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jueves, 31 de enero de 2019

Uberización, tecnología, Marx.

Chaplin atrapado en la cadena de montaje de la película Tiempos modernos, alegoría de la desesperación obrera ante el avance de la maquinaria capitalista.

Soy bastante desafortunado haciendo pronósticos, nunca gano las apuestas futboleras con los amigos. Pero apostaría algo a que la Fundación de Español Urgente, Fundeu, (la fundación patrocinada por el BBVA que se ocupa del uso del castellano y los neologismos) propone como "palabra del año" para 2019 el término "uberizar".
Como un mantra repiten los medios estos días el dichoso palabro, que lograrán incrustar en el lenguaje hasta convertirlo en cotidiano, como una de las maneras de normalizar una nueva vuelta de tuerca en la explotación laboral. 
A este respecto, en referencia a la polémica del taxi, el modernísimo Albert Rivera nos dejaba ayer esta maravillosa perlita en el medio de comunicación oficial de nuestros días:



¿Se imaginan ustedes -diría el joven preparado Albert- que un mecánico de Olivetti se pusiese de huelga en protesta por las impresoras? ¡Va contra la evolución de la Humanidad! ¡No se puede poner puertas al campo!

No hay que complicarse mucho para volver en su contra esta falacia. ¿Imaginaba el bueno de Albert que los internautas que compartían contenidos con programas P2P iban a ser multados o encarcelados? ¿Imaginaba alguien que un sistema operativo como Windows monopolizara el mercado global siendo manifiestamente inferior a otros sistemas que además son gratuitos?

El asunto tiene sus kilobytes de mandanga. ¿Cómo se interpreta la cuestión tecnológica desde el materialismo dialéctico? ¿Qué diagnóstico damos al proceso de "uberización" que se cierne sobre el mercado laboral?

Cuando estudiamos el progreso de una sociedad sin duda llegamos a la conclusión de que el desarrollo tecnológico es un factor decisivo. No hay transformación social que no haya venido influenciada por una innovación tecnológica. Todos somos susceptibles de ello. Pensemos por ejemplo, los actuales humanos de mediana edad, en el cambio que supuso en nuestras vidas la aparición de internet. 

Pero esta relación entre el desarrollo social y la tecnología no ocurre en un espacio aislado del resto de circunstancias de la vida. En el ejemplo que planteo, nuestro amigo Albert piensa de manera idealista que el progreso es una especie de valor supremo que sobrevuela por encima de las circunstancias mundanas, por eso considera que los taxistas no pueden sustraerse a algo que es un valor universal, oponerse es intentar frenar la evolución humana. Este tipo de pensamientos antidialécticos es muy común hoy y responde a una mentalidad atrapada en el idealismo.

Rivera, adepto fiel de la filosofía que conviene al capitalismo, no tiene en cuenta el aspecto social. La tecnología, como la ciencia, posee un importante carácter social. La idea de lo tecnológico como algo únicamente técnico limita -a conciencia, como veremos enseguida- su alcance y deja de lado otros factores fundamentales. Obvia el complejo sistema de relaciones en las que se desenvuelve el ser humano y también el mercado laboral. El carácter social es así silenciado en favor de poner el énfasis en el progreso entendido como el avance en lo puramente técnico, industrial o comercial.

El enfoque más correcto sería el que de manera dialéctica relaciona el conjunto de factores, observándolos como un todo de manera integral. El materialismo demuestra la preeminencia de las condiciones materiales de la vida. La tecnología, vista por tanto de este modo, es un proceso social y tiene aspectos técnicos pero también profesionales, administrativos, incluso políticos e ideológicos.

¿Qué pensaríamos entonces sobre la "uberización" desde un punto de vista marxista? Modestamente creo que tiene un análisis muy claro. Marx ya relacionaba en El capital la tecnología con la teoría del valor. ¡Las contradicciones y antagonismos inseparables del empleo capitalista de la maquinaria no existen, ya que no provienen de la maquinaria misma, sino de su utilización capitalista! exclama Marx en El capital (primer tomo, capítulo XIII, apartado 6, la teoría de la compensación, aplicada a los obreros desplazados por las máquinas). En este mismo apartado, explica:

El resultado inmediato de la maquinaria consiste en aumentar el plusvalor y, a la vez, la masa de productos en que el mismo se representa; acrecentar, por ende, a la par de la sustancia que consumen la clase capitalista y todos sus dependientes, a esas capas sociales mismas.

Es la plusvalía el principal impulso que fomenta los cambios tecnológicos. Esto es, El sentido innovador de la tecnología va en consonancia con el interés de la clase burguesa por incrementar la tasa de ganancia. Los avances técnicos demuestran el progreso alcanzado por los materiales productivos, pero depende del ser humano las consecuencias en las que se apliquen, por tanto dependen de la clase social que ostenta esos medios productivos, que por supuesto usará en interés de su clase y de manera opuesta a los intereses de los trabajadores.

El uso de aplicaciones informáticas para móviles que supuestamente "facilitan" la vida diaria y favorecen la "economía colaborativa", va encadenado a una nueva manera de explotación (en realidad sobre-explotación, dado que ya el proceso asalariado supone una plusvalía) en la que el "empleado" pierde sus derechos al situarse como un falso autónomo y quedar a disposición absoluta de la demanda del cliente en horarios cada vez más amplios. El ahorro en prestaciones o cotizaciones no redunda en un salario mayor, sino que va al bolsillo del administrador de esas aplicaciones. Por otra parte, permite concentrar los distintos sectores laborales en las manos del avispado emprendedor que saca provecho de ello, que convenientemente guarda su suculento capital en paraísos libres de odiosos impuestos.

 Con esta vuelta al asunto, llegamos a la conclusión siguiente: la defensa del desarrollo tecnológico (al estilo riveriano y en situaciones como la del ejemplo) por las clases poderosas y sus lacayos es consecuencia directa de ese antagonismo social. Todo acercamiento que ignore el aspecto social es por tanto falaz e interesado.

Añado como fuentes que he usado y recomiendo la lectura sobre este tema de los estudios que enlazo:
La Tecnología como proceso social: una visión desde Marx, Inés de la Caridad Valdés.
La concepción marxista del cambio tecnológico, Claudio Katz.

lunes, 17 de diciembre de 2018

La izquierda de San Junípero

De la famosa serie televisiva Black Mirror mi capítulo preferido es el que se llama San Junípero. Para quien no lo haya visto o no recuerde, (lo recomiendo), es aquel capítulo en el que las personas pueden experimentar una existencia paralela conectándose a un dispositivo. Los conectados son desplazados virtualmente -pero con un realismo absoluto que se asemeja a la propia existencia- a una ciudad imaginaria, San Junípero, que es una especie de zona residencial costera al estilo californiano, donde todos los habitantes son eternamente jóvenes y reviven el ambiente fiestero de los años 80 o 90.
Una escena del capítulo con las protagonistas, de la serie producida por Endemol y distribuida por Netflix.


Los usuarios de esa realidad simulada pueden disfrutarla unas horas al día mientras están vivos o decidir, antes de la muerte, si quieren vivir allí virtualmente de manera indefinida. 

El guión da bastante juego y plantea diversas lecturas. Sugiere el debate en cuanto a la levedad de la existencia humana y a la realidad virtual como evasiva, similar al opio. (También es llamativo que las protagonistas sean una pareja lesbiana e interracial; en mi opinión hay otro aspecto interesante de la trama y es la dualidad entre el amante y el amado, el que se enamora sin freno y el que se deja amar o menosprecia el amor con desdén. Pero eso es otra historia. Como comunistas rancios y ninotchkianos, nos interesa aquí sólo el aspecto ilusorio de esa vida artificial).

¿Quién no se ha dejado llevar alguna vez por ensoñaciones mientras estaba despierto? Yo mismo confieso haber pasado horas con la mirada perdida, mientras en el interior de mi cabeza era el delantero centro que llevaba al Sevilla a ganar la Copa de Europa o el batería de Led Zeppelin. Debe ser una característica propia del ser humano el ensoñar, más aún cuando la vida no es un camino de rosas.

Nuestra realidad se encuentra repleta de fantasías que no son sólo las que producen los ensueños particulares. Comenzando por la religión, que se plantea como respuesta a las preguntas inevitables del ser humano la fe en fuerzas superiores. Como sabemos los que nos hemos iniciado en esto del materialismo dialéctico, la sociedad también está construida sobre axiomas que aceptamos como indiscutibles pero que observados con detenimiento son ilusorios.

Marx demuestra en El Capital que pilares de la sociedad como la teoría del valor, base sobre la que se apoya todo nuestro sistema económico, surgen de fetiches. La mercancía, el dinero, el mercado. Objetos y circunstancias reales que por arte de magia cobran vida y obtienen poderosos atributos fuera de lo normal, como la mesa que sigue siendo un objeto físico vulgar y corriente. Pero en cuanto empieza a comportarse como mercancía, la mesa se convierte en un objeto físicamente metafísico. No sólo se incorpora sobre sus patas encima del suelo, sino que se pone de cabeza frente a todas las demás mercancías, y de su cabeza de madera empiezan a salir antojos mucho más peregrinos y extraños que si de pronto la mesa rompiese a bailar por su propio impulso (1).

Incluso las fluctuaciones de los salarios y los precios, la demanda y la oferta, eje sobre el que se sostiene la economía capitalista en que vivimos, está supuestamente apoyada en un equilibrio de carácter casi mágico que otorga al libre mercado una cualidad semejante a la justicia universal. No tienen en cuenta, como explica Marx, la realidad mundana y palpable del trabajo humano y de su expresión social:

Júzguese, pues, de la importancia decisiva que tiene la transformación del valor y precio de la fuerza de trabajo en el salario, es decir, en el valor y precio del trabajo mismo. En esta forma exterior de manifestarse, que oculta y hace invisible la realidad, invirtiéndola, se basan todas las ideas jurídicas del obrero y del capitalista, todas las mistificaciones del régimen capitalista de producción, todas sus ilusiones librecambistas, todas las frases apologéticas de la economía vulgar. (2)

Pero ¿por qué se fomenta el pensamiento basado en ilusiones?

Como sabemos, el pensamiento dominante es el pensamiento de la clase dominante (de nuevo el amigo Marx).  Esto es, la ideología cumple la importante función de asegurar en el poder a la clase dirigente, la clase que tiene el mando del Estado y que mediante él somete al resto, impidiendo que por cualquier motivo los sometidos puedan tender a rebelarse.

Una clase social cuyo pensamiento está, por así decirlo, distraído con dilemas cuya resolución no afecta a nada que haga daño al sistema, es una clase sometida:

Un hombre listo dio una vez en pensar que los hombres se hundían en el agua y se ahogaban simplemente porque se dejaban llevar de la idea de la gravedad. Tan pronto como se quitasen esta idea de la cabeza, considerándola por ejemplo como una idea nacida de la superstición, como una idea religiosa, quedarían sustraídos al peligro de ahogarse. Ese hombre se pasó la vida luchando contra la ilusión de la gravedad, de cuyas nocivas consecuencias le aportaban nuevas y abundantes pruebas todas las estadísticas. (3)


¿Y cómo se expresa esto en la vida de nuestros días?

En la situación actual la izquierda ha encontrado en las elecciones un fetiche con el que pretende retomar la hegemonía del descontento social, perdida y disipada desde los movimientos surgidos en 2011 en torno a los ciudadanos indignados.

Desde aquella fecha no dejan de sucederse las apariciones de nuevas plataformas electorales, las confluencias y los nuevos impulsos en cada cita con las urnas. La izquierda parece querer reinventarse en cada semestre, en este tiempo que nos ha tocado vivir en el que el ritmo vertiginoso nos hace creer que todo es nuevo, o mejor que todo debe ser nuevo. 

No quiero decir con esto que deba menospreciarse la participación en los procesos electorales. Ni tampoco que debamos centrarnos en la práctica de los frentes de lucha ajenos al parlamentarismo. Quiero decir que se valora en exceso, en ocasiones como el único valor posible, y se convierte en una ilusión más, la ilusión electoralista. Y en especial ese campo electoral no se emplea en combatir al pensamiento dominante.

Una persona con poca formación materialista (una persona normal formada en el sentido común, tenga o no educación superior, es decir cualquiera de nosotros) puede llegar a creer que una victoria electoral es la solución a todos los problemas. Por ejemplo, puede pensar que la cuestión es de personas, que sustituir a unos dirigentes corruptos por otros decentes es la clave. O puede creer que un dirigente de interminable expediente (me refiero a expediente académico, no laboral) está más capacitado para un puesto de responsabilidad que un trabajador simple. Y si deja de ejercitar el razonamiento crítico puede acabar creyendo cualquier infamia que le repitan los medios

Del mismo modo una persona cuya vida dependa del trabajo que pueda vender a otro (o sea que pertenezca a la clase trabajadora), puede creerse ajeno a los problemas que afectan a su clase, bien porque considere que no pertenece a esa clase sino a una superior o porque crea que no hay tales clases sociales, o incluso teniendo cierta conciencia de ello considere que lo que les ocurre a otros trabajadores de otros sectores -mucho más los de otros países- no les afectará a ellos.

Sirvan dos ejemplos de actualidad. Hace unos días, Pablo Iglesias echaba por tierra de un plumazo cualquier trabajo de conciencia que se haya realizado hasta ahora en su partido sobre la importancia del ejemplo de Venezuela y la Revolución Bolivariana, declarando que la situación de este país hermano era nefasta y que en sus tiempos jóvenes opinaba tonterías (¡ay, la batalla de las ideas que tantas veces nombró Chaves!). Toda la labor de concienciación la mandaba a donde el comandante mandó al ALCA.
Casi simultáneamente, se presentaba una nueva opción política -electoral- como alternativa a Podemos, encabezada por el ex juez Garzón, Gaspar Llamazares o Beatriz Talegón, entre otros.  El enésimo experimento de unidad de las izquierdas no se ha complicado mucho para averiguar un nombre: La izquierda. 
Me pregunto si en breve ocurrirá con el término "izquierda" algo similar al proceso ocurrido con la palabra "socialdemocracia" en el último siglo, y tendremos que usar otra palabra. 


Vive la izquierda de hoy instalada en su San Junípero de elecciones permanentes.

Parece ser que la ilusión consiste en creer que avanzamos cuando no hacemos más que dar vueltas en torno al lenguaje de consignas propio de las urnas. El San Junípero de los izquierdistas es su zona de confort, el entorno cómodo donde no hay riesgo de levantamientos incómodos y violentos, donde las indignaciones son volcadas delante de la webcam como en un espejo solitario y viralizadas en las redes. La militancia es a distancia y desde casa, y además atomizada en miles de frentes, cada uno el suyo por su gremio o sus características personales.

Y, sobre todo, el confort sanjuniperiano viene expresado por la comodidad de pensamiento. El pensamiento idealista prevalece sobre el materialista. No conviene querer transmitir complejos pensamientos dialécticos: estos no caben en un eslogan electoral ni en el estrecho margen de un tuit. La gente está cansada, harta de politiqueos. Si explicar una idea supone un esfuerzo excesivo, mejor decir que es un error de juventud, no sea que se pierdan un puñado de votos. Si defender algo antiguo ya no vende, mejor huir hacia adelante y transformarlo en algo que parezca nuevo y variopinto, como un anuncio de Benetton.

El resultado es el mismo que se produce cuando el que queda embebido en un ensueño de pronto vuelve a la realidad. El desencanto. El que despierta y ve que todo es un sueño sólo quiere volver a dormir cuanto antes. Se fomenta así, la pasividad, el conformismo. Se impide la educación en la lucha, el inconformismo.

La resignación es el precipitado que resulta cuando el revuelo de la indignación sin organización reposa tras chocar contra los aparatos represivos.

En las grandes masas populares que aún no fueron despertadas a la lucha hay un fondo de resignación. Esta resignación es más antigua que la historia misma, que siempre ha sido la historia de la sociedad de clases, por tanto, la historia de la explotación y la opresión. La gente del pueblo, moldeada por esta historia, por más que se rebelara, como las revueltas terminaban siempre en derrota, no podía hacer más que resignarse y aceptar con filosofía la necesidad que soportaban. (4)


1. Marx. El capital. Tomo I. El fetichismo de la mercancía
2. Marx. El capital, tomo I. El salario
3. Marx-Engels. La ideología alemana. Prólogo.
4. Althusser. Filosofía para los no filósofos. I, Qué dicen los no filósofos.

viernes, 16 de noviembre de 2018

Oposición entre las concepciones materialista e idealista. (La ideología alemana).


Todos nosotros nos habremos planteado alguna vez alguna duda de este tipo: ¿qué es más determinante en el comportamiento del ser humano, la experiencia particular o la carga genética heredada?; ¿en el conocimiento de la realidad, qué es más importante, las características de nuestro pensamiento o las propiedades de los objetos en los que pensamos?


La cuestión del conocimiento puede hacernos oscilar entre posiciones subjetivistas, que anteponen la importancia del individuo y su pensamiento, las ideas, y posiciones objetivistas, en las que prima la realidad de manera independiente del pensamiento humano. ¿Es más importante el modo en que interpretamos el mundo, nuestras ideas, o el pensamiento viene de algún modo determinado por las circunstancias?

Este debate, aparentemente superfluo y trivial en lo referente a nuestra vida diaria, adquiere una relevancia fundamental en cuanto el punto de vista pasa de lo particular a lo social. 

Los valores (la justicia, la igualdad, la libertad) pueden existir por sí mismos para algunos y para otros depender de la percepción particular. La sociedad puede estar fundamentada en valores que sean universales y permanentes a lo largo del tiempo o bien ser producto de las circunstancias materiales. 

Marx y Engels enfocaron desde este debate la polémica que los filósofos de su época mantuvieron para criticar los posicionamientos de las figuras contemporáneas de la socialdemocracia. Entendieron que las tesis de la izquierda socialista de sus coetáneos pecaban de idealismo y propusieron una perspectiva materialista.

En prólogos de obras de ambos autores encontramos referencias a este debate. 
En su trabajo "Contribución a la historia de la Liga de los Comunistas", dice Federico Engels: "En Mánchester, me había dado yo de bruces contra el hecho de que los fenómenos económicos forman la base sobre la que surgen las actuales contradicciones de clase; y de que estas contradicciones de clase sirven, a su vez, de fundamento a la formación de los partidos políticos,a las luchas entre los partidos y, por consiguiente, a toda la historia política. Marx no sólo había llegado a la misma concepción, sino que ya para entonces ... (en 1844) la había generalizado en el sentido de que, en términos generales, no es el Estado el que condiciona y regula la sociedad civil, sino ésta la que condiciona y regula el Estado."

Desde encuentro de ambos pensadores en París en 1844 (y las posteriores deportaciones sufridas por la familia de Marx) surge la necesidad de plantear por escrito las tesis que ambos compartían. Fruto de ello es una serie de manuscritos que no llegaron a publicar, dada la actividad revolucionaria en la que ambos desarrollaron sus vidas. Posteriormente fueron publicadas en antologías de sus obras completas. "Confiamos el manuscrito", dice Marx, "a la crítica roedora de los ratones, de tanto mejor grado cuanto que habíamos conseguido ya nuestro propósito fundamental, el cual no era otro que esclarecer las cosas ante nosotros mismos".

Estos manuscritos, recogidos bajo el título de La ideología alemana (Crítica de la novísima filosofía alemana), son el objetivo de esta entrada, en concreto sus primeras páginas (parte I, Feuerbach). Procuraré usar el texto para hacer una especie de resumen, pues en sí es bastante explícito, señalando en verde el texto literal



El objetivo de La ideología alemana queda claro en otro prólogo, en el de la Crítica de la Economía política"desentrañar conjuntamente el antagonismo entre nuestra concepción y la concepción ideológica de la filosofía alemana en realidad, ajustar cuentas con nuestra conciencia filosófica anterior. Y el propósito se llevó a cabo bajo la forma de una crítica de la filosofía posthegeliana"

En el prólogo ambos autores nos revelan con claridad sus intenciones, con ácida ironía hacia sus rivales filosóficos: 
Hasta ahora, los hombres se han formado siempre ideas falsas acerca de sí mismos, acerca de lo que son o debieran ser. Han ajustado sus relaciones a sus ideas acerca de Dios, del hombre normal, etc. Los frutos de su cabeza han acabado por imponerse a su cabeza. Ellos, los creadores, se han rendido ante sus criaturas. Enseñémoslos a sustituir estas quimeras por pensamientos que correspondan a la esencia del hombre, dice uno, a adoptar ante ellos una actitud crítica, dice otro, a quitárselos de la cabeza, dice el tercero, y la realidad existente se derrumbará. 
Estas inocentes y pueriles fantasías forman el meollo de la filosofía neohegeliana en boga(...) El primer volumen de la presente publicación se propone desenmascarar a estas ovejas que se hacen pasar por lobos y son tenidas por tales.

En esta parte primera, centrada en Feuerbach, Marx y Engels crítican a anteriores filósofos alemanes por su dependencia de Hegel. Consideran que en sus textos hay permanentes alusiones a la religión, que emplean como una explicación para todo: A ninguno de estos filósofos se le ha ocurrido siquiera preguntar por el entronque de la filosofía alemana con la realidad de Alemania, por el entronque de su crítica con el propio mundo material que la rodea.

¿Cuáles son las premisas de las que arranca la concepción materialista de la historia? 

Las premisas de que partimos no son arbitrarias, no son dogmas, sino premisas reales, de las que sólo es posible abstraerse en la imaginación. Estas premisas pueden comprobarse, consiguientemente, por la vía puramente empírica.

Podemos distinguir los hombres de los animales por la conciencia, por la religión o por lo que se quiera. Pero los hombres mismos comienzan a ver la diferencia entre ellos y los animales tan pronto comienzan a producir sus medios de vida, paso este que se halla condicionado por su organización corpórea. Al producir sus medios de vida, el hombre produce indirectamente su propia vida material.


El modo de producir los medios de vida de los hombres depende, ante todo, de la naturaleza misma de los medios de vida con que se encuentran y que hay que reproducir.

Encontramos aquí una explicación o definición del concepto de medios de producción que luego será fundamental en el desarrollo de El Capital:  Este modo de producción no debe considerarse solamente en el sentido de la reproducción de la existencia física de los individuos. Es ya, más bien, un determinado modo de la actividad de estos individuos, un determinado modo de manifestar su vida, un determinado modo de vida de los mismos. Los individuos son tal y como manifiestan su vida. Lo que son coincide, por consiguiente, con su producción, tanto con lo que producen como con el modo de cómo producen. Lo que los individuos son depende, por tanto, de las condiciones materiales de su producción.


Destaca aquí el aspecto social del concepto, su amplitud en el conglomerado de situaciones y circunstancias que suponen la estructura de una sociedad, observado de manera dialéctica como un todo en el que todos los matices no están aislados sino que influyen unos en otros: Esta producción sólo aparece al multiplicarse la población. Y presupone, a su vez, un trato entre los individuos. La forma de esté intercambio se halla condicionada, a su vez, por la producción.

Toda nueva fuerza productiva, cuando no se trata de una simple extensión cuantitativa de fuerzas productivas ya conocidas con anterioridad (como ocurre, por ejemplo, con la roturación de tierras) trae como consecuencia un nuevo desarrollo de la división del trabajo.


Marx hace aquí una explicación histórica de las diferentes fases de la producción: tribal, época antigua y feudal, señalando en cada una de ellas las peculiaridades de los medios de producción y la evolución de estos en el tiempo de manera que condicionan el paso de unas etapas a otras y transforman la vida de los seres humanos.


A partir de aquí entran en el meollo de la concepción materialista, el ser social y la conciencia social:


Nos encontramos, pues, con el hecho de que determinados individuos que se dedican de un determinado modo a la producción, contraen entre sí estas relaciones sociales y políticas determinadas. La observación empírica tiene necesariamente que poner de relieve en cada caso concreto, empíricamente y sin ninguna clase de embaucamiento y especulación, la relación existente entre la estructura social y política y la producción. La estructura social y el Estado brotan constantemente del proceso de vida de determinados individuos; pero de estos individuos, no como puedan presentarse ante la imaginación propia o ajena, sino tal y como realmente son; es decir, tal y como actúan y como producen materialmente y, por tanto, tal y como desarrollan sus actividades bajo determinados límites, premisas y condiciones materiales, independientes de su voluntad.


La producción de las ideas, las representaciones y la conciencia aparece, al principio, directamente entrelazada con la actividad material y el trato material de los hombres, como el lenguaje de la vida real. La formación de las ideas, el pensamiento, el trato espiritual de los hombres se presentan aquí todavía como emanación directa de su comportamiento material. Y lo mismo ocurre con la producción espiritual, tal y como se manifiesta en el lenguaje de la política, de las leyes, de la moral, de la religión, de la metafísica, etc., de un pueblo. Los hombres son los productores de sus representaciones, de sus ideas, etc., pero se trata de hombres reales y activos tal y como se hallan condicionados por un determinado desarrollo de sus fuerzas productivas y por el trato que a él corresponde, hasta llegar a sus formas más lejanas. La conciencia jamás puede ser otra cosa que el ser consciente, y el ser de los hombres es su proceso de vida real. Y si en toda la ideología, los hombres y sus relaciones aparecen invertidos como en la cámara oscura, este fenómeno proviene igualmente de su proceso histórico de vida, como la inversión de los objetos al proyectarse sobre la retina proviene de su proceso de vida directamente físico.


Totalmente al contrario de lo que ocurre en la filosofía alemana, que desciende del cielo sobre la tierra, aquí se asciende de la tierra al cielo. Es decir, no se parte de lo que los hombres dicen, se representan o se imaginan, ni tampoco del hombre predicado, pensado, representado o imaginado, para llegar, arrancando de aquí, al hombre de carne y hueso; se parte del hombre que realmente actúa y, arrancando de su proceso de vida real, se expone también el desarrollo de los reflejos ideológicos y de los ecos de este proceso de vida. También las formaciones nebulosas que se condensan en el cerebro de los hombres son sublimaciones necesarias de su proceso material de vida, proceso empíricamente registrable y ligado a condiciones materiales. La moral, la religión, la metafísica y cualquier otra ideología y las formas de conciencia que a ellos correspondan pierden, así, la apariencia de su propia sustantividad. No tienen su propia historia ni su propio desarrollo, sino que los hombres que desarrollan su producción material y su trato material cambian también, al cambiar esta realidad, su pensamiento y los productos de su pensamiento. No es la conciencia la que determina la vida, sino la vida la que determina la conciencia. 


En cuanto se expone este proceso activo de vida, la historia deja de ser una colección de hechos muertos, como lo es para los empíricos, todavía abstractos, o una acción imaginaria de sujetos imaginarios, como lo es para los idealistas.

miércoles, 31 de octubre de 2018

¿Por dónde empezar a leer? Tres fuentes del marxismo.


Vi ayer una encuesta de un tuitero comunista en la que preguntaba opiniones sobre el texto más apropiado para iniciar a un amigo en el descubrimiento del marxismo. 

Las opciones de respuesta variaban entre el Manifiesto, El Estado y la Revolución, los cuadernos de Marta Harnecker o Politzer. Yo voté por el Manifiesto por su simbolismo como declaración o proclama para todos los comunistas del mundo y por su significado histórico (que por cierto puedes repasar en este blog en algunas entradas como ésta o también en esta otra). Pero la verdad es que para alguien que se inicie en este tema -pienso sobre todo en una persona joven o con no muchos conocimientos de Historia- el Manifiesto puede resultar algo pesado (¿quiénes son Metternich o Guizot?, ¿qué es eso de un fantasma?, ¿a santo de qué hablar de Roma o el Medievo?). Necesita sin duda unas indicaciones previas o una decidida voluntad del lector en informarse. 
El Estado y la Revolución (disponible aquí para todos los públicos) es bastante denso también y tiene las habituales zurras de Lenin hacia los oportunistas de su tiempo, que pueden echar para atrás a un lector principiante.
Los textos de filosofía adaptados sobre las enseñanzas de Politzer (también gratis en este blog) me parecen más didácticos y más asequibles para iniciarse.

Luego recordé aquel texto breve de Lenin que se llama Tres fuentes y tres partes integrantes del marxismo. Este pequeño folleto, de apenas tres paginitas en octavo, creo que puede cumplir perfectamente esa función de texto iniciatorio. Por breve, por su claridad y porque cumple perfectamente la intención que -supongo- pretendía Lenin, reforzar el sentido revolucionario de las tesis marxistas.
Apenas empezamos a leer el folleto y nos encontramos en la primera página, en una especie de pequeño prólogo antes de enumerar las famosas tres fuentes, una de esas frases contundentes de nuestro amigo Vladimir:

"La doctrina de Marx es todopoderosa porque es exacta."

Aquí es donde un lector posmoderno se hace cruces y clama ¡dogmatismo!. Tranquilos. Está claro que, sacada de contexto, no parece la frase más acertada desde el punto de vista dialéctico para ofrecer a un iniciado. Tengamos en cuenta que Lenin escribe para el lector de 1913, cuando aún se prepara el nivel de conciencia alcanzado años más tarde en la Revolución de Octubre. Si leemos el párrafo que la precede, el autor se preocupa en exponer con claridad que: "En el marxismo nada hay que se parezca al sectarismo".

¿A qué se refiere Lenin entonces al calificar al marxismo de "todopoderoso"?

En mi opinión, la referencia es al carácter irrebatible del marxismo como herramienta eficaz para interpretar la realidad y a la vez para ser el método adecuado de acción en la práctica. En los siguientes aspectos:

-- el marxismo no es una mera teoría económica, como a veces pretenden sus detractores; comprende conceptos de filosofía política que abarcan aspectos de la Sociología, la Historia, Filosofía y otros saberes. Es un todo "completo y ordenado, que da a las personas una idea del mundo completa y armónica, intransigente con toda superstición". 

-- a pesar de haber sido "superado" por constantes intérpretes y traductores, a pesar de haber  "revivido" tras innumerables muertes y crisis (también las hubo en época de Lenin), ni siquiera estos detractores que anuncian las diversas muertes del marxismo pueden negar que se trata de el método más correcto de explicar el mundo en que vivimos, la sociedad capitalista. El método más correcto por no decir simplemente el método. En definitiva, sin el análisis marxista no tendríamos hoy una visión correcta de la sociedad desde el siglo y medio de vida del Manifiesto y El capital hasta nuestros días.

-- este análisis desvela, descubre, la división de clases que encubre la democracia capitalista, y pone en evidencia también que esa falsedad democrática, que genera una tremenda desigualdad, es estructural en el capitalismo. Es decir, es propio del sistema y por tanto no se sostienen las teorías que pretenden una reforma en el capitalismo. Además, el marxismo expone la necesidad de un ente de dominación, el Estado, que sostenga de cualquier manera, a veces tolerada y a veces violenta, esa división de clases. 

Es por ello que afirma Lenin en el inicio de las Tres fuentes: "el marxismo suscita en todo el mundo civilizado la mayor hostilidad y el odio de toda la ciencia burguesa (tanto la oficial como la liberal), que ve en el marxismo algo así como una "secta perniciosa". Y no puede esperarse otra actitud, pues en una sociedad que tiene como base la lucha de clases no puede existir una ciencia social "imparcial". De uno u otro modo, toda la ciencia oficial y liberal defiende la esclavitud asalariada, mientras que el marxismo ha declarado una guerra implacable a esa esclavitud. Esperar que la ciencia sea imparcial en una sociedad de esclavitud asalariada, sería la misma absurda ingenuidad que esperar imparcialidad por parte de los fabricantes en lo que se refiere al problema de si deben aumentarse los salarios de los obreros disminuyendo los beneficios del capital."

Tras esta entrada, enumera las fuentes, que son la filosofía clásica alemana, el socialismo francés y la economía política inglesa. 

Es interesante la lectura por el atractivo del propio texto y aparte porque Lenin aconseja al lector a su vez la lectura de otros textos de Marx y Engels. Así, para el asunto de la filosofía alemana recomienda leer el Anti-Dühring y la parte de La ideología alemana referida a Feuerbach, para conocer la diferencia entre una perspectiva dialéctica de la idealista. 

Sobre la economía política menciona a Smith y Ricardo, ambos ingleses (también lo eran Malthus o Stuart Mill, dado que Inglaterra era el país donde más se desarrolló el capitalismo) y explica en breves palabras la importancia de la teoría de la plusvalía y el papel protagonista de la clase trabajadora.

En cuanto al socialismo francés subraya el carácter revolucionario del marxismo frente a las visiones bienintencionadas pero utópicas de los contemporáneos de Marx (y posteriores hasta la fecha), la importancia de revelar la lucha de clases y termina con otra frase de las antológicas, que pongo en forma de meme y que ojalá sirviera para hacerse viral en las redes sociales: 

Salud.