domingo, 12 de abril de 2020

La erradicación de la viruela. Reflexión sobre la URSS, epidemias, capitalismo.

A finales del pasado año la Organización Mundial de la Salud celebraba el 40 aniversario de la erradicación de la viruela. ¿Qué conclusiones podríamos obtener hoy, acuciados por el coronavirus, sobre aquel éxito de la humanidad? Veamos un breve repaso de aquel momento histórico que supuso el fin de una enfermedad terrible, en diciembre de 1979, para finalmente extraer algunas ideas que puedan resultar interesantes.




La viruela fue (podemos decirlo en pasado pues es considerada la única enfermedad humana erradicada) una de las enfermedades más devastadoras de la historia de la humanidad. Se registran referencias de su existencia desde hace miles de años de antigüedad, puesto que su origen parece ligado a la aparición de las primeras civilizaciones. 

Se calculan unos 300 millones de fallecidos en todo el mundo a causa de viruela sólo en el siglo XX. La alta mortalidad (hasta el 30% en el caso de viruela mayor y de la totalidad de los afectados en variantes más graves) afectaba principalmente a niños, aún con defensas no desarrolladas. En los supervivientes podía dejar secuelas como ceguera, además de las cicatrices por todo el cuerpo.

Su alta incidencia era una preocupación habitual en padres y madres de todo el mundo. Puede que debido a esa inquietud universal se realizaran importantes descubrimientos por observadores de distintas culturas: las personas que lograban sobrevivir ya no contraían más la enfermedad, y de igual modo una persona expuesta a una variedad leve quedaba protegida de ella.

Estas primeras observaciones llevaron a intuir un primer esbozo de teorías sobre las enfermedades infecciosas y a una primera forma de vacunación rudimentaria, la variolación. Esta técnica consistía en la aplicación de pústulas de infectados en cortes de la piel o mucosas de personas sanas. El método lograba salvar algunas vidas aunque también ponía en riesgo muchas. La técnica se perfeccionó y se llevó a cabo con buenos resultados hasta el siglo XVIII, cuando se logró frenar la gran mortandad.

A finales de este siglo Edward Jenner, que había realizado experimentos sobre la viruela bovina, logró crear una vacuna (de variola vaccinae o viruela de las vacas). Esta vacuna permitía que los pequeños quedasen inmunizados sin poner en riesgo sus vidas. Gracias a la vacuna se detuvo la enfermedad en los países desarrollados. 

Sin embargo, en las naciones más desfavorecidas, en África y Asia, la viruela seguía llevándose por delante la vida de millones de niños, principalmente. Como hemos mencionado, unos 300 millones en pleno siglo XX.

Hasta los años 50, las convenciones de la OMS para combatir la enfermedad no habían logrado convencer a los países poderosos más que de planes de escaso alcance. Fue en 1958, en la 11ª asamblea de la OMS celebrada en Minneapolis, cuando el viceministro de salud de la URSS, Viktor Zhdanov, propuso el ambicioso plan de erradicar la viruela del mundo.

El plan de Zhdanov consistía en realizar inmensas campañas de vacunación durante años (en principio 5), centradas en las zonas del planeta donde era una enfermedad endémica. Para ello la URSS ofrecía 25 millones de vacunas (también Cuba aportaba 2 millones) y un millar de médicos que se repartirían por todo el globo. Estos médicos, especializados en el asunto, llevarían a cabo la formación de otros en los países de destino.

El plan, aunque resultaba demasiado optimista, fue aprobado por la OMS, posiblemente motivados por la perspectiva de permanecer aparte de la iniciativa soviética. En 1977 se confirmó el éxito de las campañas presentadas por Zhdanov, con el anuncio de la última persona que contrajo la enfermedad de manera natural.

Esta es la historia, en breves palabras, de la erradicación de la viruela. ¿Qué conclusiones podríamos extraer de ella?

  • para vencer a la enfermedad era necesaria una voluntad internacionalista. Los planes de los países desarrollados habían logrado frenar la enfermedad dentro de sus fronteras pero no fueron capaces de llegar a acuerdos para detenerla en las zonas endémicas

  • las campañas recomendaban la obligatoriedad de las vacunaciones y su universalidad. Esto es, era preciso una mentalidad sanitaria similar a la de los sistemas gratuitos y universales de salud que recogiese el espíritu de la primera red sanitaria general del mundo, la de la Unión Soviética.

  •  el peso del coste de estas campañas debía llevar al acuerdo de los países desarrollados, puesto que se trataba de un proyecto de interés común y global. Las enfermedades epidémicas suponen una amenaza para todo el mundo y por tanto es un interés generalizado unir las fuerzas contra su erradicación. Es preferible pensar en la economía como un sistema planificado que sea capaz de afrontar retos mundiales, en lugar de un caótico y anárquico sistema movido por las fluctuaciones del mercado.

  • la necesidad de comprender que existen prioridades indispensables que están por encima de los intereses particulares y en especial de los diferentes intereses económicos de cada nación. Mejorar la vida de los seres humanos, aunque se encuentren en las antípodas de nuestros estados, conduce a un nivel de desarrollo social no sólo más solidario y justo, sino también más avanzado, que supere las limitaciones que constituyen para el progreso las mentalidades individualistas y basadas en el mero beneficio económico. 

  • Situaciones a nivel global como las epidemias ponen en evidencia que el capitalismo es un obstáculo para el avance de la humanidad hacia un nivel de desarrollo social superior. Antes o después, seguramente impelidos por la propia naturaleza, los seres humanos nos veremos abocados a disponernos al paso a una sociedad que supere el sistema que se suponía era el punto final de la Historia. 



Desconocemos el alcance que llegará a tener el coronavirus que llevamos sufriendo desde hace unos meses. De momento no puede compararse en cuanto a su mortalidad a la temida viruela, ni siquiera a otras enfermedades infecciosas más graves. Aún así estamos observando que se ha extendido a la mayor parte del planeta y en sociedades avanzadas como EEUU está causando estragos y poniendo en jaque los valores que rigen su supuesta libertad y su economía. 

El movimiento contradictorio de la sociedad capitalista se le revela al burgués práctico de la manera más contundente, durante las vicisitudes del ciclo periódico que recorre la industria moderna y en su punto culminante: la crisis general, escribió Marx en el prólogo de la segunda edición del primer tomo de El Capital. El coronavirus está suponiendo algo más que un simple ciclo periódico, y en mayor medida por tanto está revelando a los neoliberales gobernantes de nuestro mundo su incapacidad para gestionar la crisis. Muchos son los que están evidenciando la necesidad de sistemas públicos de sanidad y la prevalencia de las medidas higiénicas como el confinamiento sobre el interés productivo económico. Veremos en qué termina todo. A los lectores, más que nunca: Salud.



martes, 28 de enero de 2020

Instrucciones para la unidad popular

1. Instrucciones para la unidad popular *


Akira Kurosawa es autor de una gran cantidad de películas inolvidables. Entre ellas, de una de mis películas preferidas de todos los tiempos, Los siete samuráis. Dicen los expertos que fue referente para muchos otros grandes directores tras Kurosawa. Se hizo un conocido remake con Yul Brynner, Los siete magníficos, con aquella estupenda melodía de Elmer Bernstein. Incluso para el espectador no experto, se aprecia al ver la cinta del genial Kurosawa que se trata de una de esas películas que son universales, trascienden el lugar y el momento y se desarrollan en un lenguaje que es puramente humano. 


El actor Toshiro Mifune en un momento de la película, que se usó para hacer el cartel original (foto Toho Co.Ltd)


Los siete samuráis cuenta una historia bastante peculiar. Un poblado de campesinos en el Japón medieval vive una existencia miserable, a su pobreza se une el pavor de estar permanentemente expuestos a los bandidos. Cuando es época de siembra, una horda de ladrones armados saquea el pueblo, quitándoles lo único que poseen, que es el fruto del trabajo que pueden realizar con sus manos.

Agotados y al límite del suicidio, los campesinos deciden organizarse y contratar a un grupo de samuráis que les defienda de los bandidos. Sin embargo, sólo cuentan para ello con el pago de tres comidas de arroz al día.

El carismático Kanbei, representado por el actor Takashi Shimura, el líder del grupo, simboliza la figura del guerrero viejo y sabio que, aún vencido siempre, se levanta y vuelve a la batalla con dignidad.

Pese a las dificultades, logran reclutar a siete samuráis, cuya motivación para defender a los campesinos supera el interés económico y se extiende a los ideales de las causas justas, el honor o la solidaridad.

En cierta forma, una lectura de Los siete samuráis nos presenta una metáfora del pueblo abandonado (en la primera escena los campesinos se plantean pedir ayuda a las autoridades, pero lo rechazan porque saben que es inútil) y del valor que se necesita para organizarse y defender sus intereses. Los siete representan a una especie de vanguardia de los miserables que, por poseer una cualificación de estrategia y una dosis superior de valor (en el fondo los samuráis no dejan de ser espadachines al servicio de un señor, esto es, sólo cuentan para vivir con el trabajo que puedan desempeñar, -en este caso ronin desempleados- al igual que los campesinos), toman el papel de indicar el camino al resto.

La táctica del frente unido
Cuántas veces hemos tenido con los amigos la típica conversación que, tras sulfurarnos por las condiciones lamentables en que vivimos los trabajadores, no acabamos exclamando "no entiendo por qué la gente no sale a la calle a quemarlo todo". Evidenciamos en esos momentos la poderosa fuerza de la ideología dominante, que nos mantiene adormecidos en una especie de mátrix que exprime a los humildes como ganado. 

Una de las maniobras que los reaccionarios utilizan históricamente para hacer perdurar su dominación es la argucia de mantenernos divididos. Conscientes de la fuerza que posee el pueblo cuando está unido (recordemos la máxima con la que finaliza el Manifiesto, proletarios de todos los países, uníos), la clase dominante difunde el individualismo como forma de vida. Ese pensamiento se incrusta en la mente de los trabajadores y estos caen en un conformismo mezcla de incredulidad y egoísmo.

Como reacción al individualismo capitalista (y a la división en innumerables corrientes a la que es proclive la izquierda), surgen las tácticas del Frente Unido en el marco de la III Internacional, la Internacional Comunista. En ella toman relevancia muchos de los términos que aún hoy escuchamos en nuestras asambleas: la distinción entre luchas transitorias (tácticas) y el objetivo a largo plazo (estrategia), la creación de hegemonía dentro de un bloque diverso, la correlación de fuerzas, etc. 

Georgi Dimitrov, secretario general de la Internacional Comunista y teórico del Frente Único y de la lucha contra el fascismo

Merece una entrada más seria y profunda en este blog (que se hará en una segunda parte) analizar la estrategia leninista del frente único y sus manifestaciones históricas, en especial algunas tan cercanas a nosotros como el Frente Popular de España de Pepe Díaz o el Frente Popular Chileno en los años 30 y su posterior versión ganadora electoral en los 70 con Salvador Allende.

Ingredientes de la unidad popular hoy día

Suena un poco obvio (son por desgracia tiempos de señalar lo obvio), pero el propósito de la unidad popular supone, entre otros, la participación de ciertos ingredientes necesarios. Uno de ellos, evidentemente, es la voluntad de crear alianzas. 

1. Formar alianzas o coaliciones, sabemos por experiencia, es más sencillo de decir que de hacer, en la práctica implica una penosa tarea. No obstante, como se suele decir, no hay nada que una más que la presencia de un enemigo común. El avance de la extrema derecha en España (siendo más concretos, del fascismo) debería servir como eje cohesionador de todas las sensibilidades que mantengan al menos un denominador común en, por ejemplo, la defensa de los derechos mínimos de los trabajadores, la defensa de lo público o el rechazo a las políticas austericidas y basadas en el control del gasto social por parte de los poderes económicos con intereses en España. 

Este repunte del fascismo (que no olvidemos no deja de ser la cara más desencarnada del capitalismo) puede estar motivado por la llegada de una próxima agudización de la crisis capitalista, que necesitará de la violencia en sus diversas manifestaciones para permitir el paso a la nueva vuelta de tuerca que requiere el capital -nuevas presiones a la clase trabajadora- y seguir así obteniendo beneficio.

La identificación del fascismo debería actuar, por tanto, como pegamento de esa unidad. Sin embargo (insisto en la obviedad) para ello es necesario que el fascismo sea identificado. En la actualidad, el centro del espectro  o abanico ideológico se encuentra tan desplazado a la derecha que hasta popularmente las posiciones moderadas o centristas son coincidentes con posiciones de extrema derecha. 

Recientemente, en un programa de TV, la popular presentadora Mariló Montero se escandalizaba de que existiera una lucha antifascista. 

¿Y por qué cuesta a cierto sector de la población reconocer al fascismo? Pues porque para ello es preciso cierto nivel de información que provenga de su ideología opuesta, la que defiende los intereses de la clase trabajadora (e insistiendo en la obviedad, a su vez eso requiere el reconocimiento de la existencia de la clase trabajadora y el antagonismo entre clases). En ausencia de una ideología clara y rotunda, o bien sustituida por una especie de buenismo con fe en la posibilidad de reformar el sistema desde dentro o, en el mejor de los casos, sustituida por un socialismo no científico sino utópico, la ideología dominante carece de competidor

2. Aparece aquí el segundo ingrediente necesario de la unidad popular. El desarrollo de un programa mínimo, de combate, que una a las distintas fuerzas en un proyecto concreto frente a ese avance de los sectores más reaccionarios. 

La creación de ese programa plantea una táctica clara, basada en el análisis concreto de la realidad concreta, de unión en ese propósito transitorio, que a la vez permite la autonomía de los diferentes actores que formen parte de esa unidad.  

Está claro que pese a la buena fe de los participantes en la coalición, todos querrán resultar vencedores en la hegemonía dentro de ella. Mediante el pacto a través de unas cuantas propuestas en un programa, se mantiene el acuerdo de realizar algunos avances concretos. De ese modo se reduce la posibilidad de que, como suele suceder en las coaliciones puramente electorales actuales, los partidos más cercanos ideológicamente a la clase dominante acaben utilizando a los otros partidos. 

Pepe Díaz, histórico dirigente del PCE: "Y yo os pregunto, ¿hay alguien que titulándose antifascista pueda estar en contra de este programa tan sencillo?" 

3. Faltaría un ingrediente muy concreto. Conociendo la enorme influencia y el extraordinario aparato con el que los capitalistas sostienen su maquinaria ideológica, ¿es posible confiar el futuro de la unidad popular a la espontaneidad de las masas? Si de algo nos ha servido la enseñanza de Lenin es para saber que no existe práctica revolucionaria sin teoría revolucionaria. Inevitablemente es precisa la participación de una vanguardia que oriente el camino de la unidad popular. 

Los comunistas no forman un partido aparte de los demás partidos obreros --recordemos el Manifiesto--, se distinguen en que saben diferenciar los intereses de la clase trabajadora. Ese papel de faro sólo puede ser representado por las “fracciones más resueltas de los partidos obreros”, que supongan una guía firme e imperturbable ante los ataques que recibirá por parte de los reaccionarios ese frente popular. 

Volvemos a lo obvio. Para que haya vanguardia es necesario que exista una voluntad de desarrollar toda una cultura de clase, que analice la realidad desde la praxis y sepa avanzar en las contradicciones. Una vanguardia materialista y dialéctica, en definitiva. Es el único modo de que fuese vanguardia en su cualidad de revolucionaria, esto es, con intención de transformar y no de hacer meras reformas.

En palabras de Gramsci, por concluir: Centralización quiere decir especialmente que en cualquier situación, (...) todos los miembros del Partido, se hallen en situación de orientarse, de saber extraer de la realidad los elementos para establecer una orientación, a fin de que la clase obrera no se desmoralice sino que sienta que es guiada y que puede aún luchar. La preparación ideológica de la masa es, por consiguiente, una necesidad de la lucha revolucionaria, es una de las condiciones indispensables para la victoria.




* Obviamente es un título muy pretencioso para la capacidad de este blog, es un título ideado con la intención de llamar la atención y con referencias cortazarianas,  pero si con ello se logra captar el interés de algún lector con sensibilidad de izquierdas y hacerle pensar sobre el sentido de la unidad popular, pues esa es la intención. 


Añado enlaces de interés sobre el tema:





sábado, 18 de enero de 2020

¡Los comunistas quieren la abolición de la familia!

Con la polémica del llamado "pin parental", la ultra derecha retoma su lado fascistoide para avivar una vieja propaganda digna de la mejor escuela goebbeliana: ¡los comunistas quieren robarnos los niños y destruir las familias!

Imagen del twitter oficial del PP, que no desentonaría entre las portadas más delirantes de ABC


Este tipo de campañas son tan antiguas como el propio comunismo. Desde sus inicios, Marx y Engels y sus partidarios tuvieron que hacer frente a campañas de ese grosero dislate.

La mejor manera de comprobar algo -hay que insistir siempre- es acudir a las fuentes originales, no al reflejo de la sombra en el fondo de una cueva que supone la interpretación sesgada que suele hacerse. En el Manifiesto Comunista, leemos:

¡Abolición de la familia!  Al hablar de estas intenciones satánicas de los comunistas, hasta los más radicales gritan escándalo. (...)

Pero es, decís, que pretendemos destruir la intimidad de la familia, suplantando la educación doméstica por la social.

¿Acaso vuestra propia educación no está también influida por la sociedad, por las condiciones sociales en que se desarrolla, por la intromisión más o menos directa en ella de la sociedad a través de la escuela, etc.? No son precisamente los comunistas los que inventan esa intromisión de la sociedad en la educación; lo que ellos hacen es modificar el carácter que hoy tiene y sustraer la educación a la influencia de la clase dominante.

Esos tópicos burgueses de la familia y la educación, de la intimidad de las relaciones entre padres e hijos, son tanto más grotescos y descarados cuanto más la gran industria va desgarrando los lazos familiares de los proletarios y convirtiendo a los hijos en simples mercancías y meros instrumentos de trabajo.


¿Supone el comunismo una falta de libertad individual?

En el capitalismo, la libertad se entiende como el librecambio, la libertad de comprar y vender. Más aún, la libertad personal y la iniciativa están reservadas a quienes poseen el capital o los medios; quienes no poseen carecen de esa iniciativa y dependen del ofrecimiento de trabajo por los demás. Por tanto es una libertad ficticia o libertad relativa, para unos sí y para otros no.

Si desaparecen los motivos que originan las diferencias entre clases -la posesión en manos de unos pocos de los recursos-, entonces podremos empezar a hablar de libertad para la mayoría y de un sistema que no depende de la miseria de muchos para la libertad de unos cuantos.

Los detractores del comunismo suelen acudir al tópico de las colas para repartir alimentos o bienes básicos que creen se produce en los sistemas socialistas. Sin embargo,no se ven las "colas invisibles" que formaría la inmensa mayoría de personas que no puede permitirse comprar en las tiendas cuyas puertas parecen estar abiertas a todos, pero sólo se lo pueden permitir unos pocos.


¿Es el comunismo un sistema que generaliza la pobreza?

Muchas personas han asimilado la insistente propaganda capitalista que da una imagen del comunismo como un régimen oscuro y empobrecedor que dirige a la sociedad a la ruina y a la carencia de los bienes básicos.

Observemos, sin embargo, que en la sociedad capitalista en la que vivimos no es necesario dirigir nuestra vista a horizontes muy lejanos para descubrir la miseria. En nuestro entorno podemos ver personas que carecen de agua o electricidad o un techo, e incluso alimentos. Familias son despojadas de sus viviendas por haber sido despedidos de sus empleos. Enfermos mueren en listas de espera por no poder costearse un tratamiento privado. 

¿Es ese sistema capitalista un sistema que genera riqueza? Si la genera lo hace sólo para unos pocos y a costa de la miseria de los otros.
El temor que ciertas personas poco informadas sienten hacia el comunismo es el pánico que los capitalistas les transmiten: pánico a abolir la propiedad privada. Es lógico los capitalistas tengan miedo, pues al abolirla desaparecerá su privilegio de vivir de los despojos de todos los demás. Los trabajadores no deben sentir miedo por ello, ya que nada tienen que perder excepto la relación de dependencia con los propietarios que les explotan.

A lo que aspira el comunismo es a convertir los recursos en propiedad de todos, en algo común a todos los miembros de la sociedad. Se trata de transformar el carácter colectivo de la propiedad para despojarla de su carácter de clase, es decir, para que no existan las clases sociales. 

Toma de la ciudad brasileña de Sao Paulo. Una barrera separa en pocos metros a paupérrimas favelas de lujosas mansiones. Imagen habitual en el mundo capitalista.

¿Pero no ocasionará esa sociedad igualitaria una tendencia a la vagancia y la desidia?

También se dice que si la sociedad se encarga de ofrecer las necesidades básicas en régimen común,  en lugar gestionarla en manos privadas, esto provocará la indolencia generalizada.
Si esto fuese cierto, llevaríamos siglos viviendo en la holgazanería, dado que nuestra sociedad se fundamenta en que unos muchos trabajan produciendo para otros y esos otros reciben el beneficio sin trabajar. Al desaparecer el capital lo que desaparecería es el trabajo asalariado, el trabajo como una mercadería más, pero se abriría la posibilidad de trabajar para el enriquecimiento común.

Las televisiones han popularizado una clase de jóvenes que ven en la fama fugaz  un medio de vida. El culto al cuerpo o el atrevimiento sustituyen a los valores del esfuerzo o el estudio. Además esa moda fomenta los estereotipos más sexistas.


¿El comunismo acabará con la cultura?

Otra de las falacias comunes en la propaganda capitalista es que la sociedad comunista, al evitar el enriquecimiento personal, provocaría también la falta de iniciativa en artistas y promotores de la cultura, ocasionando un mundo gris y triste sin espectáculos brillantes ni entretenimientos.

Esto es otra calumnia sin fundamento. La cultura, como cualquier otro aspecto de la vida, se encuentra totalmente mercantilizada en el capitalismo. La educación en general se encuentra hoy día dominada por el interés económico. Las asignaturas relacionadas con la Filosofía o la Literatura son desdeñadas en beneficio de otras asignaturas consideradas más prácticas por preparar a los jóvenes para ser piezas adiestradas para la maquinaria productiva.

Así mismo ocurre con la cultura, convertida como todo en objeto de lucro particular, de modo que sólo los artistas apadrinados por el Capital -y por tanto sumisos y condescendientes con el sistema- son los que tienen repercusión, mientras que el arte alternativo o antisistema es perseguido o hundido en la marginación. Al desaparecer las contradicciones de clase, el arte popular que actualmente permanece reprimido y oculto, afloraría sin impedimentos.

A la izquierda. Red Son, el Supermán "comunista" de DC Comics, es un héroe gris y triste, dominado por el malvado Stalin. A la derecha, Greta Garbo en la famosa película de Lubitsch, Ninotchka, interpretando a una severa y austera agente soviética que visita París y cae rendida ante el brillo de la sociedad capitalista. Dos entre los miles de tópicos sobre personajes comunistas antipáticos que pueblan el cine y la literatura.

¿Quieren los comunistas colectivizar a las mujeres en régimen de comuna?

Otra acusación que está instalada en la imaginación de las críticas más conservadoras es que el comunismo pretende acabar con la familia tradicional (como se comentaba al principio). 

Se trata de otra de las hipocresías de la sociedad burguesa. Si nos detenemos a observar a la familia actual, la que vive -sobrevive- en el capitalismo, veremos enseguida las incongruencias: el papel de la mujer, sometida al varón y rebajada en lo laboral y lo social, en muchas situaciones expuesta a la absoluta explotación de la prostitución; la incapacidad de muchas parejas para tener hijos por no poder cuidar de ellos; el trabajo infantil en las zonas en desarrollo como base de los ingresos de multinacionales europeas y norteamericanas; la imposibilidad, en definitiva, de las familias a vivir una vida tranquila sin estar supeditada a los intereses mercantilistas del Capital.

Al cambiar las situaciones que provocan la explotación, se terminará con el uso de las mujeres y de las familias en general como simples instrumentos de producción, mercaderías que pueden usarse y tirarse. 

 En definitiva, la cultura, la sociedad, la forma de vida y todas las relaciones entre las personas, al estar condicionadas por las condiciones materiales, pueden transformarse si esas condiciones cambian. 

Es debate en estos días la llamada "gestación subrogada", que no es otra cosa que la pretensión del alquiler de los úteros femeninos. Junto con la prostitución, son formas de explotación de la clase trabajadora -doblemente atacada en el caso de la mujer- que es considerada como una mercancía más, puesta a uso y disfrute del Capital.

sábado, 11 de enero de 2020

¿Qué significa ser comunista?



Prometo que no es invent. Mi hija tendría unos tres añitos y empezaba a parlotear frases. Caminábamos de noche por la avenida principal de Mairena, su cabeza apoyada en mi hombro. Cuando pasamos frente a la sede del Partido, cerrada a esas horas, escuché su vocecita decir: mira, papá, el "pueblo unido" está dormido. 

Comprendí que en su cabecita había mezclado imágenes de la famosa canción del grupo Quilapayún (que yo solía ponerle en el móvil) en un video montado con imágenes que también habría visto en los pósters de la sede. Desde entonces hasta ahora, cuando hay algún acto o alguna manifestación, ella me pregunta si voy al "pueblo unido". 

A su manera infantil había dado una definición muy simple pero bastante cercana a lo esencial, el comunismo podría definirse básicamente en el pueblo unido. Sería una breve definición desde un punto de vista amable. Con la reciente formación del nuevo gobierno se ha disparado el uso de esta palabra en los medios y las redes sociales. El "gobierno comunista" hará esto o lo otro, dice la gente, ciertos medios hablan de las consecuencias del comunismo y que supuestamente viviremos en España a partir de ahora.

Pero ¿es correcto el uso del término "comunista" en ese contexto? Algún lector podría pensar que hoy día se han perdido tantos derechos y hemos sufrido tantos recortes que una simple subida de impuestos o una ayuda a un sistema público se aprecia como comunismo. Es cierto que el significado de las palabras varía con el uso popular. Pero debe haber alguna manera  más precisa de definirlo.

Si saliéramos a la calle en este mismo momento y preguntáramos micrófono en mano como un reportero a la gente que pasa, posiblemente obtendríamos definiciones no tan amables. El ciudadano medio, instalado en un cómodo espejismo apolítico (ni de izquierdas ni de derechas), tiende a un concepto del comunismo que mezcla desconocimiento y propaganda. 

Me apuesto a que en una pequeña encuesta callejera encontraríamos definiciones que oscilarían entre una idea del comunismo similar a una "bella utopía bienintencionada pero que acaba en totalitarismo y coarta la libertad" hasta una "doctrina que fomenta la miseria y el caos".


Dentro de las definiciones catastrofistas, frecuentes en nuestros sensatos políticos demócratas del centro moderado, pongo al azar un ejemplo de ayer:

Tal como esta víctima del perverso comunismo cubano y #freedom-fighter a tiempo completo, muchos pensadores actuales comparten un concepto de los comunistas semejante: seres despreciables, grises, fastidiosos, intolerantes, cargantes, retorcidos, envidiosos, mostachudos, insidiosos, mediocres, lascivos, holgazanes, resentidos, colaboradores de regímenes que causan hambre y miseria en el mejor de los casos y en su peor versión cientos de millones de muertes por todo el planeta. 

Bien. Hay que reconocer que en algo sí tienen razón. Los comunistas suelen ser personas muy puñeteras, muy quisquillosas. Hacen demasiadas preguntas. Siempre andan cuestionando todo,  incluso lo más sagrado y establecido. De todo cuanto oyen y ven preguntan: ¿a quién beneficia esto o aquello?, ¿por qué motivo?, ¿desde cuándo es así?, y otras preguntas capciosas. Recuerdan a esos niños repelentes a quienes se les acaba de regalar un juguete y, apenas unas horas después, ya los han roto para averiguar qué es lo que hay dentro.




Si tuviera que elegir mi definición de comunista preferida, tomaría una frase del "libro de cabecera" de los comunistas, que es su Manifiesto (siempre es un buen consejo, amigos, cuando se trata de saber sobre algún tema, acudir a las fuentes originales). En este blog ya hemos hablado mucho del Manifiesto del Partido Comunista y puedes repasarlo buscando bajo la etiqueta manifiesto.


En este libro fundamental para entender nuestro mundo y que seguro los trabajadores hemos leído todos (ejem), hay un apartado que trata sobre las relaciones entre los comunistas y los proletarios (currantes). Allí, Marx dice: los comunistas no forman un partido aparte de los demás partidos obreros, no tienen intereses opuestos, ni proclaman principios especiales. Los comunistas sólo se diferencian de los demás partidos en que, en cualquier lucha o cualquier momento o país, saben distinguir y hacen valer los intereses de la clase trabajadora.

Así pues, los comunistas se definen por su capacidad para distinguir cuáles son los intereses de la clase trabajadora.

Un lector perspicaz diría entonces ya está, denme mi carnet del Partido, ya me lo gané, cualquiera sabe qué es lo que interesa a los trabajadores. Bueno. No nos emocionemos tan pronto. En realidad saber distinguir los intereses de la clase trabajadora en una determinada situación no es tan sencillo. De hecho a veces es bastante complejo y necesita un análisis elaborado.

¡Sí, hombre!, responde el lector perspicaz, si está bien claro. Veamos un par de ejemplos para averiguar si es tan sencillo o no. En primer lugar, observemos que esta definición da por hecha la existencia de la clase trabajadora (parece obvio pero hoy día no lo es tanto, incluso para muchos compañeros de lucha). 
Un video con miles de visualizaciones que pretende demostrar el fracaso del comunismo según su "éxito". No dicen nada del éxito del sistema que defienden y que es hegemónico en la actualidad, el capitalismo, en el mundo cruel y horrible que vivimos.


Por ejemplo, supongamos que en una reunión de amigos trabajadores escuchamos la noticia de que tal o cual gobierno va a reducir los costes de alguna administración para ahorrar y dar ejemplo de austeridad. Todos los amigos trabajadores convienen en que eso es bueno. Pero ahí es donde el resabiado y odioso comunista salta como un resorte y exclama: es bueno... ¿para quién?

Y todos volverán la vista y pensarán jodido comunista amargado. Pero pensemos, esa austeridad ¿a quién se aplicará? ¿Se llevará a cabo reduciendo puestos de trabajo o salarios? ¿Recortará servicios públicos que ofrecían soluciones a quienes los necesitaban? Y en ese caso, ¿sale favorecido el trabajador o los propietarios de empresas privadas? 

Viéndolo así, la perspectiva cambia. Otro ejemplo: un grupo de parados escucha que un empresario propietario de una multinacional anuncia que abrirá una sucursal en nuestra ciudad. El medio informativo comenta que gracias a la iniciativa emprendedora de ese empresario, la ciudad será más rica. Los parados festejan la noticia. Pero de nuevo el comunista entrometido sale de detrás de la cortina y grita: ¿gracias a quién crecerá la riqueza? Gracias al empresario, que arriesga sus medios, contestan los otros. Pero entonces -insiste el cargante rojo-, si en esa sucursal los obreros se ponen de huelga, ¿por qué deja de producir y de dar beneficio si la riqueza la crea el empresario y no los trabajadores? ¿Por qué el empresario con su riesgo y sus medios no produce nada si no hay obreros? ¿Quién crea la riqueza entonces? 



De nuevo, esta otra manera de ver la realidad nos da una perspectiva distinta. No es tan sencillo como parece, ¿verdad? La pregunta entonces es por qué resulta tan difícil saber distinguir los intereses de la clase trabajadora.

La respuesta viene de nuevo de manos de nuestro amigo Carlitos Marx (el que no era de los hermanos Marx): la ideología dominante es la ideología de la clase dominante. La clase dominante -la que posee la riqueza y los medios para producirla- no se conforma con la supremacía económica sino que necesita además poseer todo el aparato que crea la ideología -la conciencia, el modo de pensar y entender la vida- de la sociedad.

De este modo la clase dominante, teniendo los trabajadores la mentalidad que defiende sus intereses y no los de su clase, no sólo se asegura la superioridad económica sino que se asegura además su continuación, el medio en que se transmitirá a las sucesivas generaciones, haciendo estable el sistema social que les beneficia.

La mala noticia, por tanto, es que no es tan fácil como parece. La buena es que aprender a hacerlo está al alcance de nuestras manos. Y que esa manera de entender la realidad conduce a una verdad que contiene un gran poder: las enseñanzas de Marx son todopoderosas porque son ciertas, dijo nuestro amigo Lenin en un librito que puedes repasar aquí y que viene al pelo para iniciarse en ese conocimiento. 

Bertolt Brecht escribió que el camino de la verdad, esto es, el camino que debe seguir un comunista informado y que quiera ayudar a sus compañeros, tiene tres requisitos:

- ser valiente para decir la verdad (no siempre es fácil)

- tener la inteligencia para descubrir la verdad (formarse y formarse y nunca parar de informarse).

- hacer de la verdad un arma, es decir, transmitirla, difundirla a otros trabajadores, por ejemplo militando o  colaborando con las agrupaciones o manteniendo contacto con otros comunistas.

Leer, informarse no sólo de la actualidad sino de nuestra historia, aprender a observar como lo haría un científico, esas son las tareas, no conformarse con la realidad paralela que nos aportan los medios. Y ser valiente, aportar nuestro granito de arena. Duro pero necesario. Es el único modo para que los trabajadores logremos ese objetivo, ser el pueblo unido.

Salud.

Entradas del blog relacionadas con este tema y que pueden interesarte:
- tres fuentes integrantes del marxismo, Lenin te resume lo que deberías leer, gracias Vladimiro

- para leer el Manifiesto para comprender a Carlos y Fede y su manifiesto

- sobre la ideología dominante y la perspectiva materialista del socialismo científico, la ideología alemana