En esta tercera parte pasaremos del catalejo de la macroeconomía a la lupa microeconómica, iremos a saludar a David Ricardo y sacaremos algunas conclusiones interesantes para entender cómo piensan estos locos capitalistas.
La microeconomía estudia el comportamiento de las empresas y de los hogares y de su interacción en los mercados. En contraposición a la macroeconomía, que estudiaba el conjunto en una visión general, aquí se tratan a los agentes individuales, como los consumidores, empresarios, los trabajadores o los inversores.
Como podemos suponer, el interés fundamental está centrado en el consumo (demanda) y en los precios de los productores (oferta). A las empresas les conviene hacer muchos números y gráficas para intentar encontrar las palabras mágicas que les abran las puertas de los mercados, en ese mundo enigmático que hemos visto en las entradas anteriores, tan cambiante e imprevisible como el movimiento de un tornado.
Para que una empresa no acabe en aterrizaje forzoso sobre la tierra de Oz, debe poder formular ciertas predicciones sobre los precios y el consumo, teniendo en cuenta además la enorme competencia. Por ello la relación entre oferta y demanda toma un valor tan importante que adquiere rango de ley. La ley de la oferta y la demanda es la norma suprema que rige la economía de mercado.
Es frecuente que en los textos encontremos una expresión en latín, ceteris paribus, que significa "todo lo demás constante". Pues bien, esta ley dice que, permaneciendo todos los demás factores constantes, la cantidad demandada de un bien disminuye cuando el precio de ese bien aumenta. Es decir, demanda y oferta siguen tendencias inversas, una sube cuando la otra baja.
Esto puede parecer una obviedad pero, como decimos, para las empresas es algo fundamental. Según el precio de mercado los productores estarán dispuestos a fabricar un bien o no, o determinarán el número de unidades que se harán. A su vez los consumidores tendrán una disposición mayor o menor según el precio. El punto intermedio en que se cruzan ambos caminos es el llamado equilibrio de mercado.
Si ponemos los datos sobre precios y unidades vendidas en un plano cartesiano sencillo de ejes X e Y, obtendremos gráficas en las que observar el comportamiento de estos factores. De ellas salen las curvas de la demanda y la oferta. En el caso de la demanda, la curva es negativa (desciende porque la demanda disminuye al aumentar los precios). Puede desplazarse a los lados, como en la imagen, cuando la demanda aumenta, por ejemplo porque un producto se ponga de moda, aunque el precio se mantenga fijo.
La oferta presenta en la gráfica otra curva que, dado que es opuesta a la demanda, tiene una imagen inversa, ascendiente o positiva (a mayor cantidad comprada, más precio). Entendamos que esta gráfica está hecha desde el punto de vista del productor, es decir, al empresario o fabricante le costará más producir cuantas más cantidades le sean demandadas.
Si superponemos ambas curvas, éstas se cruzan en algún punto. El valor donde se cruzan las curvas, que será x cantidad a y precio, marca el precio de mercado de un cierto producto, o precio de equilibrio. Es la situación en que, a un determinado precio, coinciden la cantidad que los productores están dispuestos a producir con la cantidad que los consumidores están dispuestos a consumir.
Independientemente de dónde empiecen la oferta o la demanda, se tiende a ese equilibrio. Los expertos dan por supuesto que los mercados se corrigen por sí mismos, por la acción entre comprador y vendedor, sin intervención externa. Se supone que el equilibrio es estable. Podrá haber un exceso de oferta (excedentes) o un exceso de demanda (escasez), pero esas tendencias al alza o la baja permanecerá hasta que vuelvan a ponerse de acuerdo oferentes y demandantes en el precio y cantidad. Esas "fuerzas de mercado", en apariencia no dirigidas conscientemente sino por el interés propio de los distintos agentes, nos sugieren aquella mano invisible de Adam Smith que vimos en la primera parte.
El capitalista que se precie tiene por principal objetivo conseguir siempre el máximo beneficio. El éxito de un proyecto o una iniciativa (una empresa) se mide por el resultado de su balance. Es por esto que el pilar fundamental sobre el que se asienta nuestro sistema económico es la maximización del beneficio.
Repasemos por encima algunas palabras clave. Ganancia es el beneficio positivo de una empresa, el incremento de su riqueza o patrimonio. Es la diferencia entre los ingresos, la cifra de negocios o cantidad obtenida de la venta de productos o servicios, y el costo o valor del consumo de los factores que emplea para producir.
Beneficio = Ingreso Total - Coste Total
Al competir con las demás empresas, pueden producirse situaciones como una competencia imperfecta (con el monopolio de una sola empresa o el oligopolio de varias) hasta la competencia perfecta, en la que muchas empresas se reparten una pequeña parte del mercado y todas producen bienes similares. En estas condiciones las empresas no controlan los precios, sólo pueden elegir cuánto pueden producir, que será lo que en definitiva marcará su beneficio.
El ingreso total viene determinado por la cantidad de productos vendida multiplicada por su precio. Los costes, por su parte, pueden separarse entre costes fijos (como alquileres o préstamos) y costes variables (los que dependen de la cantidad de productos que se realicen).
Se habla de ingresos o costes marginales cuando nos referimos al incremento en esos conceptos cuando se produce una unidad más, es decir la variación en ingresos o gastos como consecuencia de realizar más actividad.
La apreciación que una empresa tenga de ese margen de ingresos supone poder anticiparse al momento es que puede maximizar el beneficio o incluso al momento en el que parar la producción.
La ley de los rendimientos decrecientes explica que, manteniendo los demás factores constantes, ese incremento marginal va disminuyendo con el tiempo a medida que se van añadiendo factores productivos. Se entiende mejor si vemos la explicación de uno de sus iniciadores, el economista francés Turgot; este pensador consideraba que el trabajo de una tierra de labor, que produce una cierta cantidad de cultivo trabajada con un determinado número de labradores y recursos, no aumentará su rendimiento si aumentamos progresivamente el número de labradores o de recursos, incluso tenderá a producir menos rendimiento al aumentar los costes inútilmente.
Esta ley se refiere al ritmo cada vez más débil de producción que se produce al incrementar los factores de producción. Aquí debemos mencionar a otro autor importante como es David Ricardo. Economista británico del XIX, uno de los más influyentes junto a Smith, a quien siguió y mejoró en sus estudios. Como Smith, sus estudios sirvieron de base teórica para lanzar al capitalismo en la época incipiente en que vivieron y en la que se extendió por todo el mundo. Acabó de derrotar a las teorías mercantilistas (que proponían el control de la moneda y la protección de la producción de un país frente a la competencia extranjera) demostrando que el comercio internacional beneficiaba a todos los países involucrados.
Encontraremos frecuentes menciones a este pensador en el mismo Capital de Marx, debido al peso de sus descubrimientos. Entre otros, Ricardo continuó la idea iniciada en Smith sobre la teoría del valor-trabajo. Para Smith el valor de una mercancía estaba medido por la cantidad de trabajo efectuado en ella, de una manera en cierto modo estable. Ricardo consideró que esa cantidad de trabajo era variable y que depende del esfuerzo dedicado en las distintas formas de tareas. La oposición entre Marx y estos economistas clásicos se centra en el carácter social del trabajo. La teoría del valor de Marx añade el concepto de trabajo socialmente necesario, directamente relacionado con las relaciones de producción de una determinada sociedad.