jueves, 31 de agosto de 2017

Guía para leer el 18 Brumario

Seguimos con la serie de entradas dedicadas a obras de Marx y pensadas para animar a la lectura de sus textos. Hoy nos atrevemos con el famoso 18 Brumario.

Mediante unas sencillas explicaciones pretendemos atraer el interés de militantes a quienes les cueste un poco hincar el diente a esos libros pero se sientan con deseos de ir más allá en sus conocimientos marxistas.


Fotograma de la versión cinematográfica del clásico de Víctor Hugo, Los Miserables, dirigida por Tom Hooper en 2012 (Universal Pictures). Representa a una barricada en las calles de París, con las banderas republicanas en la parte inferior y la bandera roja, propia de los insurrectos proletarios, ondeando desafiante.


Lo primero que nos llama la atención del libro es su curioso título: El 18 Brumario de Luis Bonaparte. El primer término hace referencia a una fecha, el día 18 de un determinado mes; "brumario" era uno de los meses del calendario republicano francés. Los intelectuales de la Revolución Francesa se consideraban opuestos a todo lo religioso y supersticioso y por ello rechazaron el calendario gregoriano (el que usamos) por sus connotaciones religiosas, sustituyéndolo por otro calendario cuyos meses tienen nombres que se refieren a fenómenos naturales (vendimiario, brumario, ventoso).

El 18 brumario se corresponde con el 9 de noviembre de nuestro calendario y se refiere a la fecha en que Napoleón Bonaparte acabó con el gobierno del Directorio francés, en el año 1799, e inició el gobierno del Consulado, otorgándose el liderazgo del mismo hasta que finalmente se proclamó emperador unos años más tarde. 

Es por tanto la fecha señalada de un golpe de Estado, el golpe que acabó con el último gobierno surgido de la Revolución francesa. En apenas una década, desde su estallido en 1789, la Revolución había pasado de proclamar el fin del Antiguo Régimen, terminar con el reinado de Luis XVI, de abolir los derechos feudales y redactar la Declaración de los Derechos Humanos y el sufragio universal, a regresar a un imperio despótico y autoritario.
  

Pintura que representa el golpe de Napoleón

Unas décadas después, Luis Felipe de Orleans, quien sería último rey de Francia, es derrocado en una nueva Revolución en febrero de 1848. Tiene lugar entonces un nuevo periodo republicano, la Segunda República, en la que retornan algunas de las aspiraciones de la etapa anterior: sufragio universal, libertad de prensa, derecho al trabajo. 

Pero sucede, de nuevo, un giro político que lleva a proclamar, en apenas unos meses, al sobrino de Napoleón, Luis Bonaparte, en presidente de la Segunda República. Y como en un remedo del periodo anterior, en un nuevo golpe de Estado, pasa a convertirse en Napoleón III en 1852, dictador autoritario del Segundo Imperio francés.

Es evidente que la Historia parece querer jugarnos una broma calcando en apenas medio siglo los mismos sucesos en el mismo país. 
Marx inicia el 18 Brumario con la conocida frase: "Hegel dice en alguna parte que todos los grandes hechos y personales de la historia universal se producen dos veces. Pero se olvidó de agregar: una vez como tragedia y otra vez como farsa". ¿Se trata de una casualidad? ¿Es posible intuir en los procesos históricos una lógica a través del análisis de los acontecimientos? ¿O tal vez la Historia es, tal como se empeñan en enseñarnos, un desarrollo lineal de sucesos causados por la mano de "grandes hombres" que escriben el desarrollo de nuestra historia? 

Acto seguido, leemos: "los hombres hacen su propia historia, pero no la hacen a su libre arbitrio, bajo circunstancias elegidas por ellos mismos, sino bajo aquellas circunstancias con que se encuentran directamente, que existen y transmite el pasado". Es decir, es posible hacer un análisis de un determinado momento a través del estudio de sus circunstancias materiales, en especial de las circunstancias económicas, que -como podrá comprobarse- sirven de base para sostener a las demás circunstancias de una sociedad: políticas, ideológicas, religiosas, artísticas, etc.

A esta manera de analizar la realidad la llamamos materialismo
La gran ventaja que nos proporciona el análisis materialista de un momento histórico es que puede revelarnos aspectos ocultos o difíciles de distinguir con los acostumbrados métodos convencionales, tales como las relaciones de poder (económicas) entre unos grupos de personas y otros. Y, además, el materialismo histórico permite ponernos en las manos las herramientas para que el curso de nuestra historia no permanezca invariable, como una condena inevitable, sino que seamos capaces de transformarla una vez que hemos sido capaces de diseccionarla y de comprender cuáles son sus mecanismos internos. 

A la izquierda, imagen del apartamento en París de Luis Napoleón. En la derecha, unos señores visitando a pobres enfermos durante el mandato del funesto personaje.


La originalidad y la tremenda genialidad de Marx en esta obra está en ser el primer pensador que explica un pasaje de la historia contemporánea mediante su concepción materialista. 

Hay que explicar que unos meses antes el propio Marx había publicado junto a Engels unos artículos en el periódico La Nueva Gaceta del Rin, que trataban este mismo periodo, y que juntos forman el ensayo Las luchas de clases en Francia de 1848 a 1850, que en cierto modo le sirvió de borrador para esta segunda obra (cuya lectura apasionante también recomendamos a militantes que deseen una visión más amplia). Es La lucha de clases por tanto el primer texto en el que se aplica este método y se desarrolla posteriormente en el 18 Brumario.

En ambos ensayos se aprecia por primera vez la famosa proclama que entonan todos los partidos comunistas del mundo, como reivindicación vital para la verdadera transformación económica: la necesidad de la apropiación, por parte de los trabajadores, de los medios de producción

En La lucha de clases aparece por vez primera también el concepto de dictadura del proletariado: "el proletariado de París fue obligado por la burguesía a hacer la insurreción de junio (...) Ni tenía aún fuerzas bastantes para imponerse en esta misión (...)  Fue su derrota la que le convenció de esta verdad: que hasta el más mínimo mejoramiento de su situación es, dentro de la república burguesa, una utopía que se convierte en crimen tan pronto como quiere transformarse en realidad. Y sus reivindicaciones (...) cedieron el puesto a la consigna audaz y revolucionaria: ¡Derrocamiento de la burguesía! ¡Dictadura de la clase obrera!".



Carlos Luis Napoleón Bonaparte posa en este retrato junto a su señora, Eugenia de Montijo.

Leemos también en el propio 18 Brumario, en sus párrafos finales: "Todas las revoluciones perfeccionaban esta máquina en vez de destrozarla. Los partidos que luchaban alternativamente por la dominación consideraban la toma de posesión de este inmenso edificio del Estado como el botín principal del vencedor".

Es decir, a modo de visión general podríamos resumir que en el 18 Brumario de Luis Bonaparte (y en su "preludio" Las luchas de clases en Francia), Marx aborda por primera vez el análisis coyuntural del periodo histórico que acaba de vivir, lo observa a través del microscopio del materialismo y, gracias a ello, puede distinguir todas las piezas del mecanismo que compone el engranaje económico de la época. De este modo puede separar cada una de las clases sociales que convivían en esta sociedad y las sucesivas alianzas y los posteriores enfrentamientos que se fueron alternando en esos tiempos entre clases (recordemos lo anticipado en El Manifiesto: el motor de la Historia es la lucha de clases). Y finalmente obtener así una explicación razonada, de manera similar al razonamiento científico, de los hechos vividos.

Otra escena de la película citada anteriormente, que escenifica una barricada.

Luego, ¿qué procesos sociales se produjeron para que tuviesen lugar esos giros políticos tan pronunciados en tan corto plazo?
Marx distingue tres etapas desde febrero de 1848 a finales del 1851.

Una etapa inicial, el periodo de febrero de 1848, que Marx llama el prólogo de la revolución. En este periodo, las revueltas protagonizadas por obreros y pequeños burgueses fuerzan la abdicación de Luis Felipe de Orleans. 
Como hemos comentado, estos procesos no surgen por la voluntad y la mano de los actores principales, sino que vienen determinadas por las circunstancias materiales del momento. Por una parte, la tensión social se agudiza por las malas cosechas del año anterior, en especial de la patata, alimento primordial en esa época para las clases populares. La crisis agraria se añade a una crisis industrial y financiera, causando paro en gran parte de los trabajadores.
Por otro lado, la monarquía de Luis Felipe sólo era favorable a una alta burguesía, mientras que eran negados derechos y libertades a una pequeña burguesía y, por supuesto, al proletariado.
La insurrección de febrero hace caer a Luis Felipe y tiene lugar un gobierno, provisional, que cuenta por primera vez con miembros socialistas (Louis Blanc) y logra ciertos avances como la jornada laboral de 10 horas y la creación de planes de empleo como los Talleres Nacionales con la intención de paliar el problema del paro.

El segundo periodo, desde mayo de 1848 a mayo del siguiente año, es el periodo de la Asamblea Constituyente, de fundación de la república burguesa. 
Escribe Marx: "a la monarquía burguesa de Luis Felipe sólo puede suceder la república burguesa; es decir, que si en nombre del rey había dominado una parte reducida de la burguesía, ahora dominará la totalidad de la burguesía en nombre del pueblo. Las reivindicaciones del proletariado de París son paparruchas utópicas con las que hay que acabar".

Dicho con palabras llanas, la parte de la nueva sociedad adinerada que está interesada en el derrocamiento de Luis Felipe, apoya al proletariado cuando éste se alza insurrecto a provocar la caída del monarca, enfrentándose a la parte adinerada que ya controlaba el poder y era favorecida por . Una vez que éste cae,  se forma un gobierno -considerado provisional desde su inicio- en el que se conceden algunas reformas a los trabajadores y que une en entendimiento a las clases adineradas -burgueses-, tanto las nuevas y pequeñas como las anteriores y más poderosas, pues ambas salen beneficiadas. Queda traicionado, pues, el proletariado, la masa de trabajadores y estudiantes.

Observemos cómo los cambios económicos que se van desarrollando producen a su vez cambios en las clases sociales. El choque de intereses entre las distintas clases sociales se agudiza, se enfatiza, de manera que se hace insostenible la convivencia entre ellos y surge el conflicto. De manera invariable, si un pequeño sector -antes revolucionario- posee medios económicos que le garantizan su bienestar, una vez producido el cambio que le interese abandona el conflicto y se convierte en reaccionario, apoyando al sector conservador de turno.
Pintura de Vernet que representa una de las batallas en las barricadas de París en junio del 1848. Vemos los improvisados medios en que se construían los muros y los escasos medios de sus defensores, opuesta a la capacidad militar de la Guardia Nacional frente a ellos.

En el tercer periodo, desde junio de 1848 hasta finales del 1851, es el de la Asamblea Legislativa. En junio del 48 el proletariado, traicionado, se alza en insurrección. El 23 de junio, cerrados los Talleres Nacionales y con miles de obreros en las calles, comienzan las protestas. El general Louis Cavaignac, designado por la Asamblea con poderes para reprimir las protestas, ordena disparar sobre los manifestantes. Esto hace estallar la indignación, se forman barricadas en las calles parisinas.

El 24 de junio Cavaignac decide usar todo su poder bélico contra las barricadas, usando artillería. "..la insurrección de junio, el acontecimiento más gigantesco en la historia de las guerras civiles europeas. Venció la república burguesa. A su lado estaban la aristocracia financiera, la burguesía industrial, la clase media, los pequeños burgueses, el ejército, el lumpemproletariado organizado como Guardia Móvil, los intelectuales, los curas y la población del campo. Al lado del proletariado de París no estaba más que él solo. Más de 3.000 insurrectos fueron pasados a cuchillo después de la victoria y 15.000 deportados sin juicio. Con esta derrota, el proletariado pasa al fondo de la escena revolucionaria".

Políticamente desaparece además, la representación de los pequeños burgueses, la Montaña (llamados así en remedo del grupo político de la Revolución francesa, a quienes se nombraba como Montaña por situarse en los escaños más altos del congreso): "durante las jornadas de junio todas las clases y todos los partidos se habían unido en un partido del orden frente a la clase proletaria, como partido de la anarquía, del socialismo, del comunismo. Habían "salvado" a la sociedad de los "enemigos de la sociedad". Habían dado a su ejército como santo y seña los tópicos de la vieja sociedad: Propiedad, familia, religión y orden".

 Representación de Los Miserables en el teatro Queens, de Londres

Como conclusión, dejamos a Engels en el prólogo de La lucha de clases, donde escribe estos párrafos certeros y definitivos:

"Hasta aquella fecha todas las revoluciones se habían reducido a la sustitución de una determinada dominación de clase por otra; pero todas las clases dominantes anteriores sólo eran pequeñas minorías, comparadas con la masa del pueblo dominada. Una minoría dominante era derribada, y otra minoría empuñaba en su lugar el timón del Estado y amoldaba a sus intereses las instituciones estatales. Este papel correspondía siempre al grupo minoritario capacitado para la dominación y llamado a ella por el estado del desarrollo económico y, precisamente por esto y sólo por esto, la mayoría dominada, o bien intervenía a favor de aquélla en la revolución o aceptaba la revolución tranquilamente. Pero, prescindiendo del contenido concreto de cada caso, la forma común a todas estas revoluciones era la de ser revoluciones minoritarias. Aun cuando la mayoría cooperase a ellas, lo hacia —consciente o inconscientemente— al servicio de una minoría; pero esto, o simplemente la actitud pasiva, la no resistencia por parte de la mayoría, daba al grupo minoritario la apariencia de ser el representante de todo el pueblo.

Después del primer éxito grande, la minoría vencedora solía escindirse: una parte estaba satisfecha con lo conseguido; otra parte quería ir todavía más allá y presentaba nuevas reivindicaciones que en parte, al menos, iban también en interés real o aparente de la gran muchedumbre del pueblo. En algunos casos, estas reivindicaciones más radicales eran satisfechas también; pero, con frecuencia, sólo por el momento, pues el partido más moderado volvía a hacerse dueño de la situación y lo conquistado en el último tiempo se perdía de nuevo, total o parcialmente; y entonces, los vencidos clamaban traición o achacaban la derrota a la mala suerte. Pero, en realidad, las cosas ocurrían casi siempre así: las conquistas de la primera victoria sólo se consolidaban mediante la segunda victoria del partido más radical; una vez conseguido esto, y con ello lo necesario por el momento, los radicales y sus éxitos desaparecían nuevamente de la escena.

Todas las revoluciones de los tiempos modernos, a partir de la gran revolución inglesa del siglo XVII, presentaban estos rasgos, que parecían inseparables de toda lucha revolucionaria. Y estos rasgos parecían aplicables también a las luchas del proletariado por su emancipación; tanto más cuanto que precisamente en 1848 eran contados los que comprendían más o menos en qué sentido había que buscar esta emancipación. Hasta en París, las mismas masas proletarias ignoraban en absoluto, incluso después del triunfo, el camino que había que seguir. Y, sin embargo, el movimiento estaba allí, instintivo, espontáneo, incontenible. ¿No era ésta precisamente la situación en que una revolución tenía que triunfar, dirigida, es verdad, por una minoría; pero esta vez no en interés de la minoría, sino en el más genuino interés de la mayoría? Si en todos los períodos revolucionarios más o menos prolongados, las grandes masas del pueblo se dejaban ganar tan fácilmente por las vanas promesas, con tal de que fuesen plausibles, de las minorías ambiciosas, ¿cómo habían de ser menos accesibles a unas ideas que eran el más fiel reflejo de su situación económica, que no eran más que la expresión clara y racional de sus propias necesidades, que ellas mismas aún no comprendían y que sólo empezaban a sentir de un modo vago?"

Daguerrotipo histórico de las barricadas de los trabajadores franceses tomada el 25 de junio de 1848 en la Rue Saint-Maur de París



viernes, 28 de julio de 2017

Trabajo asalariado y capital

Continuamos en esta entrada la serie de comentarios sobre textos clásicos marxistas que iniciamos con las cuestiones sobre el Manifiesto del Partido Comunista.

En este caso nos proponemos hacer un resumen del texto Trabajo asalariado y capital, escrito por Carlos Marx y publicado en 1849, esto es un año después de la aparición del Manifiesto.

En este texto se expone de manera sencilla la manera en que los poderes económicos someten y esclavizan a la clase trabajadora, y se demuestra el inevitable antagonismo entre obreros y capitalistas. 

Esperamos que con esta entrada se incentive la lectura del texto original. Para descargar una copia del resumen en formato PDF, bien visible en el móvil y en archivo de pequeño tamaño para poder compartir con otros camaradas,puedes hacer click pulsando sobre estas letras.


  Una niña trabajadora de una fábrica textil en la India

Trabajo asalariado y capital.


En la siguiente lectura usted podrá analizar las relaciones económicas que forman la base material de la esclavitud de la clase trabajadora en el capitalismo.

Este análisis se expone de manera sencilla y clara, de modo que pueda ser comprendido por los trabajadores de todos los niveles culturales.

Con la lectura de este texto, un trabajador podrá:




¿Qué es el salario?

Aparentemente el salario es la cantidad de dinero que el capitalista (un jefe, un propietario, una empresa) paga por un determinado tiempo de trabajo o la ejecución de una tarea determinada. Por ejemplo, una empresa de construcción y reformas llama a un albañil por un día y le paga 50 euros.

Pero esto es sólo la apariencia. En realidad el obrero vende al capitalista su fuerza de trabajo. La vende por un día, una semana, un mes, etc. Y una vez comprada esa fuerza de trabajo el capitalista la consume haciendo que el obrero trabaje el tiempo estipulado. En el caso del albañil, la empresa compra la fuerza de su trabajo por un día.

Con el mismo dinero que el capitalista compra la fuerza de trabajo podría comprar cualquier otra mercancía. Con los 50 euros de nuestro albañil, el empresario podría comprar 10 sacos de cemento o un palet de ladrillos, o si quisiese podría comprar 50 kilos de azúcar o un día de trabajo de otro albañil. Es decir, la fuerza de trabajo es una mercancía como otra cualquiera.



La empresa de construcción que tomamos de ejemplo adquiere materiales, herramientas, maquinaria y -además- la fuerza de trabajo de nuestro albañil, así como la de los demás obreros que tenga asalariados.

El salario es, así, la parte de la mercancía ya existente con la que el capitalista compra una determinada cantidad de fuerza de trabajo productivo.


¿Para qué vende el obrero su fuerza de trabajo?

La vende para poder vivir. Pero esa fuerza de trabajo es la propia actividad vital del obrero, la manifestación misma de su vida. Su tiempo. Y esta actividad vital no es más para el obrero que un medio para poder subsistir.

El albañil mencionado no produce para sí un muro o un encofrado. Lo que produce para sí es un salario. Cambia una parte de su vida por un salario, que luego podrá cambiar a su vez por comida, ropa o el alquiler de su vivienda. El trabajo en la construcción no es para él la vida, más bien la vida comienza donde termina su actividad.

El obrero se vende él mismo y se vende además en partes, subasta horas, días, semanas o meses de su vida al mejor postor, a un capitalista para el que pertenece durante el tiempo de trabajo.

El capitalista, en cuanto quiera, puede despedirle o terminar la relación de trabajo acordada cuando ya no le necesite. Pero el obrero, cuya única fuente de ingresos es vender su fuerza de trabajo, no puede olvidarse de los capitalistas sin renunciar a su existencia. Es un serio asunto de su incumbencia encontrar un patrono, un comprador.


Queda así expuesto que el salario es el precio de una determinada mercancía: la fuerza de trabajo. Y por tanto, como mercancía se halla determinada por las mismas leyes que determinan el precio de cualquier mercancía.

¿Qué determina el precio de una mercancía?

El precio en el mercado de una mercancía lo determina la competencia entre compradores y vendedores, la relación entre oferta y demanda.

Una mercancía ofrecida más barata por un vendedor eliminará de la disputa a los demás vendedores. La competencia entre vendedores abarata el precio de las mercancías.

Al contrario, la competencia entre compradores hace subir el precio de las mercancías puestas a la venta.

El resultado de la competencia entre compradores y vendedores (unos queriendo comprar lo más barato posible y otros vender lo más caro que puedan) dependerá de la relación existente entre los dos aspectos mencionados, de que predomine la competencia entre el grupo de los compradores o entre el grupo de los vendedores. La industria lanza al campo de batalla a dos ejércitos enemigos, en cuyas filas se libra además una batalla interna. El ejército cuyas tropas se peguen menos entre sí triunfará sobre el otro.

Cuando la oferta de una mercancía es inferior a su demanda, la competencia entre vendedores se debilita y crece la competencia entre compradores. Resultado, sube el precio de la mercancía. 

Más comúnmente ocurre lo contrario: el exceso de la oferta sobre la demanda, competencia entre vendedores y abaratamiento de la mercancía.


 Si el precio de una mercancía está determinado por la oferta y la demanda,  ¿qué condiciona esa relación oferta-demanda?

Para el capitalista la respuesta es muy sencilla. Si fabricar una mercancía le cuesta 100 y pasado un tiempo la vende por 110, será una ganancia moderada. Si la vende por 130, ya será más alta. Y si la vende por 200 será una ganancia extraordinaria.

Por tanto para el capitalista el criterio que sirve para medir la ganancia es el coste de producción de la mercancía.

El precio de una mercancía se determina por su coste de producción, lo que equivale a decir que se determina por el tiempo de trabajo necesario para su producción.


¿Cuál es el coste de producción de la fuerza de trabajo?

Es lo que cuesta mantener al obrero y educarlo para el oficio.

Cuanto menos tiempo de aprendizaje exija un trabajo, menos será el coste de producción del obrero y más barato el precio de su trabajo, su salario. En los empleos que no exigen apenas aprendizaje, bastando la sola presencia física del trabajador, el coste de producción de éste se reduce a las mercancías necesarias para que pueda vivir en condiciones de trabajar, por los medios de vida indispensables.

El salario así determinado es lo que se llama salario mínimo.

¿Qué sucede en el intercambio entre capitalista y obrero?

El obrero obtiene por su fuerza de trabajo medios de vida, pero a cambio el capitalista adquiere trabajo, actividad productiva, la fuerza creadora con la que el obrero no sólo repone lo que consume sino que da al trabajo acumulado un valor mayor del que poseía antes.

En el ejemplo que comentábamos antes, la empresa constructora abona al albañil los 50 euros por un día. La empresa se asegura en ese día invertir en un trabajo que aumentará su valor en la obra trabajada. El albañil obtendrá cambiando los 50 euros una serie de mercancías para vivir, consumiéndolas; el empresario obtiene un valor de trabajo que podrá reproducir luego adquiriendo más fuerza de trabajo.

El capital sólo puede aumentar cambiándose por fuerza de trabajo, engendrando a su vez más trabajo asalariado. Y la fuerza de trabajo del obrero asalariado sólo puede cambiarse por capital, acrecentándolo, fortaleciendo la potencia de la que depende. El aumento del capital es por tanto aumento del proletariado, de la clase obrera.


Los economistas podrían decir que el interés del capitalista y el obrero son el mismo. Supuestamente, cuanto más próspero sea el mercado, más se enriquecen los capitalistas y cuanto mejor marchan los negocios más obreros se necesitan y más caros se venden.

Pero en realidad el crecimiento del capital supone el crecimiento del poder del trabajo acumulado sobre el trabajo vivo, el aumento de la dominación de la clase capitalista sobre la clase obrera.

Decir que los intereses del capital y los obreros son los mismos es simplemente decir que son los dos aspectos de una misma relación, que se hallan condicionados. Mientras el obrero asalariado sea obrero asalariado, su suerte depende del capital. Sólo ese es el interés que tienen en común.

¿Qué ley rige el alza y la baja del salario y la ganancia en sus relaciones mutuas?

Es una relación inversa.



Vemos, pues, que los intereses del trabajo asalariado y los intereses del capital son diametralmente opuestos.

Un aumento rápido del capital puede suponer un aumento del salario pero nunca será en la misma proporción. La ganancia relativa de la empresa siempre será más beneficiosa que el aumento del salario, o de otro modo no sería tal ganancia para la empresa.

Por tanto, el incremento del capital, aun aumentando los ingresos del obrero, hará al mismo tiempo que se ahonde el abismo social que separa al obrero del capitalista, y crecerá, asimismo, el poder del capital sobre el trabajo, la dependencia de éste.

Decir que el obrero está interesado en el incremento rápido del capital es decir que cuanto más aprisa hace crecer la riqueza ajena más migajas le caerán a él, más obreros serán contratados y más puede crecer la masa de esclavos sujetos al capital.

En conclusión, podemos resumir que:






¿Qué sucede al incrementarse el capital productivo sobre el salario?

Al aumentar los diferentes capitales podríamos decir que se lanza a ese campo de batalla imaginario de la competencia mercantil ejércitos más potentes, con armas cada vez más gigantescas.

Sólo vendiendo más barato pueden unos capitalistas desalojar a otros y conquistarles el terreno. Para poder vender más barato sin arruinarse tienen que producir más barato, es decir, aumentar todo lo posible la fuerza productiva del trabajo.

Lo que más aumenta esa fuerza productiva es una mayor división del trabajo y la aplicación de mejor maquinaria.

Si un capitalista logra, mediante ese método, explotar de un modo más provechoso, logra el medio para fabricar con la misma cantidad de trabajo una suma mayor de productos.

Esa mayor producción le permitirá vender más barato para desalojar a sus adversarios de la pugna. Al ganar más terreno se dilatará también para ese capitalista la necesidad de mercado, es decir, se ve obligado a vender más mercancías y conquistar más mercados.

Esa situación de privilegio no durará mucho. Otros capitalistas emplearán métodos similares, la misma división del trabajo y la misma innovación en las máquinas. Esto les llevará a necesitar volver a reducir los precios para poder volver a competir, en una escalada sin fin, una revolución incesante de los medios de producción.

¿Cómo influye esto en el salario?

Una mayor división del salario permite a un obrero realizar el trabajo de 5, 10 o 20 compañeros. Aumenta por tanto la competencia entre los trabajadores.

La división del trabajo también simplifica las tareas. Se convierte en una fuerza productiva simple y monótona, no necesita de una pericia especial. Esto atrae a más competidores de entre los desempleados y los jóvenes que acceden al mercado laboral.

A medida que el trabajo se hace más desagradable, aumenta la competencia y disminuye el salario.

El trabajador se esfuerza en sacar a flote el volumen de su salario trabajando más, echando más horas al día o produciendo más en cada hora. Es decir, acentúa los efectos de la división del trabajo. Cuanto más trabaja, menos jornal gana, por la sencilla razón de que en la misma medida hace la competencia a sus compañeros, que se ofrecen al patrono en condiciones tan malas como él. Es decir, porque en última instancia se hace la competencia a sí mismo como miembro de la clase obrera.


La batalla antes comentada entre capitalistas tiene la particularidad de que en ella las victorias no se logran tanto enrolando obreros al ejército sino licenciándolos. Esto es, despidiendo mano de obra y sustituyendo por otra más barata y en peores condiciones.

Los economistas afirman que los obreros desalojados encuentran empleo en otros sectores o en otras empresas. En realidad si lo encuentran nunca será en las mismas condiciones sino peores, con salarios más bajos. 


Además la clase obrera se recluta entre capas cada vez más altas. Hacia ella va descendiendo una masa de pequeños empresarios, que no pueden hacer frente a la competencia de empresas mayores.

En esta guerra gigantesca, el mundo comercial sólo logra mantenerse a flote sacrificando a sus dioses una parte de las riquezas y de las fuerzas productivas. Así se producen las crisis.

Cada crisis arrastra consigo a la hoguera a los cadáveres de los esclavos, hecatombes enteras de obreros.





miércoles, 10 de mayo de 2017

PROLETARIOS Y COMUNISTAS (preguntas sobre el Manifiesto, 3ª entrega)

En anteriores entradas (parte 1 y parte 2) nos hicimos unas cuantas preguntas sobre el Manifiesto Comunista para incentivar la lectura de este texto fundamental. Terminamos con esta entrada la serie, que puedes descargarte si quieres en pdf -es  mucho más fácil de leer en el móvil- haciendo click en este enlace.

Vemos aquí el segundo capítulo, en el que podremos contestar dudas muy comunes sobre el comunismo como ¿quieren los comunistas prohibir la propiedad privada?, ¿es el comunismo un sistema que conlleva pobreza y vagancia?, ¿pretenden los comunistas compartira las mujeres como en una comuna? y otros tópicos.


■■ PROLETARIOS Y COMUNISTAS ■■

Una vez explicados los conceptos básicos del materialismo histórico en el primer apartado del Manifiesto (la historia de la sociedad humana es una lucha de clases) y desveladas las clases sociales enfrentadas del mundo en que vivimos (burgueses -capitalistas y dueños de los medios- y proletarios -trabajadores-), se completa la obra exponiendo con claridad cuál es la relación que guardan, por tanto, los comunistas con los trabajadores y dando respuesta a muchos de los bulos que el capitalismo fomenta para desprestigiar su mensaje. 




¿Forman los comunistas un partido aparte de los demás partidos obreros? 

La respuesta está literal en el propio Manifiesto: los comunistas no forman un partido separado ni se enfrentan a los demás partidos obreros.

Hay que aclarar que el concepto de partido en la época de Marx y Engels no es como en la actualidad. Entonces la idea de partido era la de todas las personas que tienen unas mismas ideas políticas. Por tanto, el Partido Comunista es un partido dentro del gran partido obrero (la unión de todos los trabajadores) y no se opone a otras asociaciones obreras.

Esto supone, primero, que los comunistas no se sitúan por encima del movimiento obrero, sino a su lado, luchando en su misma trinchera; segundo, que lo que distingue a los comunistas es que "destacan y hacen valer los intereses comunes de su clase".

Es decir, son una "vanguardia", el sector "más resuelto" de los trabajadores que tienen "la ventaja de su clara visión del movimiento proletario".


Los comunistas pretenden concienciar a los trabajadores para que
 ellos mismos mediante el propio convencimiento luchen por su liberación 

¿En qué se diferencian entonces los comunistas de los demás partidos?

Se diferencian sobre todo en que saben analizar la realidad mediante la filosofía marxista, el materialismo dialéctico.
Esta filosofía permite interpretar las situaciones de manera que afloren aspectos que permanecen ocultos o velados a los trabajadores.

La educación convencional hace que las personas reciban de los centros educativos (colegios, institutos, universidades) y de los medios informativos una visión del mundo idealista, estática, invariable, muchas veces ajena a los fundamentos de la razón y la ciencia, que fomenta un modo de pensar que les impide darse cuenta de las circunstancias que condicionan su vida.

El materialismo, en cambio, mediante la razón permite aflorar esos aspectos ocultos, al alcance del razonamiento de cualquier trabajador que ponga voluntad en informarse. Y en especial el materialismo permite comprender el mundo de modo que sea posible luchar para transformarlo.

El primer objetivo de los comunistas es concienciar a los trabajadores de su situación de explotados para que al comprenderlo puedan luchar y liberarse.




¿Surgen las ideas de los comunistas de un líder?

En una de las estrofas de la Internacional se cita: Ni en dioses, reyes ni tribunos,/ está el supremo salvador./ Nosotros mismos realicemos/ el esfuerzo redentor.

Las ideas de los comunistas no provienen de un líder ni de un Mesías (un "redentor de la humanidad" dice literalmente el Manifiesto), ni siquiera el propio Marx se consideraba a sí mismo de este modo. Son ideas que vienen del análisis materialista y de las condiciones de la lucha de clases que son visibles por todos. No descansan en ideales de justicia o bondad, sino en la fuerza del pueblo unido. 


Aunque los cuadros y principales figuras se sitúen en el frente para
dar ejemplo y movilizar a los demás, saben que el esfuerzo revolucionario
debe venir de la unión de todos los trabajadores actuando unidos, sin distinciones


¿Esta forma de entender el mundo, el materialismo, es válida para todas las situaciones, como las actuales?

Cualquier situación de la realidad social que vivimos es posible analizarla bajo ese enfoque. Pongamos un ejemplo sencillo de la actualidad:

Cuando nos indignan las ya habituales noticias sobre corrupción en las administraciones, un análisis poco elaborado puede llevarnos a pensar que esas corrupciones son casos individuales de personas malintencionadas que aprovechan un cargo político para beneficiarse, de tal modo que sustituyendo a esas manzanas podridas por otros más honrados se soluciona el problema. Un análisis un poco más elaborado puede conducirnos a una explicación basada en una mafia o una trama que se sirve de las administraciones para repartirse esos beneficios entre una casta de favorecidos, de manera que sustituyendo esa trama por un sistema más transparente, se arreglará también.

Sin embargo, ambos análisis son insuficientes. El materialismo nos hace introducir una contradicción de entrada: la sociedad capitalista parte de unas relaciones de producción corruptas en las que los dueños de los medios obtienen beneficio de la explotación de la mano de obra. Además, el materialismo demuestra que en la sociedad capitalista el Estado -y sus diferentes órganos, legales, jurídicos, políticos- actúan de escudo defensor de los intereses de una oligarquía de poderosos, defendiendo sus intereses para perpetuar el sistema. Por tanto los corruptos que aparecen en las noticias son simples gestores de ese entramado, pero nunca conocemos a quienes los corrompen ni se cuestiona el sistema que lo permite, que es lo que se debe intentar transformar.

De este modo se descubren aspectos que nos permiten ver el problema con mayor profundidad y así podemos atacarlo sin quedarnos en una solución que se quede en un cambio superficial o temporal. 


Es lógico indignarse ante los descarados casos de corrupción, pero
debemos saber analizar sus causas, más allá de explicarlos en base
a tramas o mafias, para poder atacar al sistema que lo fomenta

¿Quieren los comunistas eliminar la propiedad privada?

Lo que caracteriza al comunismo no es la desaparición de la propiedad privada en general, sino la desaparición del régimen de la propiedad de los medios en manos de unos pocos. Se anula la posesión privada de las tierras, las minas, centrales eléctricas, fábricas, empresas, de todo lo que sirva para trabajar, pero no de las posesiones personales de uso particular. 

En ocasiones escuchamos a los anticomunistas argumentando que el marxismo lleva a la destrucción del fruto del esfuerzo personal. Esto es incierto. Quienes se apropian del esfuerzo de otros y de la propiedad bien adquirida son los que en capitalismo poseen los medios y explotan a los trabajadores o devoran a los pequeños propietarios que no pueden competir con ellos.




¿Supone el comunismo una falta de libertad individual?

En el capitalismo, la libertad se entiende como el librecambio, la libertad de comprar y vender. Más aún, la libertad personal y la iniciativa están reservadas a quienes poseen el capital o los medios; quienes no poseen carecen de esa iniciativa y dependen del ofrecimiento de trabajo por los demás. Por tanto es una libertad ficticia o libertad relativa, para unos sí y para otros no.

Si desaparecen los motivos que originan las diferencias entre clases -la posesión en manos de unos pocos de los recursos-, entonces podremos empezar a hablar de libertad para la mayoría y de un sistema que no depende de la miseria de muchos para la libertad de unos cuantos.

Los detractores del comunismo suelen acudir al tópico de las colas para repartir alimentos
o bienes básicos que creen se produce en los sistemas socialistas. Sin embargo,
 no se ven las "colas invisibles" que formaría la inmensa mayoría de personas que no puede permitirse comprar en las tiendas cuyas puertas parecen estar abiertas a todos,
 pero sólo se lo pueden permitir unos pocos.

¿Es el comunismo un sistema que generaliza la pobreza?

Muchas personas han asimilado la insistente propaganda capitalista que da una imagen del comunismo como un régimen oscuro y empobrecedor que dirige a la sociedad a la ruina y a la carencia de los bienes básicos.

Observemos, sin embargo, que en la sociedad capitalista en la que vivimos no es necesario dirigir nuestra vista a horizontes muy lejanos para descubrir la miseria. En nuestro entorno podemos ver personas que carecen de agua o electricidad o un techo, e incluso alimentos. Familias son despojadas de sus viviendas por haber sido despedidos de sus empleos. Enfermos mueren en listas de espera por no poder costearse un tratamiento privado. 

¿Es ese sistema capitalista un sistema que genera riqueza? Si la genera lo hace sólo para unos pocos y a costa de la miseria de los otros.
El temor que ciertas personas poco informadas sienten hacia el comunismo es el pánico que los capitalistas les transmiten: pánico a abolir la propiedad privada. Es lógico los capitalistas tengan miedo, pues al abolirla desaparecerá su privilegio de vivir de los despojos de todos los demás. Los trabajadores no deben sentir miedo por ello, ya que nada tienen que perder excepto la relación de dependencia con los propietarios que les explotan.

A lo que aspira el comunismo es a convertir los recursos en propiedad de todos, en algo común a todos los miembros de la sociedad. Se trata de transformar el carácter colectivo de la propiedad para despojarla de su carácter de clase, es decir, para que no existan las clases sociales. 


Toma de la ciudad brasileña de Sao Paulo. Una barrera separa en pocos metros
a paupérrimas favelas de lujosas mansiones. Imagen habitual en el mundo capitalista.

¿Pero no ocasionará esa sociedad igualitaria una tendencia a la vagancia y la desidia?

También se dice que si la sociedad se encarga de ofrecer las necesidades básicas en régimen común,  en lugar gestionarla en manos privadas, esto provocará la indolencia generalizada.
Si esto fuese cierto, llevaríamos siglos viviendo en la holgazanería, dado que nuestra sociedad se fundamenta en que unos muchos trabajan produciendo para otros y esos otros reciben el beneficio sin trabajar. Al desaparecer el capital lo que desaparecería es el trabajo asalariado, el trabajo como una mercadería más, pero se abriría la posibilidad de trabajar para el enriquecimiento común.


Las televisiones han popularizado una clase de jóvenes que ven en la fama fugaz 
un medio de vida. El culto al cuerpo o el atrevimiento sustituyen a los valores del esfuerzo
o el estudio. Además esa moda fomenta los estereotipos más sexistas.

¿El comunismo acabará con la cultura?

Otra de las falacias comunes en la propaganda capitalista es que la sociedad comunista, al evitar el enriquecimiento personal, provocaría también la falta de iniciativa en artistas y promotores de la cultura, ocasionando un mundo gris y triste sin espectáculos brillantes ni entretenimientos.

Esto es otra calumnia sin fundamento. La cultura, como cualquier otro aspecto de la vida, se encuentra totalmente mercantilizada en el capitalismo. La educación en general se encuentra hoy día dominada por el interés económico. Las asignaturas relacionadas con la Filosofía o la Literatura son desdeñadas en beneficio de otras asignaturas consideradas más prácticas por preparar a los jóvenes para ser piezas adiestradas para la maquinaria productiva.

Así mismo ocurre con la cultura, convertida como todo en objeto de lucro particular, de modo que sólo los artistas apadrinados por el Capital -y por tanto sumisos y condescendientes con el sistema- son los que tienen repercusión, mientras que el arte alternativo o antisistema es perseguido o hundido en la marginación. Al desaparecer las contradicciones de clase, el arte popular que actualmente permanece reprimido y oculto, afloraría sin impedimentos.


A la izquierda. Red Son, el Supermán "comunista" de DC Comics, es un héroe gris y triste, dominado por el malvado Stalin. A la derecha, Greta Garbo en la famosa película de Lubitsch, Ninotchka, interpretando a una severa y austera agente soviética que visita París y cae rendida ante el brillo de la sociedad capitalista. Dos entre los miles de tópicos sobre personajes comunistas antipáticos que pueblan el cine y la literatura.

¿Quieren los comunistas colectivizar a las mujeres en régimen de comuna?

Otra acusación que está instalada en la imaginación de las críticas más conservadoras es que el comunismo pretende acabar con la familia tradicional. 

Se trata de otra de las hipocresías de la sociedad burguesa. Si nos detenemos a observar a la familia actual, la que vive -sobrevive- en el capitalismo, veremos enseguida las incongruencias: el papel de la mujer, sometida al varón y rebajada en lo laboral y lo social, en muchas situaciones expuesta a la absoluta explotación de la prostitución; la incapacidad de muchas parejas para tener hijos por no poder cuidar de ellos; el trabajo infantil en las zonas en desarrollo como base de los ingresos de multinacionales europeas y norteamericanas; la imposibilidad, en definitiva, de las familias a vivir una vida tranquila sin estar supeditada a los intereses mercantilistas del Capital.

Al cambiar las situaciones que provocan la explotación, se terminará con el uso de las mujeres y de las familias en general como simples instrumentos de producción, mercaderías que pueden usarse y tirarse. 


 En definitiva, la cultura, la sociedad, la forma de vida y todas las relaciones entre las personas, al estar condicionadas por las condiciones materiales, pueden transformarse si esas condiciones cambian. 

Es debate en estos días la llamada "gestación subrogada", que no es otra cosa que la pretensión del alquiler de los úteros femeninos. Junto con la prostitución, son formas de explotación de la clase trabajadora -doblemente atacada en el caso de la mujer- que es considerada como una mercancía más, puesta a uso y disfrute del Capital.