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lunes, 29 de abril de 2019

El ascensor social del capitalismo


Stevie Wonder ha compuesto canciones fantásticas. Incluso a mí que soy de rock duro me gustan muchas de ellas, en especial una que se llama Sir Duke. Seguro que la has escuchado más de una vez. En la primera estrofa de este famoso tema, Stevie, con su voz increíble, canta:

La música es un mundo en sí misma,
Con un lenguaje que todos entienden, 

Con igualdad de oportunidades 

Para que todos canten, bailen y aplaudan.


Es seguro que el autor quiere hacer una metáfora sobre la universalidad de la música, pero me parece muy llamativa esa referencia a la igualdad de oportunidades.

Al parecer Stevie Wonder ha sido un comprometido activista político durante su carrera. Otra de sus conocidas canciones (Happy birthday) sirvió para establecer en los USA el día nacional de Martin Luther King, como lucha contra el racismo. Al recoger el Óscar a la mejor canción en 1984 (I Just Called to Say I Love You) dedicó el premio a Nelson Mandela. También se ha comprometido con los derechos de las personas con discapacidad. Es declarado seguidor, asimismo, del ex presidente Obama. 

El detalle que me escama es el siguiente. La música, incluso en el mundo ideal y ajeno a lo político, está determinada por las circunstancias: no todos tenemos la misma voz, por ejemplo, ni la misma gracia para bailar, ni tampoco los oyentes se encuentran en las mismas situaciones de ánimo cuando escuchan una canción, por muy mágica que sea. 

El caso de Stevie Wonder es especialmente significativo. Nació privado del sentido de la vista por complicaciones a causa de su nacimiento prematuro. Separada del marido y cargada con su bebé ciego de nacimiento y los hermanos, la madre se trasladó a Detroit donde pudo llevar al pequeño Stevie a una iglesia para que participase en el coro. Allí el niño tuvo ocasión de demostrar que poseía un don natural para la música tocando instrumentos como el piano, la batería o la armónica y de este modo fue descubierto por agentes musicales con sólo once años. 

Además, que su madre escogiese Detroit y no otra ciudad fue algo decisivo. En esta ciudad, una de las más populosas y prósperas de los USA (conocida como la ciudad del motor -Motor Town- por su industria automovilística, con empresas como General Motors o Ford), tenía su sede el sello discográfico Motown. La Motown fue la discográfica principal de la música negra norteamericana, cuna de artistas como Marvin Gaye, Diana Ross, los Jackson Five o Lionel Richie.

Así pues, la pregunta es ¿habría pensado igual el bueno de Stevie sobre la igualdad de oportunidades si no hubiese tenido acceso a un coro cerca de casa y en la ciudad con la mayor discográfica en el momento en que estallaba la moda de la música negra? 

¿Qué habría sido de aquel niño, a pesar de todo su talento, siendo negro y ciego en los USA? 

Si se supone que todos nacemos en igualdad de oportunidades, libres de encauzar nuestra vida, ¿de qué depende entonces la diferente fortuna de cada individuo?

Por increíble que nos parezca, en pleno siglo XXI encontraremos respuestas a estas preguntas que no están muy alejadas del mundo imaginario de videoclip musical que ha servido de introducción en esta nota. Esas respuestas hacen referencia al esfuerzo personal, al trabajo duro, al emprendimiento individual, al carácter positivo, a ascensores sociales, etc.

Pero, como repito a menudo en este blog, la realidad es tozuda y se empeña en desmentir esas creencias. Observa este titular que salió en los medios hace unas semanas:


¿Qué ha ocurrido con el ascensor social en Florencia? ¿Era un ascensor mágico y sólo funcionaba para los Médici? ¿Son los trabajadores florentinos especialmente vagos e indolentes y nunca quisieron tener la cultura emprendedora y positiva?

La enojosa realidad nos trae estos otros dos titulares recientes:

Un observador medianamente razonable entendería que tras estas diferencias se esconden otro tipo de motivos más terrenales que los principios del esfuerzo y la superación personal.

Tampoco basta una explicación basada en "ascensores sociales", que se limite a interpretar la situación social de una persona en la mera exposición de sus circunstancias, sin relacionarlas entre sí. No se trata solo de errores en la educación y fracaso escolar, ni tampoco de crear planes contra el paro. Los expertos llegan a hablar de "suelo pegajoso" en referencia a la dificultad de algunas personas para "ascender" a un nivel de vida superior.

Existe una manera de entender este proceso más desarrollada. Frente a la manera de explicar el mundo que antepone la importancia de las ideas (los ideales, las motivaciones religiosas o políticas) o la actuación de determinados personajes (los personajes protagonistas de su propia historia), la razón y la simple observación de la realidad nos hace sugerir que existe un modo de organizar las sociedades en las que vivimos y que este modo de organizarse viene condicionado por las circunstancias materiales.

En el famoso prólogo de uno de sus textos anteriores y preparatorios de El Capital, Contribución a la Crítica de la Economía Política, Marx escribió:


"en la producción social de su vida los hombres establecen determinadas relaciones necesarias e independientes de su voluntad, relaciones de producción que corresponden a una fase determinada de desarrollo de sus fuerzas productivas materiales. El conjunto de estas relaciones de producción forma la estructura económica de la sociedad, la base real sobre la que se levanta la superestructura jurídica y política y a la que corresponden determinadas formas de conciencia social. El modo de producción de la vida material condiciona el proceso de la vida social política y espiritual en general. No es la conciencia del hombre la que determina su ser sino, por el contrario, el ser social es lo que determina su conciencia."

Esto es, son los medios materiales los que sientan la base sobre las que se crea la coyuntura en la que vivimos. También nuestra manera de ver el mundo, nuestra ideología, nuestras ideas religiosas e incluso el arte está mediado por esa materialidad, no al revés. No es nuestra actitud ante la vida la que hará que seamos prósperos viajeros del ascensor que sube, ni la fe por sí misma nos despegará del pegajoso suelo de la pobreza.

No es posible entender una sociedad sin tener en cuenta sus circunstancias económicas y políticas. El materialismo histórico muestra que la estructura económica de la sociedad está siempre presente en la vida de cada individuo. La sociedad, vista desde una perspectiva dialéctica y más correcta que el enfoque capitalista, debe observarse como un conjunto, una inmensa trama de influencias que componen un tejido amplio en el que cada hilo está relacionado con el resto. Los individuos no son entes aislados, todos pertenecen a un sector social y las fuerzas económicas y políticas actúan haciendo que ese sector se desarrolle o bien frene y quede estancado. 

Por mucho que moleste a nuestros amigos de los ascensores sociales, la libertad en la que supuestamente vivimos no es tanta como para pretender que todos nacemos iguales y que todos disponemos de igualdad de oportunidades, ni la economía se mueve de manera independiente y libre sin condicionamientos.

Visto así, la igualdad de oportunidades del bueno de Stevie ya se aprecia de otro modo, al igual que encontramos explicaciones más válidas para la situación de los vecinos sevillanos del Polígono Sur y los florentinos que no decidieron nacer de la estirpe de los Médici. ¿Verdad?