miércoles, 8 de febrero de 2023

Esclava doméstica


M es una joven que sale de su país para trabajar en España. 
El país de M es un lugar precioso de Latinoamérica, al que ella adora, pero allá no tiene oportunidades. Lo hace por sus hijos, porque, además de su tierra, deja a sus hijos, que es como decir que se deja el corazón.

M tiene conocidos en los Estados Unidos, pero no quiere ese destino, porque en la entrada al país de las oportunidades, puede perder la vida o ser traicionada por los coyotes que cobran una fortuna por pasar a pie el desierto. 

Aun así, el avión hace escala en México y en el aeropuerto mexicano la tratan como a una delincuente: la encierran incomunicada, sospechan que quiera escaparse hacia el norte. Escrutan todos sus documentos y la interrogan antes de permitirle continuar el vuelo. 

Aunque M tiene estudios y experiencia laboral en su sector, sabe que va a cuidar personas mayores y a limpiar casas. Gracias a contactos, encuentra sus primeros empleos. Las condiciones son pésimas: permanecer en la casa como interna, sin apenas días libres. Si tiene suerte, le harán contrato de jornada completa, tal vez no haya vacaciones y los festivos se trabajen sin cobrar. 

M tropieza con empleadores que, aunque tienen dinero para vivir bien, la obligan a hacer el trabajo de varias personas. Horarios de tareas de limpieza y cocina interminables que añaden el cuidado de niños o ancianos. Tampoco puede ponerse enferma porque nadie la sustituye.   

Aparte del trabajo, M tiene otra gran preocupación que es el empadronamiento. Sin estar empadronada no cuenta su estancia para legalizar los papeles. Los propietarios no quieren empadronar a extranjeros, les han contado muchas historias sobre ocupas.

Con todo esto, M se encuentra entre la espada y la pared. Necesita enviar dinero a sus hijos y no quiere regresar con las manos vacías, pero tampoco puede vivir como una condenada a trabajos forzados, sometida a una explotación insoportable y, además, expuesta por ser mujer a ser tratada como un objeto por indeseables. Es una esclava doméstica.

¿Qué tipo de sociedad es la que no ve como riqueza que vengan personas jóvenes o con niños que rejuvenezcan una de las poblaciones más envejecidas del mundo? ¿Qué clase de sistema trata como esclavas a las personas que hacen uno de los trabajos más necesarios -el cuidado de los ancianos, de los niños, del hogar-, en uno de los países del mundo que más emplea trabajo doméstico según la OIT?

Una sociedad en la que muchas familias viven de la economía sumergida, la quinta parte del PIB español según el FIM. En ella tener un familiar mayor o dependiente es una carga insostenible, excepto para los que viven al margen de la moralidad y pueden permitirse explotar a personas necesitadas o empadronarse en cualquiera de las múltiples viviendas que se les permite poseer como pequeño tenedor para especular.   

El Gobierno asegura que nadie se queda atrás y decreta leyes que castigan a quienes no dan de alta, añaden mejoras como el derecho a paro, subidas del salario mínimo. Asegura que hay ayudas para que la vivienda sea accesible a todos.

Pero ¿estas normas tienen efecto real o son buenos deseos que se quedan en el escenario del Congreso, como los desahucios prohibidos o el fin de los contratos temporales?

Vivimos en una sociedad enferma: la sociedad capitalista, dentro de un país sumiso al imperialismo de otro mucho más poderoso.

Si de verdad quieren "poner a las personas en el centro", ¿por qué no explican a los trabajadores la realidad de la sociedad en la que viven? Que los trabajadores sepan reconocerse entre ellos, independientemente de su nacionalidad. Que sepan quién es el enemigo, los que explotan a sus compañeros y especulan con necesidades fundamentales.

Que entiendan que su fuerza está en la unión. Eso sí sería un verdadero escudo social. Un verdadero cambio de paradigma.

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