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lunes, 17 de diciembre de 2018

La izquierda de San Junípero

De la famosa serie televisiva Black Mirror mi capítulo preferido es el que se llama San Junípero. Para quien no lo haya visto o no recuerde, (lo recomiendo), es aquel capítulo en el que las personas pueden experimentar una existencia paralela conectándose a un dispositivo. Los conectados son desplazados virtualmente -pero con un realismo absoluto que se asemeja a la propia existencia- a una ciudad imaginaria, San Junípero, que es una especie de zona residencial costera al estilo californiano, donde todos los habitantes son eternamente jóvenes y reviven el ambiente fiestero de los años 80 o 90.
Una escena del capítulo con las protagonistas, de la serie producida por Endemol y distribuida por Netflix.


Los usuarios de esa realidad simulada pueden disfrutarla unas horas al día mientras están vivos o decidir, antes de la muerte, si quieren vivir allí virtualmente de manera indefinida. 

El guión da bastante juego y plantea diversas lecturas. Sugiere el debate en cuanto a la levedad de la existencia humana y a la realidad virtual como evasiva, similar al opio. (También es llamativo que las protagonistas sean una pareja lesbiana e interracial; en mi opinión hay otro aspecto interesante de la trama y es la dualidad entre el amante y el amado, el que se enamora sin freno y el que se deja amar o menosprecia el amor con desdén. Pero eso es otra historia. Como comunistas rancios y ninotchkianos, nos interesa aquí sólo el aspecto ilusorio de esa vida artificial).

¿Quién no se ha dejado llevar alguna vez por ensoñaciones mientras estaba despierto? Yo mismo confieso haber pasado horas con la mirada perdida, mientras en el interior de mi cabeza era el delantero centro que llevaba al Sevilla a ganar la Copa de Europa o el batería de Led Zeppelin. Debe ser una característica propia del ser humano el ensoñar, más aún cuando la vida no es un camino de rosas.

Nuestra realidad se encuentra repleta de fantasías que no son sólo las que producen los ensueños particulares. Comenzando por la religión, que se plantea como respuesta a las preguntas inevitables del ser humano la fe en fuerzas superiores. Como sabemos los que nos hemos iniciado en esto del materialismo dialéctico, la sociedad también está construida sobre axiomas que aceptamos como indiscutibles pero que observados con detenimiento son ilusorios.

Marx demuestra en El Capital que pilares de la sociedad como la teoría del valor, base sobre la que se apoya todo nuestro sistema económico, surgen de fetiches. La mercancía, el dinero, el mercado. Objetos y circunstancias reales que por arte de magia cobran vida y obtienen poderosos atributos fuera de lo normal, como la mesa que sigue siendo un objeto físico vulgar y corriente. Pero en cuanto empieza a comportarse como mercancía, la mesa se convierte en un objeto físicamente metafísico. No sólo se incorpora sobre sus patas encima del suelo, sino que se pone de cabeza frente a todas las demás mercancías, y de su cabeza de madera empiezan a salir antojos mucho más peregrinos y extraños que si de pronto la mesa rompiese a bailar por su propio impulso (1).

Incluso las fluctuaciones de los salarios y los precios, la demanda y la oferta, eje sobre el que se sostiene la economía capitalista en que vivimos, está supuestamente apoyada en un equilibrio de carácter casi mágico que otorga al libre mercado una cualidad semejante a la justicia universal. No tienen en cuenta, como explica Marx, la realidad mundana y palpable del trabajo humano y de su expresión social:

Júzguese, pues, de la importancia decisiva que tiene la transformación del valor y precio de la fuerza de trabajo en el salario, es decir, en el valor y precio del trabajo mismo. En esta forma exterior de manifestarse, que oculta y hace invisible la realidad, invirtiéndola, se basan todas las ideas jurídicas del obrero y del capitalista, todas las mistificaciones del régimen capitalista de producción, todas sus ilusiones librecambistas, todas las frases apologéticas de la economía vulgar. (2)

Pero ¿por qué se fomenta el pensamiento basado en ilusiones?

Como sabemos, el pensamiento dominante es el pensamiento de la clase dominante (de nuevo el amigo Marx).  Esto es, la ideología cumple la importante función de asegurar en el poder a la clase dirigente, la clase que tiene el mando del Estado y que mediante él somete al resto, impidiendo que por cualquier motivo los sometidos puedan tender a rebelarse.

Una clase social cuyo pensamiento está, por así decirlo, distraído con dilemas cuya resolución no afecta a nada que haga daño al sistema, es una clase sometida:

Un hombre listo dio una vez en pensar que los hombres se hundían en el agua y se ahogaban simplemente porque se dejaban llevar de la idea de la gravedad. Tan pronto como se quitasen esta idea de la cabeza, considerándola por ejemplo como una idea nacida de la superstición, como una idea religiosa, quedarían sustraídos al peligro de ahogarse. Ese hombre se pasó la vida luchando contra la ilusión de la gravedad, de cuyas nocivas consecuencias le aportaban nuevas y abundantes pruebas todas las estadísticas. (3)


¿Y cómo se expresa esto en la vida de nuestros días?

En la situación actual la izquierda ha encontrado en las elecciones un fetiche con el que pretende retomar la hegemonía del descontento social, perdida y disipada desde los movimientos surgidos en 2011 en torno a los ciudadanos indignados.

Desde aquella fecha no dejan de sucederse las apariciones de nuevas plataformas electorales, las confluencias y los nuevos impulsos en cada cita con las urnas. La izquierda parece querer reinventarse en cada semestre, en este tiempo que nos ha tocado vivir en el que el ritmo vertiginoso nos hace creer que todo es nuevo, o mejor que todo debe ser nuevo. 

No quiero decir con esto que deba menospreciarse la participación en los procesos electorales. Ni tampoco que debamos centrarnos en la práctica de los frentes de lucha ajenos al parlamentarismo. Quiero decir que se valora en exceso, en ocasiones como el único valor posible, y se convierte en una ilusión más, la ilusión electoralista. Y en especial ese campo electoral no se emplea en combatir al pensamiento dominante.

Una persona con poca formación materialista (una persona normal formada en el sentido común, tenga o no educación superior, es decir cualquiera de nosotros) puede llegar a creer que una victoria electoral es la solución a todos los problemas. Por ejemplo, puede pensar que la cuestión es de personas, que sustituir a unos dirigentes corruptos por otros decentes es la clave. O puede creer que un dirigente de interminable expediente (me refiero a expediente académico, no laboral) está más capacitado para un puesto de responsabilidad que un trabajador simple. Y si deja de ejercitar el razonamiento crítico puede acabar creyendo cualquier infamia que le repitan los medios

Del mismo modo una persona cuya vida dependa del trabajo que pueda vender a otro (o sea que pertenezca a la clase trabajadora), puede creerse ajeno a los problemas que afectan a su clase, bien porque considere que no pertenece a esa clase sino a una superior o porque crea que no hay tales clases sociales, o incluso teniendo cierta conciencia de ello considere que lo que les ocurre a otros trabajadores de otros sectores -mucho más los de otros países- no les afectará a ellos.

Sirvan dos ejemplos de actualidad. Hace unos días, Pablo Iglesias echaba por tierra de un plumazo cualquier trabajo de conciencia que se haya realizado hasta ahora en su partido sobre la importancia del ejemplo de Venezuela y la Revolución Bolivariana, declarando que la situación de este país hermano era nefasta y que en sus tiempos jóvenes opinaba tonterías (¡ay, la batalla de las ideas que tantas veces nombró Chaves!). Toda la labor de concienciación la mandaba a donde el comandante mandó al ALCA.
Casi simultáneamente, se presentaba una nueva opción política -electoral- como alternativa a Podemos, encabezada por el ex juez Garzón, Gaspar Llamazares o Beatriz Talegón, entre otros.  El enésimo experimento de unidad de las izquierdas no se ha complicado mucho para averiguar un nombre: La izquierda. 
Me pregunto si en breve ocurrirá con el término "izquierda" algo similar al proceso ocurrido con la palabra "socialdemocracia" en el último siglo, y tendremos que usar otra palabra. 


Vive la izquierda de hoy instalada en su San Junípero de elecciones permanentes.

Parece ser que la ilusión consiste en creer que avanzamos cuando no hacemos más que dar vueltas en torno al lenguaje de consignas propio de las urnas. El San Junípero de los izquierdistas es su zona de confort, el entorno cómodo donde no hay riesgo de levantamientos incómodos y violentos, donde las indignaciones son volcadas delante de la webcam como en un espejo solitario y viralizadas en las redes. La militancia es a distancia y desde casa, y además atomizada en miles de frentes, cada uno el suyo por su gremio o sus características personales.

Y, sobre todo, el confort sanjuniperiano viene expresado por la comodidad de pensamiento. El pensamiento idealista prevalece sobre el materialista. No conviene querer transmitir complejos pensamientos dialécticos: estos no caben en un eslogan electoral ni en el estrecho margen de un tuit. La gente está cansada, harta de politiqueos. Si explicar una idea supone un esfuerzo excesivo, mejor decir que es un error de juventud, no sea que se pierdan un puñado de votos. Si defender algo antiguo ya no vende, mejor huir hacia adelante y transformarlo en algo que parezca nuevo y variopinto, como un anuncio de Benetton.

El resultado es el mismo que se produce cuando el que queda embebido en un ensueño de pronto vuelve a la realidad. El desencanto. El que despierta y ve que todo es un sueño sólo quiere volver a dormir cuanto antes. Se fomenta así, la pasividad, el conformismo. Se impide la educación en la lucha, el inconformismo.

La resignación es el precipitado que resulta cuando el revuelo de la indignación sin organización reposa tras chocar contra los aparatos represivos.

En las grandes masas populares que aún no fueron despertadas a la lucha hay un fondo de resignación. Esta resignación es más antigua que la historia misma, que siempre ha sido la historia de la sociedad de clases, por tanto, la historia de la explotación y la opresión. La gente del pueblo, moldeada por esta historia, por más que se rebelara, como las revueltas terminaban siempre en derrota, no podía hacer más que resignarse y aceptar con filosofía la necesidad que soportaban. (4)


1. Marx. El capital. Tomo I. El fetichismo de la mercancía
2. Marx. El capital, tomo I. El salario
3. Marx-Engels. La ideología alemana. Prólogo.
4. Althusser. Filosofía para los no filósofos. I, Qué dicen los no filósofos.

viernes, 16 de noviembre de 2018

Oposición entre las concepciones materialista e idealista. (La ideología alemana).


Todos nosotros nos habremos planteado alguna vez alguna duda de este tipo: ¿qué es más determinante en el comportamiento del ser humano, la experiencia particular o la carga genética heredada?; ¿en el conocimiento de la realidad, qué es más importante, las características de nuestro pensamiento o las propiedades de los objetos en los que pensamos?


La cuestión del conocimiento puede hacernos oscilar entre posiciones subjetivistas, que anteponen la importancia del individuo y su pensamiento, las ideas, y posiciones objetivistas, en las que prima la realidad de manera independiente del pensamiento humano. ¿Es más importante el modo en que interpretamos el mundo, nuestras ideas, o el pensamiento viene de algún modo determinado por las circunstancias?

Este debate, aparentemente superfluo y trivial en lo referente a nuestra vida diaria, adquiere una relevancia fundamental en cuanto el punto de vista pasa de lo particular a lo social. 

Los valores (la justicia, la igualdad, la libertad) pueden existir por sí mismos para algunos y para otros depender de la percepción particular. La sociedad puede estar fundamentada en valores que sean universales y permanentes a lo largo del tiempo o bien ser producto de las circunstancias materiales. 

Marx y Engels enfocaron desde este debate la polémica que los filósofos de su época mantuvieron para criticar los posicionamientos de las figuras contemporáneas de la socialdemocracia. Entendieron que las tesis de la izquierda socialista de sus coetáneos pecaban de idealismo y propusieron una perspectiva materialista.

En prólogos de obras de ambos autores encontramos referencias a este debate. 
En su trabajo "Contribución a la historia de la Liga de los Comunistas", dice Federico Engels: "En Mánchester, me había dado yo de bruces contra el hecho de que los fenómenos económicos forman la base sobre la que surgen las actuales contradicciones de clase; y de que estas contradicciones de clase sirven, a su vez, de fundamento a la formación de los partidos políticos,a las luchas entre los partidos y, por consiguiente, a toda la historia política. Marx no sólo había llegado a la misma concepción, sino que ya para entonces ... (en 1844) la había generalizado en el sentido de que, en términos generales, no es el Estado el que condiciona y regula la sociedad civil, sino ésta la que condiciona y regula el Estado."

Desde encuentro de ambos pensadores en París en 1844 (y las posteriores deportaciones sufridas por la familia de Marx) surge la necesidad de plantear por escrito las tesis que ambos compartían. Fruto de ello es una serie de manuscritos que no llegaron a publicar, dada la actividad revolucionaria en la que ambos desarrollaron sus vidas. Posteriormente fueron publicadas en antologías de sus obras completas. "Confiamos el manuscrito", dice Marx, "a la crítica roedora de los ratones, de tanto mejor grado cuanto que habíamos conseguido ya nuestro propósito fundamental, el cual no era otro que esclarecer las cosas ante nosotros mismos".

Estos manuscritos, recogidos bajo el título de La ideología alemana (Crítica de la novísima filosofía alemana), son el objetivo de esta entrada, en concreto sus primeras páginas (parte I, Feuerbach). Procuraré usar el texto para hacer una especie de resumen, pues en sí es bastante explícito, señalando en verde el texto literal



El objetivo de La ideología alemana queda claro en otro prólogo, en el de la Crítica de la Economía política"desentrañar conjuntamente el antagonismo entre nuestra concepción y la concepción ideológica de la filosofía alemana en realidad, ajustar cuentas con nuestra conciencia filosófica anterior. Y el propósito se llevó a cabo bajo la forma de una crítica de la filosofía posthegeliana"

En el prólogo ambos autores nos revelan con claridad sus intenciones, con ácida ironía hacia sus rivales filosóficos: 
Hasta ahora, los hombres se han formado siempre ideas falsas acerca de sí mismos, acerca de lo que son o debieran ser. Han ajustado sus relaciones a sus ideas acerca de Dios, del hombre normal, etc. Los frutos de su cabeza han acabado por imponerse a su cabeza. Ellos, los creadores, se han rendido ante sus criaturas. Enseñémoslos a sustituir estas quimeras por pensamientos que correspondan a la esencia del hombre, dice uno, a adoptar ante ellos una actitud crítica, dice otro, a quitárselos de la cabeza, dice el tercero, y la realidad existente se derrumbará. 
Estas inocentes y pueriles fantasías forman el meollo de la filosofía neohegeliana en boga(...) El primer volumen de la presente publicación se propone desenmascarar a estas ovejas que se hacen pasar por lobos y son tenidas por tales.

En esta parte primera, centrada en Feuerbach, Marx y Engels crítican a anteriores filósofos alemanes por su dependencia de Hegel. Consideran que en sus textos hay permanentes alusiones a la religión, que emplean como una explicación para todo: A ninguno de estos filósofos se le ha ocurrido siquiera preguntar por el entronque de la filosofía alemana con la realidad de Alemania, por el entronque de su crítica con el propio mundo material que la rodea.

¿Cuáles son las premisas de las que arranca la concepción materialista de la historia? 

Las premisas de que partimos no son arbitrarias, no son dogmas, sino premisas reales, de las que sólo es posible abstraerse en la imaginación. Estas premisas pueden comprobarse, consiguientemente, por la vía puramente empírica.

Podemos distinguir los hombres de los animales por la conciencia, por la religión o por lo que se quiera. Pero los hombres mismos comienzan a ver la diferencia entre ellos y los animales tan pronto comienzan a producir sus medios de vida, paso este que se halla condicionado por su organización corpórea. Al producir sus medios de vida, el hombre produce indirectamente su propia vida material.


El modo de producir los medios de vida de los hombres depende, ante todo, de la naturaleza misma de los medios de vida con que se encuentran y que hay que reproducir.

Encontramos aquí una explicación o definición del concepto de medios de producción que luego será fundamental en el desarrollo de El Capital:  Este modo de producción no debe considerarse solamente en el sentido de la reproducción de la existencia física de los individuos. Es ya, más bien, un determinado modo de la actividad de estos individuos, un determinado modo de manifestar su vida, un determinado modo de vida de los mismos. Los individuos son tal y como manifiestan su vida. Lo que son coincide, por consiguiente, con su producción, tanto con lo que producen como con el modo de cómo producen. Lo que los individuos son depende, por tanto, de las condiciones materiales de su producción.


Destaca aquí el aspecto social del concepto, su amplitud en el conglomerado de situaciones y circunstancias que suponen la estructura de una sociedad, observado de manera dialéctica como un todo en el que todos los matices no están aislados sino que influyen unos en otros: Esta producción sólo aparece al multiplicarse la población. Y presupone, a su vez, un trato entre los individuos. La forma de esté intercambio se halla condicionada, a su vez, por la producción.

Toda nueva fuerza productiva, cuando no se trata de una simple extensión cuantitativa de fuerzas productivas ya conocidas con anterioridad (como ocurre, por ejemplo, con la roturación de tierras) trae como consecuencia un nuevo desarrollo de la división del trabajo.


Marx hace aquí una explicación histórica de las diferentes fases de la producción: tribal, época antigua y feudal, señalando en cada una de ellas las peculiaridades de los medios de producción y la evolución de estos en el tiempo de manera que condicionan el paso de unas etapas a otras y transforman la vida de los seres humanos.


A partir de aquí entran en el meollo de la concepción materialista, el ser social y la conciencia social:


Nos encontramos, pues, con el hecho de que determinados individuos que se dedican de un determinado modo a la producción, contraen entre sí estas relaciones sociales y políticas determinadas. La observación empírica tiene necesariamente que poner de relieve en cada caso concreto, empíricamente y sin ninguna clase de embaucamiento y especulación, la relación existente entre la estructura social y política y la producción. La estructura social y el Estado brotan constantemente del proceso de vida de determinados individuos; pero de estos individuos, no como puedan presentarse ante la imaginación propia o ajena, sino tal y como realmente son; es decir, tal y como actúan y como producen materialmente y, por tanto, tal y como desarrollan sus actividades bajo determinados límites, premisas y condiciones materiales, independientes de su voluntad.


La producción de las ideas, las representaciones y la conciencia aparece, al principio, directamente entrelazada con la actividad material y el trato material de los hombres, como el lenguaje de la vida real. La formación de las ideas, el pensamiento, el trato espiritual de los hombres se presentan aquí todavía como emanación directa de su comportamiento material. Y lo mismo ocurre con la producción espiritual, tal y como se manifiesta en el lenguaje de la política, de las leyes, de la moral, de la religión, de la metafísica, etc., de un pueblo. Los hombres son los productores de sus representaciones, de sus ideas, etc., pero se trata de hombres reales y activos tal y como se hallan condicionados por un determinado desarrollo de sus fuerzas productivas y por el trato que a él corresponde, hasta llegar a sus formas más lejanas. La conciencia jamás puede ser otra cosa que el ser consciente, y el ser de los hombres es su proceso de vida real. Y si en toda la ideología, los hombres y sus relaciones aparecen invertidos como en la cámara oscura, este fenómeno proviene igualmente de su proceso histórico de vida, como la inversión de los objetos al proyectarse sobre la retina proviene de su proceso de vida directamente físico.


Totalmente al contrario de lo que ocurre en la filosofía alemana, que desciende del cielo sobre la tierra, aquí se asciende de la tierra al cielo. Es decir, no se parte de lo que los hombres dicen, se representan o se imaginan, ni tampoco del hombre predicado, pensado, representado o imaginado, para llegar, arrancando de aquí, al hombre de carne y hueso; se parte del hombre que realmente actúa y, arrancando de su proceso de vida real, se expone también el desarrollo de los reflejos ideológicos y de los ecos de este proceso de vida. También las formaciones nebulosas que se condensan en el cerebro de los hombres son sublimaciones necesarias de su proceso material de vida, proceso empíricamente registrable y ligado a condiciones materiales. La moral, la religión, la metafísica y cualquier otra ideología y las formas de conciencia que a ellos correspondan pierden, así, la apariencia de su propia sustantividad. No tienen su propia historia ni su propio desarrollo, sino que los hombres que desarrollan su producción material y su trato material cambian también, al cambiar esta realidad, su pensamiento y los productos de su pensamiento. No es la conciencia la que determina la vida, sino la vida la que determina la conciencia. 


En cuanto se expone este proceso activo de vida, la historia deja de ser una colección de hechos muertos, como lo es para los empíricos, todavía abstractos, o una acción imaginaria de sujetos imaginarios, como lo es para los idealistas.

miércoles, 31 de octubre de 2018

¿Por dónde empezar a leer? Tres fuentes del marxismo.


Vi ayer una encuesta de un tuitero comunista en la que preguntaba opiniones sobre el texto más apropiado para iniciar a un amigo en el descubrimiento del marxismo. 

Las opciones de respuesta variaban entre el Manifiesto, El Estado y la Revolución, los cuadernos de Marta Harnecker o Politzer. Yo voté por el Manifiesto por su simbolismo como declaración o proclama para todos los comunistas del mundo y por su significado histórico (que por cierto puedes repasar en este blog en algunas entradas como ésta o también en esta otra). Pero la verdad es que para alguien que se inicie en este tema -pienso sobre todo en una persona joven o con no muchos conocimientos de Historia- el Manifiesto puede resultar algo pesado (¿quiénes son Metternich o Guizot?, ¿qué es eso de un fantasma?, ¿a santo de qué hablar de Roma o el Medievo?). Necesita sin duda unas indicaciones previas o una decidida voluntad del lector en informarse. 
El Estado y la Revolución (disponible aquí para todos los públicos) es bastante denso también y tiene las habituales zurras de Lenin hacia los oportunistas de su tiempo, que pueden echar para atrás a un lector principiante.
Los textos de filosofía adaptados sobre las enseñanzas de Politzer (también gratis en este blog) me parecen más didácticos y más asequibles para iniciarse.

Luego recordé aquel texto breve de Lenin que se llama Tres fuentes y tres partes integrantes del marxismo. Este pequeño folleto, de apenas tres paginitas en octavo, creo que puede cumplir perfectamente esa función de texto iniciatorio. Por breve, por su claridad y porque cumple perfectamente la intención que -supongo- pretendía Lenin, reforzar el sentido revolucionario de las tesis marxistas.
Apenas empezamos a leer el folleto y nos encontramos en la primera página, en una especie de pequeño prólogo antes de enumerar las famosas tres fuentes, una de esas frases contundentes de nuestro amigo Vladimir:

"La doctrina de Marx es todopoderosa porque es exacta."

Aquí es donde un lector posmoderno se hace cruces y clama ¡dogmatismo!. Tranquilos. Está claro que, sacada de contexto, no parece la frase más acertada desde el punto de vista dialéctico para ofrecer a un iniciado. Tengamos en cuenta que Lenin escribe para el lector de 1913, cuando aún se prepara el nivel de conciencia alcanzado años más tarde en la Revolución de Octubre. Si leemos el párrafo que la precede, el autor se preocupa en exponer con claridad que: "En el marxismo nada hay que se parezca al sectarismo".

¿A qué se refiere Lenin entonces al calificar al marxismo de "todopoderoso"?

En mi opinión, la referencia es al carácter irrebatible del marxismo como herramienta eficaz para interpretar la realidad y a la vez para ser el método adecuado de acción en la práctica. En los siguientes aspectos:

-- el marxismo no es una mera teoría económica, como a veces pretenden sus detractores; comprende conceptos de filosofía política que abarcan aspectos de la Sociología, la Historia, Filosofía y otros saberes. Es un todo "completo y ordenado, que da a las personas una idea del mundo completa y armónica, intransigente con toda superstición". 

-- a pesar de haber sido "superado" por constantes intérpretes y traductores, a pesar de haber  "revivido" tras innumerables muertes y crisis (también las hubo en época de Lenin), ni siquiera estos detractores que anuncian las diversas muertes del marxismo pueden negar que se trata de el método más correcto de explicar el mundo en que vivimos, la sociedad capitalista. El método más correcto por no decir simplemente el método. En definitiva, sin el análisis marxista no tendríamos hoy una visión correcta de la sociedad desde el siglo y medio de vida del Manifiesto y El capital hasta nuestros días.

-- este análisis desvela, descubre, la división de clases que encubre la democracia capitalista, y pone en evidencia también que esa falsedad democrática, que genera una tremenda desigualdad, es estructural en el capitalismo. Es decir, es propio del sistema y por tanto no se sostienen las teorías que pretenden una reforma en el capitalismo. Además, el marxismo expone la necesidad de un ente de dominación, el Estado, que sostenga de cualquier manera, a veces tolerada y a veces violenta, esa división de clases. 

Es por ello que afirma Lenin en el inicio de las Tres fuentes: "el marxismo suscita en todo el mundo civilizado la mayor hostilidad y el odio de toda la ciencia burguesa (tanto la oficial como la liberal), que ve en el marxismo algo así como una "secta perniciosa". Y no puede esperarse otra actitud, pues en una sociedad que tiene como base la lucha de clases no puede existir una ciencia social "imparcial". De uno u otro modo, toda la ciencia oficial y liberal defiende la esclavitud asalariada, mientras que el marxismo ha declarado una guerra implacable a esa esclavitud. Esperar que la ciencia sea imparcial en una sociedad de esclavitud asalariada, sería la misma absurda ingenuidad que esperar imparcialidad por parte de los fabricantes en lo que se refiere al problema de si deben aumentarse los salarios de los obreros disminuyendo los beneficios del capital."

Tras esta entrada, enumera las fuentes, que son la filosofía clásica alemana, el socialismo francés y la economía política inglesa. 

Es interesante la lectura por el atractivo del propio texto y aparte porque Lenin aconseja al lector a su vez la lectura de otros textos de Marx y Engels. Así, para el asunto de la filosofía alemana recomienda leer el Anti-Dühring y la parte de La ideología alemana referida a Feuerbach, para conocer la diferencia entre una perspectiva dialéctica de la idealista. 

Sobre la economía política menciona a Smith y Ricardo, ambos ingleses (también lo eran Malthus o Stuart Mill, dado que Inglaterra era el país donde más se desarrolló el capitalismo) y explica en breves palabras la importancia de la teoría de la plusvalía y el papel protagonista de la clase trabajadora.

En cuanto al socialismo francés subraya el carácter revolucionario del marxismo frente a las visiones bienintencionadas pero utópicas de los contemporáneos de Marx (y posteriores hasta la fecha), la importancia de revelar la lucha de clases y termina con otra frase de las antológicas, que pongo en forma de meme y que ojalá sirviera para hacerse viral en las redes sociales: 

Salud.



miércoles, 10 de octubre de 2018

La batalla de las ideas



Comenta Borges en uno de sus ensayos breves (Del culto de los libros, Otras inquisiciones, 1952) que "para los antiguos la palabra escrita no era otra cosa que un sucedáneo de la palabra oral", y así personajes cuyo mensaje ha perdurado milenios, como Platón, Pitágoras, Julio César o Jesucristo, albergaban cierto recelo sobre la bondad de la escritura, "cuyo hábito hace que la gente descuide el ejercicio de la memoria y dependa de símbolos" y, además, carece de la inmediatez y la exactitud de la enseñanza directa de maestro a discípulo, por tanto puede pecar de interpretaciones dispersas.

Cuenta también Borges en el mismo ensayo que a su vez San Agustín contaba en sus Confesiones, a finales del siglo IV, que le maravillaba ver a Ambrosio leer en silencio, "sin proferir ni una palabra ni mover la lengua", que suponía lo hacía porque "no quería que le ocupasen en otra cosa, tal vez receloso de que un oyente, atento a las dificultades del texto, le pidiera una explicación de un pasaje oscuro o quisiera discutirlo con él, con lo que no podía leer tantos volúmenes como deseaba". 

El acto de leer a solas en una habitación sin articular palabras era en aquella época, según vemos, "un espectáculo singular", expresa Borges. Los seguidores del genio argentino conocerán su tendencia a mitificar e idolatrar los libros y los autores. Un lector materialista advertirá enseguida que este hecho tiene una explicación sencilla. Las condiciones en las que vivían los hombres y mujeres antiguos no son las mismas que las de los que habitaban el mundo en la Edad Media y distan mucho de ser las mismas que las condiciones actuales. En la época de Platón o César muy pocos tenían el privilegio de acceder a un documento escrito; en esos siglos además la palabra oral era un arma imprescindible y decisiva en la política, restringida a la ciudadanía libre (lo que no impidió por cierto que el primero redactase numerosas obras -aunque en forma dialogada- y que el segundo narrase por escrito de propia mano sus hazañas bélicas). En la época de Agustín de Hipona tampoco era frecuente la posibilidad de acceder a textos escritos, dado que un códice era un bien escaso y limitado en general al uso por parte de monjes; es por eso que la lectura se acostumbraba grupal, para paliar esa escasez de obras. Fue el invento de la imprenta el suceso que revolucionaría siglos después la lectura, llevándola a nivel universal. 

Nosotros, seres humanos de nuestros días, tenemos acceso a cualquier lectura, dato, música o imagen en cualquier situación y en cualquier parte. Nos basta con manejar los dispositivos móviles cada vez más potentes y sofisticados. Imaginemos el pasmo que sentiría Agustín resucitado hoy al contemplar a los peatones de las grandes ciudades, deambulando absortos en las pequeñas pantallas sujetas entre sus manos y con auriculares en sus oídos, con artefactos en los que pueden ver las noticias actualizadas al segundo o disfrutar del último libro o serie de moda.

Cabría afirmar que con ese acceso ilimitado a la información y difundido a todos los ciudadanos nuestra sociedad es una sociedad libre y democrática. Sabemos, sin embargo, que no es así. 

Se produjo este fin de semana en españa un mitin de un partido político de ultraderecha que resultó multitudinario. Llamó mucho la atención en las redes sociales que un partido hasta hace poco con escasos seguidores llegase a poder convocar a esa multitud entregada, y que lo hiciese además con una ideología rayana al fascismo. En realidad a este partido -así como a otros menos disimulados- le bastó para invocar la furia española apenas dos argumentos: los inmigrantes vienen a robarnos y los catalanes quieren romper el país.

La pregunta surge sola. ¿Cómo es posible que el homo informaticus de nuestros días, en cuya mano cabe Platón y César, Jesús y Agustín, Mozart o Lennon y Kubrick o los Monty Python, tenga una capacidad de crítica tan limitada? ¿Qué siniestro mecanismo lleva a que las cabezas de las generaciones con la capacidad de ser las más preparadas se colmen con un par argumentos necios y sus corazones se inflamen?

Marx principalmente y tras él otros grandes autores como Gramsci o Lenin advirtieron la importancia de la batalla de las ideas, de la lucha ideológica, situandola al nivel de la pugna por los recursos económicos y productivos. Las ideas que marcan y caracterizan un grupo social, el conjunto de creencias y emociones que comparten, son como un cemento que mantiene unida la arquitectura política y económica de la sociedad. 

Esta lucha por las ideologías es por tanto una contienda que recorre la existencia de todos los miembros de un pueblo o país y marca su forma de vida. Velada unas veces y otras franca y abierta, pero siempre lucha enfrentada que determina las condiciones de vida de los grupos sociales. 

Si echamos un vistazo a uno de los textos de nuestros amigos Carlos Marx y Federico Engels (La ideología alemana, 1846, cuya lectura al menos de sus primeras páginas -es un poco extenso- es muy recomendable y que puedes ver pinchando sobre estas letras) encontraremos palabras tan impactantes y esclarecedoras como este párrafo imprescindible:

Las ideas de la clase dominante son las ideas dominantes
en cada época; o, dicho en otros términos, la clase que ejerce el poder material dominante en la sociedad es, al mismo tiempo, su poder espiritual dominante. La clase que tiene a su disposición los medios para la producción material dispone con ello, al mismo tiempo, de los medios para la producción espiritual, lo que hace que se le sometan, al propio tiempo, por término medio, las ideas de quienes carecen de los medios necesarios para producir espiritualmente. Las ideas dominantes no son otra cosa que la expresión ideal de las relaciones materiales dominantes, las mismas relaciones materiales dominantes concebidas como ideas; por tanto, las relaciones que hacen de una determinada clase la clase dominante son también las que confieren el papel dominante a sus ideas. Los individuos que forman la clase dominante tienen también, entre otras cosas, la conciencia' de ello y piensan a tono con ello; por eso, en cuanto dominan como clase y cuanto determinan todo el ámbito de una época histórica, comprende de suyo que lo hagan en toda su extensión y, tanto, entre otras cosas, también como pensadores, como productores de ideas, que regulen la producción y distribución de las ideas de su tiempo; y que sus ideas sean, por mismo" las ideas dominantes de la época. Por ejemplo, una época y en un país en que se disputan el poder la corona, la aristocracia y la burguesía, en que, por tanto, se halla dividida la dominación, se impone como idea dominante la doctrina de la división de poderes, proclamada ahora como "ley eterna".


Si intentamos expresar en palabras sencillas qué importancia tiene la ideología en esa lucha entre grupos sociales, que hace los de una clase inferior y dominada aplaudan y apoyen las ideas de la clase que los domina, podríamos encontrar algunos aspectos comunes:



  • En primer lugar la ideología es un producto de las personas cuya existencia resulta determinante. No es posible ignorar su existencia o su importancia, ni creer que se puede permanecer neutral a ella. La fuerza de las estructuras política o económica harán que, en caso de que optemos por creer que vaciamos nuestra cabeza de su contenido, será la sociedad quien la rellene proyectando las ideas dominantes. De este modo, creer que uno no es "ni de izquierdas ni de derechas", por ejemplo, llevará a tomar actitudes y decisiones conservadoras antes que progresistas, dado que no podrá abstraerse del entorno, que le mantiene en un permanente bombardeo de mensajes reforzadores.

  • La fuerza de estas ideas dominantes puede llegar a hacer, en efecto, que un individuo tenga un concepto de sí mismo y de su mundo opuesto o inverso a la realidad. Las personas tendrán así una falsa conciencia de sí mismos y del grupo social al que pertenece, de modo que llegue a sostener posiciones perjudiciales para sí mismos y sus semejantes.

  • Esto es, la ideología dominante es capaz de cambiar el modo en que pensamos, puede crear en nuestra mente los mecanismos que nos harán entender la realidad y nos dispondrá a adoptar una determinada actitud ante nuestras circunstancias. En cierta forma podríamos decir que conduce nuestra vida, dado que encamina nuestro pensamiento.

Puesto que del sostenimiento de manera hegemónica, preponderante, de esa conjunto de ideas depende en gran medida la continuidad del todo el sistema social, el grupo dominante se cuidará mucho de hacer que todo el conjunto permanezca inalterado el mayor tiempo posible. Usará para ello todas sus armas. Dentro del arsenal de defensa de las ideas, los medios informativos desempeñan un papel necesario, como sabemos. Otras armas son más sutiles y sibilinas que esa propaganda mediática. 

De manera simplificada sería posible afirmar, en mi opinión, que la mejor arma para sostener esa hegemonía, que mantiene estable el orden de la clase dominante sobre nosotros, los trabajadores, es desterrar del pensamiento cualquier forma de entender la realidad que sea dialéctica. Es decir, la ideología de la clase dominante procurará que los trabajadores, clase dominada, desdeñemos los pensamientos complejos o más elaborados, seamos incapaces de relacionar unos asuntos con otros y creemos departamentos estancos de temas inconexos e inalterables, cerremos nuestra visión a una perspectiva global y cambiante en el proceso histórico y, además, neguemos la posibilidad de entender las contradicciones que se producen en toda sociedad.


Seguramente es más apropiado hacer un análisis más exhaustivo, aunque desde mi punto de vista es posible al menos enumerar algunos de estos procedimientos, artimañas o tácticas mediante las cuales la ideología dominante trata de borrar del mapa el pensamiento dialéctico. 



Para comenzar, el pensamiento que tienda al razonamiento profundo o a la especulación es sustituido por un pensamiento más superficial, más sencillo, que tiende a lo inmediato y lo práctico. Lo que no es -aparentemente- útil en el aquí y ahora pierde valor. Es divagar, desorientarse. Hegel, en el prólogo de su Ciencia de la lógica (1816), escribe:



La doctrina exotérica de la filosofía kantiana —es decir, que el intelecto no debe ir más allá de la experiencia, porque de otra manera la capacidad de conocer se convierte en razón teorética que por sí misma sólo crea telarañas cerebrales— justificó, desde el punto de vista científico, la renuncia al pensamiento especulativo. En apoyo de esta doctrina popular acudió el clamor de la pedagogía moderna, que toma en cuenta sólo las exigencias de nuestra época y las necesidades inmediatas, afirmando que, tal como para el conocimiento lo primordial es la experiencia, así para la idoneidad en la vida pública y privada las especulaciones teóricas son más bien perjudiciales; y que lo único que se requiere es la ejercitación y la educación prácticas, que son lo sustancial. 


Como es lógico, lo sustancial para el pensamiento dominante es lo que le resulte favorecedor. Esta tendencia se aprecia con claridad en los cambiantes planes de estudios de nuestros jóvenes o en la forma en que se conduce a los demandantes de empleo, por poner dos ejemplos actuales. Del mismo modo, también en la política lo práctico y directo prevalece sobre el proyecto a largo plazo y más enrevesado. Todo lo que no sea dialogado o negociado con el adversario político se considera un extremismo innecesario que conduce al aislamiento y al dogmatismo, de manera que se promueven las políticas reformistas o moderadas.

Otro modo de obstaculizar el razonamiento elaborado es mediante el exceso de información. Se considera que la cantidad de datos informáticos almacenados en el planeta se duplica actualmente cada dos años. Los expertos incluso hablan de un síndrome, el de fatiga por la información, que puede producir confusión, angustia y agotamiento intelectual. En el tumulto informativo, al que colaboran las modernas redes sociales y las aplicaciones para móviles, es más difícil discernir la información importante y, en especial, la información verdadera. Los usuarios de estas redes tenemos cada día más complicado averiguar qué noticias provienen de fuentes fiables y cuáles son las ahora llamadas fake news 

Umberto Eco en el libro que entregó a la imprenta poco antes de su muerte (De la estupidez a la locura, 2016) hablaba de las "legiones de idiotas" llevadas a la popularidad o a la voz pública gracias a las redes sociales. Esta afirmación le atrajo bastantes antipatías, pues parece bastante antidemocrática o elitista. Pero para quien tenga experiencia en el uso de redes y algo de criterio no es una afirmación exagerada. Pongamos un ejemplo: en los últimos años se hizo norma en los partidos políticos españoles convocar primarias para elegir a sus candidatos (esta práctica parece haber decaído últimamente y ya casi está en desuso); visto en primera instancia es el método más democrático, pero ¿hasta qué punto es justo e igualitario en el desorden informativo del que hablamos? No está tan claro si tenemos en cuenta el poder que poseen ciertos medios, por ejemplo la TV, con respecto a otros. Los periódicos en papel han devenido en minoritarios con respecto a los digitales; un oportunista con cierta gracia o habilidad puede convertirse en estrella de las redes pese a que su mensaje sea nocivo o vulgar. El barullo y la confusión informativas favorecen, obviamente, al sentido común, es decir, a la creencia más popular en una sociedad. A la ideología dominante, por tanto. 
Las redes se indignan


La sustitución del pensamiento razonado o argumentado por el pensamiento visceral o directamente por los sentimientos es otra manera de manipulación. La opinión mayoritaria, o la que debería ser la opinión más común o moderada, es sustituida por la opinión dominante eliminando la capacidad de crítica. Nos hacen ser propensos a rechazar la crítica racional, el análisis argumentado. La opinión o la toma de decisiones se lleva a cabo por motivos viscerales, por atracción empática o por meros motivos superficiales

Los psicólogos nos indican que todos los seres humanos realizamos atribuciones sobre los demás a partir de estereotipos, es algo inevitable. La mente tiende a economizar recursos y a responder con rapidez ante los estímulos. Pero el problema aparece cuando la construcción mental que tengamos de nuestra realidad se base fundamentalmente en ideas preconcebidas y estereotipos. Estas ideas tienden a aceptarse socialmente por la mayoría y a convertirse en creencias inmutables. 


Un procedimiento similar sigue lo que los psicólogos llaman heurístico. Un heurístico es una regla que se sigue de manera inconsciente para resolver un problema planteándolo de manera más simple. Una especie de truco mental para los momentos en que debemos tomar decisiones. En ocasiones estos atajos mentales nos llevan a reducir un razonamiento de manera excesiva. Esta reducción puede conducir al uso indiscriminado de silogismos simples, como el principio del tercero excluido o la lógica bivalente: en una determinada situación sólo hay dos opciones verdaderas o válidas; una tercera opción es descartada de antemano, no se admiten matices, grados ni escalas. Tampoco se admite que pueda existir una contradicción entre ambas premisas válidas, no cabe mentalmente sugerir una opción que sea a la vez ambas o excluya a ambas.


Ejemplos de esto hay a diario en los medios. En las noticias referentes al gobierno de EE.UU. es moda hoy día presentar, en especial por los medios más progresistas, al presidente Trump como un ogro despiadado y zafio. Aunque no dejan de tener razón en ello, la lógica bivalente nos lleva a creer que, por tanto, la otra opción, Obama, Hillary o sus sucesores, son la opción aceptable y válida. No cabe una tercera alternativa o razonar, de manera argumentada y más exacta, que ambas opciones son pésimas y en realidad dos caras de la misma moneda.


La disyuntiva necesaria entre elegir una opción política o la supuestamente adversaria es la costumbre. Si alguien propone una crítica que no se ajuste a alguna de las dos opciones o las contradiga nos predisponemos a situarle en la opción rival a la nuestra. Los medios exponen dos opciones políticas polarizadas y no cabe en la opinión generalizada más opción. La crítica con la opción A será etiquetada en la opción B y viceversa.