Leemos estos días de campañas electorales que el problema está en el reparto de la riqueza, que la cuestión de fondo es que la ciudadanía debe revertir la políticas liberales y lograr unos gobiernos que procedan a un reparto de la riqueza más justo (frase literal leída ayer).
Entiendo que tiene su lógica esta afirmación. Vemos cada día que los datos económicos nos muestran que las riquezas están cada vez más concentradas en un pequeño porcentaje de la población y que además la diferencia de volumen con respecto a la inmensa mayoría se acrecenta de un modo absolutamente rechazable por cualquier moral o ética.
Ayer también vimos la polémica surgida en los medios sobre la donación del señor Amancio Ortega, quien había anunciado el regalo generoso de varios millones para luchar contra el cáncer. No voy a ofender la inteligencia del lector discutiendo esta noticia, me sirve para poner ejemplo al asunto, puesto que el debate generado dividía a los liberales que se asombraban de la ingratitud de los que rechazaban las donaciones y a los progresistas que enfocaban el problema en la redistribución de la riqueza mediante los impuestos.
La cuestión que muchos nos preguntamos, aprendices de comunistas pejigueros y cansinos que se hacen demasiadas preguntas, es: ¿de verdad el problema de la desigualdad está en un mal reparto de la riqueza?
Los Simpsons ya predijeron la distribución de la riqueza en forma de lluvia de dinero
Nos dicen los expertos que la economía tiene tres fases: producción, distribución y consumo. Este esquema se adapta como un guante al modo de ver las cosas desde la perspectiva capitalista (en este blog hicimos modestamente ese ejercicio de explicar las bases del capitalismo desde su óptica en estas entradas ). Es así porque en el capitalismo todo es un gran mercado, la vida es un inmenso mercado donde todo se vende, por tanto el proceso general, tanto para una caja de fresones de Huelva como para las aplicaciones de una empresa informática de Hong Kong, el recorrido sigue las fases de producción, luego se lleva al mercado y por último se vende.
Así pues parece lógico pensar que si todos producimos (todos trabajamos o necesitamos trabajar para vivir) y también todos consumimos (quien quiera mantener esa manía de seguir viviendo), es decir si siempre se cumplen los dos extremos de esa cadena, es por tanto en ese reparto intermedio de los bienes donde el mecanismo falla.
Pues bien, esto no es así.
Se admite que en tiempo de campaña electoral los mensajes se reducen al mínimo, por aquello de que la izquierda siempre va en desventaja de propaganda al no contar con el apoyo de los grandes medios. Se comprende también que en tiempos de derrota ideológica pretendamos no abarcar demasiado, no sea que por querer ir más allá de lo que el público está dispuesto a entender perdamos la explicación de asuntos más básicos.
Es cierto además que ante la imposibilidad momentánea de emprender luchas mayores, y ante el descalabro en derechos de la clase trabajadora y la voracidad del capital en su supuesta crisis, es necesario hacer los ajustes que se puedan llevar a cabo en forma de impuestos más equitativos, defensa del Estado de bienestar, planes de empleo, etc. Pero como lo cortés no quita lo valiente, no cuesta nada explicar la verdad del asunto mientras se pelea por estas reformas. Porque de otro modo, podríamos pensar que la izquierda entiende ese reparto como la panacea de todos nuestros males, de manera que estaría contando a los trabajadores una verdad a medias.
Para contar toda la verdad, vamos a llamar a nuestro amigo Carlos Marx, que como siempre acude corriendo y nos da unas cuantas advertencias:
1. Poner el énfasis en la distribución de la riqueza presupone el rol del empresario como motor del progreso. El sufrido emprendedor de nuestros días, héroe del desarrollo neoliberal, que se hace a sí mismo, se bate el cobre emprendiendo y con sus brazos sostiene todo el proceso económico; luego que se reparta mal ya no es culpa suya, bastante tiene con emprender. Aunque parezca exagerada, esta es la idea que se tiene hoy día si miramos las noticias de las páginas color salmón. De la lectura de los clásicos, Smith, Ricardo, puede llegarse a esta conclusión: el mercado es injusto, pobres obreros, su trabajo no se valora bajo los valores de la igualdad, fraternidad y libertad, y también se infiere de los socialistas utópicos y anarquistas, Owen, Proudhon, con quienes Marx tuvo una intensa discusión en sus obras y no fue por motivos personales.
2. El problema surge en la producción. Las sociedades vienen determinadas por la manera en que se lleva a cabo ese trabajo imprescindible para la fabricación de productos y su consumo. No son los empresarios quienes producen la riqueza, son los trabajadores. La clase social de quienes no poseen esos medios es la clase que en realidad sostiene todo el conjunto sobre sus hombros; los empresarios sólo poseen los medios. Pretender repartir la riqueza creada por los propios trabajadores supone arrebatarles lo que ellos mismos han creado y repartirlo además según reglas contrarias a sus intereses.
3. El capital tiende a la acumulación y a la ganancia. Por muy bienintencionado que sea un empresario, la propia competencia en el mercado le llevará siempre a reducir los costes para poder seguir compitiendo, en una carrera sin fin en la que el eslabón más débil, el obrero, es quien tiene todas las papeletas para perder antes o después. La caridad y las donaciones no son más que brindis al sol ante la marea imparable de la inmensa masa del capital.
4. Esta imparable desigualdad afecta, por supuesto, siempre a los mismos, a los trabajadores. Arrinconados en una inmensa tropa de parados, quedan sin armas frente a esos gobiernos progresistas de cuya benevolencia quedan dependientes, con la única ventana que se abre cada cuatro años en las urnas como única esperanza. Pero mientras los medios de producción estén en pocas manos, esos gobiernos no podrán evitar que lo que nos den con una mano se nos quite con la otra.
5. Por tanto, ese reparto de la riqueza es un parche, una medida paliativa. Necesaria, pero incompleta. Para seguir formando a nuestros compañeros de clase de manera veraz, debemos explicar que sin el control de esos medios nunca habrá una sociedad verdaderamente equitativa, que esa debe ser la meta y nuestro trabajo por impuestos más equitativos y la defensa de los sistemas públicos, aunque parezca enorme de por sí, no deja de ser una etapa en un camino cuya finalidad es transformar la sociedad entera, no reformarla.
Para añadir un texto sobre el tema, creo que es interesante recomendar la Crítica al programa de Gotha (1875), en la que Marx analiza el programa del Partido Obrero Alemán, y en el que podremos leer párrafos tan sugerentes como éste:
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