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sábado, 11 de enero de 2020

¿Qué significa ser comunista?



Prometo que no es invent. Mi hija tendría unos tres añitos y empezaba a parlotear frases. Caminábamos de noche por la avenida principal de Mairena, su cabeza apoyada en mi hombro. Cuando pasamos frente a la sede del Partido, cerrada a esas horas, escuché su vocecita decir: mira, papá, el "pueblo unido" está dormido. 

Comprendí que en su cabecita había mezclado imágenes de la famosa canción del grupo Quilapayún (que yo solía ponerle en el móvil) en un video montado con imágenes que también habría visto en los pósters de la sede. Desde entonces hasta ahora, cuando hay algún acto o alguna manifestación, ella me pregunta si voy al "pueblo unido". 

A su manera infantil había dado una definición muy simple pero bastante cercana a lo esencial, el comunismo podría definirse básicamente en el pueblo unido. Sería una breve definición desde un punto de vista amable. Con la reciente formación del nuevo gobierno se ha disparado el uso de esta palabra en los medios y las redes sociales. El "gobierno comunista" hará esto o lo otro, dice la gente, ciertos medios hablan de las consecuencias del comunismo y que supuestamente viviremos en España a partir de ahora.

Pero ¿es correcto el uso del término "comunista" en ese contexto? Algún lector podría pensar que hoy día se han perdido tantos derechos y hemos sufrido tantos recortes que una simple subida de impuestos o una ayuda a un sistema público se aprecia como comunismo. Es cierto que el significado de las palabras varía con el uso popular. Pero debe haber alguna manera  más precisa de definirlo.

Si saliéramos a la calle en este mismo momento y preguntáramos micrófono en mano como un reportero a la gente que pasa, posiblemente obtendríamos definiciones no tan amables. El ciudadano medio, instalado en un cómodo espejismo apolítico (ni de izquierdas ni de derechas), tiende a un concepto del comunismo que mezcla desconocimiento y propaganda. 

Me apuesto a que en una pequeña encuesta callejera encontraríamos definiciones que oscilarían entre una idea del comunismo similar a una "bella utopía bienintencionada pero que acaba en totalitarismo y coarta la libertad" hasta una "doctrina que fomenta la miseria y el caos".


Dentro de las definiciones catastrofistas, frecuentes en nuestros sensatos políticos demócratas del centro moderado, pongo al azar un ejemplo de ayer:

Tal como esta víctima del perverso comunismo cubano y #freedom-fighter a tiempo completo, muchos pensadores actuales comparten un concepto de los comunistas semejante: seres despreciables, grises, fastidiosos, intolerantes, cargantes, retorcidos, envidiosos, mostachudos, insidiosos, mediocres, lascivos, holgazanes, resentidos, colaboradores de regímenes que causan hambre y miseria en el mejor de los casos y en su peor versión cientos de millones de muertes por todo el planeta. 

Bien. Hay que reconocer que en algo sí tienen razón. Los comunistas suelen ser personas muy puñeteras, muy quisquillosas. Hacen demasiadas preguntas. Siempre andan cuestionando todo,  incluso lo más sagrado y establecido. De todo cuanto oyen y ven preguntan: ¿a quién beneficia esto o aquello?, ¿por qué motivo?, ¿desde cuándo es así?, y otras preguntas capciosas. Recuerdan a esos niños repelentes a quienes se les acaba de regalar un juguete y, apenas unas horas después, ya los han roto para averiguar qué es lo que hay dentro.




Si tuviera que elegir mi definición de comunista preferida, tomaría una frase del "libro de cabecera" de los comunistas, que es su Manifiesto (siempre es un buen consejo, amigos, cuando se trata de saber sobre algún tema, acudir a las fuentes originales). En este blog ya hemos hablado mucho del Manifiesto del Partido Comunista y puedes repasarlo buscando bajo la etiqueta manifiesto.


En este libro fundamental para entender nuestro mundo y que seguro los trabajadores hemos leído todos (ejem), hay un apartado que trata sobre las relaciones entre los comunistas y los proletarios (currantes). Allí, Marx dice: los comunistas no forman un partido aparte de los demás partidos obreros, no tienen intereses opuestos, ni proclaman principios especiales. Los comunistas sólo se diferencian de los demás partidos en que, en cualquier lucha o cualquier momento o país, saben distinguir y hacen valer los intereses de la clase trabajadora.

Así pues, los comunistas se definen por su capacidad para distinguir cuáles son los intereses de la clase trabajadora.

Un lector perspicaz diría entonces ya está, denme mi carnet del Partido, ya me lo gané, cualquiera sabe qué es lo que interesa a los trabajadores. Bueno. No nos emocionemos tan pronto. En realidad saber distinguir los intereses de la clase trabajadora en una determinada situación no es tan sencillo. De hecho a veces es bastante complejo y necesita un análisis elaborado.

¡Sí, hombre!, responde el lector perspicaz, si está bien claro. Veamos un par de ejemplos para averiguar si es tan sencillo o no. En primer lugar, observemos que esta definición da por hecha la existencia de la clase trabajadora (parece obvio pero hoy día no lo es tanto, incluso para muchos compañeros de lucha). 
Un video con miles de visualizaciones que pretende demostrar el fracaso del comunismo según su "éxito". No dicen nada del éxito del sistema que defienden y que es hegemónico en la actualidad, el capitalismo, en el mundo cruel y horrible que vivimos.


Por ejemplo, supongamos que en una reunión de amigos trabajadores escuchamos la noticia de que tal o cual gobierno va a reducir los costes de alguna administración para ahorrar y dar ejemplo de austeridad. Todos los amigos trabajadores convienen en que eso es bueno. Pero ahí es donde el resabiado y odioso comunista salta como un resorte y exclama: es bueno... ¿para quién?

Y todos volverán la vista y pensarán jodido comunista amargado. Pero pensemos, esa austeridad ¿a quién se aplicará? ¿Se llevará a cabo reduciendo puestos de trabajo o salarios? ¿Recortará servicios públicos que ofrecían soluciones a quienes los necesitaban? Y en ese caso, ¿sale favorecido el trabajador o los propietarios de empresas privadas? 

Viéndolo así, la perspectiva cambia. Otro ejemplo: un grupo de parados escucha que un empresario propietario de una multinacional anuncia que abrirá una sucursal en nuestra ciudad. El medio informativo comenta que gracias a la iniciativa emprendedora de ese empresario, la ciudad será más rica. Los parados festejan la noticia. Pero de nuevo el comunista entrometido sale de detrás de la cortina y grita: ¿gracias a quién crecerá la riqueza? Gracias al empresario, que arriesga sus medios, contestan los otros. Pero entonces -insiste el cargante rojo-, si en esa sucursal los obreros se ponen de huelga, ¿por qué deja de producir y de dar beneficio si la riqueza la crea el empresario y no los trabajadores? ¿Por qué el empresario con su riesgo y sus medios no produce nada si no hay obreros? ¿Quién crea la riqueza entonces? 



De nuevo, esta otra manera de ver la realidad nos da una perspectiva distinta. No es tan sencillo como parece, ¿verdad? La pregunta entonces es por qué resulta tan difícil saber distinguir los intereses de la clase trabajadora.

La respuesta viene de nuevo de manos de nuestro amigo Carlitos Marx (el que no era de los hermanos Marx): la ideología dominante es la ideología de la clase dominante. La clase dominante -la que posee la riqueza y los medios para producirla- no se conforma con la supremacía económica sino que necesita además poseer todo el aparato que crea la ideología -la conciencia, el modo de pensar y entender la vida- de la sociedad.

De este modo la clase dominante, teniendo los trabajadores la mentalidad que defiende sus intereses y no los de su clase, no sólo se asegura la superioridad económica sino que se asegura además su continuación, el medio en que se transmitirá a las sucesivas generaciones, haciendo estable el sistema social que les beneficia.

La mala noticia, por tanto, es que no es tan fácil como parece. La buena es que aprender a hacerlo está al alcance de nuestras manos. Y que esa manera de entender la realidad conduce a una verdad que contiene un gran poder: las enseñanzas de Marx son todopoderosas porque son ciertas, dijo nuestro amigo Lenin en un librito que puedes repasar aquí y que viene al pelo para iniciarse en ese conocimiento. 

Bertolt Brecht escribió que el camino de la verdad, esto es, el camino que debe seguir un comunista informado y que quiera ayudar a sus compañeros, tiene tres requisitos:

- ser valiente para decir la verdad (no siempre es fácil)

- tener la inteligencia para descubrir la verdad (formarse y formarse y nunca parar de informarse).

- hacer de la verdad un arma, es decir, transmitirla, difundirla a otros trabajadores, por ejemplo militando o  colaborando con las agrupaciones o manteniendo contacto con otros comunistas.

Leer, informarse no sólo de la actualidad sino de nuestra historia, aprender a observar como lo haría un científico, esas son las tareas, no conformarse con la realidad paralela que nos aportan los medios. Y ser valiente, aportar nuestro granito de arena. Duro pero necesario. Es el único modo para que los trabajadores logremos ese objetivo, ser el pueblo unido.

Salud.

Entradas del blog relacionadas con este tema y que pueden interesarte:
- tres fuentes integrantes del marxismo, Lenin te resume lo que deberías leer, gracias Vladimiro

- para leer el Manifiesto para comprender a Carlos y Fede y su manifiesto

- sobre la ideología dominante y la perspectiva materialista del socialismo científico, la ideología alemana

lunes, 14 de enero de 2019

El compromiso político de los cronopios

Portada de la novela gráfica de Julio Cortázar, Fantomas contra los vampiros multinacionales

Vivimos tiempos en los que los artistas e intelectuales de moda se preocupan enormemente por los derechos humanos cuando miran a Venezuela, pero al mismo tiempo callan ante las decenas de sindicalistas asesinados en Colombia (según datos de la Defensoría del Pueblo, entre el 1 de enero de 2016 y el 22 de agosto de 2018 fueron asesinadas 343 personas por motivos políticos en Colombia).

Son tiempos por tanto de gran fariseísmo. Siempre ha existido esa falsedad, claro, pero si se supone una capacidad de los autores y pensadores por acceder a la cultura y a la información -es decir, no son personas sospechosas de ignorancia o desidia-, con más motivo en nuestros días de artefactos electrónicos e inmediatez de las redes sociales podemos pensar que ese grado de hipocresía es de un nivel considerable.

No debe extrañarnos. El dominio de la ideología políticamente correcta conduce al rebaño como perro pastor  hacia el redil hasta a los artistas más rebeldes. El escritor que quiera ver su nombre en el suplemento cultural del periódico en el que toda la "clase media" elige su próximo disco y el siguiente restaurante premiado a visitar, no tiene más remedio que rendir pleitesía a la ideología dominante. De otro modo le espera el ostracismo mediático, la autopromoción con editoriales tramposas y las tournés con ejemplares bajo el brazo. 

Las ovejas negras ya no son fusiladas, como en aquel minicuento de Monterroso. Hoy son compradas y seducidas por el brillo de las vanidades. Pocas son las voces que contradicen esta norma. Por eso y porque me da la gana quiero subir al blog esta entrada sobre uno de mis escritores favoritos, Julio Cortázar. 

Don Julio en La habana, ya barbudo.

Si uno se mete a averiguar en san Google sobre la conocida relación de Cortázar con los gobiernos de izquierdas y, en especial, con la Revolución Cubana, podrá comprobar que es necesario avanzar varias páginas de resultados hasta hallar alguno que no explique este compromiso del autor en los motivos más peregrinos: enajenación doctrinaria, deseo extravagante de llevar la contraria, candidez utópica, confusión estética... Pocos tienden a buscar la explicación más simple: por convicción ideológica.

Los expertos distinguen en la vida del escritor argentino tres etapas. Una primera de juventud en su tierra natal, una segunda en Europa a la que corresponde su obra más famosa, Rayuela, que le introdujo de pleno en el fenómeno del boom latinoamericano, y una última etapa que algunos críticos consideran de decadencia, entre otros motivos por estar "politizada".  En 1963 es invitado a Cuba para formar parte del jurado del Premio de las Américas (un premio literario que se celebra en La Habana desde el 60 hasta la actualidad) y al parecer este viaje le emociona vivamente: "un mes ahí y ver, simplemente ver, nada más que dar la vuelta a la isla y mirar y hablar con la gente, para comprender que estaba viviendo una experiencia extraordinaria".



¿Hasta qué punto llegó el compromiso político de un escritor de fama mundial, hijo de familia acomodada, cosmopolita y de refinados gustos, crítico de Jazz y excelente traductor de francés e inglés?

En sus propias palabras: "estaba en Francia cuando la guerra de liberación de Argelia y viví muy de cerca ese drama que era al mismo tiempo y por causas opuestas un drama para los argelinos y para los franceses. Luego, entre el año 59 y el 61, me interesó toda esa extraña gesta de un grupo de gente metida en las colinas de la isla de Cuba que estaban luchando para echar abajo un régimen dictatorial".

No sería la Revolución Cubana la única relación de Cortázar con la política. Visitó en 1970 Chile para manifestar su apoyo a Salvador Allende. Donó los derechos de una de sus obras, Los autonautas de la cosmopista, escrito junto con su esposa Carol Dunlop, a la Nicaragua sandinista. Dedica algunas de sus obras a temas relacionados con la militancia revolucionaria, como el Libro de Manuel o la curiosa novela gráfica Fantomas contra los vampiros multinacionales, en la que de manera novelada difunde su participación en el Tribunal Internacional sobre Crímenes de Guerra o Tribunal Russell-Sartre, un organismo público establecido por los filósofos Bertrand Russell y Jean-Paul Sartre, que se encargó de investigar la  intervención militar de EE.UU. en Vietnam. Derechos de otras de sus obras serían cedidos también para ayuda a presos políticos de su Argentina.

Es decir, puede verse que la intención política de Cortázar iba más allá de la simple firma del típico documento de adhesión o de la declaración bienintencionada de un personaje público. No se trata sólo, por tanto, del fugaz deslumbramiento ante la figura carismática de Fidel Castro que pretenden vendernos los diversos artículos que se leen en la red. 

Supongo que el hecho de haber elogiado precisamente a Castro y al Che (uno de sus cuentos, Reunión, que puedes leer en el libro de cuentos que a mi gusto es el mejor de Cortázar, Todos los fuegos el fuego, trata sobre el desembarco del Che en Cuba) contribuyeron desde entonces a crear una sombra de rencor hacia el genial escritor. El odio que esta pequeña isla caribeña produce en el mundo capitalista se extiende a quienes osen manifestarle su apoyo, como si el criminal bloqueo económico se extendiese igualmente al aspecto cultural.

Por si algún lector que haya llegado hasta aquí se lo pregunta, sobre el manifiesto del Caso Padilla (poeta encarcelado durante poco más de un mes, acusado de difundir infamias contra la revolución; poco después el mismo Padilla confesaba sus difamaciones), encuentro que la fuente de las fuentes de nuestros días, la Wikipedia, es inexacta y no dice toda la verdad. Es cierto que Cortázar firmó en un primer momento una carta dirigida a Fidel en la que numerosos intelectuales (entre ellos Sarte, Goytisolo, Octavio Paz, Rulfo, Sontag, Beauvoir) le pedían que observase las circunstancias de la detención. Al no tener una respuesta positiva, los intelectuales redactaron una segunda carta, más vehemente, que en este caso algunos se negaron a firmar. Fue el caso de Cortázar y de Gabriel García Márquez. 
Cortázar, disfrazado de vampiro, bromea a Gabriel García Márquez.

El autor de Rayuela con motivo de las disputas de las confesiones de Heberto Padilla, escribió su “Policrítica en la hora de los chacales”. El chacal principal en el mundo, según el poema, era el capitalismo, en complicidad con la mayoría del resto de los países de América Latina. “El pobre Julio, por esa pendiente, terminará haciendo cosas tristes”, comentó en esos años Mario Vargas Llosa (1). Sabemos hoy  los españoles -el tiempo pone a cada uno en su sitio- quién hizo las cosas tristes. 


1. Cortázar y Cuba,  Jaime Perales Contreras, Georgetown University (enlace). 



lunes, 12 de noviembre de 2018

Tranquilos, no estamos en un régimen comunista

Desde aquel "tranquilos no soy comunista" no veíamos unas declaraciones dignas del premio anticomunista del año como las de la Ministra de Trabajo, Magdalena Valerio, quien en referencia al caso Alcoa espetó ayer lo siguiente:


Las declaraciones (literalmente "no estamos en una economía estatalizada, cómo intervenir la empresa, no estamos en un régimen comunista"), que puedes consultar pinchando este enlace, son en mi opinión tan alucinantes que merecen ser analizadas punto por punto:

1. La multinacional americana productora de aluminio Alcoa anunció el mes pasado el cierre de sus plantas de La Coruña y Avilés, tras haber triplicado las pérdidas con respecto al año anterior.

2. El cierre de las plantas gallega y asturiana supone el despido de 700 trabajadores.

3. La empresa era antes de participación pública, se llamaba Inespal (Industria Española del Aluminio) y fue vendida a Alcoa en 1998 bajo el mandato de Aznar, en unas condiciones muy ventajosas, sus plantas habían sido modernizadas poco antes y sus cuentas anuales daban beneficios (comprobar aquí).

4. La empresa ya privatizada ha sido la mayor beneficiaria de las ayudas llamadas subastas de interrumpibilidad, una especie de rebajas en la factura eléctrica que suponen el descuento de cientos de millones de euros.

5. Pese a esos evidentes favores a la privatización, y pese a significar el despido de cientos de personas, la ministra considera que intervenir una empresa es propio de "regímenes comunistas".

6. La ministra pertenece, para más inri, a un partido que dice ser "socialista y obrero". Y su cartera es de...trabajo!

7. La Constitución de 1978, esa que se reforma o se aplica según convenga, dice en su artículo 128: "Se reconoce la iniciativa pública en la actividad económica. Mediante ley se podrá reservar al sector público recursos o servicios esenciales, especialmente en caso de monopolio y asimismo acordar la intervención de empresas cuando así lo exigiere el interés general."

8. Incluso durante gobiernos socialdemócratas anteriores se han nacionalizado empresas y no había tanto escándalo neoliberal.

Por tanto, un trabajador que observe la jugada vista por el VAR, puede llegar sin mucho esfuerzo a las siguientes conclusiones, que la ministra "socialista" sirve en bandeja:

-- El comunismo es una ideología terrible que tiene el pernicioso fin de proteger a los trabajadores por encima de intereses privados.

-- El comunismo, incluso el verdadero socialismo, ese régimen nefasto, supone lo contrario a privatizar empresas, lo contrario a beneficiar con dinero de todos a intereses privados (recordemos que en España se ha dedicado dinero de las pensiones a rescatar autopistas privadas), supone dedicar la riqueza común a mantener la vida y los derechos de la clase trabajadora.

-- Por tanto, lo opuesto al terror comunista, la libertad de poder comprar empresas, la alegría de ser despedido, el audaz emprendimiento de beneficiar a empresas privadas con ayudas estatales, es lo opuesto al comunismo, y esa ideología tiene un nombre:
 C  A  P  I  T  A  L  I  S  M  O

jueves, 5 de octubre de 2017

Las perversas intenciones de los comunistas

Ayer una televisión local entrevistaba a mi agrupación sobre nuestro modesto ciclo de actos culturales, organizado en recuerdo de la Revolución de Octubre, y una de las preguntas fue la inevitable "¿qué opinan de las muertes  y la represión causadas por los bolcheviques?". 

Aunque como militantes ya estemos acostumbrados a situaciones previsibles como ésta, no deja de ser muy chocante. 

¿Imaginan, por ejemplo, que en el acto público de una hermandad religiosa sobre la celebración de un aniversario señalado  se le ocurriese a un periodista preguntar acerca de la Santa Inquisición o la pederastia?  A ningún profesional que quisiese conservar su puesto de trabajo se le ocurriría.

La leyenda negra establecida sobre todo lo relacionado con el comunismo permite que sea moneda común en la opinión pública la crítica peyorativa e injuriosa, a veces velada y otras veces sin disimulo. Incluso en determinados ambientes es obligatorio y preceptivo manifestar el rechazo al comunismo si se desea prosperar.
Red Son es un famosa historia de DC Comics que imagina el destino de un Supermán que en lugar de caer en Kansas hubiese caído en la Unión Soviética. Con su uniforme grisáceo, reúne todos los topicazos populares del comunismo: pobreza, autoritarismo, crueldad, miedo, represión, etc etc.

Supongamos por un momento que esa leyenda negra del comunismo tuviese algún fundamento. Sabemos que en realidad se basa en la rumorología y que su origen es la propaganda fascista de corte goebbeliana. Pero probemos a admitir que tuviese algo de razón. ¿Qué supondría esto?

El razonamiento que manejan los censores del comunismo viene a ser de este modo:
El capitalismo es un sistema que provoca ciertas injusticias, que es imperfecto y a veces causa daños "colaterales", pero que al final funciona y mediante una mano mágica equilibra las situaciones y pone a cada uno en su sitio. Es el sistema menos malo.
El comunismo es una bella utopía de igualdad y justicia que como teoría puede ser entrañable pero que al aplicarse en la realidad causa muerte y destrucción. 

Cartel de la Democracia Cristiana de los años 40, salvando a las madres de los rojos comeniños. De los actuales democristianos italianos han surgido perlas como Silvio Berlusconi.

Si desarrollamos este razonamiento, podemos deducir que: 
La bondad del capitalismo consiste en un reparto de la riqueza a través del predominio de unas pocas manos que concentran el capital, cuyos sobrantes caen sobre quienes colaboran con ellos. Aunque esto no impide que los daños colaterales causen entre otras circunstancias: hambre en los países destinados a ser patio trasero de los estados poderosos, mortandad infantil por inexistencia de sistemas sanitarios equitativos, guerras en nombre de la religión, fronteras y pateras con miles de ahogados, paro, marginación racial o de género, analfabetismo por carencia de educación pública, desahucios, recortes... entre otros pequeños inconvenientes del mundo capitalista en que vivimos.
Por contra, las aviesas intenciones de los cuadros comunistas, que siembran la muerte y el totalitarismo, se basan en iniquidades y actos terroristas del estilo: sanidad universal pública y gratuita, educación popular y libre, viviendas asequibles, pleno empleo, igualdad de la mujer, cooperación internacional... sólo por citar algunas de las infamias pretendidas por los rojos.


En fin, ironías aparte, es evidente que esta satanización del socialismo científico (como lo llamaba Engels para diferenciarlo del socialismo utópico, que es bienintencionado pero inocuo para el Capital) tiene un claro objetivo: impedir que las ideas emancipadoras de la clases populares puedan penetrar en el pensamiento de los trabajadores, de manera que perdure en el tiempo el dominio del pensamiento que permite la dominación de unas clases sobre otras y nunca jamás su liberación.

Pensad en ello, por favor. 



miércoles, 28 de septiembre de 2016

Maus, de Art Spiegelman

Uno de los pocos cómics que tiene la biblioteca de mi pueblo es esta edición de Maus (Art Spielgman, editorial Reservoir Books, 1980) y gracias al servicio de préstamos he podido leer esta obra que conocía por referencias y sus buenas críticas pero no había podido hojear hasta ahora.

Como dice una reseña en la contraportada de la edición que leí, nada menos que de Umberto Eco, la lectura es de esas que te atrapan y te mantienen en una contínua afluencia de sentimientos. Pese a la intencionada sobriedad con la que está contada la historia y a la sencillez de trazos y detalles que caracteriza al cómic underground, la historia está magníficamente contada y sabe transmitir con fuerza numerosos sentimientos. Además, Spielgman hace gala de originales recursos gráficos en la disposición y en la presentación de los personajes, en las elipsis y los diálogos, que llevan en volandas la ya de por sí interesante historia.

Reconozco que soy una persona incapaz de soportar las escenas violentas, en especial cuando se refieren a niños. Las famosas películas El pianista o La lista de Schindler nunca acabé de verlas. Este cómic contiene todas las historias de horror que hemos oído sobre el Holocausto: las matanzas arbitrarias en la calle, los asesinatos de niños a golpes, las cámaras de gas, etc. Esto hace que para una persona con problemas para tolerar la violencia sea un poco difícil la lectura, aunque el morbo por saber hasta dónde puede llegar la maldad te hace continuar.

Sin duda como narración de los espantos que sufrieron quienes conocieron la barbarie fascista de esos años es un documento sensacional, que incluye las anécdotas vividas por el padre del autor, superviviente del campo de Auswitch, de ahí el subtítulo Una historia de supervivencia.



Hay un par de aspectos que me llamaron la atención de Maus, por los que escribo esta entrada.

Aclaro que el autor especifica que es exactamente eso, una historia sobre supervivencia, y que es evidente que no está enfocada como relato sobre el Holocausto únicamente sino que incluye las vivencias personales posteriores a aquellas experiencias. Pero ciertos detalles chirrían al lector que no sea imparcial políticamente y en especial antifascista.

En las pocas referencias que hay en la narración sobre personajes comunistas (en eso se equipara a las películas más famosas sobre el tema, en las que las referencias al comunismo o a la URSS son nulas), estos no salen bien parados. 
Hacia el inicio de la novela, la esposa del protagonista es engatusada por un vecino que la mete en un lío por traducir documentos de comunistas.



Más avanzada la narración, el protagonista tiene un encargado dentro de uno de los campos de concentración que es comunista y se deja sobornar a cambio de comida.




En el final de la historia, cuando los alemanes se ven obligados a replegarse y se acerca el final de la guerra, el narrador comenta, de pasada, que la esposa del protagonista, que aún permanecía en un campo cercano a Auswitch, es liberada por "los rusos". El propio protagonista es liberado por los americanos, con quienes se encuentra en las calles. Ninguna referencia a los verdaderos liberadores de Auswitch y vencedores de la guerra, el Ejército Rojo.



En fin, supongamos que Maus, aunque hubiese mostrado una mejor idea de los comunistas o hubiese referido la importancia del ejército soviético en la liberación de los campos de exterminio, habría seguido mereciendo la cantidad de premios que recibió, como el Pullitzer o el premio literario de Los Angeles Times.

Muy interesante lectura, disponible en la biblioteca pública de Mairena del Alcor.

domingo, 7 de agosto de 2016

Los comunistas comparten el bocadillo

No soy un experto en cine y si tuviese que redactar una crítica sobre la película "Trumbo" (Trumbo. La lista negra de Hollywood.  Jay Roach, Estados Unidos, 2015), mi impresión sería positiva y coincidiría con las buenas impresiones que pueden leerse en la prensa española (excepto en el ejercicio rocambolesco que realizan algunos medios, incluso de los considerados de izquierdas, emulando a un juego del tabú en el que las palabras prohibidas son comunista, macarthismo o lista negra y sobre todo en la trivialidad con que se trata a los ideales comunistas, como se comentará al final de esta misma entrada: ¿comunistas en el cine? Sólo si son buenos o arrepentidos como Ninotchka; el comunista malo, al igual que en la política de nuestros días, no tiene cabida en el cine).

Cartel de la película

La película es muy entretenida y conmovedora en algunos momentos. Destaca el magnífico trabajo de Bryan Cranston (el inolvidable Walter White de Breaking Bad) y el de excelentes actores como Hellen Mirren o John Goodman y el cómico Louis C.K.).



Dalton Trumbo fue un guionista de cine perseguido por el macarthismo (uno de los Diez de Hollywood). Se vio obligado a testificar ante el Comité de Actividades Antiamericanas, dentro de la cruzada americana contra lo que consideraban elementos comunistas en la industria del cine. Trumbo, tras pasar una temporada en la cárcel por negarse a dar el nombre de sus compañeros y ser considerado una amenaza para el sistema americano, se vio obligado a usar seudónimos en sus trabajos. Entre sus películas destacan Johnny cogió su fusil, Vacaciones en Roma y la maravillosa Espartaco.


Ciudadano indignado participando en un acto del Comité de Actividades Antiamericanas.
"El único comunista bueno es el comunista muerto", se lee en su pancarta de la época.



¿Podríamos decir que Trumbo y los Diez de Hollywwod, así como las personas anónimas que sufrieron la persecución, la censura, la marginación y la ira de los norteamericanos eran comunistas y por tanto representaban una amenaza para el capitalismo?  
Trumbo seguramente fue un hombre culto, con una mente sensible, una personalidad creativa y observadora a quien no le pudiesen pasar desapercibidas las injusticias que contemplaba a su alrededor. Posiblemente esa sensibilidad y ese sentido de la justicia le llevasen a participar de manera activa en las acciones sindicales que se produjesen en el ámbito de la industria cinematográfica. Cabe destacar que fue uno de los intelectuales norteamericanos que defendieron públicamente la legítima causa republicana durante la Guerra Civil Española. Como personaje destacado en su momento (siempre fue muy valorado como gran guionista por sus compañeros) la estupidez y la barbarie capitalista del macarthismo le escogieron como diana de sus iras, junto a otros intelectuales y artistas de la talla de Arthur Miller, Charles Chaplin o Dashiell Hammet. Trumbo tuvo la valentía y la honestidad de mantener firmes sus ideales durante toda su vida, consiguiendo incluso el reconocimiento de la Academia de Hollywood en sus últimos años.

Dalton Trumbo testificando ante el Comité de Actividades Antiamericanas



El espectador que se precie de ser comunista (o aprendiz como el que suscribe) experimentará la alternancia de sentimientos encontrados durante la contemplación de este interesante filme. 
La identificación con los perseguidos por la censura habitual del capitalismo o las emotivas situaciones que se producen al encajar la vida familiar con las complicaciones de la militancia, ceden su sitio a un leve desencanto cuando nos damos cuenta de que la cinta no deja de tratar al comunismo con la trivialidad habitual en el cine desde Ninotchka hasta nuestros días.

Pongo como ejemplo una escena, en los inicios de la película, en la que Trumbo, ya señalado por el Comité de Actividades Antiamericanas como traidor, es asaltado delante de sus hijos por un espectador iracundo, que le arroja un vaso de coca-cola. 
Ya en casa, la hija de Trumbo, de unos diez años, mantiene con su padre esta significativa conversación:






Justo tras este diálogo, la pequeña continúa preguntando al padre sobre el significado de ser comunista. Trumbo le contesta que para averiguarlo la someterá a la "prueba oficial". La escena, que no deja de ser emotiva (qué comunista que sea padre no puede caer en la sensiblería y conmoverse un poco en este pasaje) , es reveladora en este aspecto que queremos señalar:







¿Es esta imagen dulcificada del comunismo lo máximo que puede permitir la industria del cine norteamericano -ya ajena, se supone, a los días del macarthismo- para una cinta que pretenda tener éxito en las salas? 

¿O quizás en aquellos años, con la tensión de la guerra fría y la "amenaza" de la Unión Soviética, la persecución abierta y despiadada era necesaria, pero ya no en nuestra época en la que el sistema se esfuerza a diario en identificar socialismo con la actitud de un buen samaritano?


Decía Lenin en el inicio de El Estado y la Revolución que las fuerzas opresoras persiguen con saña a los revolucionarios ilustres hasta que ya fallecidos los reconvierten en iconos inofensivos, con la intención de que su mensaje pierda el filo revolucionario.
Quizás la cruzada anticomunista de nuestros días sea una actividad mucho más sutil, más sibilina. Controlados todos los medios por el capital, así como los distribuidores de todas las actividades artísticas y recreativas, cine, teatro, literatura, televisión, ya no es necesaria la persecución con antorchas. El propio sistema se encarga de marginar al artista que ose sacar los pies del plato. Y si la suerte le acompaña y goza de cierto reconocimiento, lo hará porque -de manera consciente o no- participe de esa caricaturización de los ideales comunistas, mermando su capacidad de amenaza contra el sistema. 

Observemos el ridículo juego que mantiene la prensa de nuestros días, en la que se refleja la pugna que sostienen nuestros representantes de izquierdas -la supuesta izquierda- por desprenderse de los molestos tópicos comunistas (comenzando por el desdén por la necesidad de señalar la dualidad izquierda-derecha o la mismísima lucha de clases), contra los representantes de la parte cavernaria y de ultraderecha, quienes no pierden ocasión de señalarles como rojos y marxistas. ¿Quién obtiene beneficio de este teatrillo? Desde luego quienes trabajan con seriedad y capacidad por el socialismo, no. Se beneficia en todo caso el juego socialdemócrata de las soluciones menos malas y el reformismo, quien pretenda rebajar al nivel más profundo a la política hasta convertirlo en una disputa electoral de votos útiles y posibilismo, sin duda. 

Es una cuestión que merecería un estudio mucho más profundo, que excede la capacidad del gestor de este blog. Aún así, siendo padre, espero saber contestar a mi hija cuando, llegado un momento como el señalado en la escena de la película, sepa hacerle comprender que si el niño no tiene bocadillo y pasa hambre es por culpa de la opresión capitalista y que la única manera de paliar esa injusticia es haciendo que las fábricas de pan y fiambres se encuentren en manos de trabajadores libres.
Salud.

Dalton Trumbo y su esposa, Cleo.