la supuesta victoria electoral se comunicará a los votantes de la coalición -en especial a los decentes empresarios y a la gente "normal" sin ideología- que el situarse afín a los discursos de Felipe VI o el papa Francisco eran una pura estrategia y que la verdadera intención era dirigirse hacia la tercera República y el laicismo?
Son preguntas para las que nos imaginamos las respuestas, aunque querámoslo o no obtendremos su solución bien pronto.
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