sábado, 8 de junio de 2024

Disfrutones

Es mediodía del sábado y mi amiga N me ha convencido para salir a almorzar. Le ha costado semanas persuadirme porque siempre estoy a dos velas y me siento incómodo cuando me invitan. Orgullo de pobre. Además su propuesta es que la acompañe en una ruta de bares que ha visto en el tiktok de un individuo que se identifica como "distrutón de sevillanas maneras", cosa aborrecible dentro mi imaginario, pero con su labia me acaba arrastrando a la calle.

No seas el antisocial comunista de siempre por un día, me dice mi amiga N, que se considera apolítica y me tiene prohibido mencionar a señores con barba cuando hablamos. Ella vive en el chalet de una de las zonas residenciales del Aljarafe y su vida es la de una profesional exitosa, con merecimiento. Para colmo, mi amiga N es bética, con lo cual tenemos vetados los dos argumentos principales para rellenar los silencios incómodos. A pesar de todo no paramos de hablar. N es una de las personas más amables y buenas que he conocido, lo bastante como para soportar a un aburrido como yo.

En realidad no ha necesitado mucho para convencerme, con la proximidad de las elecciones llevaba tiempo saturado de la política, de la sucia, la que apesta a fontanería de liberados y cargos dentro de los comités. Necesitaba airearme y por unos instantes me olvido de todo mientras cerveceamos por la Alameda. Los famosos gastrobares del recorrido disfrutón están abarrotados de turistas, así que tomamos una ensaladilla aún rusa en cualquier sitio. La tarde es preciosa, de esas últimas tardes sevillanas en que todavía el calor permite estar en los veladores haciendo lo que ahora llaman "tardeo", que consiste en tomar copas y fumar cachimbas en garitos a cada cual más sofisticado. 

Paramos en un bar de cuya pared cuelga una bandera arcoiris desde la azotea a la calle, y allí pasamos de las cervezas a los gin tonics, aunque a ninguno de los dos nos gusta la ginebra, pero como no tenemos costumbre de beber pensamos que así alargaremos más las copas sin emborracharnos demasiado pronto. Quizás por la bebida o por el aroma a tabaco aliñado que flota en el ambiente, por un momento todo me parece maravilloso y la vida es bonita. Hombres pasean agarrados de la mano, en una mesa dos chiquillas se besan, hasta la música, que no he escuchado en mi vida, me resulta fantástica.

Cómo no dejarse resbalar en ese mundo del que mi amiga N es una hermosa embajadora, un mundo sin preocupaciones por el dinero, sin agobios, sin celos, cuya sustancia no es el tiempo sino el goce que uno pueda acaparar.

Seguramente ya achispado, le confieso que junto a ella me siento como el lobo estepario y caigo en la pedantería de explicarle la novela. A ella también se le ha subido la ginebra y me contesta sin venir a cuento que se considera sapiosexual porque le atraen las personas que saben ese tipo de cosas. Ella es la joven Armanda y yo el decrépito Harry Haller dispuesto a salir a bailar.

Tienes que aprender a disfrutar, me reprende N, tu prioridad debe ser siempre tú mismo, en la vida no se puede perder el tiempo en cosas que no solo no traen beneficio sino que te perjudican. No vas a salvar el mundo, además si esas cosas que escribes son ciertas, nos quedan dos telediarios para la explosión nuclear, así que aprovecha y vive.

Por un momento pienso en el camarero que nos sirve las copas, un chico latino que no llega a veinte y que debe cobrar una miseria, pienso en ese barrio, la Alameda, donde nací y me crie y que era hace no mucho un barrio obrero pero ahora nadie vive allí, todos son pisos turísticos.

Hazte un favor y no escribas esas cosas, me recrimina ella, dime dónde te vas a meter cuando venga por ti el Mossad. O cuando te llame a la puerta una pareja de civiles. 

Sé que tiene razón, que es cierto que estamos rodeados de imbéciles con poder y eso es muy peligroso, personas que antes o después tomarán represalias, que puede que los bobos como yo acabemos en la miseria o detenidos o marginados de alguna forma. Pero como el junco pensante de Pascal, que era frágil ante el poder natural que le quebraba pero era más noble por su consciencia, preferimos no darle el gusto a esa canalla de cerrar nuestra boca sin antes airear sus vergüenzas, de las que ellos quizás ni son conscientes.

Y además, qué importa cuando no tienes nada que perder, excepto una vida en la que todo es trabajar para pagar vivienda, deudas y apenas alcanza para comer sano, en la que no puedes ir al dentista o comprar ropa de verano para una hija que no para de crecer.

Nos interrumpe el sonido de su móvil. Es su marido, que la espera para recogerla pero no encuentra para aparcar en ese barrio imposible. Así que nos despedimos hasta la próxima.

Como si el castillo de princesas donde he flotado esa tarde estuviese hecho de naipes, todo se desmorona de camino a casa. A medida que me adentro en la Macarena profunda y me cruzo con los contenedores repletos de bolsas de basura, mi ánimo se desvanece. Así como el lobo estepario herido que aúlla de vuelta a su madriguera, aprieto el paso por las avenidas de bloques sucios y plazoletas inhóspitas. Me espera la subida de cuatro pisos sin ascensor y un artículo sobre dialéctica que nunca logro terminar.