Lo llaman hacer pedagogía aunque lo que quieren decir es que van a ser didácticos. Se refieren a que van a ser ilustrativos, que van a esclarecer un asunto, esto es, que van a explicar algo de manera que se entienda.
Pero lo que ocurre al final es que no se entiende. Ni esclarecen, ni nos ilustran. Se queda uno peor de lo que estaba con la explicación. Tú que estás mirando esto probablemente habrás leído alguno de esos artículos con infografías detalladas sobre las eléctricas, o has recurrido a un hilo de Twitter que explica la factura y los horarios valles y picos y te habrás perdido o aburrido antes de terminar.
Esto es porque -en realidad- no hay mucha intención de ser pedagógicos, ni didácticos. Por eso recurren a expresiones grandilocuentes como hacer pedagogía, cuando simplemente bastaría con hablar claro y llamar a las cosas por su nombre.
Pues sí, esto de la economía política suele ser aburrido y la mayoría de trabajadores (personas trabajadoras, se dice ahora) no tiene tiempo para leer esos artículos. La buena noticia es que si se tiene la paciencia de pararse a pensar unos minutos, sí se puede comprender de una forma sencilla. Esa es la intención de esta entrada, que es un poco larga (me enrollo mucho, es verdad) pero para nada compleja.
La explicación oficial viene a decir que la factura de la luz sube porque los precios varían según la demanda y la oferta (¡ojo! esta justificación sirve tanto para la luz como para la subida de los precios de cualquier producto, para los alquileres de las viviendas, etc). Nos dicen que lo ideal sería nacionalizar esas empresas tan importantes, que si fueran públicas sería mucho mejor, pero que esto es muy complejo (este argumento también es usado con las pensiones, la educación o la sanidad, que sería deseable que fuera todo público, pero es muy difícil). Por último, si esto no convence, se explica que con 35 diputados no se puede hacer mucho, que con eso sólo se puede empujar para lograr algunas mejoras, como por ejemplo pedir horarios con tarifas más asequibles o eliminar ciertos impuestos a las empresas -con ayuda estatal- que a su vez nos rebaje el precio.
¿Se puede dar una explicación diferente y que no acabe en resignación? Sí, se puede. Algunas personas (insidiosos amargados como el que suscribe) hasta creen que, teniendo en la mano el altavoz de los ministerios, no solo no se puede sino que se debe.
Para llegar a una explicación más didáctica y más completa (que no oculte algunos matices importantes) necesitaremos repasar dos cuestiones:
- primero, ¿cómo funcionan esos mercados?
- segundo, ¿de qué forma nos enfrentamos a esos mercados?
Vayamos por partes: ¿cómo funciona el sistema? Si recuerdas, al principio de la pandemia, cuando empezaba a ser evidente que, en efecto, la mascarilla era un producto necesario (y que los chinos no eran tan exagerados al salir a la calle con sus mascarillas sino que sabían lo que hacían), hubo una serie de avispados emprendedores, muy patriotas, que enseguida trataron de hacer negocio vendiendo por su cuenta las existencias de mascarillas que había, a un precio por supuesto bastante elevado.
Enseguida se comprendió que era necesario regular esos precios y buscar la forma de asegurar desde el Estado una manera de acceder a las mascarillas para todas las personas del país. Esto no era una cuestión de solidaridad o de empatía. Se trataba de una cuestión de frenar una pandemia, un interés común, algo que estaba por encima del interés privado, pues ni el más rico de entre los ricos quedaba libre de morir asfixiado si el virus se continuaba propagando.
Es un ejemplo entre muchos del funcionamiento del sistema en que vivimos, el capitalismo. La sociedad queda en último término determinada por los vaivenes de los mercados. Algunos países son más liberales y creen en la permisividad total del comercio entre las empresas, otros tratan de intervenir esos mercados con normas desde los Estados, pero a fin de cuentas es el Mercado (como sujeto en mayúsculas, una especie de equilibrio global entre oferta y demanda) quien decide.
Pero ¿no íbamos a hablar de la luz? Un poco de paciencia. Si recuerdas, no hace mucho se coreaba en las manifestaciones "¡no hay democracia si gobiernan los mercados!". ¿Qué se hizo de aquel eslogan? ¿Ya no vale? ¿Estando en el Gobierno es diferente? ¿Cómo funcionan esos mercados que incluso los gobiernos no pueden con ellos?
Para entenderlo tenemos que comprender aunque sea a grandes rasgos cómo funciona ese sistema, el capitalismo. Es un asunto tan importante que incluso el propio Marx dedicó la mayor parte de su vida y su trabajo a desentrañar su funcionamiento y en ello enfocó su obra principal, El capital.
Otro ejemplo más perverso del funcionamiento del sistema lo tenemos en la propia pandemia. Las grandes empresas farmacéuticas hicieron su agosto el pasado año cuando comenzaron a anunciar que lograban avances en las vacunas. Las acciones en las grandes bolsas mundiales se dispararon, hasta tal punto que directivos de esas grandes empresas vendieron las acciones que poseían por cantidades indecentes de dinero. A estas alturas deben estar en las Bahamas tomando daikiris.
¿Por qué subieron las acciones de las farmacéuticas en bolsa? Porque sabían que era un valor seguro, en un doble sentido: porque es un producto con comprador seguro, puesto que todo el mundo va a necesitar una vacuna, pero además porque sabían que los Estados miembros de la UE y todos los países alineados con EEUU acordarían mediante contrato la compra de SUS vacunas (las de las farmacéuticas afines a EEUU) y no las vacunas rusas o chinas o cubanas, igualmente efectivas y aprobadas por la OMS, aunque estas fuesen más baratas, se almacenasen en condiciones más favorables o estuviesen listas antes. Esos contratos además eran opacos y sólo hemos conocido detalles a través de filtraciones de la prensa.
Seguramente estarás pensando, o eso espero, ¿y eso se hizo a pesar de que dependían de ello miles de vidas? Sí, en efecto, así es. Al sistema en que vivimos, el capitalismo, le importa bien poco si vives o mueres, en todo caso le interesarás si puedes ofrecer tu fuerza de trabajo, como una mercancía, y cuando no tengas fuerzas para trabajar pasarás a estar viviendo por encima de tus posibilidades.
Esto es así tanto en el capitalismo más salvaje como en el de rostro amable, tanto si gobierna el malaje de Trump como si lo hace la racializada y feminista Kamala. Variará poco de unas opciones a otras.
En el caso concreto de las energéticas también se puede distinguir esta forma de actuación por parte del sistema: en España son tres las grandes empresas que controlan el sector energético, Endesa, Iberdrola y Naturgy. Es un oligopolio (entre unos pocos controlan todo).
Las tres vienen de organismos que fueron propiedad del Estado o se beneficiaron y siguen beneficiándose del dinero público (ese dinero que no hay para las pensiones o mejorar la sanidad pública pero sí lo hay en cantidades enormes para rescatar bancos o empresas quebradas), pero luego se liberalizaron, vendiéndose al mejor postor con la excusa de que ello mejoraría la calidad del servicio.
💥Endesa, por ejemplo, pertenece en un 70% a una empresa italiana.
💥Iberdrola tiene como accionistas, entre otros, a Qatar (ese ejemplar país) o a Black Rock (una poderosísima empresa de gestión de activos radicada en Nueva York).
💥Naturgy, antes Gas Natural, sí, la de nuestro querido Felipe González, está dividida en diversos dueños y próximamente será comprada en un 20% por un fondo de inversión australiano, con el beneplácito del Gobierno (y si no es vendida será porque se opone otro de sus accionistas, La Caixa, banco que próximamente despedirá a 7.000 empleados para tener dinero con el que afrontar este tipo de inversiones).
Por si no lo sabes, un fondo de inversión es un conjunto de identidades -puede ser un particular, una empresa u otro conjunto de asociados anónimos- que se unen para realizar inversiones de manera diversificada. Esto es, para especular con acciones de empresas poniendo un poco allí y un poco allá, de manera que obtenga beneficio con esas inversiones.
Los fondos de inversión por tanto son muy interesantes para quien pueda permitirse apostar una suma elevada de dinero y sacar rendimiento con ello. A los componentes de esas sociedades les importa bien poco cómo se obtenga el beneficio o a través de quién. Su único afán es el lucro, cuanto más dinero y más rápido, mejor. Algunos fondos de inversión son tan poderosos que con su influencia pueden hacer tambalear la bolsa de un país entero.
Pero para las personas trabajadoras su efecto es devastador. Las personas trabajadoras, que supuestamente seríamos beneficiadas con una oferta empresarial más diversa, quedamos perjudicadas ante especuladores a quienes no les importa nada si ofrecen buen servicio o no. Preguntemos a las familias de quienes perdieron a familiares que vivían en residencias de ancianos privadas, cuyos propietarios son precisamente fondos de inversión con capital en Jersey o Luxemburgo.
¿Recuerdas el caso de una señora mayor que murió en un incendio provocado por las velas que usaba para iluminarse tras haberle cortado la luz por impago? La empresa que le cortó la luz, Naturgy, fue sancionada con una fuerte multa porque a la anciana se le cortó el suministro sin hacer un informe previo tal como exige la normativa. Sin embargo, Naturgy prolongó la demanda con recursos hasta lograr que finalmente fuera anulada la sanción.
En su momento también Marx y Engels terminaron con la boca dolorida de repetir que el aparato ideológico de una sociedad (los organismos políticos y judiciales entre ellos) son como son porque están sustentados sobre la infraestructura económica. Pero eso ya es apartarse mucho del tema, sigamos.
Pero si esto es así, ¿qué hacen los partidos de izquierdas al respecto?, ¿qué podemos hacer?, te preguntarás.
Llegamos a la segunda cuestión importante: ¿cuál es la actitud de la izquierda frente al capitalismo?
Para verlo antes necesitaremos profundizar un poco más (uf, sí, es pesado esto pero no hay más remedio si queremos entender) en el funcionamiento del capitalismo.
Si tienes la curiosidad de buscar ahora mismo en Google una definición de economía, verás que casi todas las entradas hablan de una "ciencia que trata la administración de los recursos disponibles, de manera que se satisfagan las necesidades de las personas" (no reírse por favor).
En esas definiciones se hace referencia además a una especie de ciclo de la economía, separado en partes o etapas, que pueden resumirse en tres:
PRODUCCIÓN-DISTRIBUCIÓN-CONSUMO
Básicamente, una mercancía es producida, después distribuida y por último consumida, en un ciclo que se encarga de cumplir esas necesidades y cuya dinámica es la fuente (eso nos dicen) de la riqueza de un país o de una empresa o un particular.
Poner el centro de atención en una u otra etapa de este ciclo no es una cuestión sin importancia. Al contrario, ello determina la actitud política.
Si te fijas, en nuestros días los gobiernos y las empresas ponen el énfasis en la distribución y el consumo. Tanto los representantes políticos como la propaganda de las grandes marcas se esfuerzan en decirnos que "hay que tener un consumo responsable". En la imagen que está debajo de estas palabras tienes un ejemplo entre miles de ese consumo responsable, que en este caso está patrocinado por Iberdrola, una de las tres patas del oligopolio español.
Otra forma de poner el énfasis en la distribución y el consumo es decirnos que el capitalismo provoca injusticias porque está mal distribuido, que hay un mal reparto de la riqueza, por avaricia o por irresponsabilidad o por lo que sea. Esta manera de entenderlo es muy extendida en los partidos de izquierda de todo el mundo, y en sus programas nos ofrecen una especie de control del mercado que, por ejemplo, propone que la economía sea circular, en especial referencia a su sostenibilidad. Siendo más ecológicos, nos dicen, más responsables, se detendrá la acumulación de la riqueza en pocas manos, se distribuirá mejor y de paso salvamos el Planeta. En la imagen siguiente tienes un ejemplo de otra de las tres patas, en este caso nuestra querida Endesa.
Esta forma de entender el modo de enfrentarse al capitalismo es la tendencia de moda hoy en la mayor parte del mundo. No es un invento nuevo, al contrario, es bastante viejo, pero ahora se reviste con ideales ecológicos, igualitarios o tecnológicos. Nosotros, como europeos, estamos alineados con esta estrategia y nuestros gobernantes nos aseguran que están empeñados en ser más equitativos en el reparto de la riqueza y en la sostenibilidad de los recursos naturales. Mirad una imagen de estos días de la Ministra de Trabajo, quien en su cuenta oficial nos explica que la Europa que merecemos (la de la Recuperación y Resiliencia con miles millones de euros de los Fondos Europeos, la de la Troika) se construirá con trabajo decente y que se hará con respeto a la Tierra y que eso garantizará el futuro de todas:
Marx y Engels se pasaron toda su vida luchando contra este tipo de interpretaciones. No es exagerado, toda su vida. Desde su juventud hasta los últimos días intentaron hacer entender que era utópico -en el mejor de los casos- pensar que sólo con buenas intenciones o elevados ideales era posible atacar al capitalismo.
Su método, que empleaba el materialismo histórico, llegaba a la conclusión de que la única manera de vencer al capitalismo era atacar donde le hace daño, donde la lucha es efectiva: en el proceso de producción.
Sólo mediante el control de los medios de producción es posible transformar el modo en que una sociedad produce su riqueza, la distribuye o la consume. Hay que atacar de raíz. Los trabajadores somos la inmensa mayoría de la sociedad. Si todos nos paramos, el sistema colapsa (se ha comprobado en esta pandemia, en la que sin trabajadores funcionando no había producción, por mucho que los abnegados emprendedores acudieran a sus puestos en las oficinas).
Esta visión del mundo fue inaugurada por Marx y Engels y tras ellos muchos autores lo corroboraron. En ello se basa la ideología de los comunistas, en el materialismo histórico y en la lógica dialéctica. Miles de autores de derechas (e izquierda también) han tratado de refutarlo y no han podido. El CAPITAL sigue siendo vigente hoy día, por muy modernos y visibilizados y ecosostenibles que seamos.
Pero entonces, ¿eso quiere decir que los políticos actuales nos engañan? Si te interesa mi opinión personal, yo diría que sí, nos mienten. Pero eso es porque soy un amargado antisocial. Vamos a dar por hecho que no, que sus intenciones son honestas y que su interés en mejorar la sociedad es sincero.
Partiendo de esta suposición, ¿qué diferencias hay entre una y otra manera de acometer o -como dicen ahora nuestros representantes- de abordar las desigualdades sociales? Veamos cuáles son los pros y contras de ambas perspectivas y con esto acabamos ya esta entrada (si has llegado aquí pídeme en observaciones algún obsequio). Es decir, poner en una especie de balanza ambas estrategias.
La perspectiva del reparto de la riqueza y del consumo responsable.
El capitalismo tiende a generar intervalos de crisis, como supo ver mi tocayo Carlos Marx, en los que la producción llega a un punto que excede la capacidad de los mercados y la economía se estanca, produciendo periodos de miseria en las masas. Esto lo vieron inteligentes economistas del sistema posteriores a Marx, entre ellos un señor llamado John Maynard Keynes.
Keynes es el autor preferido de muchos políticos conservadores y también de muchos políticos de izquierdas, entre ellos los ilustres ministros de nuestro Gobierno. Aparte de otros avances en el conocimiento económico, Keynes básicamente observó que Marx era bastante peligroso porque ponía en evidencia (visibilizaba para los modernos) que el capitalismo en estado salvaje y sin control podía destruirse a sí mismo a base de reproducir crisis sin fin. Keynes recomendó entonces que -si los capitalistas querían ser inteligentes y conservar el poder- tenían que aflojar la soga de vez en cuando y recurrir a la intervención de los Estados, mediante la aceptación del gasto público. Esto es, haciendo que el Estado pueda endeudarse, crear infraestructuras que mejoren las posibilidades de incentivar la economía, o mediante planes de empleo e incentivos al consumo.
El famoso Plan Marshall, que se refleja en la famosa película de Berlanga con la venida de los americanos, es una medida de estimulación de la economía mediante la inyección de deuda y de incentivos al consumo. El famoso PLAN DE RECUPERACIÓN Y RESILIENCIA de los FONDOS EUROPEOS, celebrados como históricos por el Gobierno de Progreso, no deja de ser otro Plan Marshall en el que la Unión Europea salva la papeleta de superar la crisis de la pandemia sin que descubran -visibilicen- demasiado las miserias del sistema.
Hay capitalistas neoliberales que son acérrimos defensores de la libertad absoluta del mercado, pero la realidad ha dado la razón a los keynesianos que entendieron bien que a veces hay que ceder para no poner en riesgo todo. Los políticos y autores de izquierdas ven en estos capitalistas keynesianos una especie de aliados potenciales en los que apoyarse para conseguir algunos logros.
En pocas palabras, esta perspectiva apuesta por un enfrentamiento al sistema que acomete reformas sociales y mejoras para las clases populares a partir de un enfrentamiento al capitalismo sobre el terreno democrático. Irónicamente es una propuesta que sobre la base de que no se puede (no es posible luchar contra los mercados y las multinacionales, es una tarea de titanes) nos asegura que sí se puede, es decir, nos promete logros probables, posibilistas, no una transformación total del sistema sino su reforma, su redistribución.
Esta tendencia tiene una ventaja sustancial y es que no es violenta, no acude a métodos radicales ni al enfrentamiento directo. Aunque en el escenario parlamentario los actores políticos parezca que se van a sacar los ojos unos a otros, todo es un teatro. Los izquierdistas que defienden una salida democrática y dialogada son perfectamente admitidos entre nosotros y su propuesta es vista por la derecha como amigable, permisible, equivocada pero no peligrosa. Las batucadas y los nuevos hippies no son vistos como una amenaza para los conservadores, sino como excéntricos idealistas que creen demasiado en postulados buenistas y utópicos.
De este modo, si prospera una alternativa reformista, puede llegar a lograr cambios y mejoras para los ciudadanos de una manera pacífica. Por contra, en cuanto la derecha reaccione y vuelva a hacerse con el mando, deshará como una ola todo el castillo de arena que sus adversarios políticos hayan levantado.
La perspectiva de la transformación del modo de producción de la sociedad.
Siguiendo la perspectiva del materialismo dialéctico, esto es, del marxismo o el comunismo, la única transformación posible y con capacidad de establecerse y perdurar es aquella que cambie el modo de producción de manera que los medios queden en posesión de la clase trabajadora.
De modo opuesto a la perspectiva reformista, obviamente la clase dominante no va a permitir que se le arrebate la propiedad de sus medios por las buenas. Si realizar una simple reforma laboral cuesta sudor y lágrimas, imaginemos cuánto debe costar arrebatar los medios por los que los poderosos se enriquecen. Es inevitable el uso de la violencia, bien en forma de enfrentamiento directo, bien a través de costosas luchas, huelgas, manifestaciones, disputas, etc.
Por poner un ejemplo actual, en las recientes elecciones peruanas, tras conocerse la victoria del candidato de izquierdas se produjo una violenta caída de las bolsas, y los personajes más conservadores del país intentaron impugnar las elecciones bajo la excusa de fraudes. Y eso que aún está por saber si el nuevo presidente será o no un verdadero político de izquierdas.
Nuestros hermanos de Cuba, por ejemplo, llevan 50 años viviendo la insufrible pesadilla del bloqueo económico del gigante yanqui porque Fidel ayudó a su pueblo a gritar ¡se acabó la diversión!
La vía socialista es la más odiada y la más temida por el capitalismo. Un pueblo decidido y consciente es su peor pesadilla. Por ello su respuesta es más enérgica y no dudan en asesinar o provocar guerras si es necesario.
¿Seríamos nosotros valientes, aunque estuviésemos convencidos de nuestros ideales, de perder la poca comodidad que tenemos por plantarle cara al capitalismo por la vía radical? Este es uno de los inconvenientes de la perspectiva comunista.
Por otra parte, estamos viendo que el capitalismo, incluso en su versión más amable, también se cobra vidas. Pregunta a los ancianos de las residencias privadas, pregunta a los que tuvieron que salir a trabajar en plena pandemia, pregunta a los sanitarios, pregunta a los que se juegan la vida cruzando el estrecho o los que prefieren suicidarse a ser desahuciados.
Esta es la verdadera factura progresista. El pago que hacemos por preferir una vida pacífica dentro del sistema. Pon tu lavadora de noche y nosotros intentaremos rebajar tu factura. Cualquier intento de darle la vuelta al sistema puede acabar contigo lavando en el río o en la lavandería del penal.
¿No somos todos los trabajadores en el fondo como la compañía de Ulises, encerrados en la cueva de Polifemo, rezando por no ser el siguiente en ser devorado? ¿Es preferible vivir en una soportable esclavitud mientras nos mantengan con vida? ¿O es mejor arriesgar a perderla pero con la dignidad de haber luchado? Es elección tuya.
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