viernes, 26 de octubre de 2018

El concepto de Ejército Industrial de Reserva

En la entrada anterior (aquí) intentaba rebatir la crítica posmarxista o posmoderna de Laclau sobre la idea de ejército industrial de reserva o sobrepoblación relativa. Dada la confusión que este tipo de mensajes provoca entre los trabajadores actuales, que les lleva a creer que la teoría económica de Marx está desfasada (y por tanto hay que repensarla, articularla en el ahora, explorar las nuevas sensibilidades y toda esta fraseología común hoy), me parece que cualquier aclaración y recordatorio de este concepto nunca viene mal. Porque, queramos o no, los desempleados siguen siendo legión y el rol que les endosa el sistema es incuestionable.


"Buscamos gente hambrienta", dicen estos simpáticos jóvenes emprendedores de un neobanco "millenial", que estén dispuestos a captar 200 clientes sin percibir un euro a cambio (noticia real y no manipulada de este mismo mes). El banco, para más burla, se llama Revolut, suponemos porque este engaño lo considerarán revolucionario, algo propio de nuestra modernidad y nunca visto antes.


Sobrepoblación relativa o Ejército Industrial de Reserva.

¿Qué es? En los capítulos finales del primer volumen de El capital, Marx expone el proceso de acumulación del capital y la "influencia del acrecentamiento del capital sobre la suerte de la clase obrera". 
Como sabemos, este crecimiento, dado que la dualidad capital-trabajo tiene un carácter antagónico, de lucha de contrarios, se produce sólo en uno de los polos, en el del capitalista. En el otro polo, el de la clase trabajadora, el acrecentamiento es en número, en la cantidad de proletarios. El incremento dentro del capital se produce en su parte variable, la que corresponde a la fuerza de trabajo. Parte del plusvalor (el valor extra que el obrero crea por encima del valor de su propio trabajo) obtenido por el capitalista se emplear en comprar más fuerza de trabajo para seguir resultando beneficioso; por tanto, en su origen, la acumulación exige la compra de más obreros.

Dentro del proceso de producción hay momentos de condiciones favorables, bonanza, en las que la demanda de obreros supera a la oferta y los salarios pueden aumentar, de manera que las "cadenas de oro" que sujetan a los trabajadores resultan menos tirantes. Esto no supone que desaparezca la lucha de contrarios, como veremos. En esta situación la acumulación puede seguir creciendo o bien puede verse perjudicada por ese aumento de salarios. Ante esto el proceso reacciona haciendo descender los salarios y por tanto haciendo desaparecer el inconveniente.

Es decir, la acumulación capitalista nunca cesa en el grado de explotación que pueda poner en peligro el propio proceso, el trabajador está siempre atrapado en este ciclo. Simplemente sus condiciones, la magnitud del salario, pueden oscilar según los movimientos del proceso, dependen de él.

A su vez el capital va adquiriendo más medios de producción (se invierte en maquinaria, materias primas, etc), lo que acelera la acumulación y desarrolla el proceso de producción. Cada capital independiente crece, pero se encuentra con otros capitales que también se amplían. Ante este roce el capital tiende a centralizarse, las fuerzas se fusionan o son absorbidos unos por otros, los menos competitivos por los más competitivos, en una evolución inevitable dada la necesidad del sistema de generar beneficios sin descanso. En este proceso de concentración se produce el efecto contrario al de su comienzo, debido a que entran en juego nuevos factores empujados por esa concentración y agrandamiento del sistema (créditos, aumento y mejora de maquinarias, etc), el capital repele cada vez más obreros antes ocupados, de manera que se produce una sobrepoblación o "ejército de reserva".


Esta sobrepoblación, explica Marx en la misma obra, es una necesidad, una condición de existencia del propio sistema

"esta superpoblación se convierte a su vez en palanca de la acumulación del capital, más aún, en una de las condiciones de vida del régimen capitalista de producción. Constituye un ejército industrial de reserva, un contingente disponible, que pertenece al capital de un modo tan absoluto como si se criase y mantuviese a sus expensas. Le brinda el material humano, dispuesto siempre para ser explotado a medida que lo reclamen sus necesidades variables de explotación e independiente, además, de los limites que pueda oponer el aumento real de población. Con la acumulación y el consiguiente desarrollo de la fuerza productiva del trabajo, crece la fuerza súbita de expansión del capital, no sólo porque crece la elasticidad del capital en funciones y la riqueza absoluta, de que el capital no es más que una parte elástica, no sólo porque el crédito, en cuanto se le ofrece un estímulo especial, pone al alcance de la producción, como capitales adicionales, en un abrir y cerrar de ojos, una parte extraordinaria de esta riqueza, sino porque, además, las condiciones técnicas del propio proceso de producción, la maquinaria, los medios de transporte, etc., permiten, aplicados en gran escala, transformar rapidísimamente el producto excedente en nuevos medios de producción. La masa de riqueza social que al progresar la acumulación desborda y es susceptible de convertirse en nuevo capital, se abalanza con frenesí a las viejas ramas de producción cuyo mercado se dilata de pronto, o a ramas de nueva explotación, como los ferrocarriles, etc., cuya necesidad brota del desarrollo de las antiguas. En todos estos casos, tiene que haber grandes masas de hombres disponibles, para poder lanzarlas de pronto a los puntos decisivos, sin que la escala de producción en las otras órbitas sufra quebranto. Es la superpoblación la que brinda a la industria esas masas humanas." 

Tenemos como resultado entonces a los trabajadores diferenciados entre un grupo activo y otro de reserva. La proporción entre ambos será variable y dependerá del ciclo económico. A su vez esta población toma tres formas de existencia principales: fluctuante (la que entra y sale, propia de la industria), latente (propia del sector agrícola que siempre está a punto de convertirse, por necesidad, en proletariado urbano) y estancada (formada por el empleo irregular, lo que llamaríamos hoy economía sumergida, en condiciones de vida por debajo de la media). Bajo estas capas se encuentra un sedimento inferior, el pauperismo, formado por el resto de pobres que quedan fuera del sistema permanentemente.

Otra simpática oferta laboral que una visión posmoderna consideraría original y propia del mundo actual, que sólo puede denominarse con un neologismo como "uberizar". A nosotros los trabajadores se nos ocurren muchos nombres para mencionarlo, ya conocidos.

¿Qué objetivos logra esta sobrepoblación para el capital? 
Por una parte supone un colchón de seguridad al que recurrir a la espera de un crecimiento demográfico o a la llegada de las nuevas generaciones a la edad laboral. Por otro, más importante, supone una oferta permanente de mano de obra dispuesta a tomar empleos a menor salario y por tanto una competencia constante para sus compañeros que se encuentran trabajando.

En otra de sus obras, Trabajo asalariado y capital (que he tratado en esta entrada y cuya lectura, muy cortita, te recomiendo), Marx escribe:

Más arriba, hemos descrito a grandes rasgos la guerra industrial de unos capitalistas con otros. Esta guerra presenta la particularidad de que en ella las batallas no se ganan tanto enrolando a ejércitos obreros, como licenciándolos. Los generales, los capitalistas rivalizan a ver quién licencia más soldados industriales. (...) A los señores capitalistas no les faltarán carne y sangre fresca explotables y dejarán que los muertos entierren a sus muertos. Pero esto servirá de consuelo más a los propios burgueses que a los obreros. Si la maquinaria destruyese íntegra la clase de los obreros asalariados, ¡que espantoso sería esto para el capital, que sin trabajo asalariado dejaría de ser capital! Pero, supongamos que los obreros directamente desalojados del trabajo por la maquinaria y toda la parte de la nueva generación que aguarda la posibilidad de colocarse en la misma rama encuentren nuevo empleo. ¿Se cree que por este nuevo trabajo se les habría de pagar tanto como por el que perdieron? Esto estaría en contradicción con todas las leyes de la economía.

En conclusión, el ejercito industrial de reserva o sobrepoblación relativa supone una importante palanca de la acumulación e incluso una condición de existencia , porque está a disposición de las variables del proceso de acumulación y porque regula los salarios a conveniencia de los capitalistas.


Fuente y lectura recomendada: La teoría económica de Marx, Francisco Erice, materiales del PCE.

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martes, 23 de octubre de 2018

Objeciones a las objeciones de Laclau sobre el concepto de ejército industrial de reserva


Buscando información sobre el concepto de "ejército industrial de reserva" encontré ayer un interesante video del pensador argentino Ernesto Laclau, que recoge un pasaje de una conferencia suya en la Universidad Católica de Perú, Lima. 
Puedes ver el vídeo (es corto, de unos 5 minutos) haciendo haciendo click sobre estas letras.




En este pasaje de su conferencia, Laclau explica la noción de desempleo en Marx. En breves palabras, Laclau afirma que Marx "trata de introducir" al desempleado en la lógica del capital a través de la categoría de ejército industrial de reserva. Dentro de esa lógica, el desempleo viene a cumplir una funcionalidad durante los periodos de crisis, en los que se reduce la demanda de mano de obra, en forma de competencia entre los propios obreros parados, lo que hace aumentar la ganancia por la bajada de salarios.

Laclau ve algunas pegas en los argumentos marxistas. Considera que, dado que según el propio Marx los salarios no pueden bajar de un nivel mínimo de subsistencia -por debajo del cual el proletariado desespera o muere-, no se explica por tanto la saturación  de parados producida por el desempleo estructural, que crece hasta producir una cifra de desempleados superior a la teóricamente necesaria para ser funcional para el sistema, de manera que se escapa de esa lógica, como un sector marginal fuera de ella.

Laclau recurre a una cita de Trotsky para proponer que si "el desempleo estructural continúa tendremos que repensar la teoría marxista de las clases sociales". Termina comentando que "cada vez más sectores pueden ser articulados por lógicas distintas tal y como Marx las pensó".

Bien. Creo que las objeciones de Laclau tienen varios puntos débiles evidentes. Voy a explicarlas y si por casualidad en el ciberespacio esta entrada encuentra un lector que considere que mis objeciones son a su vez incorrectas, su opinión será bienvenida en el recuadro para comentarios que está abierto al final.

La pregunta que me hago es  ¿cabe poner en duda la existencia de las clases sociales y el antagonismo capital/trabajo debido a que el desempleo desmesurado crea un exceso de desempleados que supera el concepto marxista de ejército de reserva?

Para empezar, en mi modesta opinión, creo que Marx deja suficientemente desarrollado el concepto en el capítulo XXIII del primer tomo de El capital, donde al explicar la acumulación capitalista especifica que ese cambio en el capital no es sólo cuantitativo sino cualitativo, esto es, además de crecer aumentando en cantidad también cambia cualitativamente, variando la proporción entre capital constante y variable. Dicho en palabras llanas, es la parte del trabajador la que va aportando cada vez más a ese incremento, el capital crece a costa de exprimir progresivamente el trabajo.

Si esto sucedía en época de nuestro amigo Carlos Marx (que además él mismo se encarga de aclarar que no fue el único ni el primero que observó este proceso), creo que sería ridículo afirmar que en nuestros días ha dejado de suceder por muy heterogéneo y diverso que se haya vuelto el panorama. Si observamos el ejemplo de la economía actual española, llegaremos a concluir sin mucha dificultad que la mayor parte del gasto y del esfuerzo en "superar la crisis" está recayendo sobre las sufridas espaldas de lo que ahora se llama ciudadanía y que antes era proletariado o clase obrera. Ante la ausencia de nuevos mercados en los que medrar y bajo la alargada sombra de la explosión de una nueva burbuja ahora de tipo financiera, los empresarios están basando esa supuesta recuperación española en el recorte de derechos laborales, empleo precario y el aumento de un ejército de desempleados, cuyas filas engrosan soldados cada vez más veteranos, bajo la excusa de la austeridad y el cumplimiento del pago de las diversas deudas.

Prosigue el amigo Marx un poco más adelante del mismo capítulo y explica que, durante esas fluctuaciones,  "al producir la acumulación del capital, la población obrera produce también, en proporciones cada vez mayores, los medios para su propio exceso relativo". Es una de las "condiciones de vida del régimen capitalista de producción". Nuevamente en palabras sencillas, el sistema es en sí mismo formado por un mecanismo de antagonismo u oposición entre capitalistas y trabajadores. Es inevitable. Únicamente será matizado o disfrazado bajo distintas máscaras en la actualidad, con las peculiaridades modernas, pero del mismo modo y mecanismo expuesto en El capital. 

Esas fluctuaciones en el desempleo y en las sucesivas subidas y bajadas de salarios son, por tanto, provocadas de manera interesada por el propio sistema, tanto las que producen subidas como bajadas, según sea preciso para el mantenimiento del juego.

Aquí quizás cabría replicar que, sin embargo, hoy día el desempleo ha alcanzado cifras tan desmesuradas que, siguiendo el razonamiento señalado de Trotsky o Laclau, podríamos poner en duda la eficacia de esta explicación, en la duda que nos crea esa supuesta funcionalidad de tan exagerada cifra de parados.

En mi opinión, Laclau no tiene en cuenta en su debida forma que los conceptos empleados por Marx, tales como el tiempo de trabajo socialmente necesario o medios de subsistencia, deben ser entendidos bajo la perspectiva social e histórica. Ese nivel mínimo de subsistencia no es una cantidad estándar que se aplique por una convención entre las partes negociadoras. Su valor es relativo y depende de múltiples factores. En la época de Marx, por ejemplo, el trabajo fabril más sencillo era dedicado al trabajo infantil o era más propicio para emplear a  trabajadoras mujeres que a hombres; hoy día, pese al avance social, el sistema busca las revueltas para continuar exprimiendo a la clase trabajadora de un modo semejante. Las peculiaridades históricas dependerán de las circunstancias políticas, legales o incluso morales, pero siempre enfocadas a sostener ese antagonismo. Antes más evidentes, ahora más veladas y complejas, pero semejantes. Estas peculiaridades son como sabemos producto no sólo de la dominación puramente económica, pues pueden intervenir factores ideológicos.


Las artimañas del sistema hoy se basan, entre otros factores, en normalizar ese pauperismo  del trabajador y en homologar como natural las condiciones precarias de trabajo: becarios, promesas de contrato con un periodo de trabajo gratuito, creación de falsos autónomos, etc. De hecho hoy día el tener un empleo no garantiza vivir fuera de la pobreza. De este modo no es tan sencillo diferenciar el grupo de trabajadores con empleo del grupo de desempleados, e incluso dentro de ellos la proporción que es funcional para el sistema de la que queda marginada. El argumento de Laclau queda por tanto un poco en el aire, puesto que no es posible establecer comparaciones basándose sólo en registros de empleo. 

Por último, esa supuesta heterogeneidad o diversidad de la sociedad actual no realiza un factor tan determinante en última instancia como para poner en duda el antagonismo capital y trabajo. Más bien podría decirse que pasado el tiempo ese enfrentamiento se agudiza. Y, por otra parte, resulta llamativo que la diversidad se quiere mostrar evidente siempre en el bando oprimido, pero no tanto así en el opresor. El capital, ya sea con la careta salvaje o la sensata o la responsable, continúa machacando con la misma precisión homogénea y compacta a la clase trabajadora, sea cual sea el ropaje con el que trate de cambiar su apariencia.

miércoles, 10 de octubre de 2018

La batalla de las ideas



Comenta Borges en uno de sus ensayos breves (Del culto de los libros, Otras inquisiciones, 1952) que "para los antiguos la palabra escrita no era otra cosa que un sucedáneo de la palabra oral", y así personajes cuyo mensaje ha perdurado milenios, como Platón, Pitágoras, Julio César o Jesucristo, albergaban cierto recelo sobre la bondad de la escritura, "cuyo hábito hace que la gente descuide el ejercicio de la memoria y dependa de símbolos" y, además, carece de la inmediatez y la exactitud de la enseñanza directa de maestro a discípulo, por tanto puede pecar de interpretaciones dispersas.

Cuenta también Borges en el mismo ensayo que a su vez San Agustín contaba en sus Confesiones, a finales del siglo IV, que le maravillaba ver a Ambrosio leer en silencio, "sin proferir ni una palabra ni mover la lengua", que suponía lo hacía porque "no quería que le ocupasen en otra cosa, tal vez receloso de que un oyente, atento a las dificultades del texto, le pidiera una explicación de un pasaje oscuro o quisiera discutirlo con él, con lo que no podía leer tantos volúmenes como deseaba". 

El acto de leer a solas en una habitación sin articular palabras era en aquella época, según vemos, "un espectáculo singular", expresa Borges. Los seguidores del genio argentino conocerán su tendencia a mitificar e idolatrar los libros y los autores. Un lector materialista advertirá enseguida que este hecho tiene una explicación sencilla. Las condiciones en las que vivían los hombres y mujeres antiguos no son las mismas que las de los que habitaban el mundo en la Edad Media y distan mucho de ser las mismas que las condiciones actuales. En la época de Platón o César muy pocos tenían el privilegio de acceder a un documento escrito; en esos siglos además la palabra oral era un arma imprescindible y decisiva en la política, restringida a la ciudadanía libre (lo que no impidió por cierto que el primero redactase numerosas obras -aunque en forma dialogada- y que el segundo narrase por escrito de propia mano sus hazañas bélicas). En la época de Agustín de Hipona tampoco era frecuente la posibilidad de acceder a textos escritos, dado que un códice era un bien escaso y limitado en general al uso por parte de monjes; es por eso que la lectura se acostumbraba grupal, para paliar esa escasez de obras. Fue el invento de la imprenta el suceso que revolucionaría siglos después la lectura, llevándola a nivel universal. 

Nosotros, seres humanos de nuestros días, tenemos acceso a cualquier lectura, dato, música o imagen en cualquier situación y en cualquier parte. Nos basta con manejar los dispositivos móviles cada vez más potentes y sofisticados. Imaginemos el pasmo que sentiría Agustín resucitado hoy al contemplar a los peatones de las grandes ciudades, deambulando absortos en las pequeñas pantallas sujetas entre sus manos y con auriculares en sus oídos, con artefactos en los que pueden ver las noticias actualizadas al segundo o disfrutar del último libro o serie de moda.

Cabría afirmar que con ese acceso ilimitado a la información y difundido a todos los ciudadanos nuestra sociedad es una sociedad libre y democrática. Sabemos, sin embargo, que no es así. 

Se produjo este fin de semana en españa un mitin de un partido político de ultraderecha que resultó multitudinario. Llamó mucho la atención en las redes sociales que un partido hasta hace poco con escasos seguidores llegase a poder convocar a esa multitud entregada, y que lo hiciese además con una ideología rayana al fascismo. En realidad a este partido -así como a otros menos disimulados- le bastó para invocar la furia española apenas dos argumentos: los inmigrantes vienen a robarnos y los catalanes quieren romper el país.

La pregunta surge sola. ¿Cómo es posible que el homo informaticus de nuestros días, en cuya mano cabe Platón y César, Jesús y Agustín, Mozart o Lennon y Kubrick o los Monty Python, tenga una capacidad de crítica tan limitada? ¿Qué siniestro mecanismo lleva a que las cabezas de las generaciones con la capacidad de ser las más preparadas se colmen con un par argumentos necios y sus corazones se inflamen?

Marx principalmente y tras él otros grandes autores como Gramsci o Lenin advirtieron la importancia de la batalla de las ideas, de la lucha ideológica, situandola al nivel de la pugna por los recursos económicos y productivos. Las ideas que marcan y caracterizan un grupo social, el conjunto de creencias y emociones que comparten, son como un cemento que mantiene unida la arquitectura política y económica de la sociedad. 

Esta lucha por las ideologías es por tanto una contienda que recorre la existencia de todos los miembros de un pueblo o país y marca su forma de vida. Velada unas veces y otras franca y abierta, pero siempre lucha enfrentada que determina las condiciones de vida de los grupos sociales. 

Si echamos un vistazo a uno de los textos de nuestros amigos Carlos Marx y Federico Engels (La ideología alemana, 1846, cuya lectura al menos de sus primeras páginas -es un poco extenso- es muy recomendable y que puedes ver pinchando sobre estas letras) encontraremos palabras tan impactantes y esclarecedoras como este párrafo imprescindible:

Las ideas de la clase dominante son las ideas dominantes
en cada época; o, dicho en otros términos, la clase que ejerce el poder material dominante en la sociedad es, al mismo tiempo, su poder espiritual dominante. La clase que tiene a su disposición los medios para la producción material dispone con ello, al mismo tiempo, de los medios para la producción espiritual, lo que hace que se le sometan, al propio tiempo, por término medio, las ideas de quienes carecen de los medios necesarios para producir espiritualmente. Las ideas dominantes no son otra cosa que la expresión ideal de las relaciones materiales dominantes, las mismas relaciones materiales dominantes concebidas como ideas; por tanto, las relaciones que hacen de una determinada clase la clase dominante son también las que confieren el papel dominante a sus ideas. Los individuos que forman la clase dominante tienen también, entre otras cosas, la conciencia' de ello y piensan a tono con ello; por eso, en cuanto dominan como clase y cuanto determinan todo el ámbito de una época histórica, comprende de suyo que lo hagan en toda su extensión y, tanto, entre otras cosas, también como pensadores, como productores de ideas, que regulen la producción y distribución de las ideas de su tiempo; y que sus ideas sean, por mismo" las ideas dominantes de la época. Por ejemplo, una época y en un país en que se disputan el poder la corona, la aristocracia y la burguesía, en que, por tanto, se halla dividida la dominación, se impone como idea dominante la doctrina de la división de poderes, proclamada ahora como "ley eterna".


Si intentamos expresar en palabras sencillas qué importancia tiene la ideología en esa lucha entre grupos sociales, que hace los de una clase inferior y dominada aplaudan y apoyen las ideas de la clase que los domina, podríamos encontrar algunos aspectos comunes:



  • En primer lugar la ideología es un producto de las personas cuya existencia resulta determinante. No es posible ignorar su existencia o su importancia, ni creer que se puede permanecer neutral a ella. La fuerza de las estructuras política o económica harán que, en caso de que optemos por creer que vaciamos nuestra cabeza de su contenido, será la sociedad quien la rellene proyectando las ideas dominantes. De este modo, creer que uno no es "ni de izquierdas ni de derechas", por ejemplo, llevará a tomar actitudes y decisiones conservadoras antes que progresistas, dado que no podrá abstraerse del entorno, que le mantiene en un permanente bombardeo de mensajes reforzadores.

  • La fuerza de estas ideas dominantes puede llegar a hacer, en efecto, que un individuo tenga un concepto de sí mismo y de su mundo opuesto o inverso a la realidad. Las personas tendrán así una falsa conciencia de sí mismos y del grupo social al que pertenece, de modo que llegue a sostener posiciones perjudiciales para sí mismos y sus semejantes.

  • Esto es, la ideología dominante es capaz de cambiar el modo en que pensamos, puede crear en nuestra mente los mecanismos que nos harán entender la realidad y nos dispondrá a adoptar una determinada actitud ante nuestras circunstancias. En cierta forma podríamos decir que conduce nuestra vida, dado que encamina nuestro pensamiento.

Puesto que del sostenimiento de manera hegemónica, preponderante, de esa conjunto de ideas depende en gran medida la continuidad del todo el sistema social, el grupo dominante se cuidará mucho de hacer que todo el conjunto permanezca inalterado el mayor tiempo posible. Usará para ello todas sus armas. Dentro del arsenal de defensa de las ideas, los medios informativos desempeñan un papel necesario, como sabemos. Otras armas son más sutiles y sibilinas que esa propaganda mediática. 

De manera simplificada sería posible afirmar, en mi opinión, que la mejor arma para sostener esa hegemonía, que mantiene estable el orden de la clase dominante sobre nosotros, los trabajadores, es desterrar del pensamiento cualquier forma de entender la realidad que sea dialéctica. Es decir, la ideología de la clase dominante procurará que los trabajadores, clase dominada, desdeñemos los pensamientos complejos o más elaborados, seamos incapaces de relacionar unos asuntos con otros y creemos departamentos estancos de temas inconexos e inalterables, cerremos nuestra visión a una perspectiva global y cambiante en el proceso histórico y, además, neguemos la posibilidad de entender las contradicciones que se producen en toda sociedad.


Seguramente es más apropiado hacer un análisis más exhaustivo, aunque desde mi punto de vista es posible al menos enumerar algunos de estos procedimientos, artimañas o tácticas mediante las cuales la ideología dominante trata de borrar del mapa el pensamiento dialéctico. 



Para comenzar, el pensamiento que tienda al razonamiento profundo o a la especulación es sustituido por un pensamiento más superficial, más sencillo, que tiende a lo inmediato y lo práctico. Lo que no es -aparentemente- útil en el aquí y ahora pierde valor. Es divagar, desorientarse. Hegel, en el prólogo de su Ciencia de la lógica (1816), escribe:



La doctrina exotérica de la filosofía kantiana —es decir, que el intelecto no debe ir más allá de la experiencia, porque de otra manera la capacidad de conocer se convierte en razón teorética que por sí misma sólo crea telarañas cerebrales— justificó, desde el punto de vista científico, la renuncia al pensamiento especulativo. En apoyo de esta doctrina popular acudió el clamor de la pedagogía moderna, que toma en cuenta sólo las exigencias de nuestra época y las necesidades inmediatas, afirmando que, tal como para el conocimiento lo primordial es la experiencia, así para la idoneidad en la vida pública y privada las especulaciones teóricas son más bien perjudiciales; y que lo único que se requiere es la ejercitación y la educación prácticas, que son lo sustancial. 


Como es lógico, lo sustancial para el pensamiento dominante es lo que le resulte favorecedor. Esta tendencia se aprecia con claridad en los cambiantes planes de estudios de nuestros jóvenes o en la forma en que se conduce a los demandantes de empleo, por poner dos ejemplos actuales. Del mismo modo, también en la política lo práctico y directo prevalece sobre el proyecto a largo plazo y más enrevesado. Todo lo que no sea dialogado o negociado con el adversario político se considera un extremismo innecesario que conduce al aislamiento y al dogmatismo, de manera que se promueven las políticas reformistas o moderadas.

Otro modo de obstaculizar el razonamiento elaborado es mediante el exceso de información. Se considera que la cantidad de datos informáticos almacenados en el planeta se duplica actualmente cada dos años. Los expertos incluso hablan de un síndrome, el de fatiga por la información, que puede producir confusión, angustia y agotamiento intelectual. En el tumulto informativo, al que colaboran las modernas redes sociales y las aplicaciones para móviles, es más difícil discernir la información importante y, en especial, la información verdadera. Los usuarios de estas redes tenemos cada día más complicado averiguar qué noticias provienen de fuentes fiables y cuáles son las ahora llamadas fake news 

Umberto Eco en el libro que entregó a la imprenta poco antes de su muerte (De la estupidez a la locura, 2016) hablaba de las "legiones de idiotas" llevadas a la popularidad o a la voz pública gracias a las redes sociales. Esta afirmación le atrajo bastantes antipatías, pues parece bastante antidemocrática o elitista. Pero para quien tenga experiencia en el uso de redes y algo de criterio no es una afirmación exagerada. Pongamos un ejemplo: en los últimos años se hizo norma en los partidos políticos españoles convocar primarias para elegir a sus candidatos (esta práctica parece haber decaído últimamente y ya casi está en desuso); visto en primera instancia es el método más democrático, pero ¿hasta qué punto es justo e igualitario en el desorden informativo del que hablamos? No está tan claro si tenemos en cuenta el poder que poseen ciertos medios, por ejemplo la TV, con respecto a otros. Los periódicos en papel han devenido en minoritarios con respecto a los digitales; un oportunista con cierta gracia o habilidad puede convertirse en estrella de las redes pese a que su mensaje sea nocivo o vulgar. El barullo y la confusión informativas favorecen, obviamente, al sentido común, es decir, a la creencia más popular en una sociedad. A la ideología dominante, por tanto. 
Las redes se indignan


La sustitución del pensamiento razonado o argumentado por el pensamiento visceral o directamente por los sentimientos es otra manera de manipulación. La opinión mayoritaria, o la que debería ser la opinión más común o moderada, es sustituida por la opinión dominante eliminando la capacidad de crítica. Nos hacen ser propensos a rechazar la crítica racional, el análisis argumentado. La opinión o la toma de decisiones se lleva a cabo por motivos viscerales, por atracción empática o por meros motivos superficiales

Los psicólogos nos indican que todos los seres humanos realizamos atribuciones sobre los demás a partir de estereotipos, es algo inevitable. La mente tiende a economizar recursos y a responder con rapidez ante los estímulos. Pero el problema aparece cuando la construcción mental que tengamos de nuestra realidad se base fundamentalmente en ideas preconcebidas y estereotipos. Estas ideas tienden a aceptarse socialmente por la mayoría y a convertirse en creencias inmutables. 


Un procedimiento similar sigue lo que los psicólogos llaman heurístico. Un heurístico es una regla que se sigue de manera inconsciente para resolver un problema planteándolo de manera más simple. Una especie de truco mental para los momentos en que debemos tomar decisiones. En ocasiones estos atajos mentales nos llevan a reducir un razonamiento de manera excesiva. Esta reducción puede conducir al uso indiscriminado de silogismos simples, como el principio del tercero excluido o la lógica bivalente: en una determinada situación sólo hay dos opciones verdaderas o válidas; una tercera opción es descartada de antemano, no se admiten matices, grados ni escalas. Tampoco se admite que pueda existir una contradicción entre ambas premisas válidas, no cabe mentalmente sugerir una opción que sea a la vez ambas o excluya a ambas.


Ejemplos de esto hay a diario en los medios. En las noticias referentes al gobierno de EE.UU. es moda hoy día presentar, en especial por los medios más progresistas, al presidente Trump como un ogro despiadado y zafio. Aunque no dejan de tener razón en ello, la lógica bivalente nos lleva a creer que, por tanto, la otra opción, Obama, Hillary o sus sucesores, son la opción aceptable y válida. No cabe una tercera alternativa o razonar, de manera argumentada y más exacta, que ambas opciones son pésimas y en realidad dos caras de la misma moneda.


La disyuntiva necesaria entre elegir una opción política o la supuestamente adversaria es la costumbre. Si alguien propone una crítica que no se ajuste a alguna de las dos opciones o las contradiga nos predisponemos a situarle en la opción rival a la nuestra. Los medios exponen dos opciones políticas polarizadas y no cabe en la opinión generalizada más opción. La crítica con la opción A será etiquetada en la opción B y viceversa. 



miércoles, 12 de septiembre de 2018

Lo que todo revolucionario debe saber.

¿Es actual el texto Lo que todo revolucionario debe saber sobre la represión de Víctor Serge? Es una interesante pregunta que hacerse. Repasemos antes un poco la obra (que puedes leer aquí o aquí).


Imagen simbólica de la represión retorcida y manipulada por violencia física y económica de EE.UU. sobre Latinoamérica: un participante de una guarimba (protesta aparentemente espontánea que cierra una calle) en Venezuela, especie de cosplay grotesco del Capitán América. Este superhéroe de la Marvel representa a un soldado yanqui manipulado experimentalmente por el gobierno de EE.UU. para combatir en el mundo contra "los enemigos del 'mundo libre' y hacer justicia". En este caso se trata de manipulación mental de un soldadito de Venezuela, dispuesto a matar a su hermano.

En este texto, del año 1925, de no muy larga extensión, el escritor y participante activo de la Revolución de Octubre, Serge, realiza un estudio preciso del sistema de represión de la Ojrana, el cuerpo de policía secreta del régimen zarista.  Serge vivió en persona la revolución bolchevique y tuvo ocasión de investigar -una vez liberado el pueblo ruso-  en los archivos de la policía zarista. 

Esto le hizo posible el acceso a los entresijos de los métodos policíacos contrarrevolucionarios en su mismísima fuente, y por tanto desentrañar los secretos del provocador (el agente que usa un método ideado para perseguir y frenar los actos revolucionarios). Resulta apasionante y a la vez escalofriante repasar las primeras partes del libro, en los que se detallan las infamias que la policía realizaba para destruir las vidas de miles de personas en su afán de frenar el proceso revolucionario.

El texto desarrolla además, al estilo de un manual, diversos aspectos sobre los problemas en la vida cotidiana del militante comunista revolucionario, sobre la ilegalidad y la acción legal. Este libro es, como dice el propio Serge, una aproximación a la “ciencia de las luchas revolucionarias que los rusos adquirieron en medio siglo de inmensos esfuerzos y de sacrificios”. 


Participantes de guarimbas y tranques en países hermanos de Latinoamérica. Se observan armas de fabricación casera capaces de herir y asesinar a policía bien equipada. Otra característica habitual es el uso de iconos pop que caricaturizan y banalizan la protesta popular, como la inevitable máscara de V de Vendetta, de Alan Moore.


Entonces ¿es el texto una lectura que podemos aplicar a la actualidad? 

Es posible hacer una interpretación totalmente actual del texto e incluso podría decirse que, observando ciertos conflictos de nuestros días y comparándolos con el pasado, su lectura se antoja necesaria. Aunque haya sido escrito como un manual de batalla para los años veinte en la Rusia posterior a la revolución, el análisis metódico de los sistemas de represión es perfectamente adecuado para nuestros días, así como el análisis que en el texto se hace del liberalismo.


Se aprecian dos mensajes fundamentales en la lectura. Primero, Serge desenmascara el poder represor del Estado. En la democracia capitalista -como hemos visto en lecturas anteriores como El Estado y la Revolución-, el Estado es una herramienta usada por la burguesía para reprimir los avances de los trabajadores, que no tiene más remedio que decidir entre la insurrección o el sometimiento:


"La legalidad, por lo demás, tiene, en las democracias capitalistas más 'avanzadas', límites que el proletariado no puede respetar sin condenarse a la derrota."


El uso del mercado ilegal de la droga es una de las maneras empleadas para desestabilizar o controlar economías de países enteros. En Colombia, donde tienen una amarga experiencia en este sentido, los asesinatos de líderes obreros son el pan de cada día, pese a que los medios occidentales no los reflejan (la noticia de la imagen es de ayer).

Y segundo, revela además que en esa represión no existe sentido de la moral o la ética, o en todo caso distingue una ética burguesa que consiente el uso de cualquier tipo de violencia para defender sus intereses. Violencia, engaño, manipulación, empleo de una parapolicía privada, son usados de manera sistemática por la burguesía a través de su instrumento, el Estado. Sistemática porque sigue un método muy estudiado y elaborado, que se pone en desarrollo allí donde sea preciso sin escatimar gastos ni medios.

Serge, con una gran capacidad de perspectiva y analizando represiones históricas como la Comuna de París, anticipa los procesos violentos de represión del liberalismo. Algunos de ellos se han producido en la historia reciente y otros los seguimos viviendo hoy día. 


Antonio José López,arzobispo de Barquisimeto, cuarta ciudad más poblada de Venezuela, bendice a los miembros de una guarimba.

El liberalismo es la forma en que se expresa ese sometimiento de la clase trabajadora por parte del Estado capitalista:


"Esta doctrina se reduce en economía política al laisser-faire, al laisser-passer (dejar hacer, dejar pasar) de la escuela manchesteriana. Considera al Estado principalmente como instrumento de defensa colectiva de los intereses de los poseedores; máquina de guerra contra los grupos nacionales competidores, máquina de reprimir a los explotados."

Cuando la represión burguesa no consigue su objetivo mediante el crimen, la extorsión o la manipulación, aún le queda un arma igualmente poderosa como es la violencia económica por hambre: el desabastecimiento provocado, no real, es decir la provocación de la carestía y el hambre de manera impuesta para desencadenar, de una manera totalmente estudiada y planificada, la respuesta furiosa en la sociedad. Esta metodología perversa puede observarse en el estudio de hechos ya históricos como los sucedidos en Latinoamérica a raíz del Plan Cóndor y actualmente en Venezuela o Nicaragua (como se ilustra en las imágenes que anteceden a este párrafo).



Infame portada del panfleto ABC del día posterior al 11 de septiembre de 1973, fecha del asesinato de Salvador Allende y del golpe de Estado en Chile. Imprescindible la lectura del texto que acompaña al titular: "contra el caos económico del socialismo y la dictadura marxista, en defensa de la libertad, los militares cumplen su misión quirúrgica". 
La "misión quirúrgica" no era otra cosa que el inicio del Plan Cóndor, ejecución del método sangriento ideado por EE.UU. para desestabilizar y derrocar a cualquier gobierno progresista en su "patio trasero", Latinoamérica, e implantar así la barbarie neoliberal, que actualmente sufrimos. El "caos económico" es la imposición de la violencia económica por desabastecimiento y boicot, tal como vemos hoy día en Venezuela o Nicaragua, cuando no directamente el crimen homicida, como en Colombia.

Por tanto recomendamos fervientemente la lectura y sugerimos que a través de ella se desarrolle la capacidad de desvelar los métodos de represión estatal en los gobiernos neoliberales de nuestros días. La lucha de clases no sólo sigue vigente sino que nuestros enemigos la tienen bien presente y no descansan un minuto en su intención de oprimir a la clase trabajadora. Salud.