jueves, 23 de noviembre de 2017

La Tierra en encefalograma plano

Ayer se despedía de mí una compañera del trabajo, víctima de los recortes, diciéndome que le había parecido "buena persona, independientemente de mis pensamientos políticos".

Escuchar esta frase no es sorprendente para mí. De hecho es lo que la costumbre me hace esperar oír cuando un conocido de mi entorno "no político" toma algo de confianza conmigo. En parte me agrada (me gusta que me tengan por buena gente, pero que aún siendo un tipo tranquilo haya sabido provocar algo de agitación). Por otra parte, deja un regusto muy amargo. Demuestra hasta qué punto nuestra mentalidad está influida por la ideología dominante y lo complicado que es luchar contra ello. 

En el mismo día tuve otro disgusto ideológico: las redes sociales alentaban una absurda polémica motivada por personas que afirman convencidos -nada más y nada menos- que la Tierra es plana.
El grabado Flammarion es una conocida ilustración que se encuentra en el libro L'atmosphère: météorologie populaire de Camille Flammarion, 1888. Muestra a un hombre que atraviesa la atmósfera de un mundo plano.


Llámenme pedante si quieren, pero -no sólo por aquel rasgo de la dialéctica que lleva a ver todos los sucesos en conexión y relacionados unos con otros- era inevitable no hilar ambos asuntos.

Que en el mundo que vivimos proliferen de modo alarmante ese tipo de pensamientos absurdos no puede ser una casualidad o una moda. Es algo provocado de modo intencionado y metódico. Observemos que en una sociedad en la que cualquier información está a nuestro alcance con el simple movimiento de un dedo, cada vez son más quienes cuestionan los métodos científicos. Se discrepa sobre la efectividad de las vacunas (incluso se crean historias conspiratorias en torno a ellas), se acude a curanderos, supuestos profesionales que desdeñan la medicina tradicional, o como en este caso personas que pueden tener estudios superiores llegan a dudar de la redondez de la Tierra.

Eratóstenes calculó el tamaño aproximado de la Tierra, observando sombras en diferentes latitudes, antes de Cristo y antes de la conexión wifi. 

La cuestión importante es comprender quiénes salen beneficiados de esto y qué intereses promueven este despropósito.

Más allá de servir de alimento para los estómagos agradecidos de curanderos, santeros, investigadores del misterio, influencers, youtubers y demás fauna, la cuestión afecta a un aspecto fundamental de nuestra vida como conjunto social: la capacidad de ser críticos. 

Un grupo social que acepta con normalidad lo irracional es un grupo que puede ser manejado con mayor facilidad que un grupo con capacidad de reflexionar y cuestionar, por ejemplo, una campaña propagandística lanzada por los medios.

La actualidad se empeña tozudamente en proporcionar ejemplos a diario. Veamos la prensa de estos días.
Los medios no cesan de llevar a la práctica esta teoría. Sin ir más lejos, nuestra ministra de Defensa ha alimentado en estos días el mito de las interferencias producidas por "hackers rusos", cuya extraordinaria habilidad y maldad ha llevado a poner en un brete a las elecciones norteamericanas y su famoso e intachable sistema democrático.
Los servicios secretos rusos son tan hábiles que, según la gran mayoría de los medios de nuestro país, han llegado a influir en el proceso de independencia de Cataluña.  ¿Serán esos servicios rusos tan poderosos que tendremos que atribuirles también la desaparición de los discos duros de los ordenadores de Génova? No lo descarten.

Otro asunto muy actual y que en nuestra opinión pone de manifiesto este dislate es el tratamiento que los medios hacen sobre la renovada crisis entre Estados Unidos y Corea del Norte.
La prensa se empeña en mostrarnos el tema como un peligro a escala mundial debido al supuesto riesgo que supone "dejar en manos" de dos déspotas con la capacidad de apretar el botón rojo en cualquier momento. Es fácil caer en la trampa, infinidad de memes y viñetas cómicas han encontrado un filón en el asunto. Bastaría un análisis más racional -y que no necesita una gran profundidad- para entrever que el peligro para la humanidad está en la voracidad del imperialismo yanqui y sus cientos de bases militares instaladas frente a los países que osan rivalizar en el comercio global, siendo USA -por otra parte- el único Estado del planeta que cuenta con el dudoso honor de haber comprobado sobradamente la capacidad letal de las armas nucleares en la población civil.

Sería interminable enumerar los ejemplos, pues como decimos la realidad es testaruda y pasa de la teoría a la práctica sin descanso. ¿Por qué nos admiramos de que agentes de policía demuestren pensamientos propios de la ultraderecha, si sabemos que las fuerzas de seguridad no dejan de ser el apoyo armado de la estructura económica que sostiene el sistema que les da trabajo? ¿Por qué resulta sorprendente que cada día lleguen sentencias judiciales que defienden las posiciones más machistas, si nos cuesta eludir la influencia de una sociedad imbuida por completo en el sexismo?

Es en fin, inevitable no enlazar en un todo este retroceso hacia lo irreflexivo. Quizás en un mundo más racional mi compañera, como cualquiera de nosotros que vivimos alienados sin darnos cuenta, hubiese podido relacionar el fin de su puesto de trabajo con la práctica de unas ideas que cuestionen la validez de un sistema falaz y estafador. Poder llegar a transformarlo depende de que salgamos victoriosos en esa batalla de las ideas

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