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lunes, 28 de junio de 2021

El Vaticano frena la ley italiana contra la homofobia



El papa Francisco y la Iglesia Católica han quedado retratados al situarse del lado de las derechas italiana y europea y de las posiciones de más rancia tradición conservadora, pues el Vaticano ha exigido de manera formal que el Gobierno modifique un proyecto de ley contra la transfobia y la homofobia que se tramita en estos días en Italia.

Este conflicto diplomático entre ambos Estados está causando un enorme revuelo en la opinión pública italiana y en el mundo, pues vendría a poner en cuestión el carácter tolerante de Francisco, considerado el "papa progresista" y modelo a seguir por muchos políticos -incluidos destacados representantes de la izquierda, también en España- como ejemplo de acercamiento y de posibilidad de obtener avances sociales mediante el diálogo con los poderes fácticos. 

Resulta llamativo que se produzca este intento de alterar la legalidad nacional en un momento en el que parecía que la institución católica procuraba un esfuerzo en distanciarse, a través de la figura carismática de Francisco, de sus antecesores en cuanto a la rigidez de la Iglesia para consentir la libertad afectiva y sexual de las personas que difieren de la norma estipulada tradicionalmente por la doctrina católica.

Este conflicto viene a demostrar que las cuestiones de sexualidad, afectivas o de género, situadas en el foco de la atención internacional en nuestros días, son utilizadas y reconducidas como cualquier otro asunto por los poderes económicos a su conveniencia, y que tras el supuesto interés en la igualdad y la justicia se esconden intereses lucrativos de poderes fácticos que manipulan esos ideales para absorberlos como propios, siguiendo el modo de tergiversar las luchas que suele emplear el capitalismo. 

En el caso que ocupa esta entrada, la contradicción que evidencia esa falsedad en cuanto a la supuesta aceptación de la diversidad sexual por parte de la Iglesia se encuentra en el choque de intereses que esto produce en la creación de futuros usuarios que supone el adoctrinamiento en los colegios

Según informó el diario Corriere della sera (1), la cuestión polémica se centra en ciertos aspectos de la nueva ley, que la Iglesia no acepta. El Vaticano pidió al Gobierno italiano a través de los canales administrativos que modifique el proyecto de ley contra la homofobia y la transfobia que se estaba tratando en el Senado. Esta petición, realizada por un representante de la Santa Sede mediante escrito formal en la embajada italiana, supone un hecho inédito en las relaciones entre Estado e Iglesia, pues sería la primera vez que se trata de realizar -por escrito- una injerencia en la aprobación de una ley. El estudio del texto legal ha quedado temporalmente detenido y cuenta además con el rechazo de los representantes de Forza Italia y otros miembros de la derecha.

Las reticencias vaticanas a la ley se fundamentan en que contravienen, a su entender, algunos privilegios de los que goza la Iglesia Católica y que sostiene gracias al Concordato (acuerdos firmados el siglo pasado entre el papa Pío XI y Benito Mussolini que otorgaban la independencia del Estado Vaticano y su relación con el Gobierno italiano, así como los acuerdos económicos y fiscales). 

Según afirma la protesta registrada por el portavoz vaticano, la norma determinaría que las escuelas católicas no estarían exentas de celebrar una nueva jornada nacional establecida en la ley: la Jornada nacional contra la homofobia. Es decir, los centros educativos católicos no podrían negarse a realizar los actos con finalidad instructiva que se relacionen con esta jornada efectuada a nivel nacional. “Algunos contenidos actuales de la propuesta legislativa que se está examinando en el Senado reducen la libertad garantizada a la Iglesia Católica" especificó el representante religioso en el escrito entregado en la embajada, según publicó el diario italiano Il Corriere della sera.

Como es lógico, esto dejaría expuesta a la Iglesia Católica y a sus establecimientos docentes en una difícil disyuntiva: acatar la ley y enseñar en sus centros ideas que contravienen el adoctrinamiento de sus futuros usuarios, o desobedecer la ley y arriesgarse a ser objeto de denuncias por delitos de odio. Aquí se verá hasta dónde alcanza la preocupación desinteresada de los poderes fácticos en cuanto al tema de moda hoy día



(1) enlace a noticia italiana 

martes, 28 de enero de 2020

Instrucciones para la unidad popular

1. Instrucciones para la unidad popular *


Akira Kurosawa es autor de una gran cantidad de películas inolvidables. Entre ellas, de una de mis películas preferidas de todos los tiempos, Los siete samuráis. Dicen los expertos que fue referente para muchos otros grandes directores tras Kurosawa. Se hizo un conocido remake con Yul Brynner, Los siete magníficos, con aquella estupenda melodía de Elmer Bernstein. Incluso para el espectador no experto, se aprecia al ver la cinta del genial Kurosawa que se trata de una de esas películas que son universales, trascienden el lugar y el momento y se desarrollan en un lenguaje que es puramente humano. 


El actor Toshiro Mifune en un momento de la película, que se usó para hacer el cartel original (foto Toho Co.Ltd)


Los siete samuráis cuenta una historia bastante peculiar. Un poblado de campesinos en el Japón medieval vive una existencia miserable, a su pobreza se une el pavor de estar permanentemente expuestos a los bandidos. Cuando es época de siembra, una horda de ladrones armados saquea el pueblo, quitándoles lo único que poseen, que es el fruto del trabajo que pueden realizar con sus manos.

Agotados y al límite del suicidio, los campesinos deciden organizarse y contratar a un grupo de samuráis que les defienda de los bandidos. Sin embargo, sólo cuentan para ello con el pago de tres comidas de arroz al día.

El carismático Kanbei, representado por el actor Takashi Shimura, el líder del grupo, simboliza la figura del guerrero viejo y sabio que, aún vencido siempre, se levanta y vuelve a la batalla con dignidad.

Pese a las dificultades, logran reclutar a siete samuráis, cuya motivación para defender a los campesinos supera el interés económico y se extiende a los ideales de las causas justas, el honor o la solidaridad.

En cierta forma, una lectura de Los siete samuráis nos presenta una metáfora del pueblo abandonado (en la primera escena los campesinos se plantean pedir ayuda a las autoridades, pero lo rechazan porque saben que es inútil) y del valor que se necesita para organizarse y defender sus intereses. Los siete representan a una especie de vanguardia de los miserables que, por poseer una cualificación de estrategia y una dosis superior de valor (en el fondo los samuráis no dejan de ser espadachines al servicio de un señor, esto es, sólo cuentan para vivir con el trabajo que puedan desempeñar, -en este caso ronin desempleados- al igual que los campesinos), toman el papel de indicar el camino al resto.

La táctica del frente unido
Cuántas veces hemos tenido con los amigos la típica conversación que, tras sulfurarnos por las condiciones lamentables en que vivimos los trabajadores, no acabamos exclamando "no entiendo por qué la gente no sale a la calle a quemarlo todo". Evidenciamos en esos momentos la poderosa fuerza de la ideología dominante, que nos mantiene adormecidos en una especie de mátrix que exprime a los humildes como ganado. 

Una de las maniobras que los reaccionarios utilizan históricamente para hacer perdurar su dominación es la argucia de mantenernos divididos. Conscientes de la fuerza que posee el pueblo cuando está unido (recordemos la máxima con la que finaliza el Manifiesto, proletarios de todos los países, uníos), la clase dominante difunde el individualismo como forma de vida. Ese pensamiento se incrusta en la mente de los trabajadores y estos caen en un conformismo mezcla de incredulidad y egoísmo.

Como reacción al individualismo capitalista (y a la división en innumerables corrientes a la que es proclive la izquierda), surgen las tácticas del Frente Unido en el marco de la III Internacional, la Internacional Comunista. En ella toman relevancia muchos de los términos que aún hoy escuchamos en nuestras asambleas: la distinción entre luchas transitorias (tácticas) y el objetivo a largo plazo (estrategia), la creación de hegemonía dentro de un bloque diverso, la correlación de fuerzas, etc. 

Georgi Dimitrov, secretario general de la Internacional Comunista y teórico del Frente Único y de la lucha contra el fascismo

Merece una entrada más seria y profunda en este blog (que se hará en una segunda parte) analizar la estrategia leninista del frente único y sus manifestaciones históricas, en especial algunas tan cercanas a nosotros como el Frente Popular de España de Pepe Díaz o el Frente Popular Chileno en los años 30 y su posterior versión ganadora electoral en los 70 con Salvador Allende.

Ingredientes de la unidad popular hoy día

Suena un poco obvio (son por desgracia tiempos de señalar lo obvio), pero el propósito de la unidad popular supone, entre otros, la participación de ciertos ingredientes necesarios. Uno de ellos, evidentemente, es la voluntad de crear alianzas. 

1. Formar alianzas o coaliciones, sabemos por experiencia, es más sencillo de decir que de hacer, en la práctica implica una penosa tarea. No obstante, como se suele decir, no hay nada que una más que la presencia de un enemigo común. El avance de la extrema derecha en España (siendo más concretos, del fascismo) debería servir como eje cohesionador de todas las sensibilidades que mantengan al menos un denominador común en, por ejemplo, la defensa de los derechos mínimos de los trabajadores, la defensa de lo público o el rechazo a las políticas austericidas y basadas en el control del gasto social por parte de los poderes económicos con intereses en España. 

Este repunte del fascismo (que no olvidemos no deja de ser la cara más desencarnada del capitalismo) puede estar motivado por la llegada de una próxima agudización de la crisis capitalista, que necesitará de la violencia en sus diversas manifestaciones para permitir el paso a la nueva vuelta de tuerca que requiere el capital -nuevas presiones a la clase trabajadora- y seguir así obteniendo beneficio.

La identificación del fascismo debería actuar, por tanto, como pegamento de esa unidad. Sin embargo (insisto en la obviedad) para ello es necesario que el fascismo sea identificado. En la actualidad, el centro del espectro  o abanico ideológico se encuentra tan desplazado a la derecha que hasta popularmente las posiciones moderadas o centristas son coincidentes con posiciones de extrema derecha. 

Recientemente, en un programa de TV, la popular presentadora Mariló Montero se escandalizaba de que existiera una lucha antifascista. 

¿Y por qué cuesta a cierto sector de la población reconocer al fascismo? Pues porque para ello es preciso cierto nivel de información que provenga de su ideología opuesta, la que defiende los intereses de la clase trabajadora (e insistiendo en la obviedad, a su vez eso requiere el reconocimiento de la existencia de la clase trabajadora y el antagonismo entre clases). En ausencia de una ideología clara y rotunda, o bien sustituida por una especie de buenismo con fe en la posibilidad de reformar el sistema desde dentro o, en el mejor de los casos, sustituida por un socialismo no científico sino utópico, la ideología dominante carece de competidor

2. Aparece aquí el segundo ingrediente necesario de la unidad popular. El desarrollo de un programa mínimo, de combate, que una a las distintas fuerzas en un proyecto concreto frente a ese avance de los sectores más reaccionarios. 

La creación de ese programa plantea una táctica clara, basada en el análisis concreto de la realidad concreta, de unión en ese propósito transitorio, que a la vez permite la autonomía de los diferentes actores que formen parte de esa unidad.  

Está claro que pese a la buena fe de los participantes en la coalición, todos querrán resultar vencedores en la hegemonía dentro de ella. Mediante el pacto a través de unas cuantas propuestas en un programa, se mantiene el acuerdo de realizar algunos avances concretos. De ese modo se reduce la posibilidad de que, como suele suceder en las coaliciones puramente electorales actuales, los partidos más cercanos ideológicamente a la clase dominante acaben utilizando a los otros partidos. 

Pepe Díaz, histórico dirigente del PCE: "Y yo os pregunto, ¿hay alguien que titulándose antifascista pueda estar en contra de este programa tan sencillo?" 

3. Faltaría un ingrediente muy concreto. Conociendo la enorme influencia y el extraordinario aparato con el que los capitalistas sostienen su maquinaria ideológica, ¿es posible confiar el futuro de la unidad popular a la espontaneidad de las masas? Si de algo nos ha servido la enseñanza de Lenin es para saber que no existe práctica revolucionaria sin teoría revolucionaria. Inevitablemente es precisa la participación de una vanguardia que oriente el camino de la unidad popular. 

Los comunistas no forman un partido aparte de los demás partidos obreros --recordemos el Manifiesto--, se distinguen en que saben diferenciar los intereses de la clase trabajadora. Ese papel de faro sólo puede ser representado por las “fracciones más resueltas de los partidos obreros”, que supongan una guía firme e imperturbable ante los ataques que recibirá por parte de los reaccionarios ese frente popular. 

Volvemos a lo obvio. Para que haya vanguardia es necesario que exista una voluntad de desarrollar toda una cultura de clase, que analice la realidad desde la praxis y sepa avanzar en las contradicciones. Una vanguardia materialista y dialéctica, en definitiva. Es el único modo de que fuese vanguardia en su cualidad de revolucionaria, esto es, con intención de transformar y no de hacer meras reformas.

En palabras de Gramsci, por concluir: Centralización quiere decir especialmente que en cualquier situación, (...) todos los miembros del Partido, se hallen en situación de orientarse, de saber extraer de la realidad los elementos para establecer una orientación, a fin de que la clase obrera no se desmoralice sino que sienta que es guiada y que puede aún luchar. La preparación ideológica de la masa es, por consiguiente, una necesidad de la lucha revolucionaria, es una de las condiciones indispensables para la victoria.




* Obviamente es un título muy pretencioso para la capacidad de este blog, es un título ideado con la intención de llamar la atención y con referencias cortazarianas,  pero si con ello se logra captar el interés de algún lector con sensibilidad de izquierdas y hacerle pensar sobre el sentido de la unidad popular, pues esa es la intención. 


Añado enlaces de interés sobre el tema:





sábado, 11 de enero de 2020

¿Qué significa ser comunista?



Prometo que no es invent. Mi hija tendría unos tres añitos y empezaba a parlotear frases. Caminábamos de noche por la avenida principal de Mairena, su cabeza apoyada en mi hombro. Cuando pasamos frente a la sede del Partido, cerrada a esas horas, escuché su vocecita decir: mira, papá, el "pueblo unido" está dormido. 

Comprendí que en su cabecita había mezclado imágenes de la famosa canción del grupo Quilapayún (que yo solía ponerle en el móvil) en un video montado con imágenes que también habría visto en los pósters de la sede. Desde entonces hasta ahora, cuando hay algún acto o alguna manifestación, ella me pregunta si voy al "pueblo unido". 

A su manera infantil había dado una definición muy simple pero bastante cercana a lo esencial, el comunismo podría definirse básicamente en el pueblo unido. Sería una breve definición desde un punto de vista amable. Con la reciente formación del nuevo gobierno se ha disparado el uso de esta palabra en los medios y las redes sociales. El "gobierno comunista" hará esto o lo otro, dice la gente, ciertos medios hablan de las consecuencias del comunismo y que supuestamente viviremos en España a partir de ahora.

Pero ¿es correcto el uso del término "comunista" en ese contexto? Algún lector podría pensar que hoy día se han perdido tantos derechos y hemos sufrido tantos recortes que una simple subida de impuestos o una ayuda a un sistema público se aprecia como comunismo. Es cierto que el significado de las palabras varía con el uso popular. Pero debe haber alguna manera  más precisa de definirlo.

Si saliéramos a la calle en este mismo momento y preguntáramos micrófono en mano como un reportero a la gente que pasa, posiblemente obtendríamos definiciones no tan amables. El ciudadano medio, instalado en un cómodo espejismo apolítico (ni de izquierdas ni de derechas), tiende a un concepto del comunismo que mezcla desconocimiento y propaganda. 

Me apuesto a que en una pequeña encuesta callejera encontraríamos definiciones que oscilarían entre una idea del comunismo similar a una "bella utopía bienintencionada pero que acaba en totalitarismo y coarta la libertad" hasta una "doctrina que fomenta la miseria y el caos".


Dentro de las definiciones catastrofistas, frecuentes en nuestros sensatos políticos demócratas del centro moderado, pongo al azar un ejemplo de ayer:

Tal como esta víctima del perverso comunismo cubano y #freedom-fighter a tiempo completo, muchos pensadores actuales comparten un concepto de los comunistas semejante: seres despreciables, grises, fastidiosos, intolerantes, cargantes, retorcidos, envidiosos, mostachudos, insidiosos, mediocres, lascivos, holgazanes, resentidos, colaboradores de regímenes que causan hambre y miseria en el mejor de los casos y en su peor versión cientos de millones de muertes por todo el planeta. 

Bien. Hay que reconocer que en algo sí tienen razón. Los comunistas suelen ser personas muy puñeteras, muy quisquillosas. Hacen demasiadas preguntas. Siempre andan cuestionando todo,  incluso lo más sagrado y establecido. De todo cuanto oyen y ven preguntan: ¿a quién beneficia esto o aquello?, ¿por qué motivo?, ¿desde cuándo es así?, y otras preguntas capciosas. Recuerdan a esos niños repelentes a quienes se les acaba de regalar un juguete y, apenas unas horas después, ya los han roto para averiguar qué es lo que hay dentro.




Si tuviera que elegir mi definición de comunista preferida, tomaría una frase del "libro de cabecera" de los comunistas, que es su Manifiesto (siempre es un buen consejo, amigos, cuando se trata de saber sobre algún tema, acudir a las fuentes originales). En este blog ya hemos hablado mucho del Manifiesto del Partido Comunista y puedes repasarlo buscando bajo la etiqueta manifiesto.


En este libro fundamental para entender nuestro mundo y que seguro los trabajadores hemos leído todos (ejem), hay un apartado que trata sobre las relaciones entre los comunistas y los proletarios (currantes). Allí, Marx dice: los comunistas no forman un partido aparte de los demás partidos obreros, no tienen intereses opuestos, ni proclaman principios especiales. Los comunistas sólo se diferencian de los demás partidos en que, en cualquier lucha o cualquier momento o país, saben distinguir y hacen valer los intereses de la clase trabajadora.

Así pues, los comunistas se definen por su capacidad para distinguir cuáles son los intereses de la clase trabajadora.

Un lector perspicaz diría entonces ya está, denme mi carnet del Partido, ya me lo gané, cualquiera sabe qué es lo que interesa a los trabajadores. Bueno. No nos emocionemos tan pronto. En realidad saber distinguir los intereses de la clase trabajadora en una determinada situación no es tan sencillo. De hecho a veces es bastante complejo y necesita un análisis elaborado.

¡Sí, hombre!, responde el lector perspicaz, si está bien claro. Veamos un par de ejemplos para averiguar si es tan sencillo o no. En primer lugar, observemos que esta definición da por hecha la existencia de la clase trabajadora (parece obvio pero hoy día no lo es tanto, incluso para muchos compañeros de lucha). 
Un video con miles de visualizaciones que pretende demostrar el fracaso del comunismo según su "éxito". No dicen nada del éxito del sistema que defienden y que es hegemónico en la actualidad, el capitalismo, en el mundo cruel y horrible que vivimos.


Por ejemplo, supongamos que en una reunión de amigos trabajadores escuchamos la noticia de que tal o cual gobierno va a reducir los costes de alguna administración para ahorrar y dar ejemplo de austeridad. Todos los amigos trabajadores convienen en que eso es bueno. Pero ahí es donde el resabiado y odioso comunista salta como un resorte y exclama: es bueno... ¿para quién?

Y todos volverán la vista y pensarán jodido comunista amargado. Pero pensemos, esa austeridad ¿a quién se aplicará? ¿Se llevará a cabo reduciendo puestos de trabajo o salarios? ¿Recortará servicios públicos que ofrecían soluciones a quienes los necesitaban? Y en ese caso, ¿sale favorecido el trabajador o los propietarios de empresas privadas? 

Viéndolo así, la perspectiva cambia. Otro ejemplo: un grupo de parados escucha que un empresario propietario de una multinacional anuncia que abrirá una sucursal en nuestra ciudad. El medio informativo comenta que gracias a la iniciativa emprendedora de ese empresario, la ciudad será más rica. Los parados festejan la noticia. Pero de nuevo el comunista entrometido sale de detrás de la cortina y grita: ¿gracias a quién crecerá la riqueza? Gracias al empresario, que arriesga sus medios, contestan los otros. Pero entonces -insiste el cargante rojo-, si en esa sucursal los obreros se ponen de huelga, ¿por qué deja de producir y de dar beneficio si la riqueza la crea el empresario y no los trabajadores? ¿Por qué el empresario con su riesgo y sus medios no produce nada si no hay obreros? ¿Quién crea la riqueza entonces? 



De nuevo, esta otra manera de ver la realidad nos da una perspectiva distinta. No es tan sencillo como parece, ¿verdad? La pregunta entonces es por qué resulta tan difícil saber distinguir los intereses de la clase trabajadora.

La respuesta viene de nuevo de manos de nuestro amigo Carlitos Marx (el que no era de los hermanos Marx): la ideología dominante es la ideología de la clase dominante. La clase dominante -la que posee la riqueza y los medios para producirla- no se conforma con la supremacía económica sino que necesita además poseer todo el aparato que crea la ideología -la conciencia, el modo de pensar y entender la vida- de la sociedad.

De este modo la clase dominante, teniendo los trabajadores la mentalidad que defiende sus intereses y no los de su clase, no sólo se asegura la superioridad económica sino que se asegura además su continuación, el medio en que se transmitirá a las sucesivas generaciones, haciendo estable el sistema social que les beneficia.

La mala noticia, por tanto, es que no es tan fácil como parece. La buena es que aprender a hacerlo está al alcance de nuestras manos. Y que esa manera de entender la realidad conduce a una verdad que contiene un gran poder: las enseñanzas de Marx son todopoderosas porque son ciertas, dijo nuestro amigo Lenin en un librito que puedes repasar aquí y que viene al pelo para iniciarse en ese conocimiento. 

Bertolt Brecht escribió que el camino de la verdad, esto es, el camino que debe seguir un comunista informado y que quiera ayudar a sus compañeros, tiene tres requisitos:

- ser valiente para decir la verdad (no siempre es fácil)

- tener la inteligencia para descubrir la verdad (formarse y formarse y nunca parar de informarse).

- hacer de la verdad un arma, es decir, transmitirla, difundirla a otros trabajadores, por ejemplo militando o  colaborando con las agrupaciones o manteniendo contacto con otros comunistas.

Leer, informarse no sólo de la actualidad sino de nuestra historia, aprender a observar como lo haría un científico, esas son las tareas, no conformarse con la realidad paralela que nos aportan los medios. Y ser valiente, aportar nuestro granito de arena. Duro pero necesario. Es el único modo para que los trabajadores logremos ese objetivo, ser el pueblo unido.

Salud.

Entradas del blog relacionadas con este tema y que pueden interesarte:
- tres fuentes integrantes del marxismo, Lenin te resume lo que deberías leer, gracias Vladimiro

- para leer el Manifiesto para comprender a Carlos y Fede y su manifiesto

- sobre la ideología dominante y la perspectiva materialista del socialismo científico, la ideología alemana

jueves, 19 de septiembre de 2019

¿Por qué el Anti-Dühring?

Nuestro viejo amigo Vladimiro decía en aquel folleto llamado Tres fuentes y tres partes integrantes del marxismo (aquí se hizo un repaso) que el texto conocido como el Anti-Dühring era uno de los libros "que no debía faltarle a todo obrero con conciencia de clase".

La subversión de la ciencia por don Eugenio Dühring, que era el nombre verdadero, conocido como Anti-Dühring (supongo que como eco de una obra de Julio César dirigida a Cato, Anticato) sabemos que es un texto de referencia para los comunistas, puesto que en un formato breve y muy asequible a cualquier lector resume las ideas principales del materialismo dialéctico. 

En él podemos leer a Engels refutando las teorías de don Eugenio de manera detallada y a al mismo tiempo una especie de contrapartida argumental con las teorías marxistas. Por eso es interesante el texto, porque resulta muy didáctico leer las ideas marxistas expuestas de manera esquematizada y además en cierto modo comparadas con las ideas de un adversario ideológico contemporáneo de Marx y el propio Engels.


Es por eso que recomiendo su lectura a todo estudiante joven o a quien esté queriendo iniciarse en el marxismo, aunque sea talludito como es mi caso. Pero aquí no venimos a hablar del libro. Me interesa más bien dar una respuesta a estas preguntas: ¿quién era Dühring? ¿Por qué Engels le dedicó toda una obra? ¿Por qué se le atacó con esa dureza? 





Si pudiéramos traer, de una manera mágica, al señor Dühring hasta nuestros días y hacer que conviviese en el actual panorama político, yo me apuesto que las cadenas de TV se rifarían su presencia. No sé si los más famosos periodistas de hoy lograrían convencerle; al parecer don Eugenio tenía un carácter complicado, pero seguro que la Sexta Noche habría movido cielo y tierra para llevarle ante las cámaras en su show político nocturno. 


¿Quién era Dühring? En internet pueden leerse comentarios que me parecen un tanto despectivos -Dühring no sería conocido hoy día si Engels no se hubiera visto obligado a mencionarle-, pero es verdad que su mensaje no ha llegado a la posteridad. Lo cierto es que en su tiempo fue un personaje muy peculiar y bastante popular.

David Riazanov, historiador del marxismo y miembro del Partido Bolchevique, escribió (1): "leyendo el Anti-Dühring podría suponerse que era un perfecto cretino. Pero Dühring no era precisamente un mentecato, sino un hombre de gran valía, poseedor de cualidades aptas para suscitar el entusiasmo y la admiración de la juventud. Poseía una cultura enciclopédica que se movía y orientaba libremente en los problemas de las ciencias naturales y la filosofía, de la economía política y del socialismo. Sus doctrinas exponían un sistema ideológico completo y daban respuesta a las preguntas más torturantes." 


Tampoco era precisamente un desconocido en su tiempo. Dice Riazanov: "Había conquistado ascendiente entre la juventud debido al odio que los profesores abrigaban contra él. Añádase que su vida estaba lejos de ser feliz, como no puede serlo la del hombre que a los veintiocho años se queda ciego y está obligado a adquirir todos sus conocimientos con ayuda de otros. Había sufrido mucho y eso contribuía a que conquistara simpatías".


Al parecer fue en su momento una persona muy influyente en el ambiente político de la Alemania de aquellos tiempos. Durante años fue admirado por los jóvenes estudiantes de la Universidad de Berlín. Acompañado de un niño llegaba a la universidad y explicaba filosofía y política ante una legión de admiradores que le escuchaban embelesados. Tal era su autoridad que se puede hablar de un culto a su figura en Berlín. 


Llegó a ejercer influjo incluso entre compañeros de Marx y Engels en el partido socialdemócrata, aunque su ideología era distante a la marxista. Dühring criticó abiertamente las teorías de Marx y era visto por sus admiradores como un radical que señalaba las "deficiencias" del socialismo científico desde una posición más a la izquierda. 

La situación de los socialistas de Alemania era difícil. Presionados por la persecución del gobierno, de un carácter muy reaccionario y represivo, los socialistas alemanes entendieron la conveniencia de unirse en un solo partido. En aquel momento se hallaban divididos en dos grandes tendencias, por una parte los seguidores de las tesis marxistas y por otra los de Lasalle. En 1875 se celebró el congreso de la ciudad de Gotha y se había creado un programa que en cierto modo uniría los propósitos de ambas tendencias, aunque no sin la crítica mordaz de Marx, quien como sabemos redactó un análisis muy duro en su texto Crítica al programa de Gotha

Dice Riazanov que el Partido Socialdemócrata Alemán nació en 1875 producto de la fusión, en el Congreso de Gotha, del Partido Obrero Socialdemócrata -de inspiración marxista y dirigido por Bebel y Liebknecht (padre de Karl, que años después sería asesinado junto a Rosa Luxemburgo)- y la Asociación General de los Trabajadores Alemanas, fundada por Ferdinand Lasalle. Esa unión inspiró una profunda desconfianza en Marx y Engels debido a las profundas concesiones hechas a los seguidores lasallianos. 

Esa desconfianza se agudizó al aumentar el dominio ideológico personificado en la figura de Dühring. El nivel intelectual de la socialdemocracia no era suficientemente elevado para haber aceptado aún, de manera total, las teorías marxistas y permitía ese desliz con tesis opuestas y poco científicas. Escribe Engels en el prólogo a la primera edición: "no se quería dar nuevamente ocasión a una división y confusión sectarias en el partido, todavía demasiado joven, y que acababa de llegar a la unión definitiva".  

Por tanto, un militante curioso que leyese acerca de este pasaje histórico del comunismo podría preguntarse ¿por qué ese ataque tan cruento a un supuesto compañero de partido, cuando era necesaria la unidad de los socialistas en aquel difícil momento?

Si conocemos el detalle de los hechos, la división producida por la distancia ideológica de las dos tendencias y las importantes diferencias teóricas que les separaban, la respuesta es clara. Marx y Engels dedicaron casi toda su vida a mantener la doctrina del socialismo científico, del materialismo dialéctico. El enfoque del profesor Dühring suponía poner en riesgo el avance que hasta el momento se había logrado en el desarrollo del socialismo moderno. Sus ideas eran erróneas e idealistas, aunque de apariencia radical casaban a la perfección con la corriente lasalliana, reformista e inocua para la política dictatorial del gobierno conservador de entonces.   



Veamos algunas muestras de ello en el propio texto. 
En una breve introducción, Engels parece querer sentar las bases del marxismo en un breve texto, como preparación o recordatorio de la lectura posterior. Inicia con una afirmación contundente: el socialismo moderno es por su contenido el producto de la percepción del antagonismo de clase entre poseedores y desposeídos, asalariados y burgueses, por una parte; y de la anarquía reinante en la producción, por otra. Pero, por su forma teórica, se presenta inicialmente como una continuación, en apariencia más consecuente,  de los principios establecidos por los grandes  ilustrados franceses del siglo XVIII.  Como toda nueva teoría, el socialismo moderno tuvo que enlazar con el pensamiento que existía previamente. Pero la raíz, el origen real del socialismo, reside en las condiciones económicas.

Continúa luego: un comunismo ascético que enlazaba con la tradición espartaca, fue la primera forma de la doctrina. Después vinieron los tres grandes utópicos: Saint Simon, Fourier, y Owen. (...) Los tres tienen en común el hecho de no representar los intereses del proletariado.

Un poco después: Semejante tipo de concepción es, en lo esencial, la de todos los socialistas ingleses y franceses y el de los primeros socialistas alemanes, incluyendo a Weitling. El socialismo es la expresión de la verdad absoluta, de la razón y la justicia absolutas, y basta con que sea descubierto para que por su propia fuerza conquiste el mundo; como la verdad absoluta es independiente del tiempo, el espacio y de la evolución histórica, es meramente casual la cuestión del lugar y el momento de su descubrimiento. (...) De ello no podía resultar más que una especie de socialismo ecléctico de término medio que domina las cabezas de la mayoría de los trabajadores socialistas de Francia e Inglaterra; mezcla, de una parte, de las manifestaciones críticas de los principios económicos menos contradictorios y, de otra parte, de las representaciones sociales futuristas de los diversos fundadores de escuela.
Para hacer del socialismo una ciencia había que empezar por situarlo en el terreno de la realidad.

En definitiva, la lucha de Engels contra Dühring es a grandes rasgos la misma de Marx con Proudhon, de Rosa Luxemburgo con Bernstein o Lenin con los mencheviques. 

En la historia del socialismo existen y han existido personajes bienintencionados, de gran influencia y predicamento en las masas, que no empleaban en sus métodos el materialismo sino conceptos idealistas que les llevaban a crear discursos de apariencia radical (o todo lo contrario, de apariencia pacífica y moderada) pero que en el fondo eran inocuos para el sistema, no tenían la consistencia ni la capacidad para hacer daño al capitalismo en sus fundamentos.



1. Enlace al texto completo en Fundación Federico Engels que contiene el interesante artículo de Riazanov Cincuenta años del Anti-Dühring. 




lunes, 14 de enero de 2019

El compromiso político de los cronopios

Portada de la novela gráfica de Julio Cortázar, Fantomas contra los vampiros multinacionales

Vivimos tiempos en los que los artistas e intelectuales de moda se preocupan enormemente por los derechos humanos cuando miran a Venezuela, pero al mismo tiempo callan ante las decenas de sindicalistas asesinados en Colombia (según datos de la Defensoría del Pueblo, entre el 1 de enero de 2016 y el 22 de agosto de 2018 fueron asesinadas 343 personas por motivos políticos en Colombia).

Son tiempos por tanto de gran fariseísmo. Siempre ha existido esa falsedad, claro, pero si se supone una capacidad de los autores y pensadores por acceder a la cultura y a la información -es decir, no son personas sospechosas de ignorancia o desidia-, con más motivo en nuestros días de artefactos electrónicos e inmediatez de las redes sociales podemos pensar que ese grado de hipocresía es de un nivel considerable.

No debe extrañarnos. El dominio de la ideología políticamente correcta conduce al rebaño como perro pastor  hacia el redil hasta a los artistas más rebeldes. El escritor que quiera ver su nombre en el suplemento cultural del periódico en el que toda la "clase media" elige su próximo disco y el siguiente restaurante premiado a visitar, no tiene más remedio que rendir pleitesía a la ideología dominante. De otro modo le espera el ostracismo mediático, la autopromoción con editoriales tramposas y las tournés con ejemplares bajo el brazo. 

Las ovejas negras ya no son fusiladas, como en aquel minicuento de Monterroso. Hoy son compradas y seducidas por el brillo de las vanidades. Pocas son las voces que contradicen esta norma. Por eso y porque me da la gana quiero subir al blog esta entrada sobre uno de mis escritores favoritos, Julio Cortázar. 

Don Julio en La habana, ya barbudo.

Si uno se mete a averiguar en san Google sobre la conocida relación de Cortázar con los gobiernos de izquierdas y, en especial, con la Revolución Cubana, podrá comprobar que es necesario avanzar varias páginas de resultados hasta hallar alguno que no explique este compromiso del autor en los motivos más peregrinos: enajenación doctrinaria, deseo extravagante de llevar la contraria, candidez utópica, confusión estética... Pocos tienden a buscar la explicación más simple: por convicción ideológica.

Los expertos distinguen en la vida del escritor argentino tres etapas. Una primera de juventud en su tierra natal, una segunda en Europa a la que corresponde su obra más famosa, Rayuela, que le introdujo de pleno en el fenómeno del boom latinoamericano, y una última etapa que algunos críticos consideran de decadencia, entre otros motivos por estar "politizada".  En 1963 es invitado a Cuba para formar parte del jurado del Premio de las Américas (un premio literario que se celebra en La Habana desde el 60 hasta la actualidad) y al parecer este viaje le emociona vivamente: "un mes ahí y ver, simplemente ver, nada más que dar la vuelta a la isla y mirar y hablar con la gente, para comprender que estaba viviendo una experiencia extraordinaria".



¿Hasta qué punto llegó el compromiso político de un escritor de fama mundial, hijo de familia acomodada, cosmopolita y de refinados gustos, crítico de Jazz y excelente traductor de francés e inglés?

En sus propias palabras: "estaba en Francia cuando la guerra de liberación de Argelia y viví muy de cerca ese drama que era al mismo tiempo y por causas opuestas un drama para los argelinos y para los franceses. Luego, entre el año 59 y el 61, me interesó toda esa extraña gesta de un grupo de gente metida en las colinas de la isla de Cuba que estaban luchando para echar abajo un régimen dictatorial".

No sería la Revolución Cubana la única relación de Cortázar con la política. Visitó en 1970 Chile para manifestar su apoyo a Salvador Allende. Donó los derechos de una de sus obras, Los autonautas de la cosmopista, escrito junto con su esposa Carol Dunlop, a la Nicaragua sandinista. Dedica algunas de sus obras a temas relacionados con la militancia revolucionaria, como el Libro de Manuel o la curiosa novela gráfica Fantomas contra los vampiros multinacionales, en la que de manera novelada difunde su participación en el Tribunal Internacional sobre Crímenes de Guerra o Tribunal Russell-Sartre, un organismo público establecido por los filósofos Bertrand Russell y Jean-Paul Sartre, que se encargó de investigar la  intervención militar de EE.UU. en Vietnam. Derechos de otras de sus obras serían cedidos también para ayuda a presos políticos de su Argentina.

Es decir, puede verse que la intención política de Cortázar iba más allá de la simple firma del típico documento de adhesión o de la declaración bienintencionada de un personaje público. No se trata sólo, por tanto, del fugaz deslumbramiento ante la figura carismática de Fidel Castro que pretenden vendernos los diversos artículos que se leen en la red. 

Supongo que el hecho de haber elogiado precisamente a Castro y al Che (uno de sus cuentos, Reunión, que puedes leer en el libro de cuentos que a mi gusto es el mejor de Cortázar, Todos los fuegos el fuego, trata sobre el desembarco del Che en Cuba) contribuyeron desde entonces a crear una sombra de rencor hacia el genial escritor. El odio que esta pequeña isla caribeña produce en el mundo capitalista se extiende a quienes osen manifestarle su apoyo, como si el criminal bloqueo económico se extendiese igualmente al aspecto cultural.

Por si algún lector que haya llegado hasta aquí se lo pregunta, sobre el manifiesto del Caso Padilla (poeta encarcelado durante poco más de un mes, acusado de difundir infamias contra la revolución; poco después el mismo Padilla confesaba sus difamaciones), encuentro que la fuente de las fuentes de nuestros días, la Wikipedia, es inexacta y no dice toda la verdad. Es cierto que Cortázar firmó en un primer momento una carta dirigida a Fidel en la que numerosos intelectuales (entre ellos Sarte, Goytisolo, Octavio Paz, Rulfo, Sontag, Beauvoir) le pedían que observase las circunstancias de la detención. Al no tener una respuesta positiva, los intelectuales redactaron una segunda carta, más vehemente, que en este caso algunos se negaron a firmar. Fue el caso de Cortázar y de Gabriel García Márquez. 
Cortázar, disfrazado de vampiro, bromea a Gabriel García Márquez.

El autor de Rayuela con motivo de las disputas de las confesiones de Heberto Padilla, escribió su “Policrítica en la hora de los chacales”. El chacal principal en el mundo, según el poema, era el capitalismo, en complicidad con la mayoría del resto de los países de América Latina. “El pobre Julio, por esa pendiente, terminará haciendo cosas tristes”, comentó en esos años Mario Vargas Llosa (1). Sabemos hoy  los españoles -el tiempo pone a cada uno en su sitio- quién hizo las cosas tristes. 


1. Cortázar y Cuba,  Jaime Perales Contreras, Georgetown University (enlace).