jueves, 23 de mayo de 2019

Rosa Luxemburgo. Introducción a la Economía política.




Unos años antes de ser asesinada, Rosa Luxemburgo impartía clases sobre economía política. En esos tiempos el Partido Socialdemócrata Alemán (de ideología marxista) era bastante numeroso y había creado una escuela con el objetivo de formar a sus cuadros.  Autora reconocida y militante de gran brillo, era la persona idónea para impartir las clases a los afortunados alumnos que asistieron a esos cursos.

Al parecer Rosa redactaba notas que le servían de base para sus lecciones y tuvo la intención de publicarlas. No pudo verlo en vida, pero las notas conservadas sirvieron para editar el libro que traigo hoy, Introducción a la economía política.

En este libro el lector dispone de una lección magistral de la autora que nos lleva a los fundamentos económicos de las sociedades, critica con un fino y punzante análisis las teorías económicas clásicas y, además, expone de manera muy didáctica y con ejemplos accesibles a todos las teorías que Marx planteó en El Capital. 

En entradas anteriores de este blog intenté explicar algunas ideas de El Capital (en este enlace). Esas entradas quedan ridiculizadas ante la brillantez del libro que traemos hoy, pero sirven como ejemplo para mostrar la dificultad que se encuentra a veces en explicar de una manera instructiva las complejas ideas de la obra principal de Marx. La autora logra explicarse de una forma diáfana. Como diría la propia Rosa en este mismo libro: Quien piensa con claridad y domina el tema que está estudiando, se expresará clara y comprensiblemente. Quien se expresa de forma oscura o extravagante, muestra solamente que él mismo no tiene claridad o bien tiene razones para apartarse de la claridad. (Prometo que en mi caso en aquellas entradas fue por falta de claridad, no de voluntad).

Así que tenemos en este libro una excelente oportunidad para profundizar en nuestro conocimiento del marxismo y para avanzar en las lecturas y necesarias relecturas de El Capital.

¿Qué encontramos en Introducción...? A lo largo de seis capítulos, correspondientes a las seis lecciones que la autora pudo redactar, asistiremos a una visión de la economía desde un enfoque materialista, opuesta a los ambiguos argumentos de los economistas reputados en tiempos de la autora (puede extenderse hasta nuestros días), a quienes tritura con su prosa mordaz.

Seremos capaces de entender lo económico como un proceso social, perteneciente y necesariamente ligado al entramado de las sociedades, no como entidades aisladas en forma de un pueblo o un país, sino interrelacionado  en un gran conjunto de influencias mutuas. La autora vivió y redactó estas lecciones en pleno desarrollo imperialista y analiza sus causas y consecuencias: Comenzamos a sospechar que, detrás de esos misterios del comercio exterior, tienen que existir relaciones económicas totalmente diferentes entre las diversas “economías nacionales”, relaciones muy distintas del simple intercambio de mercancías. Sacar permanentemente de otros países más productos que los que uno les da, sólo podría hacerlo, evidentemente, un país que tuviera sobre aquellos otros ciertos derechos económicos. Esos derechos no tienen nada que ver con el intercambio entre iguales. Y semejantes derechos y relaciones de dependencia entre los países existen efectivamente, aunque las teorías profesorales no sepan nada de ellos. Esa relación de dependencia, y en su forma más sencilla por cierto, es la de una de las llamadas metrópolis sobre sus colonias. 

El enfoque materialista nos lleva a explicar los mecanismos de las sociedades a través de los medios por los que produce todo lo que necesita para sostenerse. De este modo sale a la luz que existen fuerzas que se someten a todos los gobiernos y autoridades: Descubrimos entonces que hoy se exporta e importa una “mercancía": el capital. Y esta mercancía no sirve para llenar “ciertas lagunas” de “economías nacionales” extranjeras sino, por el contrario, para crear brechas, abrir grietas y fisuras en los muros de antiguas “economías nacionales”, invadirlas actuando como polvorines y, en corto o largo tiempo, convertir esas “economías nacionales” en escombros. Con la “mercancía” capital se expanden masivamente “mercancías” aún más notables desde algunos países llamados civilizados al mundo entero: modernos medios de transporte y exterminio de poblaciones autóctonas enteras, economía monetaria y endeudamiento del campesinado, riqueza y miseria, proletariado y explotación, inseguridad de la existencia y crisis, anarquía y revoluciones.

La sociedad capitalista, analiza Luxemburgo, esconde tras su aparente orden un enorme caos. Es por esto que sus intelectuales "autorizados" son incapaces de explicar sus mecanismos de una manera científica. Tampoco les interesa, pues quedaría al descubierto que ese mágico equilibrio del libre mercado no es sino la anarquía: En la entidad que abarca océanos y continentes no existe planificación, conciencia ni reglamento, solamente el choque ciego de desconocidas fuerzas incontroladas que juegan caprichosamente con el destino económico del hombre. Desde luego que aún hoy un soberano todopoderoso domina a obreros y obreras: el capital. Pero la soberanía del capital no se manifiesta a través del despotismo sino de la anarquía. Y es precisamente la anarquía la responsable de que la economía de la sociedad humana produzca resultados que constituyen un misterio imposible de predecir para todos los afectados. La anarquía hace de la vida económica humana algo desconocido, ajeno, incontrolable, cuyas leyes debemos descubrir de la misma forma que descubrimos las de la naturaleza. (...) Ya deben de tener claro por qué a los economistas burgueses les resulta imposible explicar la esencia de su ciencia, poner el dedo en la llaga del organismo social, denunciar su malformación congénita. Reconocer y afirmar que la anarquía es la fuerza motriz vital del dominio del capital es pronunciar su sentencia de muerte, afirmar que sus días están contados.

En las siguientes lecciones la autora repasa la formación de las sociedades desde el comunismo originario hasta la llegada de la Edad Contemporánea. Me parece especialmente interesante uno de los capítulos, el cuarto -La producción mercantil- en el que se hace un ejercicio de imaginación mediante el cual Luxemburgo invita a sus alumnos a acompañar a un pueblo imaginario en el paso de una producción manufacturera a capitalista.

Es éste un capítulo de la obra muy recomendable para quienes tengamos algunas dificultades para comprender del todo el primer volumen de El Capital. Con su ejemplo, guiado durante toda la lección, veremos con claridad el proceso de división del trabajo, la importancia creciente del mercado a medida que el capital va tomando fuerza, la enajenación del obrero. Se comprenderán también conceptos fundamentales como el de trabajo socialmente necesario, el fetichismo del dinero (fascinante el supuesto en el que el dinero es el ganado: Como ven, con la difusión del ganado como medio universal de cambio la sociedad sólo puede pensar en formas de ganado. Se habla y sueña permanentemente con ganado. Se erige una verdadera adoración y veneración del ganado: una muchacha es desposada con gusto si sus encantos se ven realzados con grandes rebaños como dote, inclusive si el pretendiente no es criador de cerdos sino profesor, clérigo o poeta. El ganado es la quintaesencia de la felicidad humana. Se dedican poemas al ganado y a su mágico poder, se cometen delitos y asesinatos por el ganado. Y los hombres repiten, sacudiendo la cabeza: “el ganado gobierna al mundo”. Si este proverbio les resulta desconocido, tradúzcanlo ustedes al latín: la antigua palabra romana pecunia = dinero proviene de pecus = “ganado” ). 

En definitiva, una lectura absolutamente necesaria para profundizar o mejorar la comprensión de los fundamentos marxistas, para mejorar nuestra capacidad de análisis de las teorías del establishment en el capitalismo y para quienes tengan que hacer una labor didáctica en su militancia. 

Introducción a la economía política, colección clásicos del pensamiento crítico, ed. Siglo XXI

martes, 21 de mayo de 2019

¿Redistribuir la riqueza?

Leemos estos días de campañas electorales que el problema está en el reparto de la riqueza, que la cuestión de fondo es que la ciudadanía debe revertir la políticas liberales y lograr unos gobiernos que procedan a un reparto de la riqueza más justo (frase literal leída ayer). 

Entiendo que tiene su lógica esta afirmación. Vemos cada día que los datos económicos nos muestran que las riquezas están cada vez más concentradas en un pequeño porcentaje de la población y que además la diferencia de volumen con respecto a la inmensa mayoría se acrecenta de un modo absolutamente rechazable por cualquier moral o ética.

Ayer también vimos la polémica surgida en los medios sobre la donación del señor Amancio Ortega, quien había anunciado el regalo generoso de varios millones para luchar contra el cáncer. No voy a ofender la inteligencia del lector discutiendo esta noticia, me sirve para poner ejemplo al asunto, puesto que el debate generado dividía a los liberales que se asombraban de la ingratitud de los que rechazaban las donaciones y a los progresistas que enfocaban el problema en la redistribución de  la riqueza mediante los impuestos.

La cuestión que muchos nos preguntamos, aprendices de comunistas pejigueros y cansinos que se hacen demasiadas preguntas, es: ¿de verdad el problema de la desigualdad está en un mal reparto de la riqueza?

Los Simpsons ya predijeron la distribución de la riqueza en forma de lluvia de dinero

Nos dicen los expertos que la economía tiene tres fases: producción, distribución y consumo. Este esquema se adapta como un guante al modo de ver las cosas desde la perspectiva capitalista (en este blog hicimos modestamente ese ejercicio de explicar las bases del capitalismo desde su óptica en estas entradas ). Es así porque en el capitalismo todo es un gran mercado, la vida es un inmenso mercado donde todo se vende, por tanto el proceso general, tanto para una caja de fresones de Huelva como para las aplicaciones de una empresa informática de Hong Kong, el recorrido sigue las fases de producción, luego se lleva al mercado y por último se vende. 

Así pues parece lógico pensar que si todos producimos (todos trabajamos o necesitamos trabajar para vivir) y también todos consumimos (quien quiera mantener esa manía de seguir viviendo), es decir si siempre se cumplen los dos extremos de esa cadena, es por tanto en ese reparto intermedio de los bienes donde el mecanismo falla. 

Pues bien, esto no es así.

Se admite que en tiempo de campaña electoral los mensajes se reducen al mínimo, por aquello de que la izquierda siempre va en desventaja de propaganda al no contar con el apoyo de los grandes medios. Se comprende también que en tiempos de derrota ideológica pretendamos no abarcar demasiado, no sea que por querer ir más allá de lo que el público está dispuesto a entender perdamos la explicación de asuntos más básicos.

Es cierto además que ante la imposibilidad momentánea de emprender luchas mayores, y ante el descalabro en derechos de la clase trabajadora y la voracidad del capital en su supuesta crisis, es necesario hacer los ajustes que se puedan llevar a cabo en forma de impuestos más equitativos, defensa del Estado de bienestar, planes de empleo, etc. Pero como lo cortés no quita lo valiente, no cuesta nada explicar la verdad del asunto mientras se pelea por estas reformas. Porque de otro modo, podríamos pensar que la izquierda entiende ese reparto como la panacea de todos nuestros males, de manera que estaría contando a los trabajadores una verdad a medias.

Para contar toda la verdad, vamos a llamar a nuestro amigo Carlos Marx, que como siempre acude corriendo y nos da unas cuantas advertencias:

1. Poner el énfasis en la distribución de la riqueza presupone el rol del empresario como motor del progreso. El sufrido emprendedor de nuestros días, héroe del desarrollo neoliberal, que se hace a sí mismo, se bate el cobre emprendiendo y con sus brazos sostiene todo el proceso económico; luego que se reparta mal ya no es culpa suya, bastante tiene con emprender. Aunque parezca exagerada, esta es la idea que se tiene hoy día si miramos las noticias de las páginas color salmón. De la lectura de los clásicos, Smith, Ricardo, puede llegarse a esta conclusión: el mercado es injusto, pobres obreros, su trabajo no se valora bajo los valores de la igualdad, fraternidad y libertad, y también se infiere de los socialistas utópicos y anarquistas, Owen, Proudhon, con quienes Marx tuvo una intensa discusión en sus obras y no fue por motivos personales.

2. El problema surge en la producción. Las sociedades vienen determinadas por la manera en que se lleva a cabo ese trabajo imprescindible para la fabricación de productos y su consumo. No son los empresarios quienes producen la riqueza, son los trabajadores. La clase social de quienes no poseen esos medios es la clase que en realidad sostiene todo el conjunto sobre sus hombros; los empresarios sólo poseen los medios. Pretender repartir la riqueza creada por los propios trabajadores supone arrebatarles lo que ellos mismos han creado y repartirlo además según reglas contrarias a sus intereses.

3. El capital tiende a la acumulación y a la ganancia. Por muy bienintencionado que sea un empresario, la propia competencia en el mercado le llevará siempre a reducir los costes para poder seguir compitiendo, en una carrera sin fin en la que el eslabón más débil, el obrero, es quien tiene todas las papeletas para perder antes o después. La caridad y las donaciones no son más que brindis al sol ante la marea imparable de la inmensa masa del capital. 

4. Esta imparable desigualdad afecta, por supuesto, siempre a los mismos, a los trabajadores. Arrinconados en una inmensa tropa de parados, quedan sin armas frente a esos gobiernos progresistas de cuya benevolencia quedan dependientes, con la única ventana que se abre cada cuatro años en las urnas como única esperanza. Pero mientras los medios de producción estén en pocas manos, esos gobiernos no podrán evitar que lo que nos den con una mano se nos quite con la otra. 

5. Por tanto, ese reparto de la riqueza es un parche, una medida paliativa. Necesaria, pero incompleta. Para seguir formando a nuestros compañeros de clase de manera veraz, debemos explicar que sin el control de esos medios nunca habrá una sociedad verdaderamente equitativa, que esa debe ser la meta y nuestro trabajo por impuestos más equitativos y la defensa de los sistemas públicos, aunque parezca enorme de por sí, no deja de ser una etapa en un camino cuya finalidad es transformar la sociedad entera, no reformarla.

Para añadir un texto sobre el tema, creo que es interesante recomendar la Crítica al programa de Gotha (1875), en la que Marx analiza el programa del Partido Obrero Alemán, y en el que podremos leer párrafos tan sugerentes como éste:




lunes, 29 de abril de 2019

El ascensor social del capitalismo


Stevie Wonder ha compuesto canciones fantásticas. Incluso a mí que soy de rock duro me gustan muchas de ellas, en especial una que se llama Sir Duke. Seguro que la has escuchado más de una vez. En la primera estrofa de este famoso tema, Stevie, con su voz increíble, canta:

La música es un mundo en sí misma,
Con un lenguaje que todos entienden, 

Con igualdad de oportunidades 

Para que todos canten, bailen y aplaudan.


Es seguro que el autor quiere hacer una metáfora sobre la universalidad de la música, pero me parece muy llamativa esa referencia a la igualdad de oportunidades.

Al parecer Stevie Wonder ha sido un comprometido activista político durante su carrera. Otra de sus conocidas canciones (Happy birthday) sirvió para establecer en los USA el día nacional de Martin Luther King, como lucha contra el racismo. Al recoger el Óscar a la mejor canción en 1984 (I Just Called to Say I Love You) dedicó el premio a Nelson Mandela. También se ha comprometido con los derechos de las personas con discapacidad. Es declarado seguidor, asimismo, del ex presidente Obama. 

El detalle que me escama es el siguiente. La música, incluso en el mundo ideal y ajeno a lo político, está determinada por las circunstancias: no todos tenemos la misma voz, por ejemplo, ni la misma gracia para bailar, ni tampoco los oyentes se encuentran en las mismas situaciones de ánimo cuando escuchan una canción, por muy mágica que sea. 

El caso de Stevie Wonder es especialmente significativo. Nació privado del sentido de la vista por complicaciones a causa de su nacimiento prematuro. Separada del marido y cargada con su bebé ciego de nacimiento y los hermanos, la madre se trasladó a Detroit donde pudo llevar al pequeño Stevie a una iglesia para que participase en el coro. Allí el niño tuvo ocasión de demostrar que poseía un don natural para la música tocando instrumentos como el piano, la batería o la armónica y de este modo fue descubierto por agentes musicales con sólo once años. 

Además, que su madre escogiese Detroit y no otra ciudad fue algo decisivo. En esta ciudad, una de las más populosas y prósperas de los USA (conocida como la ciudad del motor -Motor Town- por su industria automovilística, con empresas como General Motors o Ford), tenía su sede el sello discográfico Motown. La Motown fue la discográfica principal de la música negra norteamericana, cuna de artistas como Marvin Gaye, Diana Ross, los Jackson Five o Lionel Richie.

Así pues, la pregunta es ¿habría pensado igual el bueno de Stevie sobre la igualdad de oportunidades si no hubiese tenido acceso a un coro cerca de casa y en la ciudad con la mayor discográfica en el momento en que estallaba la moda de la música negra? 

¿Qué habría sido de aquel niño, a pesar de todo su talento, siendo negro y ciego en los USA? 

Si se supone que todos nacemos en igualdad de oportunidades, libres de encauzar nuestra vida, ¿de qué depende entonces la diferente fortuna de cada individuo?

Por increíble que nos parezca, en pleno siglo XXI encontraremos respuestas a estas preguntas que no están muy alejadas del mundo imaginario de videoclip musical que ha servido de introducción en esta nota. Esas respuestas hacen referencia al esfuerzo personal, al trabajo duro, al emprendimiento individual, al carácter positivo, a ascensores sociales, etc.

Pero, como repito a menudo en este blog, la realidad es tozuda y se empeña en desmentir esas creencias. Observa este titular que salió en los medios hace unas semanas:


¿Qué ha ocurrido con el ascensor social en Florencia? ¿Era un ascensor mágico y sólo funcionaba para los Médici? ¿Son los trabajadores florentinos especialmente vagos e indolentes y nunca quisieron tener la cultura emprendedora y positiva?

La enojosa realidad nos trae estos otros dos titulares recientes:

Un observador medianamente razonable entendería que tras estas diferencias se esconden otro tipo de motivos más terrenales que los principios del esfuerzo y la superación personal.

Tampoco basta una explicación basada en "ascensores sociales", que se limite a interpretar la situación social de una persona en la mera exposición de sus circunstancias, sin relacionarlas entre sí. No se trata solo de errores en la educación y fracaso escolar, ni tampoco de crear planes contra el paro. Los expertos llegan a hablar de "suelo pegajoso" en referencia a la dificultad de algunas personas para "ascender" a un nivel de vida superior.

Existe una manera de entender este proceso más desarrollada. Frente a la manera de explicar el mundo que antepone la importancia de las ideas (los ideales, las motivaciones religiosas o políticas) o la actuación de determinados personajes (los personajes protagonistas de su propia historia), la razón y la simple observación de la realidad nos hace sugerir que existe un modo de organizar las sociedades en las que vivimos y que este modo de organizarse viene condicionado por las circunstancias materiales.

En el famoso prólogo de uno de sus textos anteriores y preparatorios de El Capital, Contribución a la Crítica de la Economía Política, Marx escribió:


"en la producción social de su vida los hombres establecen determinadas relaciones necesarias e independientes de su voluntad, relaciones de producción que corresponden a una fase determinada de desarrollo de sus fuerzas productivas materiales. El conjunto de estas relaciones de producción forma la estructura económica de la sociedad, la base real sobre la que se levanta la superestructura jurídica y política y a la que corresponden determinadas formas de conciencia social. El modo de producción de la vida material condiciona el proceso de la vida social política y espiritual en general. No es la conciencia del hombre la que determina su ser sino, por el contrario, el ser social es lo que determina su conciencia."

Esto es, son los medios materiales los que sientan la base sobre las que se crea la coyuntura en la que vivimos. También nuestra manera de ver el mundo, nuestra ideología, nuestras ideas religiosas e incluso el arte está mediado por esa materialidad, no al revés. No es nuestra actitud ante la vida la que hará que seamos prósperos viajeros del ascensor que sube, ni la fe por sí misma nos despegará del pegajoso suelo de la pobreza.

No es posible entender una sociedad sin tener en cuenta sus circunstancias económicas y políticas. El materialismo histórico muestra que la estructura económica de la sociedad está siempre presente en la vida de cada individuo. La sociedad, vista desde una perspectiva dialéctica y más correcta que el enfoque capitalista, debe observarse como un conjunto, una inmensa trama de influencias que componen un tejido amplio en el que cada hilo está relacionado con el resto. Los individuos no son entes aislados, todos pertenecen a un sector social y las fuerzas económicas y políticas actúan haciendo que ese sector se desarrolle o bien frene y quede estancado. 

Por mucho que moleste a nuestros amigos de los ascensores sociales, la libertad en la que supuestamente vivimos no es tanta como para pretender que todos nacemos iguales y que todos disponemos de igualdad de oportunidades, ni la economía se mueve de manera independiente y libre sin condicionamientos.

Visto así, la igualdad de oportunidades del bueno de Stevie ya se aprecia de otro modo, al igual que encontramos explicaciones más válidas para la situación de los vecinos sevillanos del Polígono Sur y los florentinos que no decidieron nacer de la estirpe de los Médici. ¿Verdad?


martes, 23 de abril de 2019

Nociones básicas de economía (3)

Volvemos a ponernos las gafas de ver como un capitalista y seguimos intentando entender de manera sencilla conceptos de economía como en la primera (aquí) y segunda (aquí) entradas de esta serie.
En esta tercera parte pasaremos del catalejo de la macroeconomía a la lupa microeconómica, iremos a saludar a David Ricardo y sacaremos algunas conclusiones interesantes para entender cómo piensan estos locos capitalistas. 

La microeconomía estudia el comportamiento de las empresas y de los hogares y de su interacción en los mercados. En contraposición a la macroeconomía, que estudiaba el conjunto en una visión general, aquí se tratan a los agentes individuales, como los consumidores, empresarios, los trabajadores o los inversores.

Como podemos suponer, el interés fundamental está centrado en el consumo (demanda) y en los precios de los productores (oferta). A las empresas les conviene hacer muchos números y gráficas para intentar encontrar las palabras mágicas que les abran las puertas de los mercados, en ese mundo enigmático que hemos visto en las entradas anteriores, tan cambiante e imprevisible como el movimiento de un tornado. 

Para que una empresa no acabe en aterrizaje forzoso sobre la tierra de Oz, debe poder formular ciertas predicciones sobre los precios y el consumo, teniendo en cuenta además la enorme competencia. Por ello la relación entre oferta y demanda toma un valor tan importante que adquiere rango de ley. La ley de la oferta y la demanda es la norma suprema que rige la economía de mercado. 

Es frecuente que en los textos encontremos una expresión en latín, ceteris paribus, que significa "todo lo demás constante". Pues bien, esta ley dice que, permaneciendo todos los demás factores constantes, la cantidad demandada de un bien disminuye cuando el precio de ese bien aumenta. Es decir, demanda y oferta siguen tendencias inversas, una sube cuando la otra baja. 

Esto puede parecer una obviedad pero, como decimos, para las empresas es algo fundamental. Según el precio de mercado los productores estarán dispuestos a fabricar un bien o no, o determinarán el número de unidades que se harán. A su vez los consumidores tendrán una disposición mayor o menor según el precio. El punto intermedio en que se cruzan ambos caminos es el llamado equilibrio de mercado

Si ponemos los datos sobre precios y unidades vendidas en un plano cartesiano sencillo de ejes X e Y, obtendremos gráficas en las que observar el comportamiento de estos factores. De ellas salen las curvas de la demanda y la oferta. En el caso de la demanda, la curva es negativa (desciende porque la demanda disminuye al aumentar los precios). Puede desplazarse a los lados, como en la imagen, cuando la demanda aumenta, por ejemplo porque un producto se ponga de moda, aunque el precio se mantenga fijo. 

La oferta presenta en la gráfica otra curva que, dado que es opuesta a la demanda, tiene una imagen inversa, ascendiente o positiva (a mayor cantidad comprada, más precio). Entendamos que esta gráfica está hecha desde el punto de vista del productor, es decir, al empresario o fabricante le costará más producir cuantas más cantidades le sean demandadas.
Si superponemos ambas curvas, éstas se cruzan en algún punto. El valor donde se cruzan las curvas, que será x cantidad a y precio, marca el precio de mercado de un cierto producto, o precio de equilibrio. Es la situación en que, a un determinado precio, coinciden la cantidad que los productores  están dispuestos a producir con la cantidad que los consumidores están dispuestos a consumir.
Independientemente de dónde empiecen la oferta o la demanda, se tiende a ese equilibrio. Los expertos dan por supuesto que los mercados se corrigen por sí mismos, por la acción entre comprador y vendedor, sin intervención externa. Se supone que el equilibrio es estable. Podrá haber un exceso de oferta (excedentes) o un exceso de demanda (escasez), pero esas tendencias al alza o la baja permanecerá hasta que vuelvan a ponerse de acuerdo oferentes y demandantes en el precio y cantidad. Esas "fuerzas de mercado", en apariencia no dirigidas conscientemente sino por el interés propio de los distintos agentes, nos sugieren aquella mano invisible de Adam Smith que vimos en la primera parte.

El capitalista que se precie tiene por principal objetivo conseguir siempre el máximo beneficio. El éxito de un proyecto o una iniciativa (una empresa) se mide por el resultado de su balance. Es por esto que el pilar fundamental sobre el que se asienta nuestro sistema económico es la maximización del beneficio

Repasemos por encima algunas palabras clave. Ganancia es el beneficio positivo de una empresa, el incremento de su riqueza o patrimonio. Es la diferencia entre los ingresos, la cifra de negocios o cantidad obtenida de la venta de productos o servicios, y el costo o valor del consumo de los factores que emplea para producir. 

Beneficio = Ingreso Total - Coste Total 

Al competir con las demás empresas, pueden producirse situaciones como una competencia imperfecta (con el monopolio de una sola empresa o el oligopolio de varias) hasta la competencia perfecta, en la que muchas empresas se reparten una pequeña parte del mercado y todas producen bienes similares. En estas condiciones las empresas no controlan los precios, sólo pueden elegir cuánto pueden producir, que será lo que en definitiva marcará su beneficio.

El ingreso total viene determinado por la cantidad de productos vendida multiplicada por su precio. Los costes, por su parte, pueden separarse entre costes fijos (como alquileres o préstamos) y costes variables (los que dependen de la cantidad de productos que se realicen). 

Se habla de ingresos o costes marginales cuando nos referimos al incremento en esos conceptos cuando se produce una unidad más, es decir la variación en ingresos o gastos como consecuencia de realizar más actividad. 

La apreciación que una empresa tenga de ese margen de ingresos supone poder anticiparse al  momento es que puede maximizar el beneficio o incluso al momento en el que parar la producción.

La ley de los rendimientos decrecientes explica que, manteniendo los demás factores constantes, ese incremento marginal va disminuyendo con el tiempo a medida que se van añadiendo factores productivos. Se entiende mejor si vemos la explicación de uno de sus iniciadores, el economista francés Turgot; este pensador consideraba que el trabajo de una tierra de labor, que produce una cierta cantidad de cultivo trabajada con un determinado número de labradores y recursos, no aumentará su rendimiento si aumentamos progresivamente el número de labradores o de recursos, incluso tenderá a producir menos rendimiento al aumentar los costes inútilmente. 

Esta ley se refiere al ritmo cada vez más débil de producción que se produce al incrementar los factores de producción. Aquí debemos mencionar a otro autor importante como es David Ricardo. Economista británico del XIX, uno de los más influyentes junto a Smith, a quien siguió y mejoró en sus estudios.  Como Smith, sus estudios sirvieron de base teórica para lanzar al capitalismo en la época incipiente en que vivieron y en la que se extendió por todo el mundo. Acabó de derrotar a las teorías mercantilistas (que proponían el control de la moneda y la protección de la producción de un país frente a la competencia extranjera) demostrando que el comercio internacional beneficiaba a todos los países involucrados. 
Encontraremos frecuentes menciones a este pensador en el mismo Capital de Marx, debido al peso de sus descubrimientos. Entre otros, Ricardo continuó la idea iniciada en Smith sobre la teoría del valor-trabajo. Para Smith el valor de una mercancía estaba medido por la cantidad de trabajo efectuado en ella, de una manera en cierto modo estable. Ricardo consideró que esa cantidad de trabajo era variable y que depende del esfuerzo dedicado en las distintas formas de tareas. La oposición entre Marx y estos economistas clásicos se centra en el carácter social del trabajo. La teoría del valor de Marx añade el concepto de trabajo socialmente necesario, directamente relacionado con las relaciones de producción de una determinada sociedad.




lunes, 22 de abril de 2019

Nociones básicas de Economía (2)

En la entrada anterior (aquí enlace) y en la siguiente (aquí) nos planteamos repasar nociones fundamentales de la economía, con el objetivo de entender en palabras sencillas cómo funciona la sociedad capitalista en que vivimos y poder así analizarla mejor.

Intentamos ver la economía desde los ojos del capitalismo. Por aquello de pensar como el enemigo para saber rebatirle. Sigamos. 



Nos quedamos en la primera parte hablando del PIB, de los mercados, de Adam Smith y la mano invisible. Vimos que los economistas nos presentaban su ciencia como el estudio de los recursos para lograr el bienestar de los ciudadanos, pero que el capitalismo a veces, bastantes veces, no puede lograr sus objetivos y tiene que afrontar periodos de crisis muy graves. Así que sigamos con esos conceptos críticos

Muchas veces leeremos en los medios la palabra inflación, mencionada con cierto horror, en especial relacionada con países no alineados con el imperialismo occidental. ¿Qué es la inflación? Es el término que usan los economistas cuando el nivel general de precios aumenta de una forma sostenida en un periodo de tiempo. 

La inflación supone una disminución del poder adquisitivo, o sea de la capacidad para comprar bienes o servicios, o dicho de otro modo, la cantidad de productos que podemos adquirir con una cantidad de dinero. 

Para medir este importante dato, se recurre de nuevo a otro estudio estadístico, en este caso el IPC, índice de precios al consumidor. El IPC es un índice, un valor numérico, que se obtiene observando los precios de diversos productos, bienes o servicios, que sean comunes en el gasto de una familia media (la "canasta familiar"). Se expresa en un porcentaje, que puede ser positivo cuando los precios aumentan o negativo si disminuyen. En la fecha de esta entrada, por ejemplo, la página del INE dice que el IPC actual es del 1,3%, dos décimas más que el mes pasado. 

Dado que mide el poder adquisitivo frente a las variaciones de los precios, el IPC da una medida de la inflación de un país en un cierto momento. Para eso se realiza. Los economistas saben que la inflación depende de la relación entre la oferta y la demanda monetaria.

Este es un concepto peliagudo que a los profanos nos cuesta un poco entender, así que vamos a explicarlo despacito. 

La oferta de dinero o demanda monetaria es la cantidad de dinero de un país en un momento concreto. Tengamos en cuenta que incluye los pagarés, los depósitos bancarios o cheques, pero principalmente hace referencia al dinero en efectivo, esto es, los billetes y las monedas. 

Si un gobierno imprime mucho dinero, se produce inflación: el dinero pierde valor y aumentan los precios. Si se imprime poco es al revés, bajan los precios y se produce deflación

Para comprenderlo tengamos en cuenta que los expertos estiman que el valor del dinero lo determinan la oferta y la demanda. Si el dinero es abundante, se imprime mucho, cada unidad bajará su valor, dado que al haber muchas personas con más dinero los precios tenderán a subir, tanto más cuanto más dinero haya (los vendedores subirán los precios ante compradores bien surtidos de efectivo, que se disputarán la compra). Si el dinero, por contra, es escaso, las unidades subirán su valor, con cada moneda o billete podremos comprar más cosas, porque los compradores tendrán más complicado colocar la venta (hay menos posibilidades de hacer el trato comercial).

Así pues, los precios y el valor del dinero están relacionados de manera inversa. Esa oferta de dinero está controlada por los gobiernos. Suele crecer lentamente en el tiempo. Si la economía crece se producen más bienes y los consumidores demandan más efectivo.

Si hasta aquí hemos pillado más o menos el asunto, podemos resumir que esa relación entre oferta y demanda se presenta de tres maneras:

- oferta monetaria > demanda  → inflación.
- oferta monetaria < demanda  → deflación.
- oferta monetaria = demanda → los precios no cambian, el valor relativo del dinero se mantiene. 

Si alguien tiene curiosidad en este tema o quiere un ejemplo real para mayor claridad, recomiendo leer acerca de la hiperinflación durante la República de Weimar (aquí la entrada en Wikipedia) Durante los años de entreguerras en Alemania, por la bajada del poder adquisitivo alemán tras la Primera Guerra Mundial debida a los apremiantes pagos a las potencias vencedoras, el gobierno tomó la decisión de imprimir dinero en grandes cantidades y sin respaldo para pagar sus deudas. Como consecuencia, los precios llegaron a alcanzar niveles escandalosos (se pagaron cientos de miles de marcos por una pieza de pan) y los precios ascendían tan rápido que los asalariados se veían obligados a pedir su sueldo cada día para poder adquirir los productos básicos antes de que el valor de su dinero se depreciara y no pudiesen adquirirlos. 

He comentado antes la expresión "dinero sin respaldo". ¿De dónde viene el valor del dinero de cada país? Hasta hace poco, los años 70, se usaba el patrón oro. Cada billete o moneda equivalía a una cantidad de oro, uno podía acudir al banco y cambiar cierto dinero por una pieza de oro. De ese modo un gobierno para imprimir más billetes necesitaba conseguir oro, si no quería verse contando los billetes al peso como en el ejemplo anterior. El presidente norteamericano Nixon estableció en los 70 el sistema de curso legal, durante los llamados Acuerdos de Bretton Woods, otro interesante y siniestro momento histórico del capitalismo. En este sistema la moneda no tiene un respaldo físico, su valor se establece por ley, por decreto, de ahí el apelativo "legal". 

Las recesiones son los periodos en los que la producción  de bienes y servicios disminuye. Los economistas vigilan con recelo estos periodos porque si la recesión se alarga, se produce cada vez menos y al necesitar menos trabajadores las empresas recurren a los despidos. Recordemos que los expertos están muy interesados en el bienestar de todos y por tanto aspiran al pleno empleo. (Aquí de nuevo nos llega el eco lejano de unas voces, son las risas de Carlos, Federico, Rosa o Vladimir; es obvio que el capitalismo valoriza o desvaloriza el dinero dando un papel secundario al valor de la producción y del trabajo de sus productores, los obreros, pero recordemos que estamos intentando ponernos en el pellejo de un capitalista convencido). 

Pese a que nos dicen que es el mejor sistema posible (y de todos modos el último sistema posible, nos aseguran), el capitalismo tiene sus momentos. Hay momentos malos, como las recesiones, que comienzan con lo que llaman un impacto. Ese impacto puede ser por ejemplo un desastre natural, una escasez de recursos importantes como el petróleo o -por poner otro ejemplo inocente- un ataque terrorista. 

Las economías de los países siguen ciclos económicos, un patrón de subidas y bajadas de la economía con descensos (recesiones) y subidas (recuperaciones). Los expertos en macroeconomía por tanto tienen la intención de hacer que la gráfica que representaría esos ciclos fuese lo más elevada posible (haya más producción) y reducir los ciclos, las distancias entre recuperaciones y contracciones con la bienintencionada finalidad de reducir el paro. Un modelo estándar de economía vendría a ser una gráfica ascendente con una gran producción y un pleno empleo, con todo el mercado laboral en activo.

Se supone que tras un impacto económico son los precios los que tienden a hacer regresar la economía al pleno empleo. Las empresas disminuyen los precios para asegurar la venta y con el tiempo los precios disminuyen en toda la economía y ésta llega de nuevo al nivel de producción anterior. Para llevar a cabo esto conviene que los precios puedan cambiar muy rápido. Si son lentos, más se alarga el periodo por debajo del nivel ideal. Por ello se habla de esos periodos tras los impactos como corto o largo plazo.

Si los precios permanecen rígidos, la recesión se alargará, se produce el paro y disminuyen los salarios (las empresas contratan personal más barato). 


Aquí no puedo evitar hacer un paréntesis y quitarme por un momento las gafas de ver en modo capitalista. En el libro que mencioné en la anterior entrada, Introducción a la economía política, Rosa Luxemburgo tiene unas cuantas palabras dedicadas a estos ciclos económicos y la aparente imposibilidad de predecirlos. Señalo algunas de ellas: 


En la entidad que abarca océanos y continentes no existe planificación, conciencia ni reglamento, solamente el choque ciego de desconocidas fuerzas incontroladas que juegan caprichosamente con el destino económico del hombre. Desde luego que aún hoy un soberano todopoderoso domina a obreros y obreras: el capital. Pero la soberanía del capital no se manifiesta a través del despotismo sino de la anarquía.
Y es precisamente la anarquía la responsable de que la economía de la sociedad humana produzca resultados que constituyen un misterio imposible de predecir para todos los afectados. La anarquía hace de la vida económica humana algo desconocido, ajeno, incontrolable, cuyas leyes debemos descubrir de la misma forma que descubrimos las de la naturaleza(...)
Ya deben de tener claro por qué a los economistas burgueses les resulta imposible explicar la esencia de su ciencia. Reconocer y afirmar que la anarquía es la fuerza motriz vital del dominio del capital es pronunciar su sentencia de muerte, afirmar que sus días están contados. Resulta claro por qué los científicos defensores oficiales del dominio del capital tratan de oscurecer el problema mediante toda clase de artificios semánticos.

Bueno. Respiramos hondo y nos ponemos de nuevo las gafas capitalistas. 

Volvemos a un autor citado en la primera entrada, otro referente en la economía como es John Maynard Keynes. Seguramente nos topemos con él apenas veamos cualquier artículo económico, así que más vale saber un poco de su vida. Se habla de keynesianismo cuando nos referimos a su teoría. Fue el primer autor en observar la relación entre los precios y las recesiones, tras la Gran Depresión de los años 30. En esa recesión el PIB llegó a bajar a un nivel muy bajo y el desempleo llegó a altas cotas.

Su obra Teoría general del empleo, el interés y el dinero, publicada en 1936, es un referente en este aspecto. El keynesianismo relaciona las variaciones de la demanda agredada (la suma de bienes y servicios que una economía está dispuesta a comprar a un nivel de precios) con el nivel de empleo y de ingresos.

Se trata de un enfoque económico partidario de las intervenciones estatales frente al dejar hacer propio del liberalismo puro. Habíamos mencionado antes que son los precios y sus ajustes los causantes de las oscilaciones económicas, según la escuela clásica (Smith, Say, Ricardo). Keynes da la vuelta a esta perspectiva clásica y propone que es la demanda la que determina la producción. Las temidas oscilaciones de las economías llegan por la baja demanda, por las bajas expectativas de los consumidores. Por tanto es conveniente que en esas situaciones el Estado intervenga en aumentar el gasto público para estimular la demanda agregada y así aumentar la producción y el empleo.

Dijimos al principio que la mayoría de los economistas se fijan en la escasez de recursos. Keynes propone concentrar la atención en los recursos acumulados, como los inventarios. En cierta forma, las crisis son paralizaciones en las ventas, lo que genera un círculo vicioso: precios a la baja, trabajadores demasiado caros para las empresas, que no obtienen beneficio con la bajada de precios, aparecen los despidos, el paro hace que el consumo descienda, más bajadas de precios y vuelta al inicio. Keynes pensó que era un contrasentido que habiendo recursos se produjesen las crisis. ¿De qué modo evitar el exceso de recursos?, estimulando la demanda para que se consuman esos recursos sobrantes.

Es una manera simplista de explicarlo pero más o menos nos sirve para tener una idea aproximada. El keynesianismo supone, en resumen, utilizar las políticas fiscales para incentivar el consumo y el empleo. 

Este enfoque tiene lógicamente su repercusión política. Nos lleva al concepto de Estado del bienestar o sociedad del bienestar. Supone una manera de entender la política económica que acepta el cumplimiento de los derechos sociales de todos los habitantes de los países, lo que se manifiesta en forma de servicios a cargo de los gobiernos, o un cierto control estatal de la vida de los ciudadanos.

Los capitalistas neoliberales, digamos los descendientes actuales del liberalismo clásico, se oponen al keynesianismo porque consideran que el Estado actúa como un guarda que de manera injusta se entromete en ese mercado libre y perfecto y ataca a los emprendedores y creadores de la riqueza con el pretexto de la igualdad social y la justicia. 

Y más o menos esta disputa sigue hoy día. Ahora, para terminar esta segunda entrada, metemos ya las gafas capitalistas en la funda y, como buenos aprendices de comunistas, nos preguntamos ¿de qué lado nos ponemos nosotros, de los keynesianistas o de los neoliberales?

Pues de ninguno. Si el neoliberalismo es el heredero del mercado libre y el laissez faire, el keynesianismo no es su opuesto, no es un modelo de producción planificada de cara al interés social. El keynesianismo supone la tabla de salvación de un capitalismo que, en su momento de mayor crisis, estaba bastante tocado. Frente a las muestras de auge de los sistemas socialistas (pensemos en la URSS que pasó de ser un imperio feudal al mayor grado social y de desarrollo alcanzado hasta la fecha), el capitalismo toma así nuevas fuerzas y revive hasta hoy.


Alguien levantará la mano y dirá, oiga, entre susto y muerte me quedo con susto. Me parece bien. Pero nuestra obligación como aspirantes a vanguardia de la clase obrera es explicarlo todo.


Nos queda una tercera entrada en la que remataremos, viendo la parte micro, nuestra lección de andar por casa sobre economía. Ya con ella podremos salir a la calle y diferenciarnos orgullosos del apocalipsis zombi en el que se encuentra la clase trabajadora.