Todos nosotros nos habremos planteado alguna vez alguna duda de este tipo: ¿qué es más determinante en el comportamiento del ser humano, la experiencia particular o la carga genética heredada?; ¿en el conocimiento de la realidad, qué es más importante, las características de nuestro pensamiento o las propiedades de los objetos en los que pensamos?
La cuestión del conocimiento puede hacernos oscilar entre posiciones subjetivistas, que anteponen la importancia del individuo y su pensamiento, las ideas, y posiciones objetivistas, en las que prima la realidad de manera independiente del pensamiento humano. ¿Es más importante el modo en que interpretamos el mundo, nuestras ideas, o el pensamiento viene de algún modo determinado por las circunstancias?
Este debate, aparentemente superfluo y trivial en lo referente a nuestra vida diaria, adquiere una relevancia fundamental en cuanto el punto de vista pasa de lo particular a lo social.
Los valores (la justicia, la igualdad, la libertad) pueden existir por sí mismos para algunos y para otros depender de la percepción particular. La sociedad puede estar fundamentada en valores que sean universales y permanentes a lo largo del tiempo o bien ser producto de las circunstancias materiales.
Marx y Engels enfocaron desde este debate la polémica que los filósofos de su época mantuvieron para criticar los posicionamientos de las figuras contemporáneas de la socialdemocracia. Entendieron que las tesis de la izquierda socialista de sus coetáneos pecaban de idealismo y propusieron una perspectiva materialista.
En prólogos de obras de ambos autores encontramos referencias a este debate.
En su trabajo "Contribución a la historia de la Liga de los Comunistas", dice Federico Engels: "En Mánchester, me había dado yo de bruces contra el hecho de que los fenómenos económicos forman la base sobre la que surgen las actuales contradicciones de clase; y de que estas contradicciones de clase sirven, a su vez, de fundamento a la formación de los partidos políticos,a las luchas entre los partidos y, por consiguiente, a toda la historia política. Marx no sólo había llegado a la misma concepción, sino que ya para entonces ... (en 1844) la había generalizado en el sentido de que, en términos generales, no es el Estado el que condiciona y regula la sociedad civil, sino ésta la que condiciona y regula el Estado."
Desde encuentro de ambos pensadores en París en 1844 (y las posteriores deportaciones sufridas por la familia de Marx) surge la necesidad de plantear por escrito las tesis que ambos compartían. Fruto de ello es una serie de manuscritos que no llegaron a publicar, dada la actividad revolucionaria en la que ambos desarrollaron sus vidas. Posteriormente fueron publicadas en antologías de sus obras completas. "Confiamos el manuscrito", dice Marx, "a la crítica roedora de los ratones, de tanto mejor grado cuanto que habíamos conseguido ya nuestro propósito fundamental, el cual no era otro que esclarecer las cosas ante nosotros mismos".
Estos manuscritos, recogidos bajo el título de La ideología alemana (Crítica de la novísima filosofía alemana), son el objetivo de esta entrada, en concreto sus primeras páginas (parte I, Feuerbach). Procuraré usar el texto para hacer una especie de resumen, pues en sí es bastante explícito, señalando en verde el texto literal.
El objetivo de La ideología alemana queda claro en otro prólogo, en el de la Crítica de la Economía política: "desentrañar conjuntamente el antagonismo entre nuestra concepción y la concepción ideológica de la filosofía alemana en realidad, ajustar cuentas con nuestra conciencia filosófica anterior. Y el propósito se llevó a cabo bajo la forma de una crítica de la filosofía posthegeliana"
En el prólogo ambos autores nos revelan con claridad sus intenciones, con ácida ironía hacia sus rivales filosóficos:
Hasta ahora, los hombres se han formado siempre ideas falsas acerca de sí mismos, acerca de lo que son o debieran ser. Han ajustado sus relaciones a sus ideas acerca de Dios, del hombre normal, etc. Los frutos de su cabeza han acabado por imponerse a su cabeza. Ellos, los creadores, se han rendido ante sus criaturas. Enseñémoslos a sustituir estas quimeras por pensamientos que correspondan a la esencia del hombre, dice uno, a adoptar ante ellos una actitud crítica, dice otro, a quitárselos de la cabeza, dice el tercero, y la realidad existente se derrumbará.
Estas inocentes y pueriles fantasías forman el meollo de la filosofía neohegeliana en boga(...) El primer volumen de la presente publicación se propone desenmascarar a estas ovejas que se hacen pasar por lobos y son tenidas por tales.
En esta parte primera, centrada en Feuerbach, Marx y Engels crítican a anteriores filósofos alemanes por su dependencia de Hegel. Consideran que en sus textos hay permanentes alusiones a la religión, que emplean como una explicación para todo: A ninguno de estos filósofos se le ha ocurrido siquiera preguntar por el entronque de la filosofía alemana con la realidad de Alemania, por el entronque de su crítica con el propio mundo material que la rodea.
¿Cuáles son las premisas de las que arranca la concepción materialista de la historia?
Las premisas de que partimos no son arbitrarias, no son dogmas, sino premisas reales, de las que sólo es posible abstraerse en la imaginación. Estas premisas pueden comprobarse, consiguientemente, por la vía puramente empírica.
Podemos distinguir los hombres de los animales por la conciencia, por la religión o por lo que se quiera. Pero los hombres mismos comienzan a ver la diferencia entre ellos y los animales tan pronto comienzan a producir sus medios de vida, paso este que se halla condicionado por su organización corpórea. Al producir sus medios de vida, el hombre produce indirectamente su propia vida material.
El modo de producir los medios de vida de los hombres depende, ante todo, de la naturaleza misma de los medios de vida con que se encuentran y que hay que reproducir.
Encontramos aquí una explicación o definición del concepto de medios de producción que luego será fundamental en el desarrollo de El Capital: Este modo de producción no debe considerarse solamente en el sentido de la reproducción de la existencia física de los individuos. Es ya, más bien, un determinado modo de la actividad de estos individuos, un determinado modo de manifestar su vida, un determinado modo de vida de los mismos. Los individuos son tal y como manifiestan su vida. Lo que son coincide, por consiguiente, con su producción, tanto con lo que producen como con el modo de cómo producen. Lo que los individuos son depende, por tanto, de las condiciones materiales de su producción.
Destaca aquí el aspecto social del concepto, su amplitud en el conglomerado de situaciones y circunstancias que suponen la estructura de una sociedad, observado de manera dialéctica como un todo en el que todos los matices no están aislados sino que influyen unos en otros: Esta producción sólo aparece al multiplicarse la población. Y presupone, a su vez, un trato entre los individuos. La forma de esté intercambio se halla condicionada, a su vez, por la producción.
Toda nueva fuerza productiva, cuando no se trata de una simple extensión cuantitativa de fuerzas productivas ya conocidas con anterioridad (como ocurre, por ejemplo, con la roturación de tierras) trae como consecuencia un nuevo desarrollo de la división del trabajo.
Marx hace aquí una explicación histórica de las diferentes fases de la producción: tribal, época antigua y feudal, señalando en cada una de ellas las peculiaridades de los medios de producción y la evolución de estos en el tiempo de manera que condicionan el paso de unas etapas a otras y transforman la vida de los seres humanos.
A partir de aquí entran en el meollo de la concepción materialista, el ser social y la conciencia social:
Nos encontramos, pues, con el hecho de que determinados individuos que se dedican de un determinado modo a la producción, contraen entre sí estas relaciones sociales y políticas determinadas. La observación empírica tiene necesariamente que poner de relieve en cada caso concreto, empíricamente y sin ninguna clase de embaucamiento y especulación, la relación existente entre la estructura social y política y la producción. La estructura social y el Estado brotan constantemente del proceso de vida de determinados individuos; pero de estos individuos, no como puedan presentarse ante la imaginación propia o ajena, sino tal y como realmente son; es decir, tal y como actúan y como producen materialmente y, por tanto, tal y como desarrollan sus actividades bajo determinados límites, premisas y condiciones materiales, independientes de su voluntad.
La producción de las ideas, las representaciones y la conciencia aparece, al principio, directamente entrelazada con la actividad material y el trato material de los hombres, como el lenguaje de la vida real. La formación de las ideas, el pensamiento, el trato espiritual de los hombres se presentan aquí todavía como emanación directa de su comportamiento material. Y lo mismo ocurre con la producción espiritual, tal y como se manifiesta en el lenguaje de la política, de las leyes, de la moral, de la religión, de la metafísica, etc., de un pueblo. Los hombres son los productores de sus representaciones, de sus ideas, etc., pero se trata de hombres reales y activos tal y como se hallan condicionados por un determinado desarrollo de sus fuerzas productivas y por el trato que a él corresponde, hasta llegar a sus formas más lejanas. La conciencia jamás puede ser otra cosa que el ser consciente, y el ser de los hombres es su proceso de vida real. Y si en toda la ideología, los hombres y sus relaciones aparecen invertidos como en la cámara oscura, este fenómeno proviene igualmente de su proceso histórico de vida, como la inversión de los objetos al proyectarse sobre la retina proviene de su proceso de vida directamente físico.
Totalmente al contrario de lo que ocurre en la filosofía alemana, que desciende del cielo sobre la tierra, aquí se asciende de la tierra al cielo. Es decir, no se parte de lo que los hombres dicen, se representan o se imaginan, ni tampoco del hombre predicado, pensado, representado o imaginado, para llegar, arrancando de aquí, al hombre de carne y hueso; se parte del hombre que realmente actúa y, arrancando de su proceso de vida real, se expone también el desarrollo de los reflejos ideológicos y de los ecos de este proceso de vida. También las formaciones nebulosas que se condensan en el cerebro de los hombres son sublimaciones necesarias de su proceso material de vida, proceso empíricamente registrable y ligado a condiciones materiales. La moral, la religión, la metafísica y cualquier otra ideología y las formas de conciencia que a ellos correspondan pierden, así, la apariencia de su propia sustantividad. No tienen su propia historia ni su propio desarrollo, sino que los hombres que desarrollan su producción material y su trato material cambian también, al cambiar esta realidad, su pensamiento y los productos de su pensamiento. No es la conciencia la que determina la vida, sino la vida la que determina la conciencia.
En cuanto se expone este proceso activo de vida, la historia deja de ser una colección de hechos muertos, como lo es para los empíricos, todavía abstractos, o una acción imaginaria de sujetos imaginarios, como lo es para los idealistas.
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