When the road’s washed out, they pass the bottle around, and wait in the arms of the cold cold ground.
Tom Waits, Cold cold ground.
La pavorosa situación de la vivienda presenta en países como España el lado más brutal del sistema. Mientras bancos y grandes empresas anuncian beneficios de récord, trabajadores y trabajadoras son incapaces de sostener con los sueldos actuales los requisitos exigidos para un alquiler o una hipoteca. Vemos datos de jóvenes que necesitarían gastar el 90% de su sueldo para afrontar una renta. Muchas personas se ven abocadas a compartir pisos o realquilar habitaciones, si quieren evitar la pesadilla de los desahucios. Unos desahucios que se siguen produciendo pese a que aseguraron haberlos desterrado (mientras se escribe este artículo, una señora de 78 años fue desahuciada de su hogar por una deuda de 88 euros).
Para el militante sería interesante poder encontrar una referencia sobre el asunto en los clásicos marxistas. Inmediatamente nos viene a la cabeza el texto de Federico Engels Contribución al problema de la vivienda, pero ¿es actual un texto escrito para la Alemania del año 1872?
Por supuesto que la situación ha cambiado enormemente. Ni las ciudades son las mismas, ni el capitalismo tampoco. Pero si se aprecian las soluciones que los políticos de hoy aportan sobre el problema (véase la Ley por el derecho a la vivienda de 2023), la respuesta es que análisis como el de Engels no sólo se antoja actual sino necesario.
Podremos observar en la lectura bastantes analogías con la actualidad. Y, además, encontraremos una interesante manera de entender cómo aplicar -de la mano de un revolucionario de la talla de Engels- el método marxista a un asunto concreto.
Veremos cómo la burguesía de entonces atribuía la causa del problema a la especulación, así como hoy se hace, y las posiciones en teoría más a la izquierda proponían soluciones aparentemente prácticas pero que, en el fondo, no aportaban una verdadera salida, por no saber entender en su totalidad, ni en su origen, la fuente del problema.
Podríamos ver en este texto una ramificación, dirigida a un tema concreto, de la disputa teórica con la que Marx y Engels oponían a las tesis utópicas el socialismo científico. De hecho, su redacción responde a la publicación, en el órgano de prensa de la socialdemocracia de entonces, por un seguidor de Proudhon de un artículo en el que explicaba su solución al problema, que Engels considera necesario responder porque encuentra perjudicial que exista aún mucha teoría proudhoniana por Europa («no había mucho alimento intelectual aparte de Proudhon») en detrimento de las nuevas tesis aportadas por Marx y él mismo, y ante las tensiones en la Primera Internacional entre socialistas y anarquistas.
Resulta llamativo leer en palabras de Engels a finales del siglo XIX una referencia a lo que él llama «socialismo práctico» que recuerda bastante a las gestiones actuales conocidas como política útil: «El desarrollo del capitalismo ha enseñado a la clase obrera misma que no hay nada menos práctico que estas cavilosas “soluciones prácticas” aplicables a todos los casos, y que, por el contrario, el socialismo práctico reside en el conocimiento exacto del modo capitalista de producción en sus diversos aspectos«.
Una breve reseña de Contribución al problema de la vivienda
El texto comprende la reimpresión de tres artículos escritos en 1872 para Der Volksstaat, órgano central del Partido Obrero Socialdemócrata Alemán, en respuesta a un artículo publicado en el mismo medio por el doctor A. Mülberger, seguidor de las teorías de Proudhon, con ideas sobre el género. En la segunda parte de esos artículos Engels responde también a otro texto relacionado con el tema, del doctor Emil Sax, por entender que en ese otro texto se recogen las tesis burguesas en cuanto al mismo problema.
Se redactan estos artículos en un contexto histórico en el que Alemania demuestra ser ya «un país industrial ya maduro para participar en el mercado mundial», en el que realiza la transición de la manufactura y de la pequeña producción a la gran industria. Sucede sin embargo que es también una época de “penuria de la vivienda”. En ese contexto «masas de obreros rurales son atraídas de repente a las grandes ciudades, que se convierten en centros industriales», y el trazado de aquellas viejas ciudades se ensancha.
Esa «penuria aguda de la vivienda» es síntoma de la revolución industrial, que se desarrollaba en Alemania y que en palabras del autor «llenó los periódicos de discusiones sobre el problema de la vivienda y dio lugar a toda clase de charlatanerías sociales».
La teoría de Proudhon.
Puesto que la obra de Engels, en esta como en otras obras y también en Marx, parte de una crítica sobre otras teorías, es conveniente tener al menos alguna referencia. El autor de Qué es la propiedad -según Marx la mejor de sus obras-, removió la conciencia revolucionaria de miles de personas y suscitó el desarrollo del pensamiento de muchos seguidores, como la figura de Bakunin, con su estilo rompedor y directo. La agresividad y brutal honestidad propia del anarquismo se manifiesta en Proudhon en frases de la contundencia de «la propiedad es un robo». Con un estilo que apasiona al lector, desmonta los más sacrosantos pilares de la sociedad burguesa, los vuelve boca abajo y los expone en su crudeza, contrastados con los elevados ideales que el autor considera referentes de la humanidad.
La solución del articulista proudhoniano, señala Engels, enfoca la cuestión en la propiedad de la vivienda. Como veremos, es una perspectiva insuficiente.
La llamada «penuria de la vivienda» (en palabras citadas por Engels, que por cierto hoy recuerdan a las terminologías del estilo «precariedad habitacional«), y que tanto «llama la atención en la prensa» no consiste en que la clase obrera viva en condiciones insalubres porque eso «no es peculiar del momento presente ni es propio del proletariado moderno», pues «ha afectado de manera casi igual a todas las clases oprimidas del pasado».
«Para acabar con esta penuria de la vivienda -expone el autor- no hay más que un remedio, abolir la explotación de las clases laboriosas por la clase dominante. Lo que hoy se entiende por penuria de la vivienda es la particular agravación de las malas condiciones de habitación de los obreros a consecuencia de la repentina afluencia a las grandes ciudades», lo que deriva en una subida «formidable» de los alquileres, una mayor aglomeración de vecinos en cada casa y para algunos «la imposibilidad de encontrar albergue».
Se produce en este punto del texto una curiosa explicación que Engels se esfuerza en explicar: en la relación inquilino/propietario no se produce la misma relación que entre capitalista/asalariado. Es interesante detenerse en esto porque determina la crítica a las tesis anarquistas, veámoslo:
La relación capitalista/asalariado se produce una compra del primero de la fuerza de trabajo del obrero por su valor, pero también extrae de ella mucho más de ese valor haciendo dedicar más tiempo a la tarea de lo necesario para la reproducción del precio de la fuerza de trabajo, extrayendo de esta manera la plusvalía. Tal como se explicó por primera vez en El Capital. En la cuestión de la vivienda, en cambio, tenemos dos partes, inquilino/arrendador, que se ponen de acuerdo, se trata de una sencilla venta de mercancía y no de una transacción entre un proletario y un burgués, entre un obrero y un capitalista. Totalmente distinto es lo que ocurre con el alquiler de una vivienda, cualquiera que sea el importe de la estafa sufrida por el inquilino, no puede tratarse sino de la transferencia de un valor que ya existe previamente producido.
El arrendatario solo resultará estafado cuando se vea obligado a pagar su vivienda por encima de su valor y este intercambio se efectúa según las leyes económicas que regulan la venta de las mercancías en general y en particular la venta de la mercancía propiedad del suelo. Proudhon olvida que el alquiler ha de cubrir no solamente los intereses de los gastos de construcción de la casa, sino también las reparaciones las deudas de amortización, etcétera. ¿Qué pensaríamos -se pregunta Engels- de un químico que en vez de estudiar las verdaderas leyes de la asimilación de la materia pretendiese modelar la asimilación de la materia sobre las ideas eternas de la justicia eterna y otras verdades eternas?
La solución proudhoniana encuentra que el tema se resuelve con la reivindicación de que cada obrero posea una vivienda que le pertenezca en propiedad, «a fin de que no sigamos estando por debajo de los salvajes». Esta medida -aclara Engels- estaba siendo ya aplicada en su tiempo y no surgía de la idea revolucionaria sino de la propia gran burguesía.
Destacable la mención de Engels a un periódico español, La Emancipación, de Madrid, (órgano de las secciones marxistas de la Primera Internacional en España), que en su número de 16 de marzo de 1872 describe: «Proudhon proponía que los inquilinos se convirtiesen en censatarios, es decir, que el precio del alquiler anual sirviese como parte del pago del valor de la habitación, viniendo cada inquilino a ser propietario de su vivienda al cabo de cierto tiempo; esta medida, que Proudhon creía muy revolucionaria, se halla practicada en todos los países por compañías de especuladores que de este modo, aumentando el precio de los alquileres, hacen pagar dos y tres veces el valor de la casa; hoy los jefes más inteligentes de las clases imperantes han dirigido siempre sus esfuerzos a aumentar el número de pequeños propietarios a fin de crearse un Ejército contra el proletariado Así pues el proyecto de Proudhon no solo era impotente para liderar a clase trabajadora, sino que se volvía contra ella«.
El problema de la vivienda en la sociedad actual se acomete de esta forma -critica Engels- exactamente lo mismo que otro problema social cualquiera, por la nivelación económica gradual de la oferta y la demanda, pero esta solución reproduce constantemente el problema. La forma en que una revolución social resolvería esta cuestión no depende solamente de las circunstancias de tiempo y lugar, sino que además se relaciona con cuestiones de mucho mayor alcance, entre las cuales figura como una de las más esenciales la supresión del contraste entre la ciudad y el campo. Pero como no nos interesa construir ningún sistema utópico, no nos detenemos en esto. Lo cierto es que ya existen en las grandes ciudades edificios suficientes para remediar, si se les diese a un empleo racional, toda esa penuria de la vivienda. Esto solo puede lograrse, naturalmente, expropiando a los actuales poseedores y alojando en sus casas a los obreros que carecen de vivienda o que viven hacinados en las suyas, y tan pronto como el proletariado conquista el poder político, esta medida impuesta por los intereses del bien público será de fácil ejecución, tal y como son hoy fácil las expropiaciones y requisas de vivienda que lleva a cabo el estado actual.
La teoría burguesa.
En la primera parte se demuestra lo directamente interesada que está la pequeña burguesía en esa cuestión, pero la gran burguesía también está muy interesada en ella. Las enfermedades como el tifus o la viruela -aclara Engels- que esparcen sus gérmenes en los barrios obreros, pueden formar epidemias que acabarían afectando de igual modo a ricos y a pobres (en este aspecto puede parecer desfasado el texto, dado que enfermedades como la viruela están erradicadas y las demás al menos controladas, pero como veremos tiene su actualidad: recordemos sin ir más lejos el periodo de confinamiento en la pandemia, o pensemos en la baja natalidad de países como España relacionada con la imposibilidad de los jóvenes a acceder a una vivienda).
Así pues la burguesía crea una gran literatura sobre la sanidad pública y sobre la cuestión de la vivienda, entre las que Engels escoge un libro del doctor Emil Sax. Este doctor Sax exige que «las férreas leyes de la economía burguesa, el marco del orden social que hoy predomina, o en otras palabras que el modo de producción capitalista, permanezca invariable, y que, sin embargo, las pretendidas clases desposeídas sean elevadas al nivel de las clases poseyente».
De hecho una premisa absolutamente indispensable -reproducimos literalmente las irónicas palabras del autor- del modo de producción capitalista es la existencia de una verdadera y no pretendida clase desposeída, una clase que no tenga otra cosa que vender sino su fuerza de trabajo y que por consecuencia esté obligada a vender esta fuerza de trabajo a los capitalistas. La tarea asignada a la economía social de esa nueva ciencia inventada por el doctor Sax consiste pues en hallar los caminos para que los obreros asalariados, que no poseen más que su fuerza de trabajo, puedan ser transformados en capitalistas sin dejar de ser asalariados.
La característica esencial del socialismo burgués -resume Engels- es que pretende conservar la base fundamental de todos los males de la sociedad presente queriendo al mismo tiempo poner fin a estos males. Los socialistas burgueses quieren como ya dice el manifiesto comunista remediar los males sociales con el fin de consolidar la sociedad burguesa, quieren la burguesía sin el proletariado.
Pero de dónde procede la penuria de la vivienda, es algo que los autores burgueses ignoran, desconocen que es un producto necesario del régimen social burgués, «derivado de una sociedad en la cual la gran masa trabajadora no puede más que contar con un salario y por tanto exclusivamente con la suma de medios indispensables para su existencia y para la reproducción de su especie». «Una sociedad donde el retorno regular de violentas frustraciones industriales condiciona por un lado la existencia de un gran Ejército de reserva de obreros desocupados y por otro lado echa a la calle periódicamente a grandes masas de obreros sin trabajo donde los trabajadores se amontonan en las grandes ciudades». «Una sociedad en la cual el propietario de una casa tiene en su calidad de capitalista no solamente el derecho sino también en cierta medida y a causa de la concurrencia hasta el deber de exigir sin consideración los alquileres más elevados. Hoy en semejante sociedad la penuria de la vivienda no es en modo alguno producto del azar es una institución necesaria que no podrá desaparecer más que cuando todo el orden social que la ha hecho nacer se ha transformado de raíz«.
Las expresiones de buenos sentimientos y sus sermones acaban todos en una reflexión: «las viejas peroraciones sobre la armonía entre los intereses del capital y el trabajo». Es decir, si los capitalistas fueran sensatos ofrecerían a los obreros buenas viviendas y mejorarían en general su situación, y si los obreros fueran también sensatos no harían huelgas, no se mezclarían en política sino que seguirían obedientemente a sus superiores los capitalistas.
El lector encontrará aquí sin duda una remembranza de los discursos políticos actuales que pretenden solucionar el conflico capital/trabajo con diálogo y buen talante.
Sin embargo -describe Engels-, «toda revolución social deberá comenzar tomando las cosas tal como son y tratando de remediar los males más destacados con los medios existentes. Hoy hemos visto ya a este propósito que se puede remediar inmediatamente la penuria de la vivienda mediante la expropiación de una parte de las casas de lujo que pertenecen a las clases poseedoras y obligando a poblar la otra parte».
El paralelismo con la actualidad.
La vivienda como bien de mercado.
Una vez repasado de forma muy somera el texto (en el que el lector ha podido seguramente ya encontrar bastantes similitudes con la situación de nuestros días), veamos cuánto de actual existe en él.
De derecho fundamental a objeto de mercado, la vivienda se convierte en nuestra sociedad capitalista en una de esas cuestiones abstractas que los progresistas elevan como globos para sus soflamas populistas y que los intereses económicos pinchan y bajan de golpe al frío suelo. El mismo frío suelo que sirve de inhóspito colchón al desahuciado y como fuente de acumulación al capitalista.
Durante la lectura de Contribución al problema de la vivienda, nos encontramos un pasaje en el que Engels se refiere a la building societies, citadas como una de las soluciones que aporta la pequeña burguesía, que ya se daban por tanto en la década de los 70 del siglo XIX en Inglaterra. Podríamos imaginarlas como las actuales y no muy lejanas cooperativas de crédito en las que un grupo de interesados adquiría un terreno y costeaba la edificación de un edificio con fines residenciales, pero llevadas al interés comercial. «No son sociedades obreras -explica- sino que tienen un carácter esencialmente especulativo, pues se crean con un pretexto filantrópico pero su finalidad es ofrecer a la pequeña burguesía una mejor inversión de sus ahorrros en hipotecas y con la perspectiva de dividendos gracias a la especulación en bienes raíces«.
«En realidad -continúa Engels- son muy pocos los obreros que pueden excepcionalmente participar en tales sociedades, pues por una parte sus ingresos son demasiado bajos y por otra parte son de naturaleza demasiado incierta para poder tomar compromisos por una duración de 12 años y medio; las pocas excepciones en que esto no es válido son los obreros mejor pagados o los capataces«.
Podríamos hallar aquí una raíz de la situación actual. Si buscamos en internet, esas building societies (como bien preveía Engels aunque en su tiempo calculó que una de cada diez eran especuladoras) en la Inglaterra actual y en otros países suponen hoy sociedades con activos valorados en miles de libras y con cientos de asalariados.
Actualmente, las propiedades inmobiliarias son uno de los objetivos más atractivos para inversores. Así, grandes capitalistas de otros sectores deciden «diversificar» su cartera en entidades de este tipo, o fondos de inversión variados acometen operaciones de este tipo con interés en el aspecto turístico.
La Ley española Por el derecho a la vivienda de 2023, que según sus promotores venía a «cambiar el paradigma de la vivienda» y a «acabar con la vivienda como especulación», fue en realidad un paradigma de que la situación vivida y descrita por Engels se ha prolongado en el tiempo hasta hoy, y un paradigma de que sus creadores son los herederos de aquellos burgueses como el doctor Sax.
Esta reciente ley de vivienda, que ya se analizó en este medio, promueve algunas mejoras como una subida de los impuestos para los propietarios, por ejemplo en las viviendas vacías (también hay beneficios fiscales para estos cuando cumplen unos requisitos), ciertos límites en el incremento precios de los alquileres, traslado de algunos costes de alquiler -primas para inmobiliarias- a los caseros. Medidas de interés general, aunque ya organizaciones de consumidores señalaron que se estaban produciendo trampas, del mismo modo que -según parece- ocurre con los desahucios, teóricamente prohibidos.
Lo curioso de esta Ley es que diferencia entre pequeños y grandes tenedores. Un pequeño tenedor puede ser un propietario de hasta 10 viviendas en una zona «no tensionada» (zonas de mayor valor por oferta insuficiente y cuyo precio puede ser excesivo para una familia media), o de 5 en una no tensionada.
Llama la atención que un pequeño tenedor pueda poseer hasta 10 viviendas, con lo cual dispondría de 9 viviendas para alquilar, si vive en una de las que posee a su nombre, y seguir siendo considerado un propietario pequeño. Existen hoy empresas cuya finalidad es la de gestionar todos los trámites del alquiler (todos, desde la gestión del cobro a la búsqueda de «buenos inquilinos», el seguro en caso de impago, la adecuación y mantenimiento de las viviendas, todo) y su precio es un pequeño porcentaje de lo obtenido por los alquileres. De manera que ese pequeño tenedor podría perfectamente dormir a pierna suelta y vivir cómodamente sin preocuparse siquiera del origen de sus ingresos, pues ya subcontrata a otros esta inquietud.
En cuanto a los grandes tenedores, son un conjunto de entidades muy diverso y amplio, de las cuales destacan el fondo de inversión norteamericano BlackRock, uno de los bancos de nuestro Ibex, Caixabank, y la Sareb o banco malo, que asumió con deuda pública casi la mitad de activos tóxicos (hipotecas infumables) de bancos que tuvieron que ser rescatados.
Las soluciones progresistas, como las burguesas en tiempo de Engels, sólo sirven para reproducir el problema.
Resulta evidente que estas soluciones progresistas no son más que un nuevo pacto de no agresión contra los grandes poderes económicos, un parche que trata de limitar la excesiva especulación y que perpetúa el problema.
El artículo de Juan López, publicado en Elcomun.es, llamado La vivienda y la construcción espacial capitalista, explica de manera brillante la manera en que el capitalismo moderno ha evolucionado desde aquella cuestión originaria en los tiempos del capitalismo incipiente en que vivió Engels.
Juan López, en su artículo, pone el foco en la verdadera clave: «algunos piensan que la sociedad falla cuando se desahucia a una anciana por una deuda ridícula (88€), pero no se ponen a pesar que el sistema (capitalista) sí funciona a pleno rendimiento». El parque público de las ciudades es insuficiente y el capitalista trata de revalorizar lo más posible su inmueble aumentando desmesuradamente su correcto valor.
Además de esta evidente treta, López señala otro aspecto intrínseco y fundamental: la organización del espacio social diseñada por el neoliberalismo. Recalificaciones de terrenos, el aprovechamiento de los intereses inmobiliarios por la liberalización del suelo, y todas las transformaciones que permitieron hacer de España el país del ladrillo y del milagro económico, que obviamente estaba construido sobre una burbuja.
Resulta interesante además otro artículo, aunque del año 2010, de Rolando Astarita, que analiza igualmente la cuestión de la vivienda desde el marxismo, citando también a David Harvey. En este caso referido a la Argentina, Astarita considera una suerte de acumulación originaria la revalorización del suelo. El suelo es una propiedad que en sí misma no tiene valor, aunque sí precio, que es dado por la necesidad de situar en una localización espacial cualquier actividad humana. Ese valor surge a partir de la capitalización de la renta que produce. Por ejemplo, un terreno comprado a un cierto precio adquiere más valor si se encuentra cerca de un mercado, un centro de trabajo, etc. Esto es, en la renta urbana influyen en grado sumo los procesos de valorización de los espacios que son producidos por el capital.
Si tratamos de explicarlo en palabras sencillas, el capitalismo no sólo reparte las cartas del juego a su conveniencia, sino que además decide cómo son las reglas con las que se va a jugar.
La disposición espacial, la característica de esas viviendas, su precio, la forma en que serán alquiladas y/o compradas, la manera en que se asegurará el cobro, las normas legales a nivel estatal que establecen la forma en que se trata al no pagador, el uso de las fuerzas legales y policiales… todo lo que tenga que ver con el asunto de la vivienda estará controlado por el sistema capitalista. Y este sistema sigue una lógica muy concreta: la concentración del capital y la necesidad permanente de valorización del capital, a toda costa.
Una solución que no sea engañosa
Así pues, como podemos ver, las palabras de Engels, aunque han visto pasar 152 años, son absolutamente necesarias hoy. Y no lo son porque dicten tal o cual fórmula magistral, sino porque señalan la manera en que debemos analizar y acometer el problema.
Probablemente, si a Engels se le explicaran las soluciones progresistas de hoy, contestaría: el paradigma (conjunto de ideas y valores que determinan la forma en que se percibe la realidad) que deben derribar y transformar es el sistema social en el que ustedes viven.
El método usado por Engels nos lleva a analizar la situación actual de una manera muy concreta. En el caso de España, un trabajador o trabajadora debería ser consciente, en primer lugar, de que su país carece de la soberanía necesaria para decidir cómo es su modelo productivo. España fue relegada a un papel turístico y hostelero a cambio de participar de las bondades de la entonces Comunidad Económica Europea, hoy Unión Europea. Además, por supuesto, de alinearse políticamente en la posición internacional que sigue los pasos -por fuerza- de la Alianza Atlántica. La disposición espacial de nuestras ciudades responde a la llamada de ese plan económico determinado para España: abandono de las industrias tradicionales y traspaso a las zonas turísticas.
La evolución del sistema capitalista y sus implicaciones en el imperialismo en el que vivimos, tejen una inmensa red de intereses comerciales, un entramado globalizado y de interminables ramificaciones, que finalmente permiten que un supuesto derecho fundamental, incluso bendecido por la Constitución, pase a ser un asiento mercantil más dentro de la estructura contable de inmensas empresas, como BlackRock, que son además fondos de inversión en los que participan otras empresas de importancia estructural como bancos (Caixa, Santander, BBVA) o energéticas (Naturgy, Repsol, Iberdrola). Estas grandes empresas pueden permitirse incluso el lujo de poseer miles de viviendas e hipotecas consideradas «activos tóxicos» sin que ello les suponga ningún perjuicio, antes bien serán «rescatadas» y solventados sus problemas con inyeccciones de capital público, en caso de caída.
Este es el panorama observado desde arriba, pero tiene también su reflejo si descendemos a mirar con lupa su composición interna. Las cúspide de la pirámide tiene su siguiente peldaño en las empresas inmobiliarias y turísticas.
Hace unos días vimos cómo el BCE anunciaba que no se plantea bajar los tipos de interés, las personas que necesiten solicitar créditos deberán seguir pagando más por ese dinero, según nos dicen, para combatir la inflación. Esto supone ralentizar el mercado para bajar la demanda y provocar así, con el tiempo, un descenso en los precios que teóricamente pondría de nuevo en marcha el ciclo. Pero la pregunta obvia es ¿qué tipo de usuario puede permitirse demorar en el tiempo la petición de un crédito? ¿Demorará más quien posee una serie de viviendas inhabitadas o quien necesita encontrar un lugar donde sus hijos duerman bajo un techo?
Veamos una curiosa noticia vista estos días. Seis de cada diez viviendas se compran en España al contado. Parece ser que esos compradores se tomaron muy en serio las recomendaciones del BCE, así que se dijeron a sí mismos ¡nada de créditos, que están muy caros, compraremos al contado!
Pero la priámide no se trunca ahí, tiene otro escalón más abajo. Como migajas que caen desde arriba, más allá de los grandes fondos de inversión, más abajo de las inmobiliarias y las grandes empresas turísticas y hoteleras, se encuentra una cohorte de pequeños propietarios (recordemos, de hasta 10 viviendas según la normativa española).
Según datos del INE, las viviendas de uso turístico se dispararon en España en 2023, por poner un ejemplo sólo en Madrid el número de pisos turísticos aumentó en 4.500 en el último año. De ese modo resulta inaccesible para una persona normal poder acceder a una vivienda ya no sólo en las zonas estrictamente turísticas, sino en cualquier otra que posea algúna forma de movilidad que permita cierta cercanía. El que no corre vuela y si ustedes tienen la paciencia de seguir las páginas de anuncios inmobiliarios, podrán observar que los anuncios más destacados -y los que menos duran- son los de viviendas con permiso turístico, verdaderas gangas para esos compradores que pueden permitirse seguir la estricta recomendación del BCE.
Y si no se puede comprar a tocateja para el lucro turístico, la pirámide reserva un último peldaño para los que poseen también hasta 10 viviendas, aunque no se encuentren ni siquiera cerca de un punto de interés para los viajeros, en las «zonas tensionadas» (las zonas donde el precio sube porque hay más necesidad de vivir en ellas) o 5 en las «zonas no tensionadas» (hasta que la escasa oferta las convierta en interesantes y pasen a estresarse y a tensionarse). Según estudios, los «pequeños propietarios» con viviendas alquiladas tenían de media 4,2 propiedades, y os hogares que alquilaron propiedades en 2022 ingresaron, de media, 15.600 euros anuales más que aquellos que no realizaron esta actividad.
Es decir, las familias rentistas son más ricas que el resto y esa diferencia tiende acentuarse cada vez más. La consecuencia es clara. Todas estas políticas no son más que defensas y garantías para rentistas. Es la institucionalización con garantía de seguridad estatal del rentismo.
La pirámide queda así solidificada en su grandeza para que la contemplen las generaciones futuras. Una base de pequeños rentistas, que duermen a pierna suelta mientras se sostenga sobre su cabeza la cúspide empresarial que legitima -por la fuerza del aparato del Estado- la consideración de mercancía de lo que debería ser un bien común.
La solución (esbozada por Engels en el propio texto y que consistiría en "el mismo mecanismo que el Estado utiliza para de un plumazo requisar viviendas cuando quiere", pero invirtiendo el objetivo para expropiar los inmuebles dedicados a la especulación) pasa necesariamente por un primer paso: que la inmensa mayoría de esclavos que acarrean los bloques de esa pirámide se den cuenta de que son un número superior a la minoría que les fustiga. Eso sucedería, en palabras de Engels, "tan pronto como el proletariado conquiste el poder político".
En el párrafo final de Contribución al problema de la vivienda, Engels nos abre los ojos: «si esta polémica no ha de servir para otra cosa tiene de bueno por lo menos haber proporcionado la demostración de lo que vale la práctica de estos socialistas que se llaman prácticos. Estas proposiciones prácticas para acabar con todos los males sociales fueron siempre producto de fundadores de sectas (…) El desarrollo del proletariado ha enseñado a la clase obrera misma que no hay nada menos práctico que estas cavilosa soluciones prácticas preparadas de antemano y aplicables a todos los casos y que por el contrario el socialismo práctico reside en el conocimiento exacto del modo capitalista de producción en sus diversos aspectos. Una clase obrera preparada en este orden de cosas no tendrá jamás dificultades para saber en cada caso dado de qué modo en contra qué instituciones sociales debe dirigir sus principales ataques«.