jueves, 23 de noviembre de 2017

La Tierra en encefalograma plano

Ayer se despedía de mí una compañera del trabajo, víctima de los recortes, diciéndome que le había parecido "buena persona, independientemente de mis pensamientos políticos".

Escuchar esta frase no es sorprendente para mí. De hecho es lo que la costumbre me hace esperar oír cuando un conocido de mi entorno "no político" toma algo de confianza conmigo. En parte me agrada (me gusta que me tengan por buena gente, pero que aún siendo un tipo tranquilo haya sabido provocar algo de agitación). Por otra parte, deja un regusto muy amargo. Demuestra hasta qué punto nuestra mentalidad está influida por la ideología dominante y lo complicado que es luchar contra ello. 

En el mismo día tuve otro disgusto ideológico: las redes sociales alentaban una absurda polémica motivada por personas que afirman convencidos -nada más y nada menos- que la Tierra es plana.
El grabado Flammarion es una conocida ilustración que se encuentra en el libro L'atmosphère: météorologie populaire de Camille Flammarion, 1888. Muestra a un hombre que atraviesa la atmósfera de un mundo plano.


Llámenme pedante si quieren, pero -no sólo por aquel rasgo de la dialéctica que lleva a ver todos los sucesos en conexión y relacionados unos con otros- era inevitable no hilar ambos asuntos.

Que en el mundo que vivimos proliferen de modo alarmante ese tipo de pensamientos absurdos no puede ser una casualidad o una moda. Es algo provocado de modo intencionado y metódico. Observemos que en una sociedad en la que cualquier información está a nuestro alcance con el simple movimiento de un dedo, cada vez son más quienes cuestionan los métodos científicos. Se discrepa sobre la efectividad de las vacunas (incluso se crean historias conspiratorias en torno a ellas), se acude a curanderos, supuestos profesionales que desdeñan la medicina tradicional, o como en este caso personas que pueden tener estudios superiores llegan a dudar de la redondez de la Tierra.

Eratóstenes calculó el tamaño aproximado de la Tierra, observando sombras en diferentes latitudes, antes de Cristo y antes de la conexión wifi. 

La cuestión importante es comprender quiénes salen beneficiados de esto y qué intereses promueven este despropósito.

Más allá de servir de alimento para los estómagos agradecidos de curanderos, santeros, investigadores del misterio, influencers, youtubers y demás fauna, la cuestión afecta a un aspecto fundamental de nuestra vida como conjunto social: la capacidad de ser críticos. 

Un grupo social que acepta con normalidad lo irracional es un grupo que puede ser manejado con mayor facilidad que un grupo con capacidad de reflexionar y cuestionar, por ejemplo, una campaña propagandística lanzada por los medios.

La actualidad se empeña tozudamente en proporcionar ejemplos a diario. Veamos la prensa de estos días.
Los medios no cesan de llevar a la práctica esta teoría. Sin ir más lejos, nuestra ministra de Defensa ha alimentado en estos días el mito de las interferencias producidas por "hackers rusos", cuya extraordinaria habilidad y maldad ha llevado a poner en un brete a las elecciones norteamericanas y su famoso e intachable sistema democrático.
Los servicios secretos rusos son tan hábiles que, según la gran mayoría de los medios de nuestro país, han llegado a influir en el proceso de independencia de Cataluña.  ¿Serán esos servicios rusos tan poderosos que tendremos que atribuirles también la desaparición de los discos duros de los ordenadores de Génova? No lo descarten.

Otro asunto muy actual y que en nuestra opinión pone de manifiesto este dislate es el tratamiento que los medios hacen sobre la renovada crisis entre Estados Unidos y Corea del Norte.
La prensa se empeña en mostrarnos el tema como un peligro a escala mundial debido al supuesto riesgo que supone "dejar en manos" de dos déspotas con la capacidad de apretar el botón rojo en cualquier momento. Es fácil caer en la trampa, infinidad de memes y viñetas cómicas han encontrado un filón en el asunto. Bastaría un análisis más racional -y que no necesita una gran profundidad- para entrever que el peligro para la humanidad está en la voracidad del imperialismo yanqui y sus cientos de bases militares instaladas frente a los países que osan rivalizar en el comercio global, siendo USA -por otra parte- el único Estado del planeta que cuenta con el dudoso honor de haber comprobado sobradamente la capacidad letal de las armas nucleares en la población civil.

Sería interminable enumerar los ejemplos, pues como decimos la realidad es testaruda y pasa de la teoría a la práctica sin descanso. ¿Por qué nos admiramos de que agentes de policía demuestren pensamientos propios de la ultraderecha, si sabemos que las fuerzas de seguridad no dejan de ser el apoyo armado de la estructura económica que sostiene el sistema que les da trabajo? ¿Por qué resulta sorprendente que cada día lleguen sentencias judiciales que defienden las posiciones más machistas, si nos cuesta eludir la influencia de una sociedad imbuida por completo en el sexismo?

Es en fin, inevitable no enlazar en un todo este retroceso hacia lo irreflexivo. Quizás en un mundo más racional mi compañera, como cualquiera de nosotros que vivimos alienados sin darnos cuenta, hubiese podido relacionar el fin de su puesto de trabajo con la práctica de unas ideas que cuestionen la validez de un sistema falaz y estafador. Poder llegar a transformarlo depende de que salgamos victoriosos en esa batalla de las ideas

domingo, 8 de octubre de 2017

50 años de la partida del Che

"Ningún pueblo de América Latina es débil, porque forma parte de una familia de doscientos millones de hermanos que padecen las mismas miserias, albergan los mismos sentimientos, tienen el mismo enemigo, sueñan todos un mismo mejor destino y cuentan con la solidaridad de todos los hombres y mujeres honrados del mundo."

"Nosotros queremos construir el socialismo; nos hemos declarado partidarios de los que luchan por la paz; nos hemos declarado dentro del grupo de países no alineados, a pesar de ser marxistas leninistas, porque los no alineados, como nosotros, luchan contra el imperialismo. Queremos paz, queremos construir una vida mejor para nuestro pueblo y, por eso, eludimos al máximo caer en las provocaciones maquinadas por los yanquis, pero conocemos la mentalidad de sus gobernantes; quieren hacernos pagar muy caro el precio de esa paz. Nosotros contestamos que ese precio no puede llegar más allá de las fronteras de la dignidad".

Fragmentos del discurso de Ernesto Guevara en la Asamblea General de las Naciones Unidas, en 1964. 

Arquetipo del luchador internacionalista, de la antítesis del imperialismo, combatiente ejemplar de la dignidad de los pueblos sometidos.

No recordamos su marcha, recordamos su ejemplo. El Che vive.







Imágenes obtenidas del blog miriamelizabethworld.tumblr.com

jueves, 5 de octubre de 2017

Las perversas intenciones de los comunistas

Ayer una televisión local entrevistaba a mi agrupación sobre nuestro modesto ciclo de actos culturales, organizado en recuerdo de la Revolución de Octubre, y una de las preguntas fue la inevitable "¿qué opinan de las muertes  y la represión causadas por los bolcheviques?". 

Aunque como militantes ya estemos acostumbrados a situaciones previsibles como ésta, no deja de ser muy chocante. 

¿Imaginan, por ejemplo, que en el acto público de una hermandad religiosa sobre la celebración de un aniversario señalado  se le ocurriese a un periodista preguntar acerca de la Santa Inquisición o la pederastia?  A ningún profesional que quisiese conservar su puesto de trabajo se le ocurriría.

La leyenda negra establecida sobre todo lo relacionado con el comunismo permite que sea moneda común en la opinión pública la crítica peyorativa e injuriosa, a veces velada y otras veces sin disimulo. Incluso en determinados ambientes es obligatorio y preceptivo manifestar el rechazo al comunismo si se desea prosperar.
Red Son es un famosa historia de DC Comics que imagina el destino de un Supermán que en lugar de caer en Kansas hubiese caído en la Unión Soviética. Con su uniforme grisáceo, reúne todos los topicazos populares del comunismo: pobreza, autoritarismo, crueldad, miedo, represión, etc etc.

Supongamos por un momento que esa leyenda negra del comunismo tuviese algún fundamento. Sabemos que en realidad se basa en la rumorología y que su origen es la propaganda fascista de corte goebbeliana. Pero probemos a admitir que tuviese algo de razón. ¿Qué supondría esto?

El razonamiento que manejan los censores del comunismo viene a ser de este modo:
El capitalismo es un sistema que provoca ciertas injusticias, que es imperfecto y a veces causa daños "colaterales", pero que al final funciona y mediante una mano mágica equilibra las situaciones y pone a cada uno en su sitio. Es el sistema menos malo.
El comunismo es una bella utopía de igualdad y justicia que como teoría puede ser entrañable pero que al aplicarse en la realidad causa muerte y destrucción. 

Cartel de la Democracia Cristiana de los años 40, salvando a las madres de los rojos comeniños. De los actuales democristianos italianos han surgido perlas como Silvio Berlusconi.

Si desarrollamos este razonamiento, podemos deducir que: 
La bondad del capitalismo consiste en un reparto de la riqueza a través del predominio de unas pocas manos que concentran el capital, cuyos sobrantes caen sobre quienes colaboran con ellos. Aunque esto no impide que los daños colaterales causen entre otras circunstancias: hambre en los países destinados a ser patio trasero de los estados poderosos, mortandad infantil por inexistencia de sistemas sanitarios equitativos, guerras en nombre de la religión, fronteras y pateras con miles de ahogados, paro, marginación racial o de género, analfabetismo por carencia de educación pública, desahucios, recortes... entre otros pequeños inconvenientes del mundo capitalista en que vivimos.
Por contra, las aviesas intenciones de los cuadros comunistas, que siembran la muerte y el totalitarismo, se basan en iniquidades y actos terroristas del estilo: sanidad universal pública y gratuita, educación popular y libre, viviendas asequibles, pleno empleo, igualdad de la mujer, cooperación internacional... sólo por citar algunas de las infamias pretendidas por los rojos.


En fin, ironías aparte, es evidente que esta satanización del socialismo científico (como lo llamaba Engels para diferenciarlo del socialismo utópico, que es bienintencionado pero inocuo para el Capital) tiene un claro objetivo: impedir que las ideas emancipadoras de la clases populares puedan penetrar en el pensamiento de los trabajadores, de manera que perdure en el tiempo el dominio del pensamiento que permite la dominación de unas clases sobre otras y nunca jamás su liberación.

Pensad en ello, por favor. 



jueves, 28 de septiembre de 2017

EL ESTADO Y LA REVOLUCIÓN

Vamos a por el comentario de otra obra, insistiendo en esta rareza en la que se está convirtiendo recomendar libros, más si son libros antiguos (y el no va más: libros, antiguos y comunistas).

Nos aventuramos en esta entrada nada más y nada menos que con EL ESTADO Y LA REVOLUCIÓN, dentro de la serie de comentarios de textos para militantes o interesados, explicado con palabras sencillas. Como las anteriores entradas, te la puedes descargar en un archivo pdf con letra grande que se lee bien en el móvil si pinchas con el ratón sobre estas letras.

Y como siempre, te recordamos que los libros que Marx, Engels o Lenin escribieron fueron pensados para difundirlos entre el pueblo, es decir, que están al alcance del entendimiento de todo el personal. La intención es que leas directamente los originales, te animamos a intentarlo.
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El Estado y la Revolución. 
Este libro de Lenin, de no muy larga extensión, fue escrito en los meses previos a la Revolución de Octubre. El propio Lenin explica en las palabras finales: "tenía ya trazado el plan del capítulo siguiente pero vino a estorbarme la víspera de la Revolución. De estorbos así uno no tiene más que alegrarse".
En él podremos aprender interesantes cuestiones sobre el comunismo: el papel del Estado en la sociedad, el proceso de transformación de una sociedad hacia el comunismo, diferencias entre un método revolucionario y la perspectiva reformista, entre otros.

1. La sociedad de clases y el Estado.
Nos dice Lenin, nada más empezar a leer, que las enseñanzas de Marx suelen manipularse de manera que su mensaje sea más del agrado de los enemigos del pueblo, esto es, restándole su fuerza revolucionaria.
Uno de los objetivos principales del texto es por tanto restaurar el pensamiento marxista sobre el Estado, ante las opiniones de otros teóricos marxistas (principalmente Karl Kautsky) a quienes Lenin consideraba oportunistas y cuyas tesis amenazaban con frenar la Revolución Bolchevique.

La idea fundamental de partida es que el Estado es la manifestación de la imposibilidad de conciliar las contradicciones de clase. El Estado aparece en el momento en que las clases sociales no pueden acomodar sus intereses. Es decir, en el proceso de desarrollo de la sociedad llega un punto en el que el acuerdo pacífico de convivencia es insostenible, dado que el motor que la mueve -recordemos- es la lucha material entre ellas, pues como sabemos una clase social vive de la explotación de otra clase (la clase de los adinerados y propietarios de los medios se alimenta de la explotación de la clase trabajadora). Cuando esa lucha se vuelve intolerable, aparece un poder abstracto, situado aparentemente por encima de todos, que pone "orden" y mantiene a las clases en una situación estable. Ese poder situado por encima es el Estado.

Desde esta forma de verlo, materialista, el Estado se revela como un órgano de dominación de clase, una fuerza especial de represión de una clase sobre otra, que legaliza y sostiene esa relación injusta.


"Me parece haber visto un lindo maderito", decía con sorna un tuitero sobre el asunto del crucero de Piolín. Cuando el Estado ve amenazada su integridad -aunque sea por otro Estado de similares características- asoma su cara violenta y moviliza a sus fuerzas armadas, sin importarle hacer el ridículo espantoso internacionalmente.


Aunque cueste trabajo de aceptar, esa relación incompatible entre clases no puede resolverse ni siquiera con la mediación de un Estado razonable, amistoso o sensato. Tampoco es posible imaginar un proceso paulatino de transformación del Estado hacia uno justo e igualitario. Será necesario romperlo por completo.

Para demostrar esa relación imposible tenemos varias pruebas en nuestra vida diaria. Veamos, por ejemplo, el papel que desempeñan las fuerzas armadas
Todos los Estados disponen de unos cuerpos de hombres armados y además sus añadidos: comisarías, cárceles, cuarteles, etc. Estas fuerzas armadas tienen una función represora evidente.
En las huelgas generales es característico ver situaciones como ésta. La policía, bien armada para detener los posibles disturbios, no se sitúa al azar por las calles; se sitúa donde sabe que debe proteger a los intereses que sostienen al Estado que les paga su sueldo.

Para mantener su poder el Estado necesita los impuestos y las deudas. El poder de los bancos se convierte en la mejor manera de llevar a la práctica el dominio absoluto. Es un poder tan grande que logra sobornar la voluntad de los gobiernos (recordemos la reforma constitucional en España que relegaba las necesidades básicas -educación, sanidad- al pago de la deuda).  

El capitalismo logra así ponerle riendas a la democracia para someterla a su antojo, de tal modo que la aparente libertad democrática en el capitalismo le asegura su dominio: el cambio de unas personas por otras, de unos partidos por otros, respaldado además por la votación del pueblo, no supone cambios que hagan modificar la relación de poder de una clase sobre otra.
Caricatura con el título: "ahora él entiende el juego", un trabajador con el rótulo "trabajador con conciencia de clase" en su peto es tratado de engatusar por un capitalista que mueve las marionetas de los políticos. Recordemos que vimos en anteriores entradas que esta idea ya aparece en el Manifiesto: los parlamentos actuales no son más que consejos de administración de los intereses capitalistas.

La manera en que el Estado debe dejar paso a una sociedad libre es a través de su extinción. El Estado, en palabras de Engels que cita Lenin en su obra, se manifiesta como representante de toda la sociedad mediante la posesión de los medios de producción. El paso de estos medios de manos estatales a manos del pueblo es lo que llevará a que se extinga.

Esto no quiere decir que ese paso pueda producirse de manera pausada, gradual y sin brusquedades. La experiencia de las revoluciones estudiadas por Marx en sus tiempos (revoluciones de 1848) mediante el materialismo histórico demuestran que todas ellas fracasaron por este motivo principalmente, por no haber comprendido la necesidad de controlar los medios de producción para derrotar totalmente al Estado capitalista.

Obviamente, ese paso de unas manos a otras de los medios no puede ser realizado de manera pacífica. Nunca los capitalistas consentirán perder la fuente de su situación privilegiada de buen grado. La cuestión de la violencia en la Revolución es uno de los aspectos más controvertidos. Dice Lenin que este asunto es intencionadamente olvidado por quienes quieren manipular las ideas de Marx y Engels. 



La violencia revolucionaria supone un tema polémico para quienes critican a los comunistas. Sin embargo, los que vivimos en el lado oprimido de las clases sociales sabemos por experiencia cómo funciona la violencia del Estado capitalista. Los cierres de empresas, los desahucios, los recortes en sanidad o educación son formas también violentas, aunque se produzcan sin golpes o disparos. Cuando alguien se atreve a plantar cara, surge la violencia física, que no entiende de ancianos o niños o enfermos.

2. La dictadura del proletariado.
En las obras en las que Marx analizó desde el punto de vista del materialismo histórico las revoluciones anteriores a la soviética (por ejemplo en el 18 Brumario, comentado en una entrada anterior en este blog), podemos comprobar que las teorías propias de socialistas utópicos (los que tienen ideas bien intencionadas de justicia e igualdad pero que no se sustentan en el marxismo o no las interpretan bien) acaban sirviendo más a los intereses capitalistas que a los intereses obreros, pues llevan a creer que es posible ese paso paulatino de un Estado represor a un Estado manejado por trabajadores.

En el Manifiesto leemos: "Ya dejamos dicho que el primer paso de la revolución obrera será la exaltación del proletariado en clase dominante, la conquista de la democracia. El proletariado se valdrá del Poder para ir despojando paulatinamente a la burguesía de todo el capital, de todos los instrumentos de la producción, centralizándolos en manos del Estado, es decir, del proletariado organizado como clase gobernante". Lenin resalta con clara intención los términos dominante y clase gobernante.

En el 18 Brumario: "Todas las revoluciones perfeccionaban esta máquina (del Estado), en vez de destrozarla. Los partidos que luchaban alternativamente por la dominación, consideraban la toma de posesión de este inmenso edificio del Estado como el botín principal del vencedor". De este modo el poder del Estado pasa de una parte de la burguesía a otra, sin terminar de ser controlado por el pueblo, que acaba finalmente traicionado, vendido por intereses particulares de quienes en el proceso revolucionario burgués logran puestos y sillones o pequeñas parcelas de poder.

En este engaño se produce la evidencia de la dominación de las clases poderosas sobre el pueblo. Se trata de una auténtica dictadura burguesa. El único método de transición hacia una sociedad libre es el de oponer a ese dominio autoritario otro poder similar, pero inverso, es decir, una dictadura del proletariado, una sociedad cuyo Estado provisional siga el dictado de la clase trabajadora



3. La Comuna de París.
En 1871 se produce en París una insurrección liderada por proletarios que por primera vez declaraban a una ciudad independiente del poder monárquico y capitalista. En palabras de Marx, los comuneros tomaban el cielo por asalto.

Este suceso histórico es tratado por Marx en La guerra civil en Francia. Considera que es una experiencia que supone un paso adelante en la revolución mundial de los trabajadores. A través de su estudio Marx confirma que romper la máquina burocrática del Estado es la tarea principal del proletariado en un proceso revolucionario.

Pero una vez desecha esa gran maquinaria, ¿con qué se sustituye? 
El análisis de la Comuna es ilustrativo. Su primer decreto fue suprimir el ejército permanente para sustituirlo por el pueblo armado. La creación de un ejército popular debe ser una reivindicación necesaria en un proyecto socialista. El poder debe estar asegurado en manos del pueblo.

El siguiente paso es modificar todo el aparato burocrático. Suprimir todos los gastos de representación y los privilegios de todos los burócratas del Estado, la reducción de los salarios de los altos funcionarios hasta el nivel del salario de un obrero. 

La posibilidad de elegir y revocar en cualquier momento todos los cargos públicos son medidas sencillas que reorganizan el Estado y sirven de puente entre el capitalismo y el socialismo. Pero todas ellas sólo se completan con la expropiación de la propiedad privada sobre los medios de producción y su transformación en propiedad social.
Los heroicos comuneros de París ante una barricada.


La abolición del parlamentarismo, que supone decidir una vez cada cierto número de años qué representantes de la clase dominante van a oprimir al pueblo desde el parlamento, es otra tarea necesaria.
Para ellos es necesario convertir los parlamentos en corporaciones de trabajo, en instituciones libres de engaño dado que son los propios trabajadores quienes tienen que trabajar ellos mismos, realizar sus propias leyes, comprobar los resultados y responder de ellos ante el electorado. 

4. Las bases económicas de la extinción del Estado.
El nuevo Estado proletario es también un órgano que debe extinguirse, es un paso, una fase entre dos periodos revolucionarios. Este proceso significa la verdadera transición del capitalismo al comunismo. 

El proceso tiene unos grados o etapas, inferior y superior de la sociedad comunista.

En la primera fase la sociedad acaba de salir de las entrañas del capitalismo, tiene aún el sello de la sociedad antigua. Los medios de producción ya no son privados, ahora pertenecen a toda la sociedad. Cada miembro al ejecutar una parte de trabajo socialmente necesario obtiene a cambio una cantidad correspondiente de productos del fondo común de artículos, de manera que recibe de la sociedad lo que entrega a ésta.

Esta primera etapa del comunismo, que podemos llamar socialismo, supone una distribución justa. Pero a su vez  supone también un defecto: no todas las personas son iguales, unos son más fuertes o débiles, otros más hábiles o tardos, otros son casados o solteros, unos tienen más hijos que otros, etc.

Por tanto el derecho que persigue la igualdad acaba causando desigualdad. Este defecto es inevitable en esta primera fase, no se puede pretender que personas criadas en el capitalismo pasen a trabajar en comunismo sin resentirse. Para superarlo es necesario el comunismo completo.

En la fase superior de la sociedad comunista desaparece la subordinación de los individuos a la división del trabajo y el contraste entre el trabajo intelectual y el trabajo manual, siguiendo la regla "de cada uno según su capacidad; a cada cual según su necesidad". Desaparece así una de las fuentes más importantes de desigualdad social. Las fuerzas productivas una vez expropiadas, a su vez, posibilitan desarrollar la producción de manera notable. 

Esta cuestión es la que diferencia al socialismo del comunismo. Mientras los medios de producción se conviertan en en propiedad común puede emplearse el término comunismo, siempre que tengamos en cuenta que no se trata de comunismo completo. No tiene una madurez económica completa. Cuando la mayoría del pueblo comience a llevar el control y aprendan a dirigir por ellos mismos los asuntos será completa la extinción del Estado y la nueva forma de convivencia pasará a ser costumbre. 


Esperamos que te haya servido para aclarar algunos conceptos importantes del comunismo. 
El folleto El Estado y la Revolución se encuentra en casi todas las bibliotecas públicas (en la de Mairena del Alcor hay dos ejemplares) y en ediciones de bolsillo es bastante barato.

Aquí tienes enlaces de entradas similares a ésta sobre textos marxistas, en cada entrada tienes un enlace para descargarlo en PDF y leerlo con facilidad en el móvil o socializarlo con los compañeros:

jueves, 31 de agosto de 2017

Guía para leer el 18 Brumario

Seguimos con la serie de entradas dedicadas a obras de Marx y pensadas para animar a la lectura de sus textos. Hoy nos atrevemos con el famoso 18 Brumario.

Mediante unas sencillas explicaciones pretendemos atraer el interés de militantes a quienes les cueste un poco hincar el diente a esos libros pero se sientan con deseos de ir más allá en sus conocimientos marxistas.


Fotograma de la versión cinematográfica del clásico de Víctor Hugo, Los Miserables, dirigida por Tom Hooper en 2012 (Universal Pictures). Representa a una barricada en las calles de París, con las banderas republicanas en la parte inferior y la bandera roja, propia de los insurrectos proletarios, ondeando desafiante.


Lo primero que nos llama la atención del libro es su curioso título: El 18 Brumario de Luis Bonaparte. El primer término hace referencia a una fecha, el día 18 de un determinado mes; "brumario" era uno de los meses del calendario republicano francés. Los intelectuales de la Revolución Francesa se consideraban opuestos a todo lo religioso y supersticioso y por ello rechazaron el calendario gregoriano (el que usamos) por sus connotaciones religiosas, sustituyéndolo por otro calendario cuyos meses tienen nombres que se refieren a fenómenos naturales (vendimiario, brumario, ventoso).

El 18 brumario se corresponde con el 9 de noviembre de nuestro calendario y se refiere a la fecha en que Napoleón Bonaparte acabó con el gobierno del Directorio francés, en el año 1799, e inició el gobierno del Consulado, otorgándose el liderazgo del mismo hasta que finalmente se proclamó emperador unos años más tarde. 

Es por tanto la fecha señalada de un golpe de Estado, el golpe que acabó con el último gobierno surgido de la Revolución francesa. En apenas una década, desde su estallido en 1789, la Revolución había pasado de proclamar el fin del Antiguo Régimen, terminar con el reinado de Luis XVI, de abolir los derechos feudales y redactar la Declaración de los Derechos Humanos y el sufragio universal, a regresar a un imperio despótico y autoritario.
  

Pintura que representa el golpe de Napoleón

Unas décadas después, Luis Felipe de Orleans, quien sería último rey de Francia, es derrocado en una nueva Revolución en febrero de 1848. Tiene lugar entonces un nuevo periodo republicano, la Segunda República, en la que retornan algunas de las aspiraciones de la etapa anterior: sufragio universal, libertad de prensa, derecho al trabajo. 

Pero sucede, de nuevo, un giro político que lleva a proclamar, en apenas unos meses, al sobrino de Napoleón, Luis Bonaparte, en presidente de la Segunda República. Y como en un remedo del periodo anterior, en un nuevo golpe de Estado, pasa a convertirse en Napoleón III en 1852, dictador autoritario del Segundo Imperio francés.

Es evidente que la Historia parece querer jugarnos una broma calcando en apenas medio siglo los mismos sucesos en el mismo país. 
Marx inicia el 18 Brumario con la conocida frase: "Hegel dice en alguna parte que todos los grandes hechos y personales de la historia universal se producen dos veces. Pero se olvidó de agregar: una vez como tragedia y otra vez como farsa". ¿Se trata de una casualidad? ¿Es posible intuir en los procesos históricos una lógica a través del análisis de los acontecimientos? ¿O tal vez la Historia es, tal como se empeñan en enseñarnos, un desarrollo lineal de sucesos causados por la mano de "grandes hombres" que escriben el desarrollo de nuestra historia? 

Acto seguido, leemos: "los hombres hacen su propia historia, pero no la hacen a su libre arbitrio, bajo circunstancias elegidas por ellos mismos, sino bajo aquellas circunstancias con que se encuentran directamente, que existen y transmite el pasado". Es decir, es posible hacer un análisis de un determinado momento a través del estudio de sus circunstancias materiales, en especial de las circunstancias económicas, que -como podrá comprobarse- sirven de base para sostener a las demás circunstancias de una sociedad: políticas, ideológicas, religiosas, artísticas, etc.

A esta manera de analizar la realidad la llamamos materialismo
La gran ventaja que nos proporciona el análisis materialista de un momento histórico es que puede revelarnos aspectos ocultos o difíciles de distinguir con los acostumbrados métodos convencionales, tales como las relaciones de poder (económicas) entre unos grupos de personas y otros. Y, además, el materialismo histórico permite ponernos en las manos las herramientas para que el curso de nuestra historia no permanezca invariable, como una condena inevitable, sino que seamos capaces de transformarla una vez que hemos sido capaces de diseccionarla y de comprender cuáles son sus mecanismos internos. 

A la izquierda, imagen del apartamento en París de Luis Napoleón. En la derecha, unos señores visitando a pobres enfermos durante el mandato del funesto personaje.


La originalidad y la tremenda genialidad de Marx en esta obra está en ser el primer pensador que explica un pasaje de la historia contemporánea mediante su concepción materialista. 

Hay que explicar que unos meses antes el propio Marx había publicado junto a Engels unos artículos en el periódico La Nueva Gaceta del Rin, que trataban este mismo periodo, y que juntos forman el ensayo Las luchas de clases en Francia de 1848 a 1850, que en cierto modo le sirvió de borrador para esta segunda obra (cuya lectura apasionante también recomendamos a militantes que deseen una visión más amplia). Es La lucha de clases por tanto el primer texto en el que se aplica este método y se desarrolla posteriormente en el 18 Brumario.

En ambos ensayos se aprecia por primera vez la famosa proclama que entonan todos los partidos comunistas del mundo, como reivindicación vital para la verdadera transformación económica: la necesidad de la apropiación, por parte de los trabajadores, de los medios de producción

En La lucha de clases aparece por vez primera también el concepto de dictadura del proletariado: "el proletariado de París fue obligado por la burguesía a hacer la insurreción de junio (...) Ni tenía aún fuerzas bastantes para imponerse en esta misión (...)  Fue su derrota la que le convenció de esta verdad: que hasta el más mínimo mejoramiento de su situación es, dentro de la república burguesa, una utopía que se convierte en crimen tan pronto como quiere transformarse en realidad. Y sus reivindicaciones (...) cedieron el puesto a la consigna audaz y revolucionaria: ¡Derrocamiento de la burguesía! ¡Dictadura de la clase obrera!".



Carlos Luis Napoleón Bonaparte posa en este retrato junto a su señora, Eugenia de Montijo.

Leemos también en el propio 18 Brumario, en sus párrafos finales: "Todas las revoluciones perfeccionaban esta máquina en vez de destrozarla. Los partidos que luchaban alternativamente por la dominación consideraban la toma de posesión de este inmenso edificio del Estado como el botín principal del vencedor".

Es decir, a modo de visión general podríamos resumir que en el 18 Brumario de Luis Bonaparte (y en su "preludio" Las luchas de clases en Francia), Marx aborda por primera vez el análisis coyuntural del periodo histórico que acaba de vivir, lo observa a través del microscopio del materialismo y, gracias a ello, puede distinguir todas las piezas del mecanismo que compone el engranaje económico de la época. De este modo puede separar cada una de las clases sociales que convivían en esta sociedad y las sucesivas alianzas y los posteriores enfrentamientos que se fueron alternando en esos tiempos entre clases (recordemos lo anticipado en El Manifiesto: el motor de la Historia es la lucha de clases). Y finalmente obtener así una explicación razonada, de manera similar al razonamiento científico, de los hechos vividos.

Otra escena de la película citada anteriormente, que escenifica una barricada.

Luego, ¿qué procesos sociales se produjeron para que tuviesen lugar esos giros políticos tan pronunciados en tan corto plazo?
Marx distingue tres etapas desde febrero de 1848 a finales del 1851.

Una etapa inicial, el periodo de febrero de 1848, que Marx llama el prólogo de la revolución. En este periodo, las revueltas protagonizadas por obreros y pequeños burgueses fuerzan la abdicación de Luis Felipe de Orleans. 
Como hemos comentado, estos procesos no surgen por la voluntad y la mano de los actores principales, sino que vienen determinadas por las circunstancias materiales del momento. Por una parte, la tensión social se agudiza por las malas cosechas del año anterior, en especial de la patata, alimento primordial en esa época para las clases populares. La crisis agraria se añade a una crisis industrial y financiera, causando paro en gran parte de los trabajadores.
Por otro lado, la monarquía de Luis Felipe sólo era favorable a una alta burguesía, mientras que eran negados derechos y libertades a una pequeña burguesía y, por supuesto, al proletariado.
La insurrección de febrero hace caer a Luis Felipe y tiene lugar un gobierno, provisional, que cuenta por primera vez con miembros socialistas (Louis Blanc) y logra ciertos avances como la jornada laboral de 10 horas y la creación de planes de empleo como los Talleres Nacionales con la intención de paliar el problema del paro.

El segundo periodo, desde mayo de 1848 a mayo del siguiente año, es el periodo de la Asamblea Constituyente, de fundación de la república burguesa. 
Escribe Marx: "a la monarquía burguesa de Luis Felipe sólo puede suceder la república burguesa; es decir, que si en nombre del rey había dominado una parte reducida de la burguesía, ahora dominará la totalidad de la burguesía en nombre del pueblo. Las reivindicaciones del proletariado de París son paparruchas utópicas con las que hay que acabar".

Dicho con palabras llanas, la parte de la nueva sociedad adinerada que está interesada en el derrocamiento de Luis Felipe, apoya al proletariado cuando éste se alza insurrecto a provocar la caída del monarca, enfrentándose a la parte adinerada que ya controlaba el poder y era favorecida por . Una vez que éste cae,  se forma un gobierno -considerado provisional desde su inicio- en el que se conceden algunas reformas a los trabajadores y que une en entendimiento a las clases adineradas -burgueses-, tanto las nuevas y pequeñas como las anteriores y más poderosas, pues ambas salen beneficiadas. Queda traicionado, pues, el proletariado, la masa de trabajadores y estudiantes.

Observemos cómo los cambios económicos que se van desarrollando producen a su vez cambios en las clases sociales. El choque de intereses entre las distintas clases sociales se agudiza, se enfatiza, de manera que se hace insostenible la convivencia entre ellos y surge el conflicto. De manera invariable, si un pequeño sector -antes revolucionario- posee medios económicos que le garantizan su bienestar, una vez producido el cambio que le interese abandona el conflicto y se convierte en reaccionario, apoyando al sector conservador de turno.
Pintura de Vernet que representa una de las batallas en las barricadas de París en junio del 1848. Vemos los improvisados medios en que se construían los muros y los escasos medios de sus defensores, opuesta a la capacidad militar de la Guardia Nacional frente a ellos.

En el tercer periodo, desde junio de 1848 hasta finales del 1851, es el de la Asamblea Legislativa. En junio del 48 el proletariado, traicionado, se alza en insurrección. El 23 de junio, cerrados los Talleres Nacionales y con miles de obreros en las calles, comienzan las protestas. El general Louis Cavaignac, designado por la Asamblea con poderes para reprimir las protestas, ordena disparar sobre los manifestantes. Esto hace estallar la indignación, se forman barricadas en las calles parisinas.

El 24 de junio Cavaignac decide usar todo su poder bélico contra las barricadas, usando artillería. "..la insurrección de junio, el acontecimiento más gigantesco en la historia de las guerras civiles europeas. Venció la república burguesa. A su lado estaban la aristocracia financiera, la burguesía industrial, la clase media, los pequeños burgueses, el ejército, el lumpemproletariado organizado como Guardia Móvil, los intelectuales, los curas y la población del campo. Al lado del proletariado de París no estaba más que él solo. Más de 3.000 insurrectos fueron pasados a cuchillo después de la victoria y 15.000 deportados sin juicio. Con esta derrota, el proletariado pasa al fondo de la escena revolucionaria".

Políticamente desaparece además, la representación de los pequeños burgueses, la Montaña (llamados así en remedo del grupo político de la Revolución francesa, a quienes se nombraba como Montaña por situarse en los escaños más altos del congreso): "durante las jornadas de junio todas las clases y todos los partidos se habían unido en un partido del orden frente a la clase proletaria, como partido de la anarquía, del socialismo, del comunismo. Habían "salvado" a la sociedad de los "enemigos de la sociedad". Habían dado a su ejército como santo y seña los tópicos de la vieja sociedad: Propiedad, familia, religión y orden".

 Representación de Los Miserables en el teatro Queens, de Londres

Como conclusión, dejamos a Engels en el prólogo de La lucha de clases, donde escribe estos párrafos certeros y definitivos:

"Hasta aquella fecha todas las revoluciones se habían reducido a la sustitución de una determinada dominación de clase por otra; pero todas las clases dominantes anteriores sólo eran pequeñas minorías, comparadas con la masa del pueblo dominada. Una minoría dominante era derribada, y otra minoría empuñaba en su lugar el timón del Estado y amoldaba a sus intereses las instituciones estatales. Este papel correspondía siempre al grupo minoritario capacitado para la dominación y llamado a ella por el estado del desarrollo económico y, precisamente por esto y sólo por esto, la mayoría dominada, o bien intervenía a favor de aquélla en la revolución o aceptaba la revolución tranquilamente. Pero, prescindiendo del contenido concreto de cada caso, la forma común a todas estas revoluciones era la de ser revoluciones minoritarias. Aun cuando la mayoría cooperase a ellas, lo hacia —consciente o inconscientemente— al servicio de una minoría; pero esto, o simplemente la actitud pasiva, la no resistencia por parte de la mayoría, daba al grupo minoritario la apariencia de ser el representante de todo el pueblo.

Después del primer éxito grande, la minoría vencedora solía escindirse: una parte estaba satisfecha con lo conseguido; otra parte quería ir todavía más allá y presentaba nuevas reivindicaciones que en parte, al menos, iban también en interés real o aparente de la gran muchedumbre del pueblo. En algunos casos, estas reivindicaciones más radicales eran satisfechas también; pero, con frecuencia, sólo por el momento, pues el partido más moderado volvía a hacerse dueño de la situación y lo conquistado en el último tiempo se perdía de nuevo, total o parcialmente; y entonces, los vencidos clamaban traición o achacaban la derrota a la mala suerte. Pero, en realidad, las cosas ocurrían casi siempre así: las conquistas de la primera victoria sólo se consolidaban mediante la segunda victoria del partido más radical; una vez conseguido esto, y con ello lo necesario por el momento, los radicales y sus éxitos desaparecían nuevamente de la escena.

Todas las revoluciones de los tiempos modernos, a partir de la gran revolución inglesa del siglo XVII, presentaban estos rasgos, que parecían inseparables de toda lucha revolucionaria. Y estos rasgos parecían aplicables también a las luchas del proletariado por su emancipación; tanto más cuanto que precisamente en 1848 eran contados los que comprendían más o menos en qué sentido había que buscar esta emancipación. Hasta en París, las mismas masas proletarias ignoraban en absoluto, incluso después del triunfo, el camino que había que seguir. Y, sin embargo, el movimiento estaba allí, instintivo, espontáneo, incontenible. ¿No era ésta precisamente la situación en que una revolución tenía que triunfar, dirigida, es verdad, por una minoría; pero esta vez no en interés de la minoría, sino en el más genuino interés de la mayoría? Si en todos los períodos revolucionarios más o menos prolongados, las grandes masas del pueblo se dejaban ganar tan fácilmente por las vanas promesas, con tal de que fuesen plausibles, de las minorías ambiciosas, ¿cómo habían de ser menos accesibles a unas ideas que eran el más fiel reflejo de su situación económica, que no eran más que la expresión clara y racional de sus propias necesidades, que ellas mismas aún no comprendían y que sólo empezaban a sentir de un modo vago?"

Daguerrotipo histórico de las barricadas de los trabajadores franceses tomada el 25 de junio de 1848 en la Rue Saint-Maur de París