jueves, 28 de septiembre de 2017

EL ESTADO Y LA REVOLUCIÓN

Vamos a por el comentario de otra obra, insistiendo en esta rareza en la que se está convirtiendo recomendar libros, más si son libros antiguos (y el no va más: libros, antiguos y comunistas).

Nos aventuramos en esta entrada nada más y nada menos que con EL ESTADO Y LA REVOLUCIÓN, dentro de la serie de comentarios de textos para militantes o interesados, explicado con palabras sencillas. Como las anteriores entradas, te la puedes descargar en un archivo pdf con letra grande que se lee bien en el móvil si pinchas con el ratón sobre estas letras.

Y como siempre, te recordamos que los libros que Marx, Engels o Lenin escribieron fueron pensados para difundirlos entre el pueblo, es decir, que están al alcance del entendimiento de todo el personal. La intención es que leas directamente los originales, te animamos a intentarlo.
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El Estado y la Revolución. 
Este libro de Lenin, de no muy larga extensión, fue escrito en los meses previos a la Revolución de Octubre. El propio Lenin explica en las palabras finales: "tenía ya trazado el plan del capítulo siguiente pero vino a estorbarme la víspera de la Revolución. De estorbos así uno no tiene más que alegrarse".
En él podremos aprender interesantes cuestiones sobre el comunismo: el papel del Estado en la sociedad, el proceso de transformación de una sociedad hacia el comunismo, diferencias entre un método revolucionario y la perspectiva reformista, entre otros.

1. La sociedad de clases y el Estado.
Nos dice Lenin, nada más empezar a leer, que las enseñanzas de Marx suelen manipularse de manera que su mensaje sea más del agrado de los enemigos del pueblo, esto es, restándole su fuerza revolucionaria.
Uno de los objetivos principales del texto es por tanto restaurar el pensamiento marxista sobre el Estado, ante las opiniones de otros teóricos marxistas (principalmente Karl Kautsky) a quienes Lenin consideraba oportunistas y cuyas tesis amenazaban con frenar la Revolución Bolchevique.

La idea fundamental de partida es que el Estado es la manifestación de la imposibilidad de conciliar las contradicciones de clase. El Estado aparece en el momento en que las clases sociales no pueden acomodar sus intereses. Es decir, en el proceso de desarrollo de la sociedad llega un punto en el que el acuerdo pacífico de convivencia es insostenible, dado que el motor que la mueve -recordemos- es la lucha material entre ellas, pues como sabemos una clase social vive de la explotación de otra clase (la clase de los adinerados y propietarios de los medios se alimenta de la explotación de la clase trabajadora). Cuando esa lucha se vuelve intolerable, aparece un poder abstracto, situado aparentemente por encima de todos, que pone "orden" y mantiene a las clases en una situación estable. Ese poder situado por encima es el Estado.

Desde esta forma de verlo, materialista, el Estado se revela como un órgano de dominación de clase, una fuerza especial de represión de una clase sobre otra, que legaliza y sostiene esa relación injusta.


"Me parece haber visto un lindo maderito", decía con sorna un tuitero sobre el asunto del crucero de Piolín. Cuando el Estado ve amenazada su integridad -aunque sea por otro Estado de similares características- asoma su cara violenta y moviliza a sus fuerzas armadas, sin importarle hacer el ridículo espantoso internacionalmente.


Aunque cueste trabajo de aceptar, esa relación incompatible entre clases no puede resolverse ni siquiera con la mediación de un Estado razonable, amistoso o sensato. Tampoco es posible imaginar un proceso paulatino de transformación del Estado hacia uno justo e igualitario. Será necesario romperlo por completo.

Para demostrar esa relación imposible tenemos varias pruebas en nuestra vida diaria. Veamos, por ejemplo, el papel que desempeñan las fuerzas armadas
Todos los Estados disponen de unos cuerpos de hombres armados y además sus añadidos: comisarías, cárceles, cuarteles, etc. Estas fuerzas armadas tienen una función represora evidente.
En las huelgas generales es característico ver situaciones como ésta. La policía, bien armada para detener los posibles disturbios, no se sitúa al azar por las calles; se sitúa donde sabe que debe proteger a los intereses que sostienen al Estado que les paga su sueldo.

Para mantener su poder el Estado necesita los impuestos y las deudas. El poder de los bancos se convierte en la mejor manera de llevar a la práctica el dominio absoluto. Es un poder tan grande que logra sobornar la voluntad de los gobiernos (recordemos la reforma constitucional en España que relegaba las necesidades básicas -educación, sanidad- al pago de la deuda).  

El capitalismo logra así ponerle riendas a la democracia para someterla a su antojo, de tal modo que la aparente libertad democrática en el capitalismo le asegura su dominio: el cambio de unas personas por otras, de unos partidos por otros, respaldado además por la votación del pueblo, no supone cambios que hagan modificar la relación de poder de una clase sobre otra.
Caricatura con el título: "ahora él entiende el juego", un trabajador con el rótulo "trabajador con conciencia de clase" en su peto es tratado de engatusar por un capitalista que mueve las marionetas de los políticos. Recordemos que vimos en anteriores entradas que esta idea ya aparece en el Manifiesto: los parlamentos actuales no son más que consejos de administración de los intereses capitalistas.

La manera en que el Estado debe dejar paso a una sociedad libre es a través de su extinción. El Estado, en palabras de Engels que cita Lenin en su obra, se manifiesta como representante de toda la sociedad mediante la posesión de los medios de producción. El paso de estos medios de manos estatales a manos del pueblo es lo que llevará a que se extinga.

Esto no quiere decir que ese paso pueda producirse de manera pausada, gradual y sin brusquedades. La experiencia de las revoluciones estudiadas por Marx en sus tiempos (revoluciones de 1848) mediante el materialismo histórico demuestran que todas ellas fracasaron por este motivo principalmente, por no haber comprendido la necesidad de controlar los medios de producción para derrotar totalmente al Estado capitalista.

Obviamente, ese paso de unas manos a otras de los medios no puede ser realizado de manera pacífica. Nunca los capitalistas consentirán perder la fuente de su situación privilegiada de buen grado. La cuestión de la violencia en la Revolución es uno de los aspectos más controvertidos. Dice Lenin que este asunto es intencionadamente olvidado por quienes quieren manipular las ideas de Marx y Engels. 



La violencia revolucionaria supone un tema polémico para quienes critican a los comunistas. Sin embargo, los que vivimos en el lado oprimido de las clases sociales sabemos por experiencia cómo funciona la violencia del Estado capitalista. Los cierres de empresas, los desahucios, los recortes en sanidad o educación son formas también violentas, aunque se produzcan sin golpes o disparos. Cuando alguien se atreve a plantar cara, surge la violencia física, que no entiende de ancianos o niños o enfermos.

2. La dictadura del proletariado.
En las obras en las que Marx analizó desde el punto de vista del materialismo histórico las revoluciones anteriores a la soviética (por ejemplo en el 18 Brumario, comentado en una entrada anterior en este blog), podemos comprobar que las teorías propias de socialistas utópicos (los que tienen ideas bien intencionadas de justicia e igualdad pero que no se sustentan en el marxismo o no las interpretan bien) acaban sirviendo más a los intereses capitalistas que a los intereses obreros, pues llevan a creer que es posible ese paso paulatino de un Estado represor a un Estado manejado por trabajadores.

En el Manifiesto leemos: "Ya dejamos dicho que el primer paso de la revolución obrera será la exaltación del proletariado en clase dominante, la conquista de la democracia. El proletariado se valdrá del Poder para ir despojando paulatinamente a la burguesía de todo el capital, de todos los instrumentos de la producción, centralizándolos en manos del Estado, es decir, del proletariado organizado como clase gobernante". Lenin resalta con clara intención los términos dominante y clase gobernante.

En el 18 Brumario: "Todas las revoluciones perfeccionaban esta máquina (del Estado), en vez de destrozarla. Los partidos que luchaban alternativamente por la dominación, consideraban la toma de posesión de este inmenso edificio del Estado como el botín principal del vencedor". De este modo el poder del Estado pasa de una parte de la burguesía a otra, sin terminar de ser controlado por el pueblo, que acaba finalmente traicionado, vendido por intereses particulares de quienes en el proceso revolucionario burgués logran puestos y sillones o pequeñas parcelas de poder.

En este engaño se produce la evidencia de la dominación de las clases poderosas sobre el pueblo. Se trata de una auténtica dictadura burguesa. El único método de transición hacia una sociedad libre es el de oponer a ese dominio autoritario otro poder similar, pero inverso, es decir, una dictadura del proletariado, una sociedad cuyo Estado provisional siga el dictado de la clase trabajadora



3. La Comuna de París.
En 1871 se produce en París una insurrección liderada por proletarios que por primera vez declaraban a una ciudad independiente del poder monárquico y capitalista. En palabras de Marx, los comuneros tomaban el cielo por asalto.

Este suceso histórico es tratado por Marx en La guerra civil en Francia. Considera que es una experiencia que supone un paso adelante en la revolución mundial de los trabajadores. A través de su estudio Marx confirma que romper la máquina burocrática del Estado es la tarea principal del proletariado en un proceso revolucionario.

Pero una vez desecha esa gran maquinaria, ¿con qué se sustituye? 
El análisis de la Comuna es ilustrativo. Su primer decreto fue suprimir el ejército permanente para sustituirlo por el pueblo armado. La creación de un ejército popular debe ser una reivindicación necesaria en un proyecto socialista. El poder debe estar asegurado en manos del pueblo.

El siguiente paso es modificar todo el aparato burocrático. Suprimir todos los gastos de representación y los privilegios de todos los burócratas del Estado, la reducción de los salarios de los altos funcionarios hasta el nivel del salario de un obrero. 

La posibilidad de elegir y revocar en cualquier momento todos los cargos públicos son medidas sencillas que reorganizan el Estado y sirven de puente entre el capitalismo y el socialismo. Pero todas ellas sólo se completan con la expropiación de la propiedad privada sobre los medios de producción y su transformación en propiedad social.
Los heroicos comuneros de París ante una barricada.


La abolición del parlamentarismo, que supone decidir una vez cada cierto número de años qué representantes de la clase dominante van a oprimir al pueblo desde el parlamento, es otra tarea necesaria.
Para ellos es necesario convertir los parlamentos en corporaciones de trabajo, en instituciones libres de engaño dado que son los propios trabajadores quienes tienen que trabajar ellos mismos, realizar sus propias leyes, comprobar los resultados y responder de ellos ante el electorado. 

4. Las bases económicas de la extinción del Estado.
El nuevo Estado proletario es también un órgano que debe extinguirse, es un paso, una fase entre dos periodos revolucionarios. Este proceso significa la verdadera transición del capitalismo al comunismo. 

El proceso tiene unos grados o etapas, inferior y superior de la sociedad comunista.

En la primera fase la sociedad acaba de salir de las entrañas del capitalismo, tiene aún el sello de la sociedad antigua. Los medios de producción ya no son privados, ahora pertenecen a toda la sociedad. Cada miembro al ejecutar una parte de trabajo socialmente necesario obtiene a cambio una cantidad correspondiente de productos del fondo común de artículos, de manera que recibe de la sociedad lo que entrega a ésta.

Esta primera etapa del comunismo, que podemos llamar socialismo, supone una distribución justa. Pero a su vez  supone también un defecto: no todas las personas son iguales, unos son más fuertes o débiles, otros más hábiles o tardos, otros son casados o solteros, unos tienen más hijos que otros, etc.

Por tanto el derecho que persigue la igualdad acaba causando desigualdad. Este defecto es inevitable en esta primera fase, no se puede pretender que personas criadas en el capitalismo pasen a trabajar en comunismo sin resentirse. Para superarlo es necesario el comunismo completo.

En la fase superior de la sociedad comunista desaparece la subordinación de los individuos a la división del trabajo y el contraste entre el trabajo intelectual y el trabajo manual, siguiendo la regla "de cada uno según su capacidad; a cada cual según su necesidad". Desaparece así una de las fuentes más importantes de desigualdad social. Las fuerzas productivas una vez expropiadas, a su vez, posibilitan desarrollar la producción de manera notable. 

Esta cuestión es la que diferencia al socialismo del comunismo. Mientras los medios de producción se conviertan en en propiedad común puede emplearse el término comunismo, siempre que tengamos en cuenta que no se trata de comunismo completo. No tiene una madurez económica completa. Cuando la mayoría del pueblo comience a llevar el control y aprendan a dirigir por ellos mismos los asuntos será completa la extinción del Estado y la nueva forma de convivencia pasará a ser costumbre. 


Esperamos que te haya servido para aclarar algunos conceptos importantes del comunismo. 
El folleto El Estado y la Revolución se encuentra en casi todas las bibliotecas públicas (en la de Mairena del Alcor hay dos ejemplares) y en ediciones de bolsillo es bastante barato.

Aquí tienes enlaces de entradas similares a ésta sobre textos marxistas, en cada entrada tienes un enlace para descargarlo en PDF y leerlo con facilidad en el móvil o socializarlo con los compañeros:

jueves, 31 de agosto de 2017

Guía para leer el 18 Brumario

Seguimos con la serie de entradas dedicadas a obras de Marx y pensadas para animar a la lectura de sus textos. Hoy nos atrevemos con el famoso 18 Brumario.

Mediante unas sencillas explicaciones pretendemos atraer el interés de militantes a quienes les cueste un poco hincar el diente a esos libros pero se sientan con deseos de ir más allá en sus conocimientos marxistas.


Fotograma de la versión cinematográfica del clásico de Víctor Hugo, Los Miserables, dirigida por Tom Hooper en 2012 (Universal Pictures). Representa a una barricada en las calles de París, con las banderas republicanas en la parte inferior y la bandera roja, propia de los insurrectos proletarios, ondeando desafiante.


Lo primero que nos llama la atención del libro es su curioso título: El 18 Brumario de Luis Bonaparte. El primer término hace referencia a una fecha, el día 18 de un determinado mes; "brumario" era uno de los meses del calendario republicano francés. Los intelectuales de la Revolución Francesa se consideraban opuestos a todo lo religioso y supersticioso y por ello rechazaron el calendario gregoriano (el que usamos) por sus connotaciones religiosas, sustituyéndolo por otro calendario cuyos meses tienen nombres que se refieren a fenómenos naturales (vendimiario, brumario, ventoso).

El 18 brumario se corresponde con el 9 de noviembre de nuestro calendario y se refiere a la fecha en que Napoleón Bonaparte acabó con el gobierno del Directorio francés, en el año 1799, e inició el gobierno del Consulado, otorgándose el liderazgo del mismo hasta que finalmente se proclamó emperador unos años más tarde. 

Es por tanto la fecha señalada de un golpe de Estado, el golpe que acabó con el último gobierno surgido de la Revolución francesa. En apenas una década, desde su estallido en 1789, la Revolución había pasado de proclamar el fin del Antiguo Régimen, terminar con el reinado de Luis XVI, de abolir los derechos feudales y redactar la Declaración de los Derechos Humanos y el sufragio universal, a regresar a un imperio despótico y autoritario.
  

Pintura que representa el golpe de Napoleón

Unas décadas después, Luis Felipe de Orleans, quien sería último rey de Francia, es derrocado en una nueva Revolución en febrero de 1848. Tiene lugar entonces un nuevo periodo republicano, la Segunda República, en la que retornan algunas de las aspiraciones de la etapa anterior: sufragio universal, libertad de prensa, derecho al trabajo. 

Pero sucede, de nuevo, un giro político que lleva a proclamar, en apenas unos meses, al sobrino de Napoleón, Luis Bonaparte, en presidente de la Segunda República. Y como en un remedo del periodo anterior, en un nuevo golpe de Estado, pasa a convertirse en Napoleón III en 1852, dictador autoritario del Segundo Imperio francés.

Es evidente que la Historia parece querer jugarnos una broma calcando en apenas medio siglo los mismos sucesos en el mismo país. 
Marx inicia el 18 Brumario con la conocida frase: "Hegel dice en alguna parte que todos los grandes hechos y personales de la historia universal se producen dos veces. Pero se olvidó de agregar: una vez como tragedia y otra vez como farsa". ¿Se trata de una casualidad? ¿Es posible intuir en los procesos históricos una lógica a través del análisis de los acontecimientos? ¿O tal vez la Historia es, tal como se empeñan en enseñarnos, un desarrollo lineal de sucesos causados por la mano de "grandes hombres" que escriben el desarrollo de nuestra historia? 

Acto seguido, leemos: "los hombres hacen su propia historia, pero no la hacen a su libre arbitrio, bajo circunstancias elegidas por ellos mismos, sino bajo aquellas circunstancias con que se encuentran directamente, que existen y transmite el pasado". Es decir, es posible hacer un análisis de un determinado momento a través del estudio de sus circunstancias materiales, en especial de las circunstancias económicas, que -como podrá comprobarse- sirven de base para sostener a las demás circunstancias de una sociedad: políticas, ideológicas, religiosas, artísticas, etc.

A esta manera de analizar la realidad la llamamos materialismo
La gran ventaja que nos proporciona el análisis materialista de un momento histórico es que puede revelarnos aspectos ocultos o difíciles de distinguir con los acostumbrados métodos convencionales, tales como las relaciones de poder (económicas) entre unos grupos de personas y otros. Y, además, el materialismo histórico permite ponernos en las manos las herramientas para que el curso de nuestra historia no permanezca invariable, como una condena inevitable, sino que seamos capaces de transformarla una vez que hemos sido capaces de diseccionarla y de comprender cuáles son sus mecanismos internos. 

A la izquierda, imagen del apartamento en París de Luis Napoleón. En la derecha, unos señores visitando a pobres enfermos durante el mandato del funesto personaje.


La originalidad y la tremenda genialidad de Marx en esta obra está en ser el primer pensador que explica un pasaje de la historia contemporánea mediante su concepción materialista. 

Hay que explicar que unos meses antes el propio Marx había publicado junto a Engels unos artículos en el periódico La Nueva Gaceta del Rin, que trataban este mismo periodo, y que juntos forman el ensayo Las luchas de clases en Francia de 1848 a 1850, que en cierto modo le sirvió de borrador para esta segunda obra (cuya lectura apasionante también recomendamos a militantes que deseen una visión más amplia). Es La lucha de clases por tanto el primer texto en el que se aplica este método y se desarrolla posteriormente en el 18 Brumario.

En ambos ensayos se aprecia por primera vez la famosa proclama que entonan todos los partidos comunistas del mundo, como reivindicación vital para la verdadera transformación económica: la necesidad de la apropiación, por parte de los trabajadores, de los medios de producción

En La lucha de clases aparece por vez primera también el concepto de dictadura del proletariado: "el proletariado de París fue obligado por la burguesía a hacer la insurreción de junio (...) Ni tenía aún fuerzas bastantes para imponerse en esta misión (...)  Fue su derrota la que le convenció de esta verdad: que hasta el más mínimo mejoramiento de su situación es, dentro de la república burguesa, una utopía que se convierte en crimen tan pronto como quiere transformarse en realidad. Y sus reivindicaciones (...) cedieron el puesto a la consigna audaz y revolucionaria: ¡Derrocamiento de la burguesía! ¡Dictadura de la clase obrera!".



Carlos Luis Napoleón Bonaparte posa en este retrato junto a su señora, Eugenia de Montijo.

Leemos también en el propio 18 Brumario, en sus párrafos finales: "Todas las revoluciones perfeccionaban esta máquina en vez de destrozarla. Los partidos que luchaban alternativamente por la dominación consideraban la toma de posesión de este inmenso edificio del Estado como el botín principal del vencedor".

Es decir, a modo de visión general podríamos resumir que en el 18 Brumario de Luis Bonaparte (y en su "preludio" Las luchas de clases en Francia), Marx aborda por primera vez el análisis coyuntural del periodo histórico que acaba de vivir, lo observa a través del microscopio del materialismo y, gracias a ello, puede distinguir todas las piezas del mecanismo que compone el engranaje económico de la época. De este modo puede separar cada una de las clases sociales que convivían en esta sociedad y las sucesivas alianzas y los posteriores enfrentamientos que se fueron alternando en esos tiempos entre clases (recordemos lo anticipado en El Manifiesto: el motor de la Historia es la lucha de clases). Y finalmente obtener así una explicación razonada, de manera similar al razonamiento científico, de los hechos vividos.

Otra escena de la película citada anteriormente, que escenifica una barricada.

Luego, ¿qué procesos sociales se produjeron para que tuviesen lugar esos giros políticos tan pronunciados en tan corto plazo?
Marx distingue tres etapas desde febrero de 1848 a finales del 1851.

Una etapa inicial, el periodo de febrero de 1848, que Marx llama el prólogo de la revolución. En este periodo, las revueltas protagonizadas por obreros y pequeños burgueses fuerzan la abdicación de Luis Felipe de Orleans. 
Como hemos comentado, estos procesos no surgen por la voluntad y la mano de los actores principales, sino que vienen determinadas por las circunstancias materiales del momento. Por una parte, la tensión social se agudiza por las malas cosechas del año anterior, en especial de la patata, alimento primordial en esa época para las clases populares. La crisis agraria se añade a una crisis industrial y financiera, causando paro en gran parte de los trabajadores.
Por otro lado, la monarquía de Luis Felipe sólo era favorable a una alta burguesía, mientras que eran negados derechos y libertades a una pequeña burguesía y, por supuesto, al proletariado.
La insurrección de febrero hace caer a Luis Felipe y tiene lugar un gobierno, provisional, que cuenta por primera vez con miembros socialistas (Louis Blanc) y logra ciertos avances como la jornada laboral de 10 horas y la creación de planes de empleo como los Talleres Nacionales con la intención de paliar el problema del paro.

El segundo periodo, desde mayo de 1848 a mayo del siguiente año, es el periodo de la Asamblea Constituyente, de fundación de la república burguesa. 
Escribe Marx: "a la monarquía burguesa de Luis Felipe sólo puede suceder la república burguesa; es decir, que si en nombre del rey había dominado una parte reducida de la burguesía, ahora dominará la totalidad de la burguesía en nombre del pueblo. Las reivindicaciones del proletariado de París son paparruchas utópicas con las que hay que acabar".

Dicho con palabras llanas, la parte de la nueva sociedad adinerada que está interesada en el derrocamiento de Luis Felipe, apoya al proletariado cuando éste se alza insurrecto a provocar la caída del monarca, enfrentándose a la parte adinerada que ya controlaba el poder y era favorecida por . Una vez que éste cae,  se forma un gobierno -considerado provisional desde su inicio- en el que se conceden algunas reformas a los trabajadores y que une en entendimiento a las clases adineradas -burgueses-, tanto las nuevas y pequeñas como las anteriores y más poderosas, pues ambas salen beneficiadas. Queda traicionado, pues, el proletariado, la masa de trabajadores y estudiantes.

Observemos cómo los cambios económicos que se van desarrollando producen a su vez cambios en las clases sociales. El choque de intereses entre las distintas clases sociales se agudiza, se enfatiza, de manera que se hace insostenible la convivencia entre ellos y surge el conflicto. De manera invariable, si un pequeño sector -antes revolucionario- posee medios económicos que le garantizan su bienestar, una vez producido el cambio que le interese abandona el conflicto y se convierte en reaccionario, apoyando al sector conservador de turno.
Pintura de Vernet que representa una de las batallas en las barricadas de París en junio del 1848. Vemos los improvisados medios en que se construían los muros y los escasos medios de sus defensores, opuesta a la capacidad militar de la Guardia Nacional frente a ellos.

En el tercer periodo, desde junio de 1848 hasta finales del 1851, es el de la Asamblea Legislativa. En junio del 48 el proletariado, traicionado, se alza en insurrección. El 23 de junio, cerrados los Talleres Nacionales y con miles de obreros en las calles, comienzan las protestas. El general Louis Cavaignac, designado por la Asamblea con poderes para reprimir las protestas, ordena disparar sobre los manifestantes. Esto hace estallar la indignación, se forman barricadas en las calles parisinas.

El 24 de junio Cavaignac decide usar todo su poder bélico contra las barricadas, usando artillería. "..la insurrección de junio, el acontecimiento más gigantesco en la historia de las guerras civiles europeas. Venció la república burguesa. A su lado estaban la aristocracia financiera, la burguesía industrial, la clase media, los pequeños burgueses, el ejército, el lumpemproletariado organizado como Guardia Móvil, los intelectuales, los curas y la población del campo. Al lado del proletariado de París no estaba más que él solo. Más de 3.000 insurrectos fueron pasados a cuchillo después de la victoria y 15.000 deportados sin juicio. Con esta derrota, el proletariado pasa al fondo de la escena revolucionaria".

Políticamente desaparece además, la representación de los pequeños burgueses, la Montaña (llamados así en remedo del grupo político de la Revolución francesa, a quienes se nombraba como Montaña por situarse en los escaños más altos del congreso): "durante las jornadas de junio todas las clases y todos los partidos se habían unido en un partido del orden frente a la clase proletaria, como partido de la anarquía, del socialismo, del comunismo. Habían "salvado" a la sociedad de los "enemigos de la sociedad". Habían dado a su ejército como santo y seña los tópicos de la vieja sociedad: Propiedad, familia, religión y orden".

 Representación de Los Miserables en el teatro Queens, de Londres

Como conclusión, dejamos a Engels en el prólogo de La lucha de clases, donde escribe estos párrafos certeros y definitivos:

"Hasta aquella fecha todas las revoluciones se habían reducido a la sustitución de una determinada dominación de clase por otra; pero todas las clases dominantes anteriores sólo eran pequeñas minorías, comparadas con la masa del pueblo dominada. Una minoría dominante era derribada, y otra minoría empuñaba en su lugar el timón del Estado y amoldaba a sus intereses las instituciones estatales. Este papel correspondía siempre al grupo minoritario capacitado para la dominación y llamado a ella por el estado del desarrollo económico y, precisamente por esto y sólo por esto, la mayoría dominada, o bien intervenía a favor de aquélla en la revolución o aceptaba la revolución tranquilamente. Pero, prescindiendo del contenido concreto de cada caso, la forma común a todas estas revoluciones era la de ser revoluciones minoritarias. Aun cuando la mayoría cooperase a ellas, lo hacia —consciente o inconscientemente— al servicio de una minoría; pero esto, o simplemente la actitud pasiva, la no resistencia por parte de la mayoría, daba al grupo minoritario la apariencia de ser el representante de todo el pueblo.

Después del primer éxito grande, la minoría vencedora solía escindirse: una parte estaba satisfecha con lo conseguido; otra parte quería ir todavía más allá y presentaba nuevas reivindicaciones que en parte, al menos, iban también en interés real o aparente de la gran muchedumbre del pueblo. En algunos casos, estas reivindicaciones más radicales eran satisfechas también; pero, con frecuencia, sólo por el momento, pues el partido más moderado volvía a hacerse dueño de la situación y lo conquistado en el último tiempo se perdía de nuevo, total o parcialmente; y entonces, los vencidos clamaban traición o achacaban la derrota a la mala suerte. Pero, en realidad, las cosas ocurrían casi siempre así: las conquistas de la primera victoria sólo se consolidaban mediante la segunda victoria del partido más radical; una vez conseguido esto, y con ello lo necesario por el momento, los radicales y sus éxitos desaparecían nuevamente de la escena.

Todas las revoluciones de los tiempos modernos, a partir de la gran revolución inglesa del siglo XVII, presentaban estos rasgos, que parecían inseparables de toda lucha revolucionaria. Y estos rasgos parecían aplicables también a las luchas del proletariado por su emancipación; tanto más cuanto que precisamente en 1848 eran contados los que comprendían más o menos en qué sentido había que buscar esta emancipación. Hasta en París, las mismas masas proletarias ignoraban en absoluto, incluso después del triunfo, el camino que había que seguir. Y, sin embargo, el movimiento estaba allí, instintivo, espontáneo, incontenible. ¿No era ésta precisamente la situación en que una revolución tenía que triunfar, dirigida, es verdad, por una minoría; pero esta vez no en interés de la minoría, sino en el más genuino interés de la mayoría? Si en todos los períodos revolucionarios más o menos prolongados, las grandes masas del pueblo se dejaban ganar tan fácilmente por las vanas promesas, con tal de que fuesen plausibles, de las minorías ambiciosas, ¿cómo habían de ser menos accesibles a unas ideas que eran el más fiel reflejo de su situación económica, que no eran más que la expresión clara y racional de sus propias necesidades, que ellas mismas aún no comprendían y que sólo empezaban a sentir de un modo vago?"

Daguerrotipo histórico de las barricadas de los trabajadores franceses tomada el 25 de junio de 1848 en la Rue Saint-Maur de París



viernes, 28 de julio de 2017

Trabajo asalariado y capital

Continuamos en esta entrada la serie de comentarios sobre textos clásicos marxistas que iniciamos con las cuestiones sobre el Manifiesto del Partido Comunista.

En este caso nos proponemos hacer un resumen del texto Trabajo asalariado y capital, escrito por Carlos Marx y publicado en 1849, esto es un año después de la aparición del Manifiesto.

En este texto se expone de manera sencilla la manera en que los poderes económicos someten y esclavizan a la clase trabajadora, y se demuestra el inevitable antagonismo entre obreros y capitalistas. 

Esperamos que con esta entrada se incentive la lectura del texto original. Para descargar una copia del resumen en formato PDF, bien visible en el móvil y en archivo de pequeño tamaño para poder compartir con otros camaradas,puedes hacer click pulsando sobre estas letras.


  Una niña trabajadora de una fábrica textil en la India

Trabajo asalariado y capital.


En la siguiente lectura usted podrá analizar las relaciones económicas que forman la base material de la esclavitud de la clase trabajadora en el capitalismo.

Este análisis se expone de manera sencilla y clara, de modo que pueda ser comprendido por los trabajadores de todos los niveles culturales.

Con la lectura de este texto, un trabajador podrá:




¿Qué es el salario?

Aparentemente el salario es la cantidad de dinero que el capitalista (un jefe, un propietario, una empresa) paga por un determinado tiempo de trabajo o la ejecución de una tarea determinada. Por ejemplo, una empresa de construcción y reformas llama a un albañil por un día y le paga 50 euros.

Pero esto es sólo la apariencia. En realidad el obrero vende al capitalista su fuerza de trabajo. La vende por un día, una semana, un mes, etc. Y una vez comprada esa fuerza de trabajo el capitalista la consume haciendo que el obrero trabaje el tiempo estipulado. En el caso del albañil, la empresa compra la fuerza de su trabajo por un día.

Con el mismo dinero que el capitalista compra la fuerza de trabajo podría comprar cualquier otra mercancía. Con los 50 euros de nuestro albañil, el empresario podría comprar 10 sacos de cemento o un palet de ladrillos, o si quisiese podría comprar 50 kilos de azúcar o un día de trabajo de otro albañil. Es decir, la fuerza de trabajo es una mercancía como otra cualquiera.



La empresa de construcción que tomamos de ejemplo adquiere materiales, herramientas, maquinaria y -además- la fuerza de trabajo de nuestro albañil, así como la de los demás obreros que tenga asalariados.

El salario es, así, la parte de la mercancía ya existente con la que el capitalista compra una determinada cantidad de fuerza de trabajo productivo.


¿Para qué vende el obrero su fuerza de trabajo?

La vende para poder vivir. Pero esa fuerza de trabajo es la propia actividad vital del obrero, la manifestación misma de su vida. Su tiempo. Y esta actividad vital no es más para el obrero que un medio para poder subsistir.

El albañil mencionado no produce para sí un muro o un encofrado. Lo que produce para sí es un salario. Cambia una parte de su vida por un salario, que luego podrá cambiar a su vez por comida, ropa o el alquiler de su vivienda. El trabajo en la construcción no es para él la vida, más bien la vida comienza donde termina su actividad.

El obrero se vende él mismo y se vende además en partes, subasta horas, días, semanas o meses de su vida al mejor postor, a un capitalista para el que pertenece durante el tiempo de trabajo.

El capitalista, en cuanto quiera, puede despedirle o terminar la relación de trabajo acordada cuando ya no le necesite. Pero el obrero, cuya única fuente de ingresos es vender su fuerza de trabajo, no puede olvidarse de los capitalistas sin renunciar a su existencia. Es un serio asunto de su incumbencia encontrar un patrono, un comprador.


Queda así expuesto que el salario es el precio de una determinada mercancía: la fuerza de trabajo. Y por tanto, como mercancía se halla determinada por las mismas leyes que determinan el precio de cualquier mercancía.

¿Qué determina el precio de una mercancía?

El precio en el mercado de una mercancía lo determina la competencia entre compradores y vendedores, la relación entre oferta y demanda.

Una mercancía ofrecida más barata por un vendedor eliminará de la disputa a los demás vendedores. La competencia entre vendedores abarata el precio de las mercancías.

Al contrario, la competencia entre compradores hace subir el precio de las mercancías puestas a la venta.

El resultado de la competencia entre compradores y vendedores (unos queriendo comprar lo más barato posible y otros vender lo más caro que puedan) dependerá de la relación existente entre los dos aspectos mencionados, de que predomine la competencia entre el grupo de los compradores o entre el grupo de los vendedores. La industria lanza al campo de batalla a dos ejércitos enemigos, en cuyas filas se libra además una batalla interna. El ejército cuyas tropas se peguen menos entre sí triunfará sobre el otro.

Cuando la oferta de una mercancía es inferior a su demanda, la competencia entre vendedores se debilita y crece la competencia entre compradores. Resultado, sube el precio de la mercancía. 

Más comúnmente ocurre lo contrario: el exceso de la oferta sobre la demanda, competencia entre vendedores y abaratamiento de la mercancía.


 Si el precio de una mercancía está determinado por la oferta y la demanda,  ¿qué condiciona esa relación oferta-demanda?

Para el capitalista la respuesta es muy sencilla. Si fabricar una mercancía le cuesta 100 y pasado un tiempo la vende por 110, será una ganancia moderada. Si la vende por 130, ya será más alta. Y si la vende por 200 será una ganancia extraordinaria.

Por tanto para el capitalista el criterio que sirve para medir la ganancia es el coste de producción de la mercancía.

El precio de una mercancía se determina por su coste de producción, lo que equivale a decir que se determina por el tiempo de trabajo necesario para su producción.


¿Cuál es el coste de producción de la fuerza de trabajo?

Es lo que cuesta mantener al obrero y educarlo para el oficio.

Cuanto menos tiempo de aprendizaje exija un trabajo, menos será el coste de producción del obrero y más barato el precio de su trabajo, su salario. En los empleos que no exigen apenas aprendizaje, bastando la sola presencia física del trabajador, el coste de producción de éste se reduce a las mercancías necesarias para que pueda vivir en condiciones de trabajar, por los medios de vida indispensables.

El salario así determinado es lo que se llama salario mínimo.

¿Qué sucede en el intercambio entre capitalista y obrero?

El obrero obtiene por su fuerza de trabajo medios de vida, pero a cambio el capitalista adquiere trabajo, actividad productiva, la fuerza creadora con la que el obrero no sólo repone lo que consume sino que da al trabajo acumulado un valor mayor del que poseía antes.

En el ejemplo que comentábamos antes, la empresa constructora abona al albañil los 50 euros por un día. La empresa se asegura en ese día invertir en un trabajo que aumentará su valor en la obra trabajada. El albañil obtendrá cambiando los 50 euros una serie de mercancías para vivir, consumiéndolas; el empresario obtiene un valor de trabajo que podrá reproducir luego adquiriendo más fuerza de trabajo.

El capital sólo puede aumentar cambiándose por fuerza de trabajo, engendrando a su vez más trabajo asalariado. Y la fuerza de trabajo del obrero asalariado sólo puede cambiarse por capital, acrecentándolo, fortaleciendo la potencia de la que depende. El aumento del capital es por tanto aumento del proletariado, de la clase obrera.


Los economistas podrían decir que el interés del capitalista y el obrero son el mismo. Supuestamente, cuanto más próspero sea el mercado, más se enriquecen los capitalistas y cuanto mejor marchan los negocios más obreros se necesitan y más caros se venden.

Pero en realidad el crecimiento del capital supone el crecimiento del poder del trabajo acumulado sobre el trabajo vivo, el aumento de la dominación de la clase capitalista sobre la clase obrera.

Decir que los intereses del capital y los obreros son los mismos es simplemente decir que son los dos aspectos de una misma relación, que se hallan condicionados. Mientras el obrero asalariado sea obrero asalariado, su suerte depende del capital. Sólo ese es el interés que tienen en común.

¿Qué ley rige el alza y la baja del salario y la ganancia en sus relaciones mutuas?

Es una relación inversa.



Vemos, pues, que los intereses del trabajo asalariado y los intereses del capital son diametralmente opuestos.

Un aumento rápido del capital puede suponer un aumento del salario pero nunca será en la misma proporción. La ganancia relativa de la empresa siempre será más beneficiosa que el aumento del salario, o de otro modo no sería tal ganancia para la empresa.

Por tanto, el incremento del capital, aun aumentando los ingresos del obrero, hará al mismo tiempo que se ahonde el abismo social que separa al obrero del capitalista, y crecerá, asimismo, el poder del capital sobre el trabajo, la dependencia de éste.

Decir que el obrero está interesado en el incremento rápido del capital es decir que cuanto más aprisa hace crecer la riqueza ajena más migajas le caerán a él, más obreros serán contratados y más puede crecer la masa de esclavos sujetos al capital.

En conclusión, podemos resumir que:






¿Qué sucede al incrementarse el capital productivo sobre el salario?

Al aumentar los diferentes capitales podríamos decir que se lanza a ese campo de batalla imaginario de la competencia mercantil ejércitos más potentes, con armas cada vez más gigantescas.

Sólo vendiendo más barato pueden unos capitalistas desalojar a otros y conquistarles el terreno. Para poder vender más barato sin arruinarse tienen que producir más barato, es decir, aumentar todo lo posible la fuerza productiva del trabajo.

Lo que más aumenta esa fuerza productiva es una mayor división del trabajo y la aplicación de mejor maquinaria.

Si un capitalista logra, mediante ese método, explotar de un modo más provechoso, logra el medio para fabricar con la misma cantidad de trabajo una suma mayor de productos.

Esa mayor producción le permitirá vender más barato para desalojar a sus adversarios de la pugna. Al ganar más terreno se dilatará también para ese capitalista la necesidad de mercado, es decir, se ve obligado a vender más mercancías y conquistar más mercados.

Esa situación de privilegio no durará mucho. Otros capitalistas emplearán métodos similares, la misma división del trabajo y la misma innovación en las máquinas. Esto les llevará a necesitar volver a reducir los precios para poder volver a competir, en una escalada sin fin, una revolución incesante de los medios de producción.

¿Cómo influye esto en el salario?

Una mayor división del salario permite a un obrero realizar el trabajo de 5, 10 o 20 compañeros. Aumenta por tanto la competencia entre los trabajadores.

La división del trabajo también simplifica las tareas. Se convierte en una fuerza productiva simple y monótona, no necesita de una pericia especial. Esto atrae a más competidores de entre los desempleados y los jóvenes que acceden al mercado laboral.

A medida que el trabajo se hace más desagradable, aumenta la competencia y disminuye el salario.

El trabajador se esfuerza en sacar a flote el volumen de su salario trabajando más, echando más horas al día o produciendo más en cada hora. Es decir, acentúa los efectos de la división del trabajo. Cuanto más trabaja, menos jornal gana, por la sencilla razón de que en la misma medida hace la competencia a sus compañeros, que se ofrecen al patrono en condiciones tan malas como él. Es decir, porque en última instancia se hace la competencia a sí mismo como miembro de la clase obrera.


La batalla antes comentada entre capitalistas tiene la particularidad de que en ella las victorias no se logran tanto enrolando obreros al ejército sino licenciándolos. Esto es, despidiendo mano de obra y sustituyendo por otra más barata y en peores condiciones.

Los economistas afirman que los obreros desalojados encuentran empleo en otros sectores o en otras empresas. En realidad si lo encuentran nunca será en las mismas condiciones sino peores, con salarios más bajos. 


Además la clase obrera se recluta entre capas cada vez más altas. Hacia ella va descendiendo una masa de pequeños empresarios, que no pueden hacer frente a la competencia de empresas mayores.

En esta guerra gigantesca, el mundo comercial sólo logra mantenerse a flote sacrificando a sus dioses una parte de las riquezas y de las fuerzas productivas. Así se producen las crisis.

Cada crisis arrastra consigo a la hoguera a los cadáveres de los esclavos, hecatombes enteras de obreros.