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viernes, 18 de junio de 2021

Pedagogía de la factura progresista



Lo llaman hacer pedagogía aunque lo que quieren decir es que van a ser didácticos. Se refieren a que van a ser ilustrativos, que van a esclarecer un asunto, esto es, que van a explicar algo de manera que se entienda. 
Pero lo que ocurre al final es que no se entiende. Ni esclarecen, ni nos ilustran. Se queda uno peor de lo que estaba con la explicación. Tú que estás mirando esto probablemente habrás leído alguno de esos artículos con infografías detalladas sobre las eléctricas, o has recurrido a un hilo de Twitter que explica la factura y los horarios valles y picos y te habrás perdido o aburrido antes de terminar. 

Esto es porque -en realidad- no hay mucha intención de ser pedagógicos, ni didácticos. Por eso recurren a expresiones grandilocuentes como hacer pedagogía, cuando simplemente bastaría con hablar claro y llamar a las cosas por su nombre.

Pues sí, esto de la economía política suele ser aburrido y la mayoría de trabajadores (personas trabajadoras, se dice ahora) no tiene tiempo para leer esos artículos. La buena noticia es que si se tiene la paciencia de pararse a pensar unos minutos, sí se puede comprender de una forma sencilla. Esa es la intención de esta entrada, que es un poco larga (me enrollo mucho, es verdad) pero para nada compleja.

La explicación oficial viene a decir que la factura de la luz sube porque los precios varían según la demanda y la oferta (¡ojo! esta justificación sirve tanto para la luz como para la subida de los precios de cualquier producto, para los alquileres de las viviendas, etc). Nos dicen que lo ideal sería nacionalizar esas empresas tan importantes, que si fueran públicas sería mucho mejor, pero que esto es muy complejo (este argumento también es usado con las pensiones, la educación o la sanidad, que sería deseable que fuera todo público, pero es muy difícil). Por último, si esto no convence, se explica que con 35 diputados no se puede hacer mucho, que con eso sólo se puede empujar para lograr algunas mejoras, como por ejemplo pedir horarios con tarifas más asequibles o eliminar ciertos impuestos a las empresas -con ayuda estatal- que a su vez nos rebaje el precio. 

El Ministro de Consumo nos asegura que empuja con todas sus fuerzas para bajar la factura.



¿Se puede dar una explicación diferente y que no acabe en resignación? Sí, se puede. Algunas personas (insidiosos amargados como el que suscribe) hasta creen que, teniendo en la mano el altavoz de los ministerios, no solo no se puede sino que se debe.

Para llegar a una explicación más didáctica y más completa (que no oculte algunos matices importantes) necesitaremos repasar dos cuestiones:

- primero, ¿cómo funcionan esos mercados?
- segundo, ¿de qué forma nos enfrentamos a esos mercados?

Vayamos por partes: ¿cómo funciona el sistema? Si recuerdas, al principio de la pandemia, cuando empezaba a ser evidente que, en efecto, la mascarilla era un producto necesario (y que los chinos no eran tan exagerados al salir a la calle con sus mascarillas sino que sabían lo que hacían), hubo una serie de avispados emprendedores, muy patriotas, que enseguida trataron de hacer negocio vendiendo por su cuenta las existencias de mascarillas que había, a un precio por supuesto bastante elevado.  

Enseguida se comprendió que era necesario regular esos precios y buscar la forma de asegurar desde el Estado una manera de acceder a las mascarillas para todas las personas del país. Esto no era una cuestión de solidaridad o de empatía. Se trataba de una cuestión de frenar una pandemia, un interés común, algo que estaba por encima del interés privado, pues ni el más rico de entre los ricos quedaba libre de morir asfixiado si el virus se continuaba propagando. 

Es un ejemplo entre muchos del funcionamiento del sistema en que vivimos, el capitalismo. La sociedad queda en último término determinada por los vaivenes de los mercados. Algunos países son más liberales y creen en la permisividad total del comercio entre las empresas, otros tratan de intervenir esos mercados con normas desde los Estados, pero a fin de cuentas es el Mercado (como sujeto en mayúsculas, una especie de equilibrio global entre oferta y demanda) quien decide.



Pero ¿no íbamos a hablar de la luz? Un poco de paciencia. Si recuerdas, no hace mucho se coreaba en las manifestaciones "¡no hay democracia si gobiernan los mercados!". ¿Qué se hizo de aquel eslogan? ¿Ya no vale? ¿Estando en el Gobierno es diferente? ¿Cómo funcionan esos mercados que incluso los gobiernos no pueden con ellos?

Para entenderlo tenemos que comprender aunque sea a grandes rasgos cómo funciona ese sistema, el capitalismo. Es un asunto tan importante que incluso el propio Marx dedicó la mayor parte de su vida y su trabajo a desentrañar su funcionamiento y en ello enfocó su obra principal, El capital.

Otro ejemplo más perverso del funcionamiento del sistema lo tenemos en la propia pandemia. Las grandes empresas farmacéuticas hicieron su agosto el pasado año cuando comenzaron a anunciar que lograban avances en las vacunas. Las acciones en las grandes bolsas mundiales se dispararon, hasta tal punto que directivos de esas grandes empresas vendieron las acciones que poseían por cantidades indecentes de dinero. A estas alturas deben estar en las Bahamas tomando daikiris. 

¿Por qué subieron las acciones de las farmacéuticas en bolsa? Porque sabían que era un valor seguro, en un doble sentido: porque es un producto con comprador seguro, puesto que todo el mundo va a necesitar una vacuna, pero además porque sabían que los Estados miembros de la UE y todos los países alineados con EEUU acordarían mediante contrato la compra de SUS vacunas (las de las farmacéuticas afines a EEUU) y no las vacunas rusas o chinas o cubanas, igualmente efectivas y aprobadas por la OMS, aunque estas fuesen más baratas, se almacenasen en condiciones más favorables o estuviesen listas antes. Esos contratos además eran opacos y sólo hemos conocido detalles a través de filtraciones de la prensa.


Seguramente estarás pensando, o eso espero, ¿y eso se hizo a pesar de que dependían de ello miles de vidas? Sí, en efecto, así es. Al sistema en que vivimos, el capitalismo, le importa bien poco si vives o mueres, en todo caso le interesarás si puedes ofrecer tu fuerza de trabajo, como una mercancía, y cuando no tengas fuerzas para trabajar pasarás a estar viviendo por encima de tus posibilidades.

Esto es así tanto en el capitalismo más salvaje como en el de rostro amable, tanto si gobierna el malaje de Trump como si lo hace la racializada y feminista Kamala. Variará poco de unas opciones a otras.

En el caso concreto de las energéticas también se puede distinguir esta forma de actuación por parte del sistema: en España son tres las grandes empresas que controlan el sector energético, Endesa, Iberdrola y Naturgy. Es un oligopolio (entre unos pocos controlan todo).

Las tres vienen de organismos que fueron propiedad del Estado o se beneficiaron y siguen beneficiándose del dinero público (ese dinero que no hay para las pensiones o mejorar la sanidad pública pero sí lo hay en cantidades enormes para rescatar bancos o empresas quebradas), pero luego se liberalizaron, vendiéndose al mejor postor con la excusa de que ello mejoraría la calidad del servicio.

💥Endesa, por ejemplo, pertenece en un 70% a una empresa italiana. 
💥Iberdrola tiene como accionistas, entre otros, a Qatar (ese ejemplar país) o a Black Rock (una poderosísima empresa de gestión de activos radicada en Nueva York).
💥Naturgy, antes Gas Natural, sí, la de nuestro querido Felipe González, está dividida en diversos dueños y próximamente será comprada en un 20% por un fondo de inversión australiano, con el beneplácito del Gobierno (y si no es vendida será porque se opone otro de sus accionistas, La Caixa, banco que próximamente despedirá a 7.000 empleados para tener dinero con el que afrontar este tipo de inversiones).

Por si no lo sabes, un fondo de inversión es un conjunto de identidades -puede ser un particular, una empresa u otro conjunto de asociados anónimos- que se unen para realizar inversiones de manera diversificada. Esto es, para especular con acciones de empresas poniendo un poco allí y un poco allá, de manera que obtenga beneficio con esas inversiones.

Los fondos de inversión por tanto son muy interesantes para quien pueda permitirse apostar una suma elevada de dinero y sacar rendimiento con ello. A los componentes de esas sociedades les importa bien poco cómo se obtenga el beneficio o a través de quién. Su único afán es el lucro, cuanto más dinero y más rápido, mejor. Algunos fondos de inversión son tan poderosos que con su influencia pueden hacer tambalear la bolsa de un país entero. 

Pero para las personas trabajadoras su efecto es devastador. Las personas trabajadoras, que supuestamente seríamos beneficiadas con una oferta empresarial más diversa, quedamos perjudicadas ante especuladores a quienes no les importa nada si ofrecen buen servicio o no. Preguntemos a las familias de quienes perdieron a familiares que vivían en residencias de ancianos privadas, cuyos propietarios son precisamente fondos de inversión con capital en Jersey o Luxemburgo.  

¿Recuerdas el caso de una señora mayor que murió en un incendio provocado por las velas que usaba para iluminarse tras haberle cortado la luz por impago? La empresa que le cortó la luz, Naturgy, fue sancionada con una fuerte multa porque a la anciana se le cortó el suministro sin hacer un informe previo tal como exige la normativa. Sin embargo, Naturgy prolongó la demanda con recursos hasta lograr que finalmente fuera anulada la sanción

En su  momento también Marx y Engels terminaron con la boca dolorida de repetir que el aparato ideológico de una sociedad (los organismos políticos y judiciales entre ellos) son como son porque están sustentados sobre la infraestructura económica. Pero eso ya es apartarse mucho del tema, sigamos. 


Pero si esto es así, ¿qué hacen los partidos de izquierdas al respecto?, ¿qué podemos hacer?, te preguntarás. 

Llegamos a la segunda cuestión importante: ¿cuál es la actitud de la izquierda frente al capitalismo?

Para verlo antes necesitaremos profundizar un poco más (uf, sí, es pesado esto pero no hay más remedio si queremos entender) en el funcionamiento del capitalismo.

Si tienes la curiosidad de buscar ahora mismo en Google una definición de economía, verás que casi todas las entradas hablan de una "ciencia que trata la administración de los recursos disponibles, de manera que se satisfagan las necesidades de las personas" (no reírse por favor).

En esas definiciones se hace referencia además a una especie de ciclo de la economía, separado en partes o etapas, que pueden resumirse en tres:

PRODUCCIÓN-DISTRIBUCIÓN-CONSUMO

Básicamente, una mercancía es producida, después distribuida y por último consumida, en un ciclo que se encarga de cumplir esas necesidades y cuya dinámica es la fuente (eso nos dicen) de la riqueza de un país o de una empresa o un particular. 

Poner el centro de atención en una u otra etapa de este ciclo no es una cuestión sin importancia. Al contrario, ello determina la actitud política.

Si te fijas, en nuestros días los gobiernos y las empresas ponen el énfasis en la distribución y el consumo. Tanto los representantes políticos como la propaganda de las grandes marcas se esfuerzan en decirnos que "hay que tener un consumo responsable". En la imagen que está debajo de estas palabras tienes un ejemplo entre miles de ese consumo responsable, que en este caso está patrocinado por Iberdrola, una de las tres patas del oligopolio español.

 
Otra forma de poner el énfasis en la distribución y el consumo es decirnos que el capitalismo provoca injusticias porque está mal distribuido, que hay un mal reparto de la riqueza, por avaricia o por irresponsabilidad o por lo que sea. Esta manera de entenderlo es muy extendida en los partidos de izquierda de todo el mundo, y en sus programas nos ofrecen una especie de control del mercado que, por ejemplo, propone que la economía sea circular, en especial referencia a su sostenibilidad. Siendo más ecológicos, nos dicen, más responsables, se detendrá la acumulación de la riqueza en pocas manos, se distribuirá mejor y de paso salvamos el Planeta. En la imagen siguiente tienes un ejemplo de otra de las tres patas, en este caso nuestra querida Endesa.

Esta forma de entender el modo de enfrentarse al capitalismo es la tendencia de moda hoy en la mayor parte del mundo. No es un invento nuevo, al contrario, es bastante viejo, pero ahora se reviste con ideales ecológicos, igualitarios o tecnológicos.  Nosotros, como europeos, estamos alineados con esta estrategia y nuestros gobernantes nos aseguran que están empeñados en ser más equitativos en el reparto de la riqueza y en la sostenibilidad de los recursos naturales. Mirad una imagen de estos días de la Ministra de Trabajo, quien en su cuenta oficial nos explica que la Europa que merecemos (la de la Recuperación y Resiliencia con miles millones de euros de los Fondos Europeos, la de la Troika) se construirá con trabajo decente y que se hará con respeto a la Tierra y que eso garantizará el futuro de todas:


Marx y Engels se pasaron toda su vida luchando contra este tipo de interpretaciones. No es exagerado, toda su vida. Desde su juventud hasta los últimos días intentaron hacer entender que era utópico -en el mejor de los casos- pensar que sólo con buenas intenciones o elevados ideales era posible atacar al capitalismo.

Su método, que empleaba el materialismo histórico, llegaba a la conclusión de que la única manera de vencer al capitalismo era atacar donde le hace daño, donde la lucha es efectiva: en el proceso de producción.

Sólo mediante el control de los medios de producción es posible transformar el modo en que una sociedad produce su riqueza, la distribuye o la consume. Hay que atacar de raíz. Los trabajadores somos la inmensa mayoría de la sociedad. Si todos nos paramos, el sistema colapsa (se ha comprobado en esta pandemia, en la que sin trabajadores funcionando no había producción, por mucho que los abnegados emprendedores acudieran a sus puestos en las oficinas).

Esta visión del mundo fue inaugurada por Marx y Engels y tras ellos muchos autores lo corroboraron. En ello se basa la ideología de los comunistas, en el materialismo histórico y en la lógica dialéctica. Miles de autores de derechas (e izquierda también) han tratado de refutarlo y no han podido. El CAPITAL sigue siendo vigente hoy día, por muy modernos y visibilizados y ecosostenibles que seamos.

 Pero entonces, ¿eso quiere decir que los políticos actuales nos engañan? Si te interesa mi opinión personal, yo diría que sí, nos mienten. Pero eso es porque soy un amargado antisocial. Vamos a dar por hecho que no, que sus intenciones son honestas y que su interés en mejorar la sociedad es sincero.

Partiendo de esta suposición, ¿qué diferencias hay entre una y otra manera de acometer o -como dicen ahora nuestros representantes- de abordar las desigualdades sociales? Veamos cuáles son los pros y contras de ambas perspectivas y con esto acabamos ya esta entrada (si has llegado aquí pídeme en observaciones algún obsequio). Es decir, poner en una especie de balanza ambas estrategias.


La perspectiva del reparto de la riqueza y del consumo responsable.
El capitalismo tiende a generar intervalos de crisis, como supo ver mi tocayo Carlos Marx, en los que la producción llega a un punto que excede la capacidad de los mercados y la economía se estanca, produciendo periodos de miseria en las masas. Esto lo vieron inteligentes economistas del sistema posteriores a Marx, entre ellos un señor llamado John Maynard Keynes

Keynes es el autor preferido de muchos políticos conservadores y también de muchos políticos de izquierdas, entre ellos los ilustres ministros de nuestro Gobierno. Aparte de otros avances en el conocimiento económico, Keynes básicamente observó que Marx era bastante peligroso porque ponía en evidencia (visibilizaba para los modernos) que el capitalismo en estado salvaje y sin control podía destruirse a sí mismo a base de reproducir crisis sin fin. Keynes recomendó entonces que -si los capitalistas querían ser inteligentes y conservar el poder- tenían que aflojar la soga de vez en cuando y recurrir a la intervención de los Estados, mediante la aceptación del gasto público. Esto es, haciendo que el Estado pueda endeudarse, crear infraestructuras que mejoren las posibilidades de incentivar la economía, o mediante planes de empleo e incentivos al consumo.

El famoso Plan Marshall, que se refleja en la famosa película de Berlanga con la venida de los americanos, es una medida de estimulación de la economía mediante la inyección de deuda y de incentivos al consumo. El famoso PLAN DE RECUPERACIÓN Y RESILIENCIA de los FONDOS EUROPEOS, celebrados como históricos por el Gobierno de Progreso, no deja de ser otro Plan Marshall en el que la Unión Europea salva la papeleta de superar la crisis de la pandemia sin que descubran -visibilicen- demasiado las miserias del sistema.

Hay capitalistas neoliberales que son acérrimos defensores de la libertad absoluta del mercado, pero la realidad ha dado la razón a los keynesianos que entendieron bien que a veces hay que ceder para no poner en riesgo todo. Los políticos y autores de izquierdas ven en estos capitalistas keynesianos una especie de aliados potenciales en los que apoyarse para conseguir algunos logros.

En pocas palabras, esta perspectiva apuesta por un enfrentamiento al sistema que acomete reformas sociales y mejoras para las clases populares a partir de un enfrentamiento al capitalismo sobre el terreno democrático. Irónicamente es una propuesta que sobre la base de que no se puede (no es posible luchar contra los mercados y las multinacionales, es una tarea de titanes) nos asegura que sí se puede, es decir, nos promete logros probables, posibilistas, no una transformación total del sistema sino su reforma, su redistribución.

Esta tendencia tiene una ventaja sustancial y es que no es violenta, no acude a métodos radicales ni al enfrentamiento directo. Aunque en el escenario parlamentario los actores políticos parezca que se van a sacar los ojos unos a otros, todo es un teatro. Los izquierdistas que defienden una salida democrática y dialogada son perfectamente admitidos entre nosotros y su propuesta es vista por la derecha como amigable, permisible, equivocada pero no peligrosa. Las batucadas y los nuevos hippies no son vistos como una amenaza para los conservadores, sino como excéntricos idealistas que creen demasiado en postulados buenistas y utópicos.

De este modo, si prospera una alternativa reformista, puede llegar a lograr cambios y mejoras para los ciudadanos de una manera pacífica. Por contra, en cuanto la derecha reaccione y vuelva a hacerse con el mando, deshará como una ola todo el castillo de arena que sus adversarios políticos hayan levantado.

La perspectiva de la transformación del modo de producción de la sociedad.

Siguiendo la perspectiva del materialismo dialéctico, esto es, del marxismo o el comunismo, la única transformación posible y con capacidad de establecerse y perdurar es aquella que cambie el modo de producción de manera que los medios queden en posesión de la clase trabajadora.

De modo opuesto a la perspectiva reformista, obviamente la clase dominante no va a permitir que se le arrebate la propiedad de sus medios por las buenas. Si realizar una simple reforma laboral cuesta sudor y lágrimas, imaginemos cuánto debe costar arrebatar los medios por los que los poderosos se enriquecen. Es inevitable el uso de la violencia, bien en forma de enfrentamiento directo, bien a través de costosas luchas, huelgas, manifestaciones, disputas, etc.

Por poner un ejemplo actual, en las recientes elecciones peruanas, tras conocerse la victoria del candidato de izquierdas se produjo una violenta caída de las bolsas, y los personajes más conservadores del país intentaron impugnar las elecciones bajo la excusa de fraudes. Y eso que aún está por saber si el nuevo presidente será o no un verdadero político de izquierdas.

Nuestros hermanos de Cuba, por ejemplo, llevan 50 años viviendo la insufrible pesadilla del bloqueo económico del gigante yanqui porque Fidel ayudó a su pueblo a gritar ¡se acabó la diversión!

La vía socialista es la más odiada y la más temida por el capitalismo. Un pueblo decidido y consciente es su peor pesadilla. Por ello su respuesta es más enérgica y no dudan en asesinar o provocar guerras si es necesario.

¿Seríamos nosotros valientes, aunque estuviésemos convencidos de nuestros ideales, de perder la poca comodidad que tenemos por plantarle cara al capitalismo por la vía radical? Este es uno de los inconvenientes de la perspectiva comunista.

Por otra parte, estamos viendo que el capitalismo, incluso en su versión más amable, también se cobra vidas. Pregunta a los ancianos de las residencias privadas, pregunta a los que tuvieron que salir a trabajar en plena pandemia, pregunta a los sanitarios, pregunta a los que se juegan la vida cruzando el estrecho o los que prefieren suicidarse a ser desahuciados.

Esta es la verdadera factura progresista. El pago que hacemos por preferir una vida pacífica dentro del sistema. Pon tu lavadora de noche y nosotros intentaremos rebajar tu factura. Cualquier intento de darle la vuelta al sistema puede acabar contigo lavando en el río o en la lavandería del penal. 

¿No somos todos los trabajadores en el fondo como la compañía de Ulises, encerrados en la cueva de Polifemo, rezando por no ser el siguiente en ser devorado? ¿Es preferible vivir en una soportable esclavitud mientras nos mantengan con vida? ¿O es mejor arriesgar a perderla pero con la dignidad de haber luchado? Es elección tuya. 



jueves, 23 de mayo de 2019

Rosa Luxemburgo. Introducción a la Economía política.




Unos años antes de ser asesinada, Rosa Luxemburgo impartía clases sobre economía política. En esos tiempos el Partido Socialdemócrata Alemán (de ideología marxista) era bastante numeroso y había creado una escuela con el objetivo de formar a sus cuadros.  Autora reconocida y militante de gran brillo, era la persona idónea para impartir las clases a los afortunados alumnos que asistieron a esos cursos.

Al parecer Rosa redactaba notas que le servían de base para sus lecciones y tuvo la intención de publicarlas. No pudo verlo en vida, pero las notas conservadas sirvieron para editar el libro que traigo hoy, Introducción a la economía política.

En este libro el lector dispone de una lección magistral de la autora que nos lleva a los fundamentos económicos de las sociedades, critica con un fino y punzante análisis las teorías económicas clásicas y, además, expone de manera muy didáctica y con ejemplos accesibles a todos las teorías que Marx planteó en El Capital. 

En entradas anteriores de este blog intenté explicar algunas ideas de El Capital (en este enlace). Esas entradas quedan ridiculizadas ante la brillantez del libro que traemos hoy, pero sirven como ejemplo para mostrar la dificultad que se encuentra a veces en explicar de una manera instructiva las complejas ideas de la obra principal de Marx. La autora logra explicarse de una forma diáfana. Como diría la propia Rosa en este mismo libro: Quien piensa con claridad y domina el tema que está estudiando, se expresará clara y comprensiblemente. Quien se expresa de forma oscura o extravagante, muestra solamente que él mismo no tiene claridad o bien tiene razones para apartarse de la claridad. (Prometo que en mi caso en aquellas entradas fue por falta de claridad, no de voluntad).

Así que tenemos en este libro una excelente oportunidad para profundizar en nuestro conocimiento del marxismo y para avanzar en las lecturas y necesarias relecturas de El Capital.

¿Qué encontramos en Introducción...? A lo largo de seis capítulos, correspondientes a las seis lecciones que la autora pudo redactar, asistiremos a una visión de la economía desde un enfoque materialista, opuesta a los ambiguos argumentos de los economistas reputados en tiempos de la autora (puede extenderse hasta nuestros días), a quienes tritura con su prosa mordaz.

Seremos capaces de entender lo económico como un proceso social, perteneciente y necesariamente ligado al entramado de las sociedades, no como entidades aisladas en forma de un pueblo o un país, sino interrelacionado  en un gran conjunto de influencias mutuas. La autora vivió y redactó estas lecciones en pleno desarrollo imperialista y analiza sus causas y consecuencias: Comenzamos a sospechar que, detrás de esos misterios del comercio exterior, tienen que existir relaciones económicas totalmente diferentes entre las diversas “economías nacionales”, relaciones muy distintas del simple intercambio de mercancías. Sacar permanentemente de otros países más productos que los que uno les da, sólo podría hacerlo, evidentemente, un país que tuviera sobre aquellos otros ciertos derechos económicos. Esos derechos no tienen nada que ver con el intercambio entre iguales. Y semejantes derechos y relaciones de dependencia entre los países existen efectivamente, aunque las teorías profesorales no sepan nada de ellos. Esa relación de dependencia, y en su forma más sencilla por cierto, es la de una de las llamadas metrópolis sobre sus colonias. 

El enfoque materialista nos lleva a explicar los mecanismos de las sociedades a través de los medios por los que produce todo lo que necesita para sostenerse. De este modo sale a la luz que existen fuerzas que se someten a todos los gobiernos y autoridades: Descubrimos entonces que hoy se exporta e importa una “mercancía": el capital. Y esta mercancía no sirve para llenar “ciertas lagunas” de “economías nacionales” extranjeras sino, por el contrario, para crear brechas, abrir grietas y fisuras en los muros de antiguas “economías nacionales”, invadirlas actuando como polvorines y, en corto o largo tiempo, convertir esas “economías nacionales” en escombros. Con la “mercancía” capital se expanden masivamente “mercancías” aún más notables desde algunos países llamados civilizados al mundo entero: modernos medios de transporte y exterminio de poblaciones autóctonas enteras, economía monetaria y endeudamiento del campesinado, riqueza y miseria, proletariado y explotación, inseguridad de la existencia y crisis, anarquía y revoluciones.

La sociedad capitalista, analiza Luxemburgo, esconde tras su aparente orden un enorme caos. Es por esto que sus intelectuales "autorizados" son incapaces de explicar sus mecanismos de una manera científica. Tampoco les interesa, pues quedaría al descubierto que ese mágico equilibrio del libre mercado no es sino la anarquía: En la entidad que abarca océanos y continentes no existe planificación, conciencia ni reglamento, solamente el choque ciego de desconocidas fuerzas incontroladas que juegan caprichosamente con el destino económico del hombre. Desde luego que aún hoy un soberano todopoderoso domina a obreros y obreras: el capital. Pero la soberanía del capital no se manifiesta a través del despotismo sino de la anarquía. Y es precisamente la anarquía la responsable de que la economía de la sociedad humana produzca resultados que constituyen un misterio imposible de predecir para todos los afectados. La anarquía hace de la vida económica humana algo desconocido, ajeno, incontrolable, cuyas leyes debemos descubrir de la misma forma que descubrimos las de la naturaleza. (...) Ya deben de tener claro por qué a los economistas burgueses les resulta imposible explicar la esencia de su ciencia, poner el dedo en la llaga del organismo social, denunciar su malformación congénita. Reconocer y afirmar que la anarquía es la fuerza motriz vital del dominio del capital es pronunciar su sentencia de muerte, afirmar que sus días están contados.

En las siguientes lecciones la autora repasa la formación de las sociedades desde el comunismo originario hasta la llegada de la Edad Contemporánea. Me parece especialmente interesante uno de los capítulos, el cuarto -La producción mercantil- en el que se hace un ejercicio de imaginación mediante el cual Luxemburgo invita a sus alumnos a acompañar a un pueblo imaginario en el paso de una producción manufacturera a capitalista.

Es éste un capítulo de la obra muy recomendable para quienes tengamos algunas dificultades para comprender del todo el primer volumen de El Capital. Con su ejemplo, guiado durante toda la lección, veremos con claridad el proceso de división del trabajo, la importancia creciente del mercado a medida que el capital va tomando fuerza, la enajenación del obrero. Se comprenderán también conceptos fundamentales como el de trabajo socialmente necesario, el fetichismo del dinero (fascinante el supuesto en el que el dinero es el ganado: Como ven, con la difusión del ganado como medio universal de cambio la sociedad sólo puede pensar en formas de ganado. Se habla y sueña permanentemente con ganado. Se erige una verdadera adoración y veneración del ganado: una muchacha es desposada con gusto si sus encantos se ven realzados con grandes rebaños como dote, inclusive si el pretendiente no es criador de cerdos sino profesor, clérigo o poeta. El ganado es la quintaesencia de la felicidad humana. Se dedican poemas al ganado y a su mágico poder, se cometen delitos y asesinatos por el ganado. Y los hombres repiten, sacudiendo la cabeza: “el ganado gobierna al mundo”. Si este proverbio les resulta desconocido, tradúzcanlo ustedes al latín: la antigua palabra romana pecunia = dinero proviene de pecus = “ganado” ). 

En definitiva, una lectura absolutamente necesaria para profundizar o mejorar la comprensión de los fundamentos marxistas, para mejorar nuestra capacidad de análisis de las teorías del establishment en el capitalismo y para quienes tengan que hacer una labor didáctica en su militancia. 

Introducción a la economía política, colección clásicos del pensamiento crítico, ed. Siglo XXI

martes, 21 de mayo de 2019

¿Redistribuir la riqueza?

Leemos estos días de campañas electorales que el problema está en el reparto de la riqueza, que la cuestión de fondo es que la ciudadanía debe revertir la políticas liberales y lograr unos gobiernos que procedan a un reparto de la riqueza más justo (frase literal leída ayer). 

Entiendo que tiene su lógica esta afirmación. Vemos cada día que los datos económicos nos muestran que las riquezas están cada vez más concentradas en un pequeño porcentaje de la población y que además la diferencia de volumen con respecto a la inmensa mayoría se acrecenta de un modo absolutamente rechazable por cualquier moral o ética.

Ayer también vimos la polémica surgida en los medios sobre la donación del señor Amancio Ortega, quien había anunciado el regalo generoso de varios millones para luchar contra el cáncer. No voy a ofender la inteligencia del lector discutiendo esta noticia, me sirve para poner ejemplo al asunto, puesto que el debate generado dividía a los liberales que se asombraban de la ingratitud de los que rechazaban las donaciones y a los progresistas que enfocaban el problema en la redistribución de  la riqueza mediante los impuestos.

La cuestión que muchos nos preguntamos, aprendices de comunistas pejigueros y cansinos que se hacen demasiadas preguntas, es: ¿de verdad el problema de la desigualdad está en un mal reparto de la riqueza?

Los Simpsons ya predijeron la distribución de la riqueza en forma de lluvia de dinero

Nos dicen los expertos que la economía tiene tres fases: producción, distribución y consumo. Este esquema se adapta como un guante al modo de ver las cosas desde la perspectiva capitalista (en este blog hicimos modestamente ese ejercicio de explicar las bases del capitalismo desde su óptica en estas entradas ). Es así porque en el capitalismo todo es un gran mercado, la vida es un inmenso mercado donde todo se vende, por tanto el proceso general, tanto para una caja de fresones de Huelva como para las aplicaciones de una empresa informática de Hong Kong, el recorrido sigue las fases de producción, luego se lleva al mercado y por último se vende. 

Así pues parece lógico pensar que si todos producimos (todos trabajamos o necesitamos trabajar para vivir) y también todos consumimos (quien quiera mantener esa manía de seguir viviendo), es decir si siempre se cumplen los dos extremos de esa cadena, es por tanto en ese reparto intermedio de los bienes donde el mecanismo falla. 

Pues bien, esto no es así.

Se admite que en tiempo de campaña electoral los mensajes se reducen al mínimo, por aquello de que la izquierda siempre va en desventaja de propaganda al no contar con el apoyo de los grandes medios. Se comprende también que en tiempos de derrota ideológica pretendamos no abarcar demasiado, no sea que por querer ir más allá de lo que el público está dispuesto a entender perdamos la explicación de asuntos más básicos.

Es cierto además que ante la imposibilidad momentánea de emprender luchas mayores, y ante el descalabro en derechos de la clase trabajadora y la voracidad del capital en su supuesta crisis, es necesario hacer los ajustes que se puedan llevar a cabo en forma de impuestos más equitativos, defensa del Estado de bienestar, planes de empleo, etc. Pero como lo cortés no quita lo valiente, no cuesta nada explicar la verdad del asunto mientras se pelea por estas reformas. Porque de otro modo, podríamos pensar que la izquierda entiende ese reparto como la panacea de todos nuestros males, de manera que estaría contando a los trabajadores una verdad a medias.

Para contar toda la verdad, vamos a llamar a nuestro amigo Carlos Marx, que como siempre acude corriendo y nos da unas cuantas advertencias:

1. Poner el énfasis en la distribución de la riqueza presupone el rol del empresario como motor del progreso. El sufrido emprendedor de nuestros días, héroe del desarrollo neoliberal, que se hace a sí mismo, se bate el cobre emprendiendo y con sus brazos sostiene todo el proceso económico; luego que se reparta mal ya no es culpa suya, bastante tiene con emprender. Aunque parezca exagerada, esta es la idea que se tiene hoy día si miramos las noticias de las páginas color salmón. De la lectura de los clásicos, Smith, Ricardo, puede llegarse a esta conclusión: el mercado es injusto, pobres obreros, su trabajo no se valora bajo los valores de la igualdad, fraternidad y libertad, y también se infiere de los socialistas utópicos y anarquistas, Owen, Proudhon, con quienes Marx tuvo una intensa discusión en sus obras y no fue por motivos personales.

2. El problema surge en la producción. Las sociedades vienen determinadas por la manera en que se lleva a cabo ese trabajo imprescindible para la fabricación de productos y su consumo. No son los empresarios quienes producen la riqueza, son los trabajadores. La clase social de quienes no poseen esos medios es la clase que en realidad sostiene todo el conjunto sobre sus hombros; los empresarios sólo poseen los medios. Pretender repartir la riqueza creada por los propios trabajadores supone arrebatarles lo que ellos mismos han creado y repartirlo además según reglas contrarias a sus intereses.

3. El capital tiende a la acumulación y a la ganancia. Por muy bienintencionado que sea un empresario, la propia competencia en el mercado le llevará siempre a reducir los costes para poder seguir compitiendo, en una carrera sin fin en la que el eslabón más débil, el obrero, es quien tiene todas las papeletas para perder antes o después. La caridad y las donaciones no son más que brindis al sol ante la marea imparable de la inmensa masa del capital. 

4. Esta imparable desigualdad afecta, por supuesto, siempre a los mismos, a los trabajadores. Arrinconados en una inmensa tropa de parados, quedan sin armas frente a esos gobiernos progresistas de cuya benevolencia quedan dependientes, con la única ventana que se abre cada cuatro años en las urnas como única esperanza. Pero mientras los medios de producción estén en pocas manos, esos gobiernos no podrán evitar que lo que nos den con una mano se nos quite con la otra. 

5. Por tanto, ese reparto de la riqueza es un parche, una medida paliativa. Necesaria, pero incompleta. Para seguir formando a nuestros compañeros de clase de manera veraz, debemos explicar que sin el control de esos medios nunca habrá una sociedad verdaderamente equitativa, que esa debe ser la meta y nuestro trabajo por impuestos más equitativos y la defensa de los sistemas públicos, aunque parezca enorme de por sí, no deja de ser una etapa en un camino cuya finalidad es transformar la sociedad entera, no reformarla.

Para añadir un texto sobre el tema, creo que es interesante recomendar la Crítica al programa de Gotha (1875), en la que Marx analiza el programa del Partido Obrero Alemán, y en el que podremos leer párrafos tan sugerentes como éste:




martes, 23 de abril de 2019

Nociones básicas de economía (3)

Volvemos a ponernos las gafas de ver como un capitalista y seguimos intentando entender de manera sencilla conceptos de economía como en la primera (aquí) y segunda (aquí) entradas de esta serie.
En esta tercera parte pasaremos del catalejo de la macroeconomía a la lupa microeconómica, iremos a saludar a David Ricardo y sacaremos algunas conclusiones interesantes para entender cómo piensan estos locos capitalistas. 

La microeconomía estudia el comportamiento de las empresas y de los hogares y de su interacción en los mercados. En contraposición a la macroeconomía, que estudiaba el conjunto en una visión general, aquí se tratan a los agentes individuales, como los consumidores, empresarios, los trabajadores o los inversores.

Como podemos suponer, el interés fundamental está centrado en el consumo (demanda) y en los precios de los productores (oferta). A las empresas les conviene hacer muchos números y gráficas para intentar encontrar las palabras mágicas que les abran las puertas de los mercados, en ese mundo enigmático que hemos visto en las entradas anteriores, tan cambiante e imprevisible como el movimiento de un tornado. 

Para que una empresa no acabe en aterrizaje forzoso sobre la tierra de Oz, debe poder formular ciertas predicciones sobre los precios y el consumo, teniendo en cuenta además la enorme competencia. Por ello la relación entre oferta y demanda toma un valor tan importante que adquiere rango de ley. La ley de la oferta y la demanda es la norma suprema que rige la economía de mercado. 

Es frecuente que en los textos encontremos una expresión en latín, ceteris paribus, que significa "todo lo demás constante". Pues bien, esta ley dice que, permaneciendo todos los demás factores constantes, la cantidad demandada de un bien disminuye cuando el precio de ese bien aumenta. Es decir, demanda y oferta siguen tendencias inversas, una sube cuando la otra baja. 

Esto puede parecer una obviedad pero, como decimos, para las empresas es algo fundamental. Según el precio de mercado los productores estarán dispuestos a fabricar un bien o no, o determinarán el número de unidades que se harán. A su vez los consumidores tendrán una disposición mayor o menor según el precio. El punto intermedio en que se cruzan ambos caminos es el llamado equilibrio de mercado

Si ponemos los datos sobre precios y unidades vendidas en un plano cartesiano sencillo de ejes X e Y, obtendremos gráficas en las que observar el comportamiento de estos factores. De ellas salen las curvas de la demanda y la oferta. En el caso de la demanda, la curva es negativa (desciende porque la demanda disminuye al aumentar los precios). Puede desplazarse a los lados, como en la imagen, cuando la demanda aumenta, por ejemplo porque un producto se ponga de moda, aunque el precio se mantenga fijo. 

La oferta presenta en la gráfica otra curva que, dado que es opuesta a la demanda, tiene una imagen inversa, ascendiente o positiva (a mayor cantidad comprada, más precio). Entendamos que esta gráfica está hecha desde el punto de vista del productor, es decir, al empresario o fabricante le costará más producir cuantas más cantidades le sean demandadas.
Si superponemos ambas curvas, éstas se cruzan en algún punto. El valor donde se cruzan las curvas, que será x cantidad a y precio, marca el precio de mercado de un cierto producto, o precio de equilibrio. Es la situación en que, a un determinado precio, coinciden la cantidad que los productores  están dispuestos a producir con la cantidad que los consumidores están dispuestos a consumir.
Independientemente de dónde empiecen la oferta o la demanda, se tiende a ese equilibrio. Los expertos dan por supuesto que los mercados se corrigen por sí mismos, por la acción entre comprador y vendedor, sin intervención externa. Se supone que el equilibrio es estable. Podrá haber un exceso de oferta (excedentes) o un exceso de demanda (escasez), pero esas tendencias al alza o la baja permanecerá hasta que vuelvan a ponerse de acuerdo oferentes y demandantes en el precio y cantidad. Esas "fuerzas de mercado", en apariencia no dirigidas conscientemente sino por el interés propio de los distintos agentes, nos sugieren aquella mano invisible de Adam Smith que vimos en la primera parte.

El capitalista que se precie tiene por principal objetivo conseguir siempre el máximo beneficio. El éxito de un proyecto o una iniciativa (una empresa) se mide por el resultado de su balance. Es por esto que el pilar fundamental sobre el que se asienta nuestro sistema económico es la maximización del beneficio

Repasemos por encima algunas palabras clave. Ganancia es el beneficio positivo de una empresa, el incremento de su riqueza o patrimonio. Es la diferencia entre los ingresos, la cifra de negocios o cantidad obtenida de la venta de productos o servicios, y el costo o valor del consumo de los factores que emplea para producir. 

Beneficio = Ingreso Total - Coste Total 

Al competir con las demás empresas, pueden producirse situaciones como una competencia imperfecta (con el monopolio de una sola empresa o el oligopolio de varias) hasta la competencia perfecta, en la que muchas empresas se reparten una pequeña parte del mercado y todas producen bienes similares. En estas condiciones las empresas no controlan los precios, sólo pueden elegir cuánto pueden producir, que será lo que en definitiva marcará su beneficio.

El ingreso total viene determinado por la cantidad de productos vendida multiplicada por su precio. Los costes, por su parte, pueden separarse entre costes fijos (como alquileres o préstamos) y costes variables (los que dependen de la cantidad de productos que se realicen). 

Se habla de ingresos o costes marginales cuando nos referimos al incremento en esos conceptos cuando se produce una unidad más, es decir la variación en ingresos o gastos como consecuencia de realizar más actividad. 

La apreciación que una empresa tenga de ese margen de ingresos supone poder anticiparse al  momento es que puede maximizar el beneficio o incluso al momento en el que parar la producción.

La ley de los rendimientos decrecientes explica que, manteniendo los demás factores constantes, ese incremento marginal va disminuyendo con el tiempo a medida que se van añadiendo factores productivos. Se entiende mejor si vemos la explicación de uno de sus iniciadores, el economista francés Turgot; este pensador consideraba que el trabajo de una tierra de labor, que produce una cierta cantidad de cultivo trabajada con un determinado número de labradores y recursos, no aumentará su rendimiento si aumentamos progresivamente el número de labradores o de recursos, incluso tenderá a producir menos rendimiento al aumentar los costes inútilmente. 

Esta ley se refiere al ritmo cada vez más débil de producción que se produce al incrementar los factores de producción. Aquí debemos mencionar a otro autor importante como es David Ricardo. Economista británico del XIX, uno de los más influyentes junto a Smith, a quien siguió y mejoró en sus estudios.  Como Smith, sus estudios sirvieron de base teórica para lanzar al capitalismo en la época incipiente en que vivieron y en la que se extendió por todo el mundo. Acabó de derrotar a las teorías mercantilistas (que proponían el control de la moneda y la protección de la producción de un país frente a la competencia extranjera) demostrando que el comercio internacional beneficiaba a todos los países involucrados. 
Encontraremos frecuentes menciones a este pensador en el mismo Capital de Marx, debido al peso de sus descubrimientos. Entre otros, Ricardo continuó la idea iniciada en Smith sobre la teoría del valor-trabajo. Para Smith el valor de una mercancía estaba medido por la cantidad de trabajo efectuado en ella, de una manera en cierto modo estable. Ricardo consideró que esa cantidad de trabajo era variable y que depende del esfuerzo dedicado en las distintas formas de tareas. La oposición entre Marx y estos economistas clásicos se centra en el carácter social del trabajo. La teoría del valor de Marx añade el concepto de trabajo socialmente necesario, directamente relacionado con las relaciones de producción de una determinada sociedad.